Epitafios en vida

Historia

Reflexivas, irónicas, provocativas, desesperadas… las últimas palabras antes de morir que se atribuyen a diferentes personajes históricos –no sin controversia en algunos casos- todavía resuenan hoy.

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En su lecho de muerte, en el 323 a.C, preguntado por quién debía heredar su imperio, Alejandro Magno dijo “kratistós”, el más fuerte. Otras versiones apuntan que pronunció el nombre de uno de sus generales (Kráteros). La palabra desencadenó una guerra.

El creador del Conde Drácula, Bram Stoker, murió enfermo, olvidado y pobre en una pensión londinense un abril de 1912. Sus familiares explicaron que, en su último aliento de vida, el escritor irlandés murmuró “strigoi, strigoi... ” (espíritu maligno, en rumano), mientras apuntaba con el dedo hacia algún lugar en penumbra de la habitación. Quizás fuera fruto del delirio o tal vez sea otra leyenda enriquecida por el paso del tiempo, como ocurre en muchas últimas palabras de personajes históricos en las que se entrecruzan diferentes versiones. En cualquier caso, su estrambótico último hilo de voz no es el más curioso.

Frases tan memorables como “el dinero no puede comprar la vida” , o “dispara, cobarde; sólo vas a matar un hombre” , también nacen de últimos alientos de vida. La primera la murmuró Bob Marley a su hijo Ziggy, minutos antes de morir a los 36 años en 1981. La segunda, la articuló el icónico comandante Che Guevara, anticipando la inmortalidad de su espíritu y lucha. Igual de recordado fue el concluyente deseo del cantante y guitarrista de The Beatles, George Harrison. Según The Encyclopedia of dead Rock Stars, lanzó este mensaje al mundo minutos antes de morir en 2001: “Love one another” (Amaos los unos a los otros).

De últimas palabras hay de todos los tipos. Como la reflexión de Sigmund Freud, más desesperada y menos utópica. “Das ist absurd, das ist absurd…” (Es absurdo, es absurdo…), dicen que repetía instantes antes de apagarse en 1939. Otra versión explica que su último suspiro fue dirigido a su médico personal, Max Schur. “Póngale fin a esto” , exigió incapaz de soportar el dolor que le producía el cáncer de paladar. También una enfermedad, la tuberculosis, martirizó los últimos días del músico Frédéric Chopin. Murió en París, en octubre de 1849 a los 39 años, y su “¡No más!” evidencia que estaba cansado de sufrir.

En controversia

La Grecia más clásica desvela una de las últimas palabras más célebres. Era el año 339 a.C. cuando Sócrates fue condenado a muerte por expresar sus ideas en contra de la creencia de los dioses ancestrales y “corromper”, con su filosofía, a los jóvenes atenienses. Después de tomar la cicuta, el veneno que lo mataría, se cuenta que el pensador griego se dirigió así a uno de sus discípulos: “Critón, le debo un gallo a Asclepio. Así que págalo y no lo descuides” . Sorprende un Sócrates moribundo invocando a una divinidad en la que, al parecer, no creía. En la mitología griega, Asclepio fue el dios de la medicina y la curación, y se le ofrecía un gallo cuando un enfermo se sanaba. ¿Ironía, delirio, o gratitud por entender la muerte como una curación?

De la misma forma, los últimos vocablos de Julio César todavía son objeto de discusión. Según la puesta en escena de William Shakespeare -inspirada en la versión del historiador Suetonio-, el emperador romano preguntó mientras estaba siendo apuñalado, fruto de una conspiración: “¿También tú, Bruto?” , en referencia a Marco Junio Bruto, hijo de Servilia -amante de César- y hombre de confianza del dictador. Otra versión dice que César murió en silencio un 15 de marzo del año 44 a.C. Otro mandatario, Alejandro Magno, murió sin heredero y en circunstancias extrañas. Preguntado en su lecho de muerte a quién quería legar su cargo de “emperador del mundo”, Alejandro respondió, según la tradición, “kratistós” (al más fuerte). Otra versión explica que pudo haber dicho “Kráteros” , el nombre de uno de sus generales, que no estaba presente en la sala. La sucesión desencadenó una guerra que duró medio siglo (322-281 a.C.).

Conspiración, traición y condenas

Y es que detrás de muchas de las muertes más célebres se esconde un juego de conspiraciones y traiciones. Sobresale la de Jacques de Molay, noble francés y último maestre de la Orden del Temple. La leyenda cuenta que mientras era quemado en la hoguera por sacrilegio a la Santa Cruz y herejía, De Molay pronunció esta advertencia a los responsables de su muerte: “Clemente, y tú también Felipe, traidores de la palabra dada, ¡os emplazo a los dos ante el Tribunal de Dios!... A ti, Clemente, antes de 40 días, y a ti, Felipe, dentro de este año…” La “profecía” se cumplió. A los 33 días de la ejecución - el 18 de marzo de 1314-, falleció envenenado el papa Clemente V; y nueve meses después lo hizo el rey Felipe IV.

Años más tarde, la hoguera quedó sustituida por la decapitación. La reina inglesa Ana Bolena, acusada de “adúltera, incestuosa y traicionera”, fue decapitada el mayo de 1536 en la Torre de Londres. Se explica que, antes de su fin, aclaró: “No le dará ningún trabajo. El verdugo es, creo, muy experto y mi cuello muy fino” . También la reina francesa Maria Antonieta fue genio y figura hasta el final. Sus únicas palabras fueron: “Pardonnez-moi, monsieur” (Discúlpeme, señor), e iban dirigidas al verdugo que la iba a matar, tras tropezar con su pie cuando subía a la guillotina.

Abundan las últimas declaraciones de los condenados a pena de muerte. El psicólogo y filósofo marxista George Politzer, que tuvo que sufrir la bestialidad de los regímenes autoritarios del siglo XX, bramó: “¡Yo os fusilo a todos!” , ante el pelotón nazi que lo fusiló por formar parte de la resistencia francesa. Irónicas fueron las palabras del humorista español Pedro Muñoz Seca, que fue tiroteado a principios de la Guerra Civil por una milicia anarcosindicalista: “Me temo que ustedes no tienen intención de incluirme en su círculo de amistades” .

Probablemente, al conocido bandolero estadounidense Cherokee Bill no le gustaría la idea de repasar las últimas palabras más célebres de la historia. Condenado a muerte por distintos asesinatos, el verdugo que lo iba a ahorcar le preguntó si quería decir algo al público presente. Se enfadó Bill: ¡Infiernos, no! He venido aquí a que me cuelguen, no a dar un discurso”. A John Wayne Gacy, asesino en serie estadounidense, su última frase le sirvió para reafirmarse en su delito. Antes de su ejecución, Wayne -conocido también como El clown asesino porque se disfrazaba de payaso- dedicó unas últimas palabras al mundo: “Matarme no hará regresar a ninguna de las víctimas. ¡El Estado me está asesinando! ¡Besadme el culo!”.

De amores y rivales

“Josephine”. Según cuenta la historia, con esta palabra se apagó Napoleón Bonaparte. Josephine de Beauharnais fue la primera esposa del emperador francés; de quien se divorció porque nunca pudo darle un heredero. En su lecho de muerte en la isla de Santa Elena (1821), Napoleón recitó: “France, armée, Joséphine...” (Francia, ejército, Josefina…); quizás sus tres pasiones más grandes. Francisco Fernando, archiduque de Austria-Este y heredero al trono austrohúngaro también se acordó de su esposa antes de ser tiroteados los dos en Sarajevo en 1914. “¡Sofía!, ¡Sofía!, No te mueras...!”, se esforzó en decir. Otra versión explica que su último suspiro fue: “No es nada, no es nada”.

En cambio, hay quienes han preferido acordarse de sus mayores rivales. Así lo hizo el piloto brasileño de Fórmula 1, Ayrton Senna, que ni cuando estaba muriéndose –tras un accidente en el Gran Premio de San Marino en 1994- dejó de pensar en su eterno competidor, el piloto francés Alain Prost: “Un saludo especial para mi querido amigo Alain. ¡Te extraño Alain!”. También cuentan que Pablo Picasso, antes de morir en su casa de Mougins (Francia) en 1973, susurró el nombre de su rival: el pintor y escultor italiano “Modigliani”. Pero otra versión explica que el pintor cubista pronunció esta curiosa reflexión antes de fallecer por un edema pulmonar: “Beban por mí, beban por mi salud… yo ya no puedo beber más” . También la vida de caos y excesos del poeta Dylan Thomas terminó con una confesión relacionada con el alcohol: “Me acabo de beber 18 whiskies seguidos; creo que he batido un récord” . Oficialmente, nunca se concretó la causa de su muerte en 1953.

Y entre las miles maneras de despedirse de la vida, quizás el mejor colofón sea la última reflexión del químico y físico francés Louis Gay-Lussac (1778-1850). Así evidenció su afán por seguir disfrutando de la vida y, sobre todo, de la ciencia: “Es una pena irse; esto comienza a ponerse divertido”.

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La reina inglesa fue decapitada en 1536 en la Torre de Londres, acusada de “adúltera, incestuosa y traicionera”.

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La reina francesa se mostró exquisita hasta el final: la disculpa iba dirigida al verdugo con cuyo pie tropezó antes de ser guillotinada en 1793.

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El químico y físico francés evidenció así su afán por seguir disfrutando de la vida y, sobre todo, de la ciencia.

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El padre del psicoanálisis se lamentó así de lo absurda que resulta la vida cuando llega la muerte (1939).

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La vida de excesos del poeta galés terminó con una confesión relacionada con el alcohol, aunque oficialmente la causa de su muerte, en 1953, nunca se concretó.

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Hay quienes atribuyen esta frase al pintor antes de fallecer por un edema pulmonar en 1973.

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Se lo dijo el cantante de reggae a su hijo Ziggy minutos antes de morir en 1981. Falleció a los 26 años debido a un cáncer.

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Ni cuando estaba muriéndose – por un accidente en el gran premio de San Marino de 1994- el piloto de fórmula 1 dejó de pensar en su eterno competidor, el francés Alain Prost.

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El asesino en serie, también conocido como el payaso asesino, dedicó estas últimas palabras al mundo antes de ser ejecutado en 1994.

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