La fama en la era de las redes

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Las redes han aglutinado a las audiencias en grupos, lo que ha creado un fenómeno en que la fama está compartimentada, rodeada de muros: uno puede ser famoso ante una audiencia incluso millonaria y ser un completo desconocido para el resto del mundo.

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David Martínez, Nacho Vigalondo, MIguel Noguera, Cristina Boscá e Isa Calderón

Los grandes teóricos de la sociología hace décadas que describieron la “pluralidad de mundos de vida social” como uno de los atributos de la modernidad, universos con reglas de comportamiento, hitos culturales y aficiones específicos dentro del universo común donde se practican las reglas generales de la civilización y se celebran famas globales. No hay nada estrictamente novedoso en ello. Pero estos universos eran hasta ahora permeables: unos sabían de los otros. Uno podía no tener interés alguno por el jazz pero haber oído hablar de Miles Davis, Louis Armstrong o incluso Dizzie Gilliespie. De algún modo, los medios de comunicación de masas eran el ágora en el que todas esas microfamas se encontraban y eran puestas en común, el rompeolas de todos los mundos, tribus y expresiones.

Esos foros del eclecticismo han dejado de operar para un sector creciente de la población: en términos audiovisuales, la media de edad de los espectadores de televisión no deja de aumentar debido al desistimiento de los más jóvenes, y hay ya un par de generaciones –la convención dice que podemos hablar de generaciones distintas en intervalos de 15 años– que apenas dedican tiempo de su ocio a la pantalla común, la del salón, y se expresan, comunican y celebran mutuamente ante un ordenador, una tableta, un smartphone o, más bien, los tres a la vez. Para ellos el televisor se ha convertido en un monitor más, en el que poner en común sus otras pantallas.

“¿Cómo es posible que un chico que sólo dice estupideces colapse la feria del libro y eclipse la creación literaria?”, decían los guardianes de la ortodoxia del youtuber que tiene el segundo canal con más seguidores del planeta

Televisor y televisión que, haciendo bueno el viejo adagio de Marshall Macluhan, “el medio es el mensaje”, habían sido términos casi sinónimos y, a menudo, intercambiables, hoy no lo son para la mitad más joven de Occidente: el televisor es el más grande de los monitores disponibles para lanzar vídeos de YouTube o Vimeo, para jugar a la videoconsola, acceder a esa nube de contenidos llamada Netflix o Yomvi, o ver las fotos del móvil. Y la televisión, bueno, la televisión es eso que ven los mayores y que fue muy importante.

Esta certidumbre se hizo patente en España hace un par de meses cuando una revista entrevistaba al más importante youtuber del país, Rubén Doblas Gundersen (conocido como El Rubius). Entre el entrevistador y el entrevistado se produjo una colisión que la publicación no hizo nada por disimular: el periodista exhibía prosapia periodística con idéntica efusividad con que manifestaba ignorarlo todo (y no interesarle nada) sobre la relevancia de su entrevistado, su aportación como fenómeno cultural o las razones de su popularidad. Y, en justa reciprocidad, el youtuber obvió cualquier gesto de sumisión o devoción al papel prescriptor del periodista y su medio. El mundo de lo común y el de los nuevos nichos de celebridad y prestigio chocaban de forma ruidosa para concluir dándose mutuamente la espalda.

El de los youtuber es sólo el más espectacular de los fenómenos multitudinarios que han germinado, crecido y explosionado por debajo del radar de quienes hasta ahora eran prescriptores de fama y prestigio y supuestos vigilantes de cuanto de relevante sucede en el mundo. En la Feria del Libro de Lima, en 2015, nadie había previsto que el número de seguidores que acudiría a la firma de libros de José Romero, conocido en YouTube como Mox, que presentaba Internet según Mox , desbordara a cualesquiera otros famosos bestselleristas reunidos allí, y la organización se encontró con un problema de seguridad. En un brete similar aún de mayores dimensiones se vieron en abril los organizadores de la Feria del Libro de Bogotá. Había acudido a la firma de libros el chileno Germán Garmendia. Presentaba Chupa el perro , una recopilación de contenidos de carácter similar a los que cuelga en YouTube, en sus canales Hola, soy Germán y Juega Germán . A pesar de la lluvia que azotó el recinto ferial, 50.000 personas se presentaron, lo que provocó un inmediato colapso.

Este suceso no sólo ilustra la dimensión de estas nuevas celebridades, sino también la tensión brutal a que ha sometido al stablishment literario y editorial: muchos intelectuales colombianos se quejaron de que se invitara al joven a la feria del libro, aduciendo que su contenido era banal y frivolizaba el enfoque del certamen: “¿Cómo es posible que un chico que sólo dice estupideces colapse la feria y eclipse la creación literaria que se daba cita en ella?”, se preguntaban los guardianes de la ortodoxia. La diatriba se prolongó varios días en los medios convencionales, con posicionamientos a favor y en contra del joven y de su inclusión en el acontecimiento.

Germán Garmendia subió su primer vídeo a YouTube en el 2011 y hoy posee el segundo canal con más seguidores del planeta –por detrás sólo del sueco Felix Arvid Ulf Kjellberg, conocido como PewDie­Pie–, con 27 millones de suscriptores y más de 2.700 millones de visionados.

El debate detrás de la presencia de Garmendia en Bogotá es viejo como el mundo –el de lo banal frente a lo grave, la cultura contra el entretenimiento– y está condenado a desvanecerse en el momento en que alguien pretenda establecer un lindero firme entre una cosa y la otra –¿de qué lado de la frontera quedarían E. L James o Rhonda Byrne?–, pero en todo caso es mucho menos interesante que la certidumbre de que algo muy relevante ha estado ocurriendo sin que los grandes prescriptores de contenidos hubieran oído el runrún. Es perfectamente posible y hasta probable que usted nunca haya oído hablar de ninguno de estos jóvenes seguidos por legiones millonarias, a pesar de considerarse una persona informada. Y ese es el fenómeno.

“En mi pueblo, rodeado de gente joven, tengo que explicar quién soy. Vivo a menudo momentos de creer que, en un determinado contexto, a la gente al menos le sonará mi cara, y ni de coña”, ironiza Vigalondo

Y no hablamos de una anomalía derivada de YouTube y protagonizada por estos jóvenes oráculos de la diversión y la opinión, sino de algo que afecta a muchas otras parcelas de la creación cultural. Por ejemplo, y sin salir del mercado del libro, el estallido de las fan fictions se ha producido, a escala planetaria pero también española, con idéntica potencia y números millonarios. El caso más conocido es el de Anna Todd. En el 2013 comenzó a novelar sus sueños románticos con los componentes de su banda musical favorita, One Direction: la serie After nació a través de la aplicación Wattpad como un producto de y para los seguidores de la banda, pero su popularidad se disparó y alcanzó más de mil millones de lecturas en Wattpad. Hoy, suma siete títulos y se ha traducido a todo el planeta.

Pablo Álvarez, uno de los editores de Random House, especialista en esta literatura juvenil, vio la jugada y propuso a la periodista Cristina Boscá, presentadora de radio y televisión, una fan fiction similar cuyos protagonistas fueran los miembros de Gemeliers. Romanticismo adolescente, música y surf son los elementos que mezcla Bosca en Forever: se buscan princesas . Álvarez asegura que la novela, lanzada en abril, “funciona muy bien dentro del género romántico para adolescentes, con tramas muy intensas, y estamos muy orgullosos del proyecto y de las ventas”. Cuando hay firmas de ejemplares, “tenemos a más de 3.000 chicas, debemos dar número para que no haya problemas de seguridad”. Y sin embargo, para este editor, “lo más importante es que muchas lectoras dicen que es su primer libro”. Álvarez ha acudido a ver las firmas de Boscá (y los Gemeliers, que también participan) y admite que “sí, estamos haciendo negocio, claro, pero también haciendo que gente que no se planteaba leer novelas, lea un libro de 400 páginas”.

Algo parecido puede decirse del rapero David Martínez Álvarez, conocido como Rayden. Es difícil creer que en algún círculo de seguidores de José Ángel Valente, Pepe Hierro o Antonio Colinas alguien sepa quién es Rayden y, sin embargo, sus dos libros de poemas, Herido Diario y TerminAMOs y otros poemas sin terminar, son la punta de lanza del mercado de poesía español, un éxito editorial inesperado y ajeno a los canales –las capillitas– en que se mueve la poesía convencional.

Pero no es sólo un fenómeno de números millonarios, ya que estas nuevas formas estancas de celebridad, unidas a la fragmentación y fidelización de audiencias que permiten las redes sociales, provocan que se puedan generar famas y prestigios de mucha menor intensidad numérica pero igualmente estables (y rentables) moviéndose en guarismos más mundanos, pero dotados de todo el prestigio intramuros de su parcela y que operan como fenómenos de penetrante influencia cultural.

Es el caso de Reviews Fuertecitas , un producto de la periodista y guionista Isa Calderón Peces Barba. El formato, actualmente en la plataforma de vídeos Flooxer, nació en YouTube, dentro del canal Se Estrena, como una fórmula de crítica de cine desde una perspectiva de género, expresada en primera persona por una mujer que usa el humor y un cierto grado de provocación para subrayar el sesgo sexista de muchos de los estrenos más amados por públicos mayoritarios o eruditos. Desde Star Wars: el despertar de la fuerza a Frances Ha, o iconos culturales generacionales tan totémicos como Amélie o El gran Lebowski. En sólo un año, Isa Calderón se ha convertido en referencia y motivo de debate de una nutrida comunidad periodística y cultural, y en el impulso de su fama han tenido tanto peso quienes adoran lo que hace como quienes lo detestan.

“Soy un poco conocida, un poco, y la pequeña fama que tengo es porque soy una mujer que dice lo que quiere, como quiere y cuando quiere”, dice. El fenómeno hater (odiador) es un elemento sustancial en la celebridad de Calderón. “Me odian y me quieren a la par”, explica, pero “si fuera un hombre haciendo lo que hago, no habría evolucionado como lo he hecho en este año. Cada vez que hago una review, tengo seguidores que me expresan su odio. Por eso mi popularidad es por cuestión de género, lo sé perfectamente”.

No en vano, entre los insospechados debates públicos que han adquirido creciente intensidad y popularidad en las redes sociales, están el que enfrenta al escepticismo científico con las pseudociencias y la pugna feminista, muy activa en la reinterpretación de la realidad social en clave de género. “Yo tomo la misma actitud condescendiente y paternalista que adoptan los hombres, y por otra parte, los críticos de cine habitualmente no se presentan a sí mismos como un despojo humano, y yo sí que me río de mí misma”. Esta es una nota que acerca al personaje público de Isa Calderón con las nuevas formas de popularidad generadas por las redes: la inclusión, satírica o no tanto, de elementos autobiográficos en los contenidos, es decir, la combinación de opinión, análisis y exposición pública, una singularidad genuinamente contemporánea.

Otra forma de “fama dentro del cerco”, por usar su propia expresión, es la del cineasta Nacho Vigalondo, uno de los más respetados directores del fantástico español, responsable de los largometrajes Cronocrímenes (2007), Extraterrestre (2011) y Open Windows (2014), con la particularidad de tener más seguidores en redes sociales que espectadores en los cines. “Mi proceso de popularidad, en todo caso, procede de los viejos tiempos, porque fue por lograr una nominación al Oscar” con el corto 7:35 de la mañana , “que es una fama, digamos, del antiguo régimen”, recuerda Vigalondo, “pero sí que percibo que la forma en que mi popularidad modesta se modula sigue la formulación de los fenómenos extraños de fama que se dan ahora”, admite. “Vivo en un estado constante de fama/no-fama, según el contexto; y cuando digo contexto me refiero al centímetro de la calle en el que esté: puedo ser superpopular o no me conoce nadie”.

Vigalondo tiene más de 600.000 seguidores en Twitter, ha rodado su última película con Sasha Grey y Ellijah Wood como protagonistas y está a punto de estrenar Colossal , protagonizada por Anne Hataway. Y sin embargo, “en mi pueblo, rodeado de gente joven, tengo que explicar quién soy. Vivo a menudo momentos de creer que, en un determinado contexto, a la gente al menos le sonará mi cara, y ni de coña”, confiesa. Y añade, “de hecho, si tuve un momento de algo parecido a la popularidad general, fue cuando salía con cierta frecuencia en Crónicas Marcianas. Al final es la televisión el mecanismo de la fama definitiva, absoluta. Lo veo cuando salgo a tomar algo con Raúl Cimas, por ejemplo: me convierto en su guardaespaldas, porque él hace televisión”. Este influyente creador concluye, sobre su caso o el de Isa Calderón, que “hemos conseguido que en determinados cercos seamos semidioses, pero saltamos la valla y nadie sabe quiénes somos”.

Estos procesos, hijos de la era digital, afectan a esferas crecientes de la expresión cultural. Por ejemplo, al humor. Al margen de sus participaciones en la televisión catalana, Xavi Daura y Esteban Navarro son y eran ya conocidos entre la gente joven del resto de España por su canal de Youtube, Venga Monjas , sus vídeos de humor, sus cortos con el director y guionista Carlos Vermut o su webserie Da Suisa. Con más de 60.000 suscriptores, su caso es similar al del cómico Miguel Noguera, colaborador eventual de Venga Monjas, inventor de un nuevo tipo de Stand Up Comedy (comedia en vivo) llamado el Ultrashow y autor de varios libros que reúnen observaciones paradójicas de similar naturaleza a las que narra ante el público: Hervir un oso (2010), Ultraviolencia (2011), Ser madre hoy (2012) Mejor que vivir (2013), La vieja tigresa o el erotismo en la senectud (2015) y La Muerte del Piyayo (2016). Noguera lleva años llenando teatros y es muy conocido, pero “en un sector muy pequeño” y bastante estable.

“No es una resta, es una suma: existe, sigue existiendo, la fama general y, a parte, hay una red increíble de famas estancas procuradas hoy por internet”, dice. A Noguera le encanta esta situación y no ansía dar el salto: “Si me dicen que voy a seguir con el actual grado de visibilidad, el mismo público, que se mantenga fiel o que se vaya reciclando en un número más o menos estable, y me aseguran que voy a seguir así, con los libros y tal, hasta que me jubile, yo firmaba, pero ya. A mí ya me parece anómalo haber tenido este reconocimiento, y lo único que espero es que se mantenga”.

En cambio, Vigalondo, puede salir de ese ámbito debido a lo que él ha definido a menudo como el “triunfracaso”: Sus películas no acaban de funcionar, pero sale de ellas impulsado, de forma que cada nuevo proyecto es un poco mayor. Colossal puede ser ese momento diferencial. O quizá no, quizá siga viviendo en esa situación de celebridad paradójica que él describe de forma elocuente: “Soy lo bastante conocido como para que en la cola de una discoteca alguien me dé la brasa, pero no lo suficiente como para que el de la puerta me reconozca y me deje entrar”.

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