España pierde población

sociedad

España pierde población, y lo hace cada vez más deprisa, una tendencia que no parece que se vaya a revertir ni siquiera a largo plazo. Baja natalidad, retorno de emigrantes a sus países, éxodo de jóvenes y creciente esperanza de vida trazan las líneas de un país de 46 millones, 43 en el 2050 y 40 en el 2065. ¿Amenaza eso la estabilidad económica? ¿Quién pagará las pensiones?

Horizontal

Desde 1900, sólo ha habido tres años en los que España ha registrado más defunciones que nacimientos. En 1918 la gripe mató a 200.000 personas, decenas de millones en todo el planeta. En 1939, la Guerra Civil pasó su cruenta factura. El tercero fue el 2015, año en que la crisis de natalidad se agudizó y los nacimientos cayeron a cotas mínimas. Si a este dato se añade el regreso inmigrantes a su país y el éxodo masivo de jóvenes (1,6 millones en cuatro años), el cuadro resultante es el de una crisis poblacional en toda regla, que ya empezó a expresarse en el 2013. España, que a principios de siglo XX contaba con 18,6 millones de habitantes, tocó techo demográfico en el 2012 (47,27) y desde entonces ha bajado a los 46,5. Las proyecciones hablan de 43 millones en el 2050 y de 40 en el 2065, fecha en la que la gran mayoría de la generación del baby boom (nacidos en los sesenta y primera mitad de los setenta) habrá muerto. Por entonces, España será un país con pocos niños y jóvenes, muchos adultos y mayores y un número respetable de ancianos de más de 80 y 90 años. La esperanza de vida, que hace un siglo era de 35 años, y hoy en día supera los 80 (hombres, 82; mujeres, 85), rondará los 96 años en el 2100. Centenarios en el siglo XXII.

¿Estamos ante una mala noticia? No necesariamente; que un país pierda población en el siglo XXI no es necesariamente un contratiempo como sí podía serlo en siglos anteriores, cuando las naciones necesitaban mucha mano de obra y muchos soldados para guerrear. Sin embargo, sí plantea graves obstáculos si no se aplican las soluciones correctas. Y, según los expertos, las hay.

La ley de la demografía es dura, pero es la ley. Sus proyecciones son un aviso a los navegantes de la política y de la economía que tienden a aplicar políticas más de cabotaje que de alta mar. La brevedad de los ciclos electorales pesa más que el desafío de planificar a largo plazo las consecuencias que estarán asociadas a la despoblación. Sin embargo, todo ello es necesario: revisar planes de jubilación, el peso del gasto de los pensionistas en el PIB, el presupuesto que se destinará en los próximos años a ayuda social y asistencial. Y no menos importante, quién cotizará, qué cantidad monetaria y, sobre todo, durante cuántos años.

►Cambios en la demografía española 1900-2011... y en el 2049

Horizontal

La lenta erosión de la demografía en la pirámide poblacional se ha visto alterada, además, por los efectos de la crisis económica. España es un país que ya tiene previsto extender la jubilación a los 67 años, pero donde es habitual prejubilar a los 60, a los 55 e incluso antes; tiene una tasa de paro juvenil del 50% y el índice de fracaso escolar más alto de Europa. Con este panorama, ¿existirá dentro de unos (pocos) años la famosa hucha de las pensiones? ¿Se acabará financiando esta por la vía de los impuestos directos? ¿A qué edad nos jubilaremos si acabamos viviendo hasta los 85 y más allá? ¿Qué papel tendrá la emigración? Los demógrafos, sociólogos, historiadores y economistas consultados coinciden en que hay fórmulas de futuro para que las piezas de este rompecabezas encajen. Pero que sin un esfuerzo y visión de futuro, el puzle no sólo seguirá incompleto, sino que será irresoluble.

“Hay reacciones alarmistas por las consecuencias demográficas y económicas, pero hay soluciones para todo”, apunta Antonio Abellán, investigador en el campo del envejecimiento del CSIC. “El problema –insiste– no es demográfico por la caída de la fecundidad, sino de actividad económica y visión política: la capacidad laboral que existe hoy en día es la más grande de la historia”. Es una idea que remacha Pau Miret-Gamundi, sociólogo en el Centre d’Estudis Demogràfics de la Universitat Autònoma de Barcelona. “La solución no es demográfica sino laboral. Es como si tienes un equipo de fútbol con 22 jugadores en el que siempre juega el mismo once y el resto no lo hace nunca. Vivimos un momento en que tenemos la población activa más cuantiosa de la historia. La hucha de las pensiones no se tendría que tocar si cotizaran los cientos de miles de parados”. ¿Y el descenso de la natalidad, no es acaso un lastre para el futuro? “Ahora no es un problema, no tiene ningún efecto –insiste Miret–, aunque tal vez lo sea dentro de unos años”, reconoce. El investigador de la UAB remarca que “el envejecimiento no provoca el fallo general del sistema de jubilación. Francia tiene una natalidad más alta, pero sí arrastra dificultades con el sistema de pensiones”. De hecho, italianos (31), franceses (36) y españoles (37), por este orden, son los trabajadores que menos años cotizan antes de jubilarse, según el Eurostat. Noruegos, suizos, suecos e islandeses, algunos de los referentes citados como ejemplos que seguir por los expertos, superan los 40 años de cotización. Cierto que la población de estos países no supera en ningún caso los 10 millones de habitantes.

► Población española, en millones de personas

Horizontal

La pérdida de población que ya está experimentado España no es un fenómeno aislado. Portugal, Italia, Grecia, Polonia o, principalmente, Alemania (80,6 millones en el 2015, 79 en el 2025, 74 en el 2050) verán redu­cido su censo de manera notable. La excepción son los países escandinavos, Francia, con una tasa de natalidad más alta, y Reino Unido, que podrían ganar población en los próximos años.

¿Cómo aliviar ese descenso? Es una incógnita. Pero las curvas de crecimiento de población en los países africanos con tasas mucho más altas de fecundidad podrían, en teoría, paliarlo vía inmigración. Dos ejemplos: Camerún doblará su población de aquí al 2050: de 23 millones a 48. Nigeria, el caso más rotundo, pasará de los 182 actuales a 398 a mediados de siglo. Sea cual sea la evolución en Europa, la presión migratoria se incrementará exponencialmente.

Aunque hay tiempo para moldear el futuro, el presente indica que España es un gato al que hay que ponerle muchos cascabeles para que los jubilados del futuro tengan pensión, estén bien atendidos o tengan derecho, incluso, a jubilarse más tarde si quieren. Si bien es cierto que el derecho tal vez acabe siendo obligación. ¿Quién se atreve a aumentar los años cotizados para que el sistema de pensiones se mantenga? ¿Quién replanteará el entramado educativo desde la formación profesional hasta el reciclaje de los trabajadores de más 55 años?

“El gobierno es cortoplacista por definición. ¿El futuro? Ellos ya no estarán. Las decisiones del ejecutivo están minadas por el hecho de que tienen que ganar las elecciones. Rige la ley del más vale pájaro en mano que ciento volando”, lamenta Guillem López Casasnovas, catedrático de Economía, consejero independiente del Consejo de Gobierno del Banco de España y también del Ministerio de Sanidad. En su último libro, El bienestar desigual (Península/Atalaya), López Casasnovas advierte, con su habitual tono crítico, de la importancia futura de alimentar, por un lado, la hucha de las pensiones y, por otra, de plantear a largo plazo qué porcentaje del presupuesto será necesario para cubrir la asistencia sanitaria y la dependencia de los mayores. Si en estos momentos estas partidas representan un 12,6% del PIB, en el 2040 podrían suponer un 33%, desliza en su libro el catedrático de la Pompeu Fabra. No hay que olvidar que España no sólo es de por sí, y cada vez más, un país de viejos, sino que es receptora de miles de jubilados que cada año provienen de reino Unido, Alemania, Países Bajos, Suecia, Noruega…

► Esperanza de vida al nacer

Horizontal

El catedrático, una de las primeras personas que hablaron abiertamente en España del concepto de copago sanitario y que siempre ha advertido de los peligros de la actual burbuja sanitaria, defiende que la fórmula para salir adelante pasa por “el equilibrio entre la población activa, la población ocupada y una productividad elevada. Pero se tienen que cumplir las tres condiciones”, advierte. No sólo eso, López Casasnovas no ve otro camino que el de “huir del modelo mileurista y establecer contratos lo suficientemente altos para que las tasas de cotización sean elevadas. Si no, se seguirán creando empleos de mala calidad”.

Si los efectos de la crisis económica ya han modificado pautas demográficas, la huella digital de los últimos años ha desencajado por completo el mapa laboral en España, dejando en fuera de juego a mucha mano de obra forzada a retirarse antes de tiempo. Trabajadores que en otras circunstancias podrían seguir aportando a la hucha de pensiones se convierten en receptores de la pensión porque llegan a un acuerdo beneficioso o simplemente ya tienen los suficientes años cotizados. “Los cambios tecnológicos han desbordado a las empresas privadas que no invierten en la educación de los mayores”, analiza Francisco Goerlich, profesor de la Universitat de València que ha participado en varios informes del Instituto Valenciano de Investigación Económica (IVIE) junto a la Fundación BBVA.

Esa falta de inversión en formación incide directamente en las prejubilaciones de trabajadores que no alcanzarán los 65 años, la misma que se estableció en la ley del Retiro Obrero de 1919. Goerlich plantea que, por un lado, “existen desajustes entre las decisiones privadas de las empresas”, y por otro, “el mercado de trabajo es muy poco flexible. Muchas prejubilaciones van de cien a cero, no hay un punto medio, medias jornadas por ejemplo, unos esquemas mixtos” que los trabajadores igual tampoco aceptarían. “En los países nórdicos –completa– ya llevan años funcionando esquemas de prejubilación escalonada”. Para Goerlich, pase lo que pase en el futuro, una cosa parece clara: “Lo que sí sé es que el alargamiento de la vida laboral tendría que ser un hecho”, sentencia.

►Tasa de natalidad

(nacidos vivos en un año, por cada mil personas)

Horizontal

Antonio Abellán, del CSIC, incide en que una solución a corto plazo para prolongar la vida laboral de los prejubilados sería tender a “vidas laborales más largas”, pero también a “aprovechar la experiencia del que se ve forzado a retirarse y en vez de ello seguir trabajando enseñando el oficio a jóvenes que aspiran a él, pero siguen en el paro”. Abellán cree que para que los “cuatro millones de parados dejen de serlo”, habría que “cambiar la mente de las empresas y la política”. A su juicio, estos deberían tomarse en serio la idea de envejecimiento activo que abandera la OMS: “La fórmula clásica de los jóvenes, a formarse; los adultos, a trabajar, y los viejos, a descansar, ya no funciona”, certifica.

“Si hubiese alternativas como jornadas reducidas o tareas para traspasar los conocimientos a los más jóvenes, sería otra cosa, pero es prejubilarse o irse al paro. Todos los que pueden optan por el retiro anticipado”, ilustra Pau Miret-Gamundi.

“Habría que regirse –apunta Francisco Goerlich desde Valencia– por lo que se conoce como long life learning, es decir, acostumbrarnos a la formación para toda la vida. Tendríamos que ser como los programas informáticos que van actualizándose cada cierto tiempo. Muchas veces las soluciones parciales no funcionan, y con la crisis no se tomaron medidas”.

Una de las consecuencias del descenso de la tasa de natalidad en España (en los años sesenta nacían 20 niños de cada mil habitantes, hoy la cifra ronda los 9) es “la incorporación de más mujeres al mercado laboral”, indica Josep Mestres, economista experto en demografía en el área de investigación de CaixaBank. Mestres pone sobre la mesa el ejemplo de “Alemania, que también sufre un fuerte envejecimiento, pero que palía facilitando el empleo a las mujeres dando incentivos y facilidades, como guarderías” en el centro de trabajo o cerca de él. “Las mujeres se jubilan más tarde porque han estado un cierto tiempo fuera del mercado laboral o se han incorporado más tarde y les quedan años por cotizar”, completa Miret.

La brevedad del ciclo electoral lleva a los gobiernos a legislar a corto plazo sin entrar en medidas polémicas aunque necesarias para la supervivencia del sistema: ¿quién cotizará?, ¿cuánto?; y, sobre todo, ¿a qué edad nos jubilaremos?

En el fondo, toda la discusión sobre el futuro del sistema de pensiones en España es consecuencia de un triunfo demográfico, el que combina una reducción drástica de la mortalidad infantil con un salto galáctico de la esperanza de vida (50 años más en apenas un siglo), incluida la que se conoce como esperanza de vida en buena salud, es decir, cuando la calidad de vida y la autonomía de la persona en cuestión son muy altas.

“La revolución demográfica que hemos experimentado en las últimas décadas es el cambio más radical en toda la historia de la humanidad desde que bajamos del árbol”, afirma con entusiasmo Antonio Abellán, que, como buen demógrafo, habla siempre de los acontecimientos con perspectiva a largo plazo. Con entusiasmo y optimismo: “Y la consecuencia de la revolución es que vamos a por el cum laude. Aunque no somos inmortales, el proceso de envejecimiento de la población continúa hacia una tendencia récord”, se felicita.

“Hay que recordar que hasta hace pocos años, la gente se jubilaba en malas condiciones físicas o ni siquiera llegaba a jubilarse” porque se moría antes, contextualiza Pau Miret-Gamundi. “Ahora, el objetivo es mejorar la calidad de vida en edades avanzadas, conseguir que esa esperanza de vida en buena salud se alargue lo máximo posible”, añade.

En paralelo a ese triunfo, y especialmente en los últimos años, con la crisis todavía apretando pero ya no ahogando como en años anteriores, se han formado muchos nubarrones en torno de la figura del pensionista. Los números cantan, y los jubilados, con una paga más o menos digna pero asegurada, han sido los menos damnificados entre los españoles que han sufrido desahucios, desempleo, se han quedado sin prestaciones sociales y, en muchos casos, han hecho colas para pedir comida… “Los mayores, en algunos casos, han quedado como los tuertos en el país de los ciegos”, resume Abellán, del CSIC, que cita un término que no le gusta pero que resume la situación actual. “Existe el peligro de que haya una guerra de edades: es una de las consecuencias de la crisis económica porque ha afectado a los jóvenes más que a los mayores. El riesgo de pobreza ha aumentado para todos: el umbral ha bajado y ha dejado por encima a los mayores”.

Abellán teme una futura semilla de la discordia, pues hay encuestas europeas en las que los jóvenes expresan su deseo de que los mayores amplíen su vida laboral: “Hay una mirada negativa hacia los mayores”, constata. Los que defienden a los jubilados recuerdan que mucho de ellos no sólo se han convertido en el soporte financiero de sus hijos y nietos, sino que estos han acabado de huéspedes en casa de los abuelos.

Los expertos indican que la pervivencia de la hucha de las pensiones no sólo pasa por reducir el paro sino por huir del modelo mileurista y que las cotizaciones sean así más altas

“Creo que hay que redefinir el concepto de vejez”, propone Pau Miret. El sociólogo de la Autònoma va más allá y plantea otro debate: “Últimamente se habla mucho de los cambios demográficos, de los parados, de la gente mayor, pero nos olvidamos de los estudiantes de enseñanza obligatoria y del brutal índice de fracaso escolar. Hay un agujero importantísimo de gente que no tiene el título de la ESO y entra a trabajar en un segmento muy precarizado del mercado laboral”, lamenta.

Los datos hablan por sí solos: España es el país con más abandono escolar de la UE. Los datos del año pasado indican que un 21% de los jóvenes de entre 18 y 24 años dejaba sus estudios, un porcentaje que si bien es menor que el del 30% que se registraba en el 2006, aún es el doble que la media europea, que se sitúa en torno al 11%.

“Está muy demostrado –recuerda Antonio Abellán– que la educación y la pobreza se heredan, es decir, que hay una transmisión intergeneracional de la pobreza”. Francisco Goerlich pone un punto de realismo final aderezado con notas de optimismo: “¿Qué hubieran pensado en la revolución industrial, hace 150 años, al ver que hoy se puede ser productivo con jornadas laborales de 6, 7 u 8 horas, cuando el estándar en aquella época era el de 14, 15 y 16 si querían sacar beneficios económicos?”.

Mostrar comentarios
Cargando siguiente contenido...