Gigantes en el desierto

Naturaleza

En el noroeste de Namibia, cerca del desierto más antiguo del planeta, se puede encontrar una de las escasas poblaciones de elefantes del desierto. La supervivencia es aún más difícil para estos paquidermos que para los de la sabana, pues deben migrar centenares de kilómetros y hasta excavar el suelo en busca de agua. Y, por si la naturaleza no fuera lo bastante hostil, está la amenaza de la caza.

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Los pies de los elefantes del desierto son más grandes por caminar largas distancias sobre la roca y la arena, lo que hace que sufran muchas heridas en las almohadillas de las patas y en las uñas. Estas heridas, muy frecuentes, pueden llegar a causar la muerte de las crías y los ejemplares pequeños.

Amanece. Se escucha un leopardo rugir y, en pocos minutos antes de que haya salido el sol, unos babuinos empiezan a correr desesperados de un lado del río al otro. Tensa espera. El leopardo no aparece. Pero los babuinos no volverán a dejarse ver durante un buen rato. El río que han cruzado estos monos está seco. Lleva muchos meses así. De hecho, hay años en que no llega a fluir ni una gota de agua.

En esta región desértica del noroeste de Namibia, en torno a los ríos Hoarusib, Ganamub, Hoanib y Jumib, se dan épocas de sequía extrema. Desde una de las cumbres de los alrededores, se divisa un desierto pedregoso. Unos pocos árboles siguen la línea del río invisible, el lecho de arena y polvo. Este desierto, una prolongación del Namib, es uno de los más antiguos de la Tierra.

El leopardo sigue sin dar señales de vida. Pero, aunque a primera vista parezca imposible, en este desierto hay otros animales que luchan por salir adelante: leones, hienas, gacelas saltarinas, órices, avestruces e incluso jirafas que arrancan los pocos brotes tiernos de los escasos árboles y se pasean hundiendo sus piernas larguiruchas en las dunas de arena.

Ya son muchas noches acampando bajo las estrellas, junto al fuego. Existen lugares extremos y, luego, está el desierto del Namib. Hay costas peligrosas y, luego, la costa de los Esqueletos. Esta es una zona salvaje de verdad. Inhóspita. Con pistas de arenas profundas, caminos pedregosos, rocas puntiagudas, enormes dunas, ríos sin agua y estrechas gargantas. Desde donde se pueden observar escenas como la de los babuinos, se contempla un paisaje extremo y contrastado, donde confluyen el azul del Atlántico y el rojo de la arena que llega hasta la costa de los Esqueletos. Aquí, pueden pasar muchos, muchos días sin ver a nadie que ande sobre dos patas o se desplace sobre ruedas.

Pero la visita a este lugar es para buscar a un animal determinado: el elefante del desierto. Quedan tan sólo unos 150 ejemplares junto a la costa de los Esqueletos. Aquí viven en condiciones extremas, sin agua después de las sequías de los últimos años, y en un terreno áspero y con escasa vegetación. Namibia ignora por completo a estos elefantes, que han vivido adaptados al desierto durante milenios y que presentan unas características únicas. Así, recorren cientos de kilómetros en busca de agua subterránea y comen de los árboles en los cauces secos de los ríos. Esta población de elefantes está en seria disminución como consecuencia de dicha sequía y de la persecución y la caza ilegal.

El objetivo era observar una manada de estos elefantes en unos paisajes rodeados de dunas y montañas rocosas; quedarse maravillado al verlos mientras, al mismo tiempo, se intuye su futuro incierto en sus cuerpos delgados, su piel arrugada y sus colores grises y blanquecinos.

Los elefantes del desierto más viejos podrían superar el medio siglo de vida; las manadas son matriarcales: conduce el grupo la hembra de mayor edad, con mayor conocimiento de las rutas de migración o de dónde hallar alimentos y agua

Estos elefantes del desierto en la región de Kunene de Namibia son una población distintiva, acostumbrada a la vida en un entorno extremadamente árido. Y tan sólo hay otra población de elefantes del desierto en el mundo: se encuentra en el Sahara, en Mali, y reúne unos 400 animales, también muy amenazados.

La adaptación a un ecosistema tan duro ha creado un buen número de diferencias físicas y también de comportamiento con el conocido elefante de la sabana africana. Hasta hace poco, el elefante del desierto se consideraba una subespecie del otro, pero los estudios genéticos recientes lo ponen en duda. Aun así, las diferencias son evidentes: los elefantes del desierto son tan grandes como los de la sabana –los machos pueden llegar a alcanzar los cuatro metros de altura–, pero sus cuerpos son menos orondos debido a una alimentación más pobre en cantidad y nutrientes. Sin embargo, a pesar de todo, pueden superar las seis toneladas de peso.

Una de las singularidades que presentan los elefantes del desierto es esa migración estacional de larga distancia en busca de lugares con agua y comida. Para ello, han desarrollado unas patas más grandes que sus parientes de la sabana, que les permitan cubrir largos trayectos por rocas y arena. No obstante, esto no les salvaguarda de sufrir numerosas heridas en las plantas de los pies y en las uñas, lo cual se convierte en la primera causa de muerte de muchas crías y de ejemplares jóvenes.

Otra peculiaridad de su comportamiento es la manera en que obtienen agua en muchas ocasiones: excavan pozos en la tierra para acceder al preciado líquido. Los elefantes prefieren beber a diario, pero en el desierto puede pasar varios días sin agua si es necesario. Los machos, cuando tienen la oportunidad, pueden beber más de 150 litros por día.

Para conseguir comida también deben usar diversas estrategias, como estirar su cuerpo al máximo apoyados en las patas traseras, casi adoptando poses de bailarina, y poder así alcanzar los brotes más verdes de unos árboles que parece que hayan podado hasta los cinco metros de altura. Pero ante la escasez de verde y cuando no pueden conseguir los brotes de las acacias y los mopanes, los elefantes del desierto no hacen un feo a casi ningún tipo de producto vegetal: pasto, hierbas variadas, arbustos, hojas, cortezas, semillas y frutos.

Los colmillos (que, en realidad, son incisivos) son dientes especializados que siguen creciendo durante toda la vida de un elefante. Se calcula que los elefantes más viejos que viven en el desierto de Namibia superan el medio siglo de vida. Pero en la población del Hoarusib y Hoanib hay muchas hembras que no tienen colmillos. Esa carencia de colmillos en las hembras es un rasgo hereditario dentro del mismo grupo familiar. Las manadas de elefantes son grupos matriarcales: la hembra de mayor edad es quien conduce a la familia (hermanas, hijas… y a las crías de estas). A veces, distintos grupos familiares comparten el mismo hábitat estacional sin llegar a relacionarse. Siendo la más veterana, la matriarca tiene la memoria más larga y el conocimiento de las fuentes de agua, los alimentos de temporada y las rutas de migración para ayudar a su familia a sobrevivir.

Fue en este lugar, cerca del río Kunene, donde mataron hace poco a Terrace, el famoso león del desierto. Era un león macho de gran tamaño que se había convertido en un verdadero mito en estas tierras. Tenía unos ocho años y se movía por el territorio de los himba, una tribu del desierto que últimamente ha alcanzado cierta notoriedad en el mundo occidental. Terrace había cruzado a nado el río Kunene, frontera física entre Namibia y Angola, y, dependiendo de si era o no la época de celo, se trasladaba en solitario o acompañado de las hembras de su manada.

Para poder investigar sus movimientos y por lo valioso que es un ejemplar de león en este territorio donde hay menos de cien de estos felinos (en una área enorme), fue marcado con un collar con señal vía satélite. Primero se encontró el collar de Terrace, que había sido quemado tras haber dado muerte al león. Más tarde, se encontró el cuerpo del felino. Es posible que lo mataran por haber protagonizado algún ataque al ganado o simplemente como consecuencia del rechazo ancestral que hay en la zona hacia los depredadores. Aunque la razón también podría ser la misma por la que se mata a los elefantes: el trofeo de caza.

Las autoridades favorecen la caza de trofeos y mantienen además una política de no valorar la especificidad de estos elefantes del desierto; según los conservacionistas, quedan menos ejemplares de los que se dice

Así, como pudo ocurrir con Terrace, la muerte ejecutada por cazadores furtivos también afecta muy gravemente a los elefantes, ya sea por la codicia de conseguir su marfil o por otros motivos. Sólo entre el 2013 y este año se han encontrado muertos 26 elefantes en esta área. De estos, más de una tercera parte habían sido abatidos a tiros, en principio, por diferentes causas.

El conflicto entre los hombres y los elefantes es, sin ninguna duda, la mayor amenaza para esta población de paquidermos. Y a esta se suman las políticas y la caza directa.

Porque, según el Gobierno de Namibia, quedan 300 ejemplares de elefante del desierto. Pero fuentes conservacionistas como The Conservation Action Trust aseguran que probablemente hay menos de 100 elefantes vivos, entre los cuales se cuentan pocos elefantes adultos reproductivos (han contado 18 ejemplares). En este sentido, lo más grave es que la mayoría de los 26 elefantes muertos en los últimos años eran hembras en edad reproductiva, por lo cual la capacidad de crecimiento de la población de elefantes de esta zona se ha reducido drásticamente.

Namibia está potenciando cada vez más la caza de trofeos por los ingresos que supone para el país. Y ha decidido no dar importancia a esta población única de paquidermos no diferenciándola del resto de los paquidermos de la sabana del país. Por ello, las autoridades están dando permisos de caza a cambio de favores políticos en estas regiones, que se suman al interés económico de los trofeos de caza. Esta situación puede acabar en muy poco tiempo con unos elefantes que llevan milenios viviendo adaptados a este lugar único.

Otra de las amenazas principales en esta zona son las persecuciones y las molestias ocasionadas por las motocicletas, sobre todo en el Hoanib. Las mismas razones por las que no se permite la circulación de motos en la mayoría de los parques nacionales africanos deberían ser válidas aquí, pero no se aplican. Poner en riesgo una población tan escasa y sensible como la de estos elefantes con motos circulando fuera de pista y a grandes velocidades es un riesgo muy importante, tanto para los elefantes adultos que se vuelven agresivos como por el estrés que ocasionan a las hembras y a las crías.

Y así, entre amenazas, sobreviven estos paquidermos. Cuando llega la noche, un elefante aparece por fin. Ya cuando la oscuridad nocturna apenas permite ver nada. Los elefantes del desierto son especialmente activos durante las horas nocturnas, con lo que evitan el calor diurno y la deshidratación que provoca el moverse por el desierto. Como suelen hacer, el enorme animal alarga su trompa y busca en el árbol esas hojas verdes que necesita para sobrevivir. Serán miles y miles de hojas hasta poder llegar a los doscientos kilos de materia vegetal que puede comer un elefante cada día.

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LA VUELTA AL MUNDO EN 7 ANIMALES

El lobo ibérico (1), el bisonte americano (2), el puma (3), el pingüino papúa (4), el cocodrilo de agua salada (5), el cálao bicorne (6) y el elefante africano (7).

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El proyecto 'En busca de lo salvaje' (Looking for the Wild), que realiza el fotógrafo Andoni Canela junto con su familia, es un recorrido por el mundo en busca de los animales más representativos de cada continente, para reflejar el estado de la naturaleza más salvaje, las amenazas que sufre y los esfuerzos para conservarla.

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Un elefante camina por el lecho seco del río Hoarusib

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Una jirafa joven sube por una duna de arena. Abajo, tres órices del Cabo (también llamados oryx) en el paisaje desértico del Hoanib

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Tres órices del Cabo (también llamados oryx) en el paisaje desértico del Hoanib

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Los elefantes del desierto son tan grandes como los de la sabana, pero más delgados –aunque siguen pesando toneladas– por una alimentación más escasa y menos nutritiva. Una singularidad es su migración de largas distancias en busca de lugares con agua o de comida

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