El hombre del futuro

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¿Cómo serán los hombres adultos dentro de veinte años? ¿Qué rasgos apuntan los jóvenes de hoy? Los avances de la mujer hacen que se hable de feminización del mundo, pero el hombre también está llamado a evolucionar, aunque le cueste.

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Vamos camino de una nueva masculinidad, como afirman muchos? ¿Cómo será ese hombre del futuro? Los rasgos que hoy se adivinan en adolescentes y adultos jóvenes apuntan a un hombre adulto dentro de unas décadas muy distinto del actual. Menos contenido emocionalmente, pero quizá también más débil; que tendrá que afrontar de una vez la igualdad con la mujer en todos los ámbitos; que será menos egocéntrico en el sexo y con menos prejuicios respecto a la homosexualidad.

A los chicos les faltan referentes de masculinidad alternativa para su edad adulta, opinan algunos expertos; los que tienen aún son tradicionales, deben construirse otros nuevos

Google responde a la pregunta de qué es la nueva masculinidad actualmente: la representan hombres cocinando con camisa blanca mientras hablan por teléfono y papás con aspecto hipster besando al bebé al que cargan en su pecho. Otras nuevas masculinidades están encarnadas por padres que juegan, visten o cambian los pañales a su prole. También hay hombres con barbas de colores, con falda y con las cejas maravillosamente delineadas.

En la versión anglosajona de Google la new masculinity se plasma asimismo en imágenes de padres abrazando a hijos o llevándolos en portabebés y de hombres disfrutando de tratamientos de belleza. Las representaciones casan bien con el concepto generalizado de hacia dónde se encaminan los hombres en este siglo: a ser papás cool que cocinan, juegan con sus hijos y se cuidan más el físico.

Sólo tres de las principales imágenes de ambos listados de Google son algo diferentes. Una corresponde a un hombre fregando platos. En las otras aparecen dos jóvenes manifestándose por la igualdad de sexos y Barack Obama secándose una lágrima. Esta imagen ilustra un artículo que reivindica que la empatía “sea lo que defina la nueva masculinidad”.

Desde hace décadas la mujer reclama los mismos derechos y posibilidades que los hombres. Unas reivindicaciones que han avanzado hasta el punto de que hoy se habla de la feminización del mundo; por lo menos, en los países más desarrollados. Este fenómeno, aupado por una legislación específica y por movimientos tan contundentes como el #MeToo, está incidiendo en el patriarcado. El hombre está recibiendo el mensaje de que la masculinidad tradicional está obsoleta y tiene que cambiar, aunque no quiera. Especialmente, los jóvenes, que son los que tendrán que tomar el relevo. Sin embargo, las alternativas que se les proponen para este cambio no están demasiado claras.

Y es ahí, como señala el educador Antonio Martínez Cáceres, donde radica el problema. “Nos encontramos en una especie de etapa de transición entre un modelo masculino que si bien se encuentra cuestionado a escala institucional y por algunos sectores de la sociedad, sigue siendo el vigente, asumido por una gran parte de varones cuya motivación o recursos para el cambio son escasos”, escribe en el estudio Prevenir la violencia cambiando la forma de ser hombre entre los jóvenes, del Programa de Hombres por la Igualdad del Ayuntamiento de Jerez.

Las futuras generaciones deberán hacer más real la igualdad en el hogar, pues hasta ahora el hombre ha elegido roles como cocinar pero no limpiar, o cuidar a los hijos pero no a los ancianos

Para Martínez Cáceres, la paradoja actual es que, aunque la masculinidad tradicional está abocada al fracaso, los jóvenes se encuentran con que el modelo hacia el que transitar no está del todo definido. “No hay ninguna alternativa clara que seguir”, resume, por lo que a la mayoría de los jóvenes sólo les queda “continuar andando en la misma dirección a sabiendas de que el camino lleva a un callejón sin salida”.

“Yo trabajo mucho en institutos y con mis alumnos de la facultad y lo que detecto es que los chicos están absolutamente desubicados. Mientras que las chicas lo tienen muy claro, saben qué es ser feminista y lo reivindican, ellos están perdidos. No tienen modelos”, corrobora Octavio Salazar, catedrático de Derecho Constitucional en la Universidad de Córdoba.

Salazar, autor del ensayo El hombre que no deberíamos ser (Planeta), considera primordial establecer un nuevo contrato social entre hombres y mujeres en el que participen, obviamente, los más jóvenes. Pero para ello es necesario que haya referentes sólidos de una nueva masculinidad que, de momento, explica, brillan por su ausencia. “Es un tema muy importante, porque los referentes que tenemos son muy tradicionales: como el fútbol, que es una de las mayores escuelas de desigualdad que existen. O los cantantes de moda, con sus letras machistas. O la pornografía. No hay modelos alternativos de hombres exitosos, felices, con relaciones fantásticas con mujeres de modo igualitario”, lamenta. “Las jóvenes tienen muchos referentes, pero ellos, no. Se tendría que trabajar mucho en este sentido”, añade.

Pero ¿los jóvenes no están viendo ya nuevos modelos? Como esos padres que cocinan o empujan cochecitos en los parques... Vicent Borràs, profesor del departamento de Sociología de la Universitat Autònoma de Barcelona, coincide con que hay datos que demuestran que los hombres “se están apuntando a un modelo de paternidad diferente al que tenían en sus familias de origen: es decir, participan más en las actividades de los hijos que sus padres”. Pero eso, matiza, no implica exactamente un reparto igualitario de las tareas domésticas.

“Lo que nos dicen los datos es que ellos han aumentado el trabajo doméstico en este ámbito, sí, pero ellas… ¡también!”. Ellas, en definitiva, siguen trabajando más que ellos. En parte, detalla Borràs, porque la crianza se ha complicado. “Hoy hay pocos hijos y muy deseados. Son los emperadores y requieren un trabajo excepcional, que es socialmente deseado”, dice.

Además, tanto Salazar como Borràs coinciden en que la participación en el hogar tiende a ser “selectiva”. Los hombres escogen los roles más atractivos: cocinar frente a lavar los platos, o pasear al niño frente a cuidar del anciano. Así, dentro del mundo de los cuidados, el hombre entra, pero casi exclusivamente en el de los hijos. “Porque en lo que se refiere a la gente mayor: ¡ni acercarse! Esos son cuidados femeninos y punto”, dice el sociólogo. “En resumen, me apunto a lo bueno –dice–: a los niños, que está de moda, a cocinar guay y a comprar en el rincón del gourmet”.

El cuidado del cuerpo es el elemento en que los hombres ya han cambiado más y sin complejos, pero cabe esperar una evolución futura más allá de lo físico, en lo emocional

Un reparto que, subraya Salazar, no implica la transformación idónea: “Lo que queremos son más hombres capaces de pedir una excedencia para ocuparse de sus hijos porque hoy son las mujeres (en un 90%), las que lo hacen. Eso sería un modelo. Si no, se corre el riesgo de quedarse con lo superficial”.

Otra causa de la actual confusión entre los jóvenes es el ocaso del padre autoritario. Una figura que, como describe el psicoanalista Massimo Recalcati, ha sido “esencial de la cultura contemporánea, tanto en su sentido simbólico (el padre como encarnación de la ley) como en la configuración de las relaciones familiares”. Pero las cosas han cambiado. En el ensayo El complejo de Telémaco (Anagrama), Recalcati explica que el padre actual ha rechazado el modelo que vio en su padre y tiende a representar un rol amistoso y cómplice, convirtiéndose a menudo en colega, que no padre, de sus hijos.

Esta transformación, en paralelo a la entronización del niño, también conlleva un peaje. “Creo que los padres actuales están sobreprotegiendo en exceso a los niños y, en consecuencia, están debilitando a los hombres del futuro”, afirma el psicólogo Juan Gonzalo Castilla Rilo. Un hombre del futuro que, matiza, “no ha de ser duro y sin emociones, pero sí con una capacidad para tolerar la frustración y el fracaso, aspectos que hoy se descuidan en la educación y no sólo de los chicos”.

Los jóvenes también llevan tiempo asistiendo a una pérdida de poder masculino en el ámbito laboral. Algo que para muchos de sus mayores, acostumbrados a dominar, es difícil de llevar. “Algunos hombres hablaban de ‘traer el sobre’ como indicativo de su condición de proveedores principales y muchas veces únicos. Eso les daba un lugar y un estatus de mando, al menos imaginario”, explica el psicoanalista José Ramón Ubieto. Pero tsunamis como la reciente crisis económica han provocado “que el hombre haya perdido su condición de ‘varón cabeza de la mujer’ (que es un dicho bíblico)”, indica. Para algunos, continúa Ubieto, “tener que aceptar ser el brazo o el pie es una castración insoportable”.

Psicólogos y sociólogos creen que el hombre se resistirá a abandonar el rol dominante y sus beneficios, aunque ya ha perdido poder en el mundo laboral por la precarización

Esta pérdida de estatus en el mundo laboral es más causal que voluntaria. Lo ratifica Borràs, que opina que el mundo se ha feminizado, sí, “pero en el mercado de trabajo, que hoy es precario, con bajos salarios y trayectorias discontinuas, algo que las mujeres han tenido siempre. Lo que pasa es que ahora lo sufren los hombres”.

Con datos en la mano, Borràs detecta que el hombre no tiene mucha prisa por cambiar del modelo patriarcal a uno igualitario. Para él, la masculinidad hegemónica, “la que sigue el modelo clásico del señor con poder, con autoridad, que manda fuera y dentro de casa”, todavía tiene mucho recorrido. Los estudios indican que los hombres que cuestionan esta hegemonía “son estadísticamente muy minoritarios, por lo que los cambios no son tan significativos como se cree”, afirma.

De hecho, la nueva masculinidad más exitosa no se ha creado en torno el reparto equitativo de las tareas domésticas o la aceptación de la mujer como un ser con los mismos derechos. La más clara se ha creado en torno al cuidado del cuerpo, con modelos como David Beckham o Cristiano Ronaldo. “Sí, el cuerpo es la estrella para todos, sin distinción de edades o sexos”, ratifica Ubieto, para quien, en una época en la que los ideales parecen retroceder, el culto al cuerpo es la principal sede de la satisfacción. “Gozar con los objetos como consumidor (comida, gadgets, ropa) o tunear el cuerpo (tatuajes, musculación) es una sustitución de otras satisfacciones. Hacerse un cuerpo es un modelo de masculinidad, una forma de hacer al hombre”, resume. En este ámbito hay pocas reticencias. Sin complejos, los hombres, especialmente los jóvenes, se depilan piernas y cejas y aspiran a conseguir la tableta y el bronceado perfectos.

De todos modos, apunta la psicóloga Seila Bustos Herrera, se trata de un cambio menor: “No dudo que la cosmética masculina esté un auge y me parece muy sano que se cuiden, pero un modelo de masculinidad basado nuevamente en otra fachada sería más de lo mismo”. Esta terapeuta aboga por profundizar en las emociones y desterrar un modelo como el del macho ibérico que, asegura, está definitivamente en crisis. “Lo que para muchos supone un enorme alivio –afirma–. He visto a pacientes cansados de tener que mantener una imagen, tensionados crónicamente por reprimir sus emociones, hartos de tener que demostrar lo que no son. ¡Cómo descansan cuando se dan el permiso de que todo eso salga!”.

Las emociones están en auge. Se enseñan hasta en los colegios, por lo que no sería osado aventurar que expresarlas se esté convirtiendo también en una característica masculina. Sin embargo, como explica Bustos, es un tema que cuesta “porque a los hombres se les ha educado en que tienen que ser fuertes, poderosos e independientes. Por lo tanto, implícitamente se les ha negado la posibilidad de ser sensibles, tiernos, humanos y vulnerables”. Estos últimos son rasgos supuestamente femeninos que, como tantos otros, el hombre ha contrapuesto sistemáticamente a los suyos, en lo que Bustos define como “una insana lucha de poder que ya sabemos a dónde nos lleva”.

Las dificultades para que la masculinidad se reinvente también radican en el peso del poder que, como señala Castilla Rilo, es algo que el hombre no va a soltar con facilidad, “porque perder el poder, el control, la superioridad y los beneficios es algo que cuesta digerir”.

Vicent Borràs coincide en que el patrón masculino es tan fuerte que arrastra incluso a las mujeres: “Yo lo que veo es que los hijos, en general, van a reproducir una masculinidad increíble, porque el entorno es muy potente. Los modelos tradicionales, de centralidad en el trabajo, de la construcción de la masculinidad a través de lo físico, de la imposición de los liderazgos, etcétera, siguen reproduciéndose, incluso entre las mujeres. Y no veo que en las esferas tradicionalmente femeninas entren muchos hombres”.

Pero el modelo de masculinidad está en crisis, precisa un cambio, así que hay que ponerse manos a la obra. En El hombre que no deberíamos ser, Octavio Salazar propone varias acciones, entre las que destaca tres. “Tomar conciencia –aconseja– de que los hombres estamos en una posición privilegiada y, después, ser capaces de ir renunciando a ella; son muchos los espacios y las actitudes en los que tenemos que dar un paso hacia atrás”. Sin olvidar “escuchar a las mujeres”, algo que él dice llevar haciendo toda su vida. Es recíproco. “Cuando he presentado el libro, el público ha sido mayoritariamente femenino, pero a la hora de firmar, me pedían que se lo dedicara a su esposo, su novio o su hijo”, dice. Eran ellas las que escuchaban, pero para ellos. Son las mensajeras.

Los rasgos

A partir de cómo son los más jóvenes de hoy y las tendencias que muestra la sociedad, los expertos auguran que el hombre del futuro será:

Más emocional

Las emociones dejan de considerarse femeninas. Ante el alivio de muchos, ellos también pueden expresarlas sin complejos. No sólo echarán lágrimas porque ha ganado su equipo o por cuestiones de trabajo.

Con más referentes

Existe consenso en que hoy hay una indefinición sobre hacia qué modelos debe dirigirse el nuevo hombre. Esta falta de roles que seguir y en los que se pueda confiar (que abundan entre las mujeres) debería estar solventada.

Más colaborador

El hombre del futuro ayudará más en el hogar. En parte, porque no tendrá más remedio: las estadísticas indican que las mujeres jóvenes dedican cada vez menos tiempo a tareas domésticas.

Más débil

Los niños son criados con altos índices de sobreprotección, lo que está produciendo jóvenes más vulnerables que se convertirán en adultos más débiles. Queda por ver si ellos criarán a sus hijos de esta forma o revertirán el modelo actual.

Menos poderoso

El cuestionamiento del patriarcado, apoyado a escala institucional, implica que el hombre va a dejar de tener un rol omnipresente en la vida pública y privada. Gestionar esa pérdida de poder, dar pasos atrás, es una de las tareas clave.

Menos autoritario en casa

El ocaso del padre padrone ya es una realidad. Pero como la fórmula padre colega no acaba de funcionar, el camino será recuperar la autoridad, que no el autoritarismo.

Más coqueto

El cuidado del cuerpo es un fenómeno imparable que ya no avergüenza. En parte, por ser un negocio inmenso, acorde a unos tiempos muy narcisistas, y sencillamente, porque hace sentir bien.

Menos homófobo

La homosexualidad está cada vez más aceptada, especialmente entre los jóvenes. En países avanzados ya no supone el estigma familiar y social que suponía, aunque todavía queda mucho por hacer.

Menos egocéntrico en el sexo

Cada vez son más las mujeres que viven su sexualidad de forma más consciente. Los roles pasivos se han transformado, y la exigencia íntima se habrá elevado. El hombre deberá responder a estos cambios.

Más humilde

El empoderamiento de la mujer seguirá siendo el mayor cambio social, y el hombre tendrá que aceptarlo o, al menos, adaptarse. Quizás la clave será entender que en la igualdad se ganará libertad y bienestar, a costa de una jerarquía ya obsoleta.

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