Gregoriano para descreídos

Cultura

Los cimientos de la música occidental se hunden en esta forma de oración cantada que aún retumba entre los muros de varios monasterios, casi todos con hospederías abiertas. Un reportaje fotográfico realizado durante más de 10 años los recorre.

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Monjas del monasterio de la Natividad

Un disco de oro y dos dobles de platino que con el tiempo se multiplicarían hasta lo indecible. Han pasado 25 años desde que el abad de Santo Domingo de Silos empezara a recoger los laureles de las grabaciones remasterizadas que lanzaron a este monasterio burgalés al olimpo de los superventas. Desde Estados Unidos hasta Nueva Zelanda, el álbum Chant de su coro de frailes vendió millones de copias, convirtiendo el gregoriano en un fenómeno planetario.

Pasados cinco lustros del milagro, esta forma de plegaria, cantada en latín y originariamente a cappella, sigue sin embargo barrida de las iglesias. Será más fácil estremecerse con sus ecos medievales en alguna discoteca a punto de echar el cierre o, sin enlatar, en teatros y festivales, donde conjuntos casi siempre seglares le han aportado un nuevo brío a este soplo de emoción contenida que desde al menos el siglo VII es el canto de la iglesia latina.

Y es que muy pocas órdenes religiosas han preservado este también llamado canto llano, del que deriva toda la música de Occidente y cuyas raíces beben de las melodías de las sinagogas y las primeras comunidades cristianas. En sus voces, dentro de un monasterio, la espiritualidad del gregoriano cobra todo el sentido. Puro alimento para el alma hasta para un ateo recalcitrante.

En Silos, como parte del consabido ora et labora de los bebenedictinos, una treintena de monjes se entrega a él de Vigilias a Completas, de lunes a domingo, ante cualquier creyente o descreído que se escape hasta allí para contagiarse de la serenidad que transmiten sus voces a una.

Dijo San Agustín que “el que canta ora dos veces”, aunque a saber qué pensaría de que hoy muchos oyentes de gregoriano no hayan vuelto a rezar desde la primera comunión. Ni siquiera están obligados a hacerlo quienes buscan unos días de retiro en la hospedería de esta abadía cercada por una garganta de sierras que ya predispone al sosiego. Porque nadie le pregunta por su fe al que se atreve a compartir el día a día de sus monjes entre los muros de este señor monumento, donde las jornadas se entreveran de horas de lectura y silencio, de recogimiento en la desprovista celda que hace las veces de habitación o de paseos por el huerto que cultivan y su emocionante claustro románico. El móvil, por supuesto, aparcado, y con él, de paso, el resto del mundo.

Hace 25 años, este viejo canto se volvió planetario tras sacar el monasterio de Silos sus grabaciones remasterizadas

Aceptan, eso sí, solo hombres en la hospedería de Silos, a diferencia de la ya mixta que, sin salir de Burgos, atienden en Palacios de Benaver las monjas de San Salvador. También estas benedictinas interpretan ocasionalmente alguna pieza en canto llano, aunque cada vez menos debido a su edad y por eso de que, al faltar vocaciones, faltan a su vez voces.

Algo parecido ocurre con las de Santa María Magdalena en el pueblito navarro de Alzuza y las de San Pelayo en Santiago o, en León, las cistercienses de Santa María la Real de Gradefes. Sí mantienen de forma regular la tradición las Huelgas de Burgos o, sobre todo, las cariñosamente conocidas como las Pelayas. Las monjas de este monasterio de Oviedo sacaron hace unos meses su séptimo CD, Cítara y Lira, el único instrumental de su trayectoria en gregoriano. Amén de ganarse el pan con la hospedería igualmente mixta que regentan pared con pared con la catedral, en la tienda del cenobio, junto a las galletas y pastas que hornean en el obrador, despachan también sus discos. Aunque ni el mejor equipo permitirá vibrar con la dulzura de sus voces como escuchándolas en vivo en su iglesia del siglo XVI.

Mucho más antigua, a caballo entre el prerrománico y el gótico, es la del monasterio navarro de Leyre, donde en todos los oficios salvo el de Maitines resuena algo de gregoriano, e incluso los de Laudes y Vísperas se cantan íntegramente en él. Con la desamortización de Mendizábal de 1836, también sus monjes fueron obligados a abandonar este conjunto medieval a la vera del precioso valle del Roncal y el pantano de Yesa. Tras regresar en la década de los cincuenta del siglo XX, hoy apenas 21 viven en este remanso de regentar una hospedería dentro de la clausura, abierta solo a varones, así como otra exterior que recibe incluso a niños.

Al abrigo de la madrileña sierra de Guadarrama, alberga a su vez a hombres y mujeres la hospedería de Santa María de El Paular, donde algunas misas se acompañan de canto llano. Muy cerca, en la abadía de la Santa Cruz del hoy en boca de todos Valle de los Caídos, los benedictinos se alternan en el coro con el medio centenar de chavales de su escolanía, que presume de ser la única que canta a diario en gregoriano.

Son imprescindibles las grabaciones de la Escolanía deMontserrat, uno de los coros de niños más antiguos de Europa. Mejor aún es escucharlos en cualquiera de sus giras por medio mundo o, en gregoriano, cada tarde durante la liturgia de Vísperas en la basílica de este monasterio, escondido en la montaña sagrada de Catalunya. Allí, tan arriba, arrastrado por sus voces blancas a medio camino entre el recitar y el cantar, hasta el menos pensado llega a tocar el cielo.

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Trabajo con pincel en el monasterio de la Natividad

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Momento de trabajo en Palacio de Benaver

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Momento de reflexión en Palacio Leyre

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Monje trabajando en el monasterio de Santo Domingo de Silos

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Un monje en Monserrat, monasterio que acoge una histórica escolanía

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El monasterio de Silos, cuyos monjes convirtieron en superventas el canto gregoriano.

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Monjas del monasterio de la Natividad, en Madrid

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Una cisterciense en Santa María la Real de Gradefes (León)

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Niños cantores en la abadía que hay en el Valle de los Caídos

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