La Francia de Le Pen

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Después del Brexit y de la victoria de Trump, ¿dará Francia, que celebra elecciones presidenciales dentro de dos semanas, la próxima sorpresa con el ascenso al poder de la ultraderechista Marine Le Pen? ¿Qué hace crecer a su partido?

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Jean-Marie Le Pen, en los primeros años del partido, durante un mitin cerca de París. Thierry Orban / GETTY

En 35 años, el Frente Nacional (FN) ha pasado de ser el grupúsculo marginal de extrema derecha que obtuvo el 0,18% de los votos en 1981 al “primer partido de Francia”: 6,8 millones de votos (30%) de la segunda vuelta de las elecciones regionales del 2015, en las que fue el partido más votado en la primera vuelta en la mitad de las regiones y más de la mitad de los ayuntamientos. Entre aquella insignificancia y el actual título de primera fuerza política se recorre toda una escala de ascenso particularmente clara en los últimos años: 3,5 millones de votos en las legislativas del 2012, 4,7 millones en las europeas del 2014, 5 millones en las departamentales del 2015, 6 millones en la primera vuelta de las regionales y 6,8 millones en la segunda.

Tras el Brexit y el trumpetazo, ¿será Francia, que celebra presidenciales este 23 de abril y el 7 de mayo (primera y segunda vuelta, respectivamente) la próxima sorpresa?

Hasta el momento, dos cosas han impedido que este partido en ascenso ocupe posiciones de poder en el país, el sistema electoral proporcional que selecciona en segundas vueltas exclusivamente a los dos primeros clasificados; y la alergia y las desconfianza que una mayoría de los franceses expresa hacia el Frente Nacional, considerado por más del 50% de ellos “un peligro para la democracia”.

Rechazo mayoritario

El partido de Marine Le Pen, hija del fundador de la formación, el octogenario Jean-Marie Le Pen, se dio cuenta en el 2012 de la necesidad de superar ese rechazo mayoritario y de derribar los límites al éxito de su partido, siempre derrotado en las segundas vueltas (últimamente, gracias a insólitas coaliciones de la derecha con la izquierda contra él) pese a sus excelentes resultados. Por eso, para actuar contra esa alergia, la presidenta del partido inició una nueva política en busca del voto de los sectores más hostiles y de cierta respetabilidad.

Auspiciado por su talentoso vicepresidente Florian Philippot, un diplomado gay de la Escuela Nacional de Administración, cantera de cuadros políticos de la República, el cambio iniciado por Marine Le Pen se planteó como meta abandonar la etiqueta de “partido de la ultraderecha” en dirección a una oferta “ni de izquierda, ni de derecha”, con reivindicación del gaullismo social y búsqueda de cuadros capaces de administrar el Estado desde un posible gobierno. Una de las primeras consecuencias de este proceso llamado de “desdiabolización” del FN fue matar al padre: apartar del partido a su viejo fundador, Jean-Marie Le Pen, un exparacaidista con pedigrí de torturador en Argelia, antisemita y nostálgico del régimen del mariscal Pétain y de la “Argelia francesa” furibunda enemiga del general De Gaulle. El octogenario líder fue expulsado por su hija en agosto del 2015. El partido proclamó que “la divisoria fundamental en Francia ya no es entre izquierda y derecha, sino entre patriotas y mundialistas”.

“En los pueblos cada vez oímos más ‘estamos hartos de los viejos partidos, apostamos por Marine’”, admite el político socialista Jean Christophe Cambadélis

El pasado octubre se conoció la creación de un foro de empresarios, altos funcionarios y cuadros técnicos simpatizantes del partido, el Club des Horaces, cuya misión es elaborar informes profesionales para Marine Le Pen sobre los aspectos fundamentales de la política (Europa, finanzas, defensa, política exterior) y remediar la falta de preparación para gobernar. El número de socios de ese discreto club, cuyos miembros se reúnen una vez al mes con Marine Le Pen en diferentes restaurantes de París en condiciones casi conspirativas, se ha incrementado exponencialmente. “Ya no hay sectores que nos sean impermeables”, se jacta Nicolas Bay, secretario general del FN.

Estos preparativos para un asalto final al poder por parte del Frente Nacional son tomados en serio a izquierda y derecha del espectro político francés. “Estamos bailando sobre un volcán”, dice Jean-Christophe Cambadélis, secretario general del Partido Socialista. “En los pueblos escucho a mucha gente decir: ‘Votaremos antes a Le Pen que a un ultraliberal que quiere recortar las pensiones y los funcionarios’”. “Cuando hacemos campaña puerta a puerta cada vez oímos más: ‘Estamos hartos de los viejos partidos, apostamos por Marine’”, explica el socialista. Al frente de la región noroeste del país, el conservador Xavier Bertrand, que sólo ganó su puesto en el 2015 gracias a la suma del voto de la izquierda para prevenir una victoria de Le Pen, recuerda la misma imagen: “Nos decían: ‘No estamos por el Frente Nacional, estamos contra vosotros’”.

“Para la derecha francesa, el gran desafío es detener la hemorragia de esta transferencia de cuadros de los Republicanos (el partido conservador) hacia el Frente Nacional”, estima Edouard Husson, vicepresidente de la Universidad Paris Sciencies et Lettres (PSL). Husson se declara convencido de que en las presidenciales de abril/mayo, Le Pen “tendrá aún mejores resultados que en las regionales”. “Marine Le Pen ha trabajado mucho, ha ampliado su red, gracias a Philippot se ha hecho con un segmento del electorado de izquierdas, no creo que gane, pero si logra un 40% o 42% en la segunda vuelta, será potente”, dice este observador.

Pero todo esto es dinámica política. ¿Cuál es su contexto? ¿Qué pasa en Francia para que un partido xenófobo y ultraderechista alcance posiciones de liderazgo y determine, como lo está haciendo, gran parte del debate político nacional? Es obvio que no puede considerarse al 30% del electorado activo de Francia como “racista” o “ultraderechista”. Entonces, ¿qué ocurre?

Una larga degradación

Ante todo, dos cosas explican el fenómeno: una degradación general del clima social y político y toda una serie de deserciones, cambios y sustituciones, que han vaciado el espacio del Estado y de la soberanía nacional. No es un fenómeno francés, pero en Francia se sufre particularmente porque se consideraba un país socialmente avanzado con un Estado, un buen gobierno y unas instituciones republicanas razonablemente robustos y una ciudadanía exigente. El declive de todo eso se hace sentir particularmente, incluso si, objetivamente, la enfermedad no es más grave que en otros países, porque se parte de un mayor nivel y eso ocurre en la sociedad segu­ramente más politizada de ­Europa.

En los últimos 30 años, el sistema socioeconómico se ha hecho claramente más duro y difícil para las mayorías sociales medias y bajas francesas que prosperaron durante los treinta gloriosos, la larga época de prosperidad de posguerra en la que se afianzó el Estado social. Han aparecido nuevas divisiones sociales en el marco de la deses­tructuración social y territorial, con la desertificación de departamentos rurales o la más conocida degradación de los llamados “territorios abandonados de la República” en las periferias urbanas.

Hay un resentimiento de población que había logrado cierta respetabilidad social que hoy ve desaparecer, con el riesgo de ser etiquetada como ‘blancos pobres’ y ‘racistas’, dice el politólogo Stéphane Beaud

En Francia hay muchos lugares como la localidad normanda de Saint Vast, de 2.000 habitantes. En 1985 tenía dos cafés, dos restaurantes, una panadería, una charcutería, dos tiendas de alimentos, un taller mecánico y siete artesanos. Había también una oficina de correos y una escuela. En el 2015 no quedaba más que la escuela primaria.

“Este declive es una de las formas que adquieren el retroceso de las sociabilidades populares y la erosión de la vida colectiva en la localidad”, explica Emmanuel Pierru, sociólogo de la Universidad de Lille que ha estudiado el avance del voto frentista en el medio rural.

Los desbordamientos de los mecanismos de integración de la población inmigrante que durante décadas funcionaron bastante bien en Francia –desde el sistema educativo hasta el acceso a la vivienda y, sobre todo, el trabajo, cuya ausencia eli­mina cualquier propósito y perspectiva de ascenso e integración– complican hoy sobremanera la convivencia, dividen a los de abajo y fomentan el conflicto. La erosión de la condición asalariada conocida en los últimos 30 años, con su desempleo de masas, precarización y la inseguridad social que resultan, reactiva la amenaza de desestabilización de los estables, el peligro de recaídas en la inseguridad, en la miseria y en la asistencia pública, el llamado assistanat. En ese contexto, ha aparecido, “una mezcla de resentimiento, de agria amargura, de parte de sectores de la población que habían adquirido, conquistado, localmente, una forma de respetabilidad social que hoy ven desaparecer, con el riesgo de ser etiquetados por periodistas y sociólogos como petits blancs o ‘blancos pobres’, a quienes se imputan reflejos y comportamientos racistas”, resume el politólogo Stéphane Beaud. No puede acusarse a estos nuevos sujetos de la desa­fección que amenaza a parados y precarios, de las consecuencias de la división y la fragmentación de los de abajo, dice.

Soberanía perdida

El ascenso del FN en los últimos años se explica en ese contexto de degradación del clima social y político que afecta cada vez más a las clases medias y bajas, pero también por la creciente credibilidad de la denuncia que el partido hace de lo que llama UMPS (el correspondiente francés a lo que sería aquí PPSOE), es decir: no hay alternancia y “todos son lo mismo”. Es una denuncia que la realidad se encarga de demostrar: en las cuestiones fundamentales, las fuerzas políticas del bipartidismo institucional forman parte del mismo Partido Neoliberal Europeo. No hay diferencia de fondo entre “izquierda” (socialdemócrata) y “derecha” (liberal) ante la austeridad y los recortes.

Es más, esas calamidades vienen a menudo en el mismo paquete junto con medidas y discursos liberales asociados a los derechos de minorías y a la apertura hacia la diferencia, ley de matrimonio homosexual, actitud liberal ante los inmigrantes, etcétera. Además, los gobiernos nacionales no tienen margen de maniobra ante las directivas europeas e imposiciones de la globalización. Todo lo importante (economía, política social, política exterior) se decide fuera y al margen de la soberanía nacional, en Bruselas (en la Unión Europea), en el FMI, en Berlín, en la OMC o en la OTAN, pero desde luego no en la Asamblea Nacional francesa ni en las elecciones francesas. Así que todo eso suscita apoyos a un discurso que ponga en valor la soberanía y la identidad nacionales, los valores tradicionales, el valor del trabajo y la vigencia de los servicios públicos, según explica el politólogo Patrick Lehingue, de la Universidad de Picardía.

¿Un partido de obreros?

El Frente Nacional no es, como se dice frecuentemente, el nuevo “partido de los obreros”, ni mucho menos el relevo de quienes antes votaban al Partido Comunista francés, como también se afirma. En las últimas elecciones (regionales), “pudo pasar como el primer partido de las clases populares”, con dos tercios de sus electores incluidos en esa categoría, pero siempre que se olvide que “el 61% de los obreros franceses se abstuvieron y que un 17% ni siquiera están inscritos en los censos electorales”, explica el sociólogo Gérard Mauger, del Centro Nacional para la Investigación Científica (CNRS). “Los datos muestran que sólo uno de cada siete obreros votaron por el FN”, dice. El verdadero partido de los obreros franceses es, sin duda, la abstención.

En la Francia de hoy (según datos desde 1990 hasta el 2012), los obreros aún votan más a candidatos de la izquierda (40%) que del Frente Nacional (31%), pero es obvio que la ultraderecha ha avanzado en el medio obrero, en el que la izquierda ha perdido 20 puntos en las elecciones y la derecha 7 en un cuarto de siglo. Respecto al Partido Comunista, hay que hablar más de un relleno de vacíos dejados que de una herencia.

Se dice que el FN es el partido de los obreros, pero el 61% de estos se abstiene y otro 17% ni está en el censo electoral

El antiguo PCF tiene tan poco que ver con el FN como la Francia de los años setenta y ochenta con la de ahora. La fuerza del Partido Comunista reposaba sobre una tupida red militante, en sindicatos, municipios y asociaciones, en la que se encontraban obreros sindicalistas, pequeña burguesía del ámbito funcionarial y sociocultural, así como intelectuales, y superaba ampliamente al partido. En el FN, la red de militantes es débil, y su implantación orgánica territorial es inexistente.

Sociológicamente, en las zonas populares el ambiente FN se teje entre sectores de la pequeña burguesía comercial y artesanal y empleados de pequeñas empresas. Al mismo tiempo, es verdad que los desen­cantos políticos y las reconversiones industriales que erosionaron al PCF han dejado desiertos sociales en los que el FN puede prosperar en condiciones bien diferentes. Con todas esas salvedades y teniendo en cuenta que más de la mitad del electorado entra dentro del concepto “sectores populares”, puede decirse que el Frente Nacional “es el partido que mejor representa, o que representa menos mal, a las clases populares”, puntualiza Patrick Lehingue.

Esa preponderancia popular no impide, por otro lado, que el partido reciba también el voto de cuadros con educación superior, o el de sectores acomodados, como muestra el hecho de que un 21% de los habitantes del elegante distrito XVI de París haya votado alguna vez al FN o no descarte hacerlo en el futuro. Con el chocante título “Votar al Frente Nacional en el château”, los sociólogos parisinos Samuel Bouron y Maïa Drouard han escrito incluso un artículo que describe la opción frentista de rancios sectores acomodados, tradicionalistas, enemigos de la República y nostálgicos de las jerarquías del antiguo régimen. Le Figaro, diario conservador-burgués por excelencia en Francia, publica regularmente tribunas de autores de extrema derecha como Eric Zemmour, un partidario de la deportación de cinco millones de inmigrantes, o de Ivan Rioufol, personaje que se define “neorreaccionario”, evidenciando claros puentes y puntos de contacto de la ideología frentista con el conservadurismo más establecido y respetable.

Fragilidades

Todo este éxito, este avance aparentemente arrollador, es al mismo tiempo frágil y endeble, porque el electorado del FN es el más volátil e inestable de todos: en los años noventa, más de la mitad de sus votantes no eran constantes, sólo 2,3 millones de los casi 6 millones de franceses que en alguna ocasión votaron por el partido eran fieles y constantes, hasta el extremo de que los estudiosos del fenómeno prefieren hablar de un “conglomerado” antes que de un verdadero electorado del FN. Es un votante que no se adhiere a un programa o ideología –una vez más, es obvio que no puede considerarse al 30% del electorado activo de Francia “racista” o “ultraderechista”– sino que más bien responde a un cúmulo diverso de motivaciones y situaciones, lo que complica cualquier intento de hacer un retrato robot del votante del FN.

La impresión es que el éxito del Frente Nacional es reversible, siempre que surjan ofertas que sin renegar del cuadro republicano y democrático (libertad, igualdad y fraternidad) den respuestas convincentes a todo lo que lleva años irritando a los franceses. Mientras no sea así, la creciente hipótesis de un sobresalto tipo Brexit o un trumpetazo en Francia seguirá planteada.

Cronología del Frente nacional 

Marine Le Pen arrancó este año su campaña a las presidenciales con la premisa de “enfrentarse a los dos totalitarismos que amenazan Francia”: la globalización y el radicalismo islámico. El FN tiene muchas expectativas tras casi 50 años de recorrido.

1972. Nace el Front National pour l’Unité Française, liderado por Jean-Marie Le Pen.

1973. Se presenta a sus primeras legislativas y obtiene menos del 1% del voto nacional. Crea sus juventudes.

1974. Le Pen registra sólo un 0,8% de apoyo en sus primeras elecciones presidenciales.

1978. Queda fuera de la Asamblea Nacional con menos del 0,5% en las legislativas.

1979. No logra representación en las primeras elecciones para el Parlamento Europeo.

1981. Queda excluido de las presidenciales por falta de apoyo y obtiene el 0,2% del voto en las legislativas.

1983. Se alía, para las municipales, con dos partidos, el centroderechista Rally para la República (RPR) y el centrista Unión para la Democracia Francesa (UDF), en varias ciudades. En un distrito de París, Le Pen es elegido para el consejo local con el 11% de los votos. Empieza a interesar a los medios de comunicación.

1984. En enero, el FN aparece por primera vez en los sondeos de popularidad política: un 9% de los encuestados tiene una opinión positiva del partido. Le Pen es invitado a un programa de televisión en prime time.

1984. Primer éxito en las europeas: diez escaños en el Parlamento Europeo (más de dos millones de votos). Empieza a contactar con los otros partidos de extrema derecha europeos y se perfila como fuerza mayoritaria del nacionalismo francés.

1986. Entra en la Asamblea Nacional francesa, con el 9,8% de los votos y 35 escaños (le favorece un nuevo sistema de representación proporcional).

1988. Le Pen obtiene su mejor resultado en las presidenciales: 4,4 millones de votos (14,4%). En las legislativas, repite los resultados de 1986, pero se queda sin representación al recuperarse la antigua ley electoral.

1989. En las europeas logra su segunda mejor cuota de voto nacional hasta el momento, 11,73% del voto.

1993. 12,7% del voto en las legislativas, pero por el sistema electoral se queda sin escaños.

1995. Se convierte en el tercer partido de Francia, con el 15% del voto en las presidenciales. En las municipales, gana con mayoría absoluta en Toulon, Marignane y Orange.

1997. 15,3% del voto en las legislativas y un escaño, posteriormente invalidado. Bruno Mégret se desmarca como posible futuro líder.

1999. Escisión: Mégret y sus seguidores abandonan el FN y fundan el Movimiento Republicano Nacional (MNR). Le Pen los denuncia como “extremistas” y “racistas”.

1999. En las europeas, obtiene sus peores resultados desde 1984 (5,7%, y el MNR, el 3,3%).

2002. Vence inesperadamente al candidato socialista en las presidenciales y llega a la segunda vuelta. Pierde ante el candidato y presidente Chirac.

2007. Le Pen es cuarto en las presidenciales (11% del voto). No logra escaños en las legislativas y registra su peor resultado desde el 1981, con un 4,2% del voto.

2008. El partido despide a 20 empleados por problemas económicos y endeudamiento. Le Pen anuncia que dejará el partido en el 2010.

2010. Resurge en la escena política obteniendo cerca del 12% del voto y 118 escaños en las elecciones regionales.

2011. Jean-Marie Le Pen dimite como líder, pero mantiene la presidencia de honor. Marine Le Pen toma el relevo y empieza una campaña de desdemonización.

2012. Le Pen es tercera en la primera vuelta de las presidenciales con un 17,9% del voto, el mejor resultado de la historia del partido. En las legislativas, obtiene el 11,3% y dos diputados. No estaba en la Asamblea desde 1997.

2014. Primer partido francés en las europeas, con el 25% de los votos y 24 escaños. Y gana en 12 ayuntamientos.

2015. En enero ocurre el atentado contra Charlie Hebdo. En mayo, Jean-Marie Le Pen es suspendido de militancia por comentarios filonazis. En diciembre (en noviembre hubo los atentados terroristas) el FN se afianza como primer partido en Francia en las regionales (28% del voto). Vence en seis de 13 regiones y logra 356 escaños. 

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Marine Le Pen da un discurso en Frejus (sur de Francia) el pasado septiembre. FRANCK PENNANT /GETTY

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Desfile del Orgullo Gay en el 2013 en París. MARTIN BUREAU / GETTY

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Manifestación en favor de la familia tradicional, en el 2014. El FN cataliza el malestar del sector social más conservador al reconocimiento de los derechos de gais y lesbianas. ERIC FEFERBERG / GETTY

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Una patrulla policial en el 2009 en una barriada de Firminy, tras unos enfrentamientos de jóvenes y fuerzas de seguridad. FRED DUFOUR / GETTY

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El signo de identidad de la capital francesa, la torre Eiffel, en enero. LUDOVIC MARIN / GETTY

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