Emociones, la nueva materia prima

Emociones

En 1995, Daniel Goleman popularizó la idea de que el cociente intelectual no era la única forma de medir la inteligencia. Desde entonces, las emociones y su gestión han entrado en la empresa, la educación, el ocio y el consumo y se han convertido en un producto genuinamente capitalista. En una materia prima que tanto puede hacernos sentir mejor como usarse para vender humo.

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En 1990 al periodista Daniel Goleman, entonces en el The New York Times, le llamó la atención un texto de lo psicólogos John Mayer y Peter Salovey titulado Inteligencia emocional. Cinco años más tarde publicaba un libro homónimo: un auténtico bombazo que popularizó la idea de que existía una inteligencia más allá de la cognitiva, basada en la gestión de las emociones. Una habilidad tan importante como el cociente intelectual para lograr el éxito. Goleman también aseguraba que la inteligencia emocional podía ser aprendida y facilitaba métodos para aplicar su enseñanza en la escuela.

En el 2005, con motivo del 10.º aniversario del libro, Goleman admitía que poco podía imaginarse el alcance de su libro. La expresión inteligencia emocional, escribía, se había convertido en “ubicua”. Aparecía en cómics, cajas de juguetes, anuncios para encontrar pareja y hasta en botes de champú. Los años han pasado, pero la inteligencia emocional y sus principales ingredientes: las emociones y su gestión, siguen en auge. Y a su alrededor se ha consolidado una sólida industria. No sólo en forma de publicaciones, cursos y expertos: hoy hay ejecutivos emocionalmente inteligentes, viajes emocionalmente inteligentes, colegios y empresas emocionalmente inteligentes y hasta congresos gastronómicos que maridan cocina e inteligencia emocional, con ponencias que se preguntan: “¿Todos los platos y productos ofrecidos requieren el mismo nivel empático?”.

El capitalismo introduce emociones para estimular la compra, apunta el filósofo Byung-Chul Han: “En última instancia, no consumimos cosas, sino emociones”

Cuando en 1996 la editorial Kairós tradujo el libro de Goleman, el estudio de las emociones en España “era algo minoritario y académico”, recuerda la escritora Eva Bach, una de sus primeras divulgadoras. “Las primeras jornadas sobre educación emocional tuvieron lugar en el 2000, en Barcelona. Fueron organizadas por Rafael Bisquerra, catedrático de Psicología de la Universitat de Barcelona y autor del primer libro sobre este tema publicado aquí”, explica. En estas jornadas, Bach conoció a Pere Darder, otro pionero, con el que escribió en el 2002 un libro sobre gestión de emociones.

Casi dos décadas después, el mercado editorial en castellano está inundado de literatura sobre esta temática: una búsqueda en Google da 26 millones de resultados. La cifra casi se triplica si se teclea educación emocional, un concepto, explica Bach, con cuatro vertientes: “La primera: un propósito intrapersonal, que es aprender a gestionar las emociones para entendernos y sentirnos mejor”. A partir de aquí, continúa: “Existen una segunda y tercera dimensión, que consisten en aplicar esas competencias para estar mejor con los otros y dejar una mejor huella vital”. La emociones, resume Bach, pueden utilizarse para hacer un mundo mejor. “Pero si alguien considera esta dimensión ético-social demasiado naif”, puntualiza, “hay una última derivada que puede interesarles: está demostrado que cuidar las emociones nos predispone a aprender y nos permite hacer un mejor uso de lo aprendido”.

Sin duda, este mejor rendimiento es una de las claves para entender el auge de las emociones. Que haya padres que requieran la educación emocional en las escuelas y que la inteligencia emocional tenga cada vez más importancia en el ámbito universitario y, especialmente, en la empresa. Ya en el 2005 la revista Harvard Business Review dictaminó que el concepto se había convertido en “una de las ideas más influyentes” en el mundo empresarial. Como añadía el propio Goleman: “Son muchas las empresas que utilizan la lente proporcionada por la inteligencia emocional para contratar, promocionar y formar a sus empleados”.

“Ahora no sólo se busca la competencia cognitiva, sino también la emocional. Se emplea a toda la persona en el proceso de producción”, escribe el filósofo Byung-Chul Han, una de las estrellas del pensamiento contemporáneo. En su libro, Psicopolítica (Herder), tiene un capítulo titulado El capitalismo de la emoción, donde reflexiona sobre el actual interés por las emociones. Para el filósofo, este auge no viene de la intención de crear un mundo mejor, sino que es fruto del proceso económico: “Que las ha convertido en recursos para incrementar la productividad y el rendimiento”. El capitalismo, expone, ha introducido emociones para estimular la compra y fomentar necesidades: “En última instancia, hoy no consumimos cosas, sino emociones”. Materias primas que, añade, son inagotables.

La inteligencia emocional entra en la empresa, pero no se usa bien. ¿Como cambiar? “Gracias a que las mujeres empiezan cada vez más a dirigir”, explica el profesor Ceferí Soler

“Sí: hoy consumimos experiencias que nos provocan, básicamente, emociones. Ya no se trata de tener, sino de vivir… Por ello, se compra mucho más lo que es una experiencia en sí que un objeto”, coincide Muntsa Dachs, directora de estrategia de la agencia Vinizius Young & Rubicam. La profunda transformación de los medios de comunicación, explica, tiene mucho que ver con este fenómeno: “El mundo visual, con plataformas como Instagram, tiene más fuerza e inmediatez. Hay poco tiempo de atención y, si eres capaz de conectar con una emoción, puedes crear un recuerdo con más facilidad. Las emociones nos ayudan a asentar los recuerdos en el cerebro mucho más que la pura razón”.

Pese a su intangibilidad, las emociones se han convertido en un producto alrededor del cual se ha desatado una auténtica fiebre. Dachs vincula también este auge a una serie de coyunturas. “Por un lado, la publicación del libro de Goleman. Por otro, la crisis del 2008, que nos sacudió como sociedad; nos dimos cuenta que no sabemos cómo va a ser el futuro. Ya no tenemos el control de nuestras vidas y hay pocas cosas que, realmente, dependan de nosotros”.

Esto significa, por un lado, responsabilizarnos de nuestra salud (“la gente está haciendo deporte como nunca, porque el cuerpo sí que se puede trabajar”, observa Dachs) y, por otro, conocer nuestro interior, a través de la gestión emocional. Las emociones están en la agenda, tanto personal como social. Y ya desde muy pequeños: “Acuérdate de la película de Pixar, Del revés, donde las protagonistas son las cinco emociones de la niña. O lo que está sucediendo en los colegios, donde se han incorporado al currículum”.

La gestión de las emociones también ha irrumpido en las aulas. Tanto de forma obligatoria como optativa, cada vez más escuelas de todo el mundo imparten esta materia. Hasta el punto que la OCDE (responsable del informe PISA de educación), está trazando modos para evaluar las habilidades emocionales de los alumnos.

Pero, ¿pueden evaluarse? ¿Se puede sacar un sobresaliente en educación emocional? ¿Te pueden despedir por baja inteligencia emocional? Incluso el propio Goleman, en unas declaraciones a la BBC, aseguró que las habilidades emocionales se deben cuantificar con cautela, porque los test son el resultado de un juicio subjetivo.

En el caso de la empresa, Ceferí Soler, profesor de dirección de personas y organización, de Esade, cree que el problema no son los tests para valorar la inteligencia emocional de los empleados sino los directivos que los escogen. “Lo que suele ocurrir es que a los directores generales los dictámenes les dan igual: cuando hacen una entrevista, se quedan en la superficie de lo que el otro les ha dicho, que suele ser lo que querían oír. En consecuencia, creen que han encontrado con la persona ideal, aunque no lo sea”. Por ello: “La empresa está llena de personas inmaduras. De personas con un cociente intelectual quizás muy alto pero con una madurez emocional mínima”. Y no sólo en este mundo, añade Ceferí Soler: “En el de la política sucede lo mismo”.

Este experto es de la opinión que la inteligencia emocional ha entrado en la empresa pero no se utiliza bien. Da varios ejemplos, como el directivo que exigió que todos sus empleados llevaran pantalones (“¿Qué le costaba sondear si esa decisión sería bien recibida?”, se pregunta). Por no hablar de otras malas gestiones empresariales, muy habituales, que traban la conciliación familiar. Y hasta cuestan vidas. Soler recuerda el derrumbe de una fábrica textil en Dacca, Bangladesh, en el 2013, donde murieron más de mil personas que trabajaban para conocidas firmas de moda occidentales. “No se hizo el mantenimiento preventivo. Obligaron a los trabajadores a acudir cuando el edificio estaba a punto de caer. Tardaron dos años en darles una indemnización... ¡Empatía cero! Así, sin inteligencia emocional, se ha dirigido y se dirige”, sentencia Soler, que confía que esto cambie en un futuro. ¿Cómo? “Pues gracias a que las mujeres empiezan cada vez más a dirigir empresas. Creo que ellas tienen más inteligencia emocional”.

“Se habla mucho de pensamiento crítico pero nos dejamos llevar por teorías que no se compadecen con nuestra experiencia cotidiana: por mucha educación emocional que haya, los estados de ánimo continúan siendo caprichosos”, asegura el filósofo y pedagogo Gregorio Luri, escéptico respecto a esta fiebre de las emociones. ¿Las emociones no pueden gestionarse, entonces? “Bueno, hay algunas que se dejan y otras no”, responde. “Sin duda, conocerse a uno mismo es también conocer las emociones que te caracterizan, los rasgos de tu personalidad. Y, a lo largo de tu vida un poco, quizás, puedes intentar controlarlas… Pero cuando las emociones se imponen… ¡se imponen!”.

Luri cree que siempre se ha hablado de emociones. “Lo que es nuevo es que ahora disponemos de una especie de geología emocional del alma que puede ordenarlas”. Una “geología”, coincide, que representa un negocio inmenso. Con profesionales rigurosos, sí, pero también, mucho intrusismo y falta de preparación en un tema muy delicado. Quizás por ello, Luri recomienda otras opciones para entender las emociones, como leer a los grandes novelistas, que las han descrito muy bien. “Ahora, lo que ninguno hará es decirnos como gestionarlas desde el timón”, puntualiza. Para el filósofo ese timón se adquiere —y siempre parcialmente— decidiendo qué tipo de persona queramos ser: “Dependiendo de ello, tus emociones tendrán un valor u otro: un bombero, por ejemplo, necesita coraje. Un valor que será menos relevante si quieres ser poeta”. ¿Y cómo se consiguen, estos valores? “Pues, en cierto modo”, reflexiona, “intentando emular a las personas que consideras valiosas en tu vida. Buscando un modelo que seguir”.

En su justa medida

El filósofo Byung-Chul Han escribe que alrededor de las emociones hay “una total confusión de conceptos”. Lo cierto es que, como indica Eva Bach: “La educación emocional puede confundirse con una búsqueda de sensaciones fuertes”. Pero la gestión emocional, recalca, no es vivir una existencia “constantemente emocionante”, sino apelar a las emociones en su justa medida: “Aquí hemos de recuperar una calificación que ahora está en revisión, que es el ‘suficiente’, porque las estridencias emocionales son un escollo para el rendimiento”.

¿Empresas emocionalmente inteligentes?

No solo hay directores de felicidad y aplicaciones para evaluar la felicidad de los trabajadores. También hay empresas con inteligencia emocional. En Nueva York, el Luxury Institute es una consultoría que “aplica la inteligencia emocional en el sector del lujo” que elabora un ranking. “Hay dos aspectos clave: si son expertos y empáticos. Sin olvidar la calidad. Todo ello hace a una marca inteligente”, explica su director Milton Pedraza. En el índice de este año Chanel encabezaba la lista de las firmas emocionalmente inteligentes, seguida de Louis Vuitton.

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