¿Es la vejez la edad más feliz?

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La edad modifica la percepción de la felicidad. Aunque cada persona es un mundo, diversos estudios y expertos afirman que las personas mayores se sienten más felices que en la juventud y mediana edad; sus emociones positivas duran más y toleran mejor las negativas.

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Si la juventud le parece la mejor edad posible, si piensa que superar los 70 sólo le acarreará deterioro y achaques y siente gerascofobia (le aterra envejecer)…siga leyendo. Porque, según diversos estudios, con los años se produce un cambio de enfoque vital con el que afectan menos las emociones negativas y resulta más fácil sentirse feliz. Evidentemente, siempre que estén cubiertas las necesidades y no se sufra dependencia o enfermedad.

Decía la escritora Susan Sontag que “el miedo a envejecer nace de la sensación de emplear mal el presente, de no vivir la vida que se desea”. En una sociedad que mitifica la juventud y aparca la vejez, esforzarse por tener una vida plena es el camino para disfrutar de esas décadas extra que han regalado los avances médicos. Pero, además, es bueno saber que la propia psicología del envejecimiento juega a nuestro favor.

Aunque generalizar es arriesgado, lo cierto es que más allá de los 65 años aumenta el “bienestar subjetivo”, explica Igone Extebarria, doctora en Psicología y profesora en la Universidad del País vasco. Esta experta en Gerontología evaluó la felicidad en edades avanzadas con un estudio entre 257 personas de 65 a 104 años (sin dependencia ni deterioro cognitivo). Partía de la premisa de que envejecer comportaría más emociones negativas, por la pérdida de capacidades. Pero los resultados desmintieron esa creencia: “Vimos que mostraban más satisfacción vital, valoraban más su vida y tenían mayor fortaleza psicológica para aceptar los déficits”. Ese bienestar subjetivo se mantenía estable incluso en edades avanzadas: se habían adaptado a su nueva situación.

Más allá de los 60-70 años hay un cambio de actitud vital en positivo, dicen los expertos. Se gana en sabiduría y gestión emocional, la persona reordena sus prioridades y se vuelve más selectiva

Una de las grandes referentes en psicología de la vejez, la doctora Laura Carstensen, fundadora del Centro de Longevidad en la Universidad de Standford, ha llegado a afirmar que, en cuanto a la vida emocional, los mejores años llegan a partir de los 60. A excepción de quienes sufren fragilidad, soledad, demencia senil o Alzheimer, los mayores acusan menos depresión y ansiedad”. Su teoría de la Selectividad Socioemocional explica que, a medida que el horizonte vital se reduce y empieza la “cuenta atrás”, se amplía la perspectiva y la persona reordena sus prioridades. Interpreta mejor las situaciones, sabe lo que merece la pena y se vuelve más selectiva: evita relaciones o situaciones poco gratificantes y le preocupa menos la opinión ajena. Se concentra en el aquí y ahora.

Coincide con esa visión Feliciano Villar, psicólogo coordinador de investigación en Gerontología de la Universidad de Barcelona. “Para los jóvenes, el futuro es infinito y tiene sentido sacrificar el hoy por fines a largo plazo. En la vejez, lo que cuenta es el presente y las metas son menos ambiciosas. Se aspira a mantener lo bueno que ya se tiene más que buscar otros objetivos”.

Ese nuevo enfoque ya es, de por sí, una liberación para quienes, a edad avanzada, gozan de buena salud. Como Montserrat, una “joven de 83 años implicada por fin en activismos vecinales”. O Manuel, de 89 años, que ha dejado de “perder el tiempo en compromisos con gente que me aporta poco” y prefiere retarse a sí mismo con paseos, sudokus y trabajos manuales.

Pero, ¿cuál es la razón de ese favorable cambio? María Antonia Carmona, vocal de Psicología Coaching del Col.legi Oficial de Psicologia de Catalunya, afirma que “siempre que la salud y la economía acompañen, las experiencias acumuladas aportan sabiduría vital; más realismo y perspectiva al interpretar los hechos y herramientas de gestión emocional: la sensación de ser capaz de dirigir la propia vida y no ser una marioneta manejada por otros; mejor tolerancia a la frustración. Instrumentos para afrontar mejor las circunstancias vitales.

La experta hace referencia a un estudio de la London School of Economics entre 23.000 personas de 17 a 85 años que señala las épocas más felices en torno a los 23 años y a partir de los 69. A los 23 se mira a un futuro lleno de oportunidades y las responsabilidades y frustraciones son aún escasas. Los 40 y 50 concentran las cargas laborales y familiares y a partir de los 69 se tiende a evaluar más positivamente tanto el pasado como el presente.

Es el positivismo de la vejez, señala Etxebarria, un cambio de actitud que en lugar de frustración provoca aceptación, se adecúa lo que tienen con lo que esperan de la vida. Son más resilientes a la tristeza y disfrutan más las alegrías. Y no se detectan diferencias entre hombres y mujeres, pese a ser una generación en la que los roles eran distintos. “En la vejez se igualan”.

Según Arthur Stone, psicólogo de la Universidad Stony Brook de Nueva York y coautor de otro estudio, esta vez entre 340.000 personas, “las preocupaciones descienden desde los 60 años y la felicidad y la capacidad de diversión aumentan. ¿La causa? Se controlan mejor las emociones y se activa una especie de filtro que tras hacer balance de lo vivido, enfoca lo positivo y lo magnifica. Frente al deterioro de las facultades físicas y mentales que no pueden controlar, se centran en las emociones que sí pueden manejar.

Hay un desajuste entre la imagen negativa que se tiene de la vejez y cómose vive realmente esa etapa. Gran partede esa población contradice el estigma y se siente más joven de lo que es

Carmona añade que en esa etapa las condiciones desfavorables son vistas con menos pesar y uno tiende a compararse “hacia abajo”: “yo estoy mejor que otros”, mientras a edades mas jóvenes las comparaciones son “hacia arriba” (“antes estaba mejor”), lo que conduce a la infelicidad. Y recuerda un estudio de la Universidad de Texas que señala la elevada inteligencia emocional de las personas mayores, así como su autoconocimiento y autocontrol.

La psicóloga recuerda la respuesta de Rita Levi-Montalcini, Nobel de Medicina, cuando le preguntaron cómo se sentía al cumplir 100 años: “Estupenda. Oigo con audífono y veo poco, pero el cerebro funciona mejor que nunca. Acumulas experiencia y aprendes a descartar lo que no sirve. Creo que lo resume perfectamente”.

Todo ello evidencia el desajuste entre la imagen que se tiene de la tercera edad y cómo se vive realmente. Con todas las reservas, porque cada persona es un mundo, pero los datos indican que los cambios biológicos, los déficits físicos o cognitivos no les afectan tanto como pensamos. “Valoramos su situación desde nuestra perspectiva –afirma Etxebarria–, lo que empeora nuestra visión. Ellos, si se comparan con sus coetáneos, piensan en quienes ya no están y se adaptan a sus limitaciones”.

Así lo explica Villar: “La personas mayores suelen sentirse subjetivamente más jóvenes de lo que son. Son capaces de desligar lo que ha perdido su cuerpo (es menos eficiente) y lo que experimenta su yo interior, que mantiene ilusiones juveniles. Esta disociación es clave para adaptarse a la vejez”. Como dijo el pintor Francis Bacon, “Nunca seré un hombre viejo. Para mí, la vejez es siempre 15 años más tarde”.

Sin embargo, pervive el estigma y el relato negativo del envejecimiento. Como un declive absoluto. Así que no experimentar esa catástrofe ayuda a sentirse joven. Para Jane Fonda (81), activista incombustible, “la edad es una bendición. Envejecer aterra a la gente; a mí no. A partir de los 50 somos más felices: hemos superado muchas dificultades y nada de eso nos ha matado. Yo lo vivo como un renacimiento”.

Según aumenta la edad, destaca el grupo de personas resilientes, que no gozan de gran afectividad positiva pero tampoco negativa, saben aceptar las situaciones y soslayar los problemas. “Al fallecer mi esposa perdí las ganas de vivir, pero ahora creo que debo aprovechar mientras me valga por mí mismo”, explica Antonio, de 89 años, exhibiendo en su móvil los 9.000 pasos que camina a diario.

Sin embargo, lejos de esta visión optimista, no hay que obviar una realidad de personas ancianas frágiles y aisladas. Entidades como la barcelonesa Amics de la Gent Gran son un apoyo en esos casos a la espera de que socialmente se afronten los retos de un mundo que envejece. Su director, Albert Quiles, psicólogo experto en Gerontología Social, aboga de entrada por aprovechar esa sabiduría. “Valoramos cualquier hallazgo de culturas antiguas y en cambio ignoramos la clarividencia de los mayores que tenemos al lado. Una charla con ellos es una lección. Y un regalo mutuo”.

Su asociación ha colaborado en el debut de ocho mujeres de 80 a 90 años como actrices de una deliciosa pieza teatral, Casting Giuletta, en el Teatre Lliure. Mujeres que aseguran disfrutar de esta etapa y que al interpretar la obra “olvidaron” su edad.

La esperanza de vida crece en nuestro mundo: 81,2 años en varones y 86.5 en mujeres para el 2021 según el Instituto Nacional de Estadistica. Viviremos tres décadas siendo “ancianos” así que mejor prepararse. La genética influye en cómo se afronta esa etapa, cierta personalidad favorece o perjudica, pero al margen de la baraja, se pueden jugar bien las cartas. Según los expertos, lo esencial es mantener un propósito de vida. “Eso que los japoneses (país de centenarios) llaman ‘ikigai’–explica Etxebarria–. Lo he comprobado viendo a algunos mayores: incluso quien no salía a la calle pero cumplía a rajatabla el caminar cada día, por casa. O la señora que se sentía útil tejiendo calcetines para su familia”.

Una visión alentadora, que no evita las excepciones. Como añade Carmona con ironía, “este panorama favorable no evita que haya personas de más de 65 años que sean un horror y no muestren ni un solo rasgo positivo”. Gente malhumorada o con vidas realmente tristes la hay en cualquier edad. En cualquier caso, mejor acabar con el estigma de la vejez y pensar que quizas, como dijo Picasso: “Uno empieza a ser joven a los 60 años”.

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