Hotel, refugio y futuro

mundo

Irak, Siria, Nigeria, Kurdistán... dos tercios de la plantilla del hotel Magdas de Viena son refugiados que han huido de la guerra y la pobreza y que, gracias a un nuevo modelo de economía social, pueden labrarse un porvenir.

Horizontal

Algunos miembros del equipo de Magdas, Ziad (Siria), Mariana (Níger), Fatty (Gambia) y Caroline (Congo). Foto: Peter Bárci

En la ciudad de palacios exquisitos y jardines exuberantes también hay edificios sin atributos. De lo contrario, Viena no sería Viena. En el 12 de la calle Laufbergergasse, flanqueado por el Práter y el canal del Danubio, asoma un inmueble que pasa desapercibido. En un mundo regido por lo aparente, lo esencial en el hotel Magdas es su espíritu: ir a contracorriente. No es fácil, pero da réditos sociales, económicos y medioambientales. ¿Cómo? Evitando lujos innecesarios, revirtiendo los beneficios en el proyecto, abrazando el upcycling y lo más importante: empleando a refugiados.

“El Magdas es una respuesta a la burocracia y los prejuicios y es solvente; no aceptamos donaciones privadas ni públicas, pero si alguien quiere arremangarse, puede ayudar”, explica Sarah Bárci, responsable del hotel

Los armarios y los estantes para el equipaje los cedió la compañía ferroviaria austriaca, los muebles provenían del viejo sanatorio que Cáritas había ocupado en ese edificio. Las pantallas de las lámparas de la mayoría de las habitaciones están hechas de punto por una de esas guerrillas del ganchillo que se estilaron hace un tiempo. No hay puntada sin hilo en este hotel que es lo más cercano y lo más lejano a una torre de Babel. Dos tercios de sus trabajadores son exrefugiados, venidos de casi todos los continentes a un país donde hasta hace unos meses la ultraderecha pertenecía a la coalición de ­gobierno.

En la plantilla de este hotel de 88 habitaciones conviven 16 nacionalidades y 23 lenguas. Cada refugiado lleva su mochila de vivencias. La mayoría huye de la guerra, la pobreza o la dictadura de los políticos o de la. Jumana, Zied, Jamal, Nael, Guled, Caroline, Firas, Mischa, Gigi… Siria, Irak, Ucrania, Kurdistán, Nigeria… “El hotel es una respuesta a la burocracia, a los prejuicios. Lo que queríamos era mostrar que se podía hacer. Tiene un valor añadido tener a gente de orígenes tan diversos”, explica Sarah Bárci, involucrada en el proyecto desde sus inicios, en el 2015.

La filosofía del establecimiento se rige por los principios de la economía social: ganar dinero y reinvertirlo en el negocio. “Arrancamos con un préstamo de Cáritas de 1,5 millones de euros y unos 60.000 más en una campaña de recogida de fondos. Pero no buscamos la caridad. El hotel funciona de manera autónoma, ha logrado la independencia económica y es solvente. No aceptamos donaciones privadas (ni públicas), pero si alguien quiere venir a colaborar, puede arremangarse y ayudar”, explica. Bárci es nacida en Austria, pero su padre también fue refugiado. Llegó hace décadas en brazos de su madre procedente de Hungría. Peter Bárci, por cierto, es el fotógrafo que ilustra estas páginas.

El Magdas (un juego de palabras en alemán que equivaldría a esto gusta) abrió el año en el que la llegada de refugiados a Europa por la vía balcánica superó todas las previsiones. En septiembre del 2015, Acnur, la oficina de la ONU para los refugiados, aplaudió la labor de Austria y Alemania por su programa de acogida y políticas de petición de asilo en contraposición a la actitud de Hungría, que puso trabas a la hora de facilitar transporte a las miles de personas que querían seguir su camino.

“La crisis migratoria del 2015 puso al hotel en el punto de mira –recuerda Sarah Bárci–. Al principio fue difícil, te tienes que adaptar a todo, pero el hotel ha tenido éxito. Mucha gente viene porque les gusta el concepto, otros llegan sin saberlo, y de todos los clientes que han venido, sólo una vez prefirieron irse a otro lugar cuando supieron que estaba pilotado por refugiados”, rememora.

Jumana Jetaira ha huido de dos guerras: Irak y Siria. Aún no tiene todos los papeles, pero puede trabajar como aprendiz remunerada: “Mis inicios fueron difíciles –confiesa–, todavía tengo pocos amigos”

“Teníamos que hacer algo”, recuerda Gabriela Sonnleitner, directora del hotel y directiva de Cáritas, mientras va enseñado algunas de las habitaciones del hotel –hay de varias categorías– con sus muebles reciclados, piezas de ganchillo y vistas al parque. Las estancias no son espectaculares, pero sí muy cómodas y silenciosas. El hotel está muy bien situado, pero lejos del burbujeo del centro. La combinación de turismo, una idea de alojamiento alternativo y una vía para integrar laboralmente a los recién llegados desembocó en la idea del hotel, explica Sonnleitner. Desde Cáritas Viena también han desarrollado otros negocios sociales como Magdas Essen, un servicio de catering integrado por trabajadores con dificultades para acceder al mundo laboral, sea por edad, porque acaban de salir de la cárcel...

Ziad, 31 años, es sirio, está casado y tiene una hija. Es contable, y en el hotel han aprovechado sus conocimientos profesionales. “Trabajé ocho años en un hotel llevando las cuentas. Huí de Siria porque no quería ingresar en el ejército y tener que matar a gente. Hasta el 2015 viví a las afueras de Damasco…”. Primero viajó a Alemania, luego se instaló en Austria. Su tío y sus primos también abandonaron Siria. “Mi hermano vive en China y trabaja en una empresa de importación exportación”. ¿Volverá? “Tal vez dentro de un tiempo, diez años, quién sabe”, cuenta sentado en un sofá reciclado en el comedor-cafetería-coctelería, decorado con cuadros kitsch y muy popular en verano, al igual que la terraza con vistas al Práter.

Ziad no tiene apellido, es decir, no quiere darlo. Tampoco quiere que le hagan fotos. Intenta rehacer su vida de la manera más anónima, aún temeroso de la zarpa del gobierno de su país. Ziad vive en un edificio para refugiados en Viena, una ciudad donde el 60% del parque inmobiliario está catalogado como vivienda social (las hay de todas clases, desde muy modestas hasta muy lujosas). No pierde la sonrisa y está cargado de esperanza. En cada momento se la lleva puesta de vuelta a sus tareas. En una de las paredes de entrada al hotel, hay unos cuantos mensajes enmarcados con historias que hablan de cientos de kilómetros recorridos a pie, de la huida de países en guerra, de la lucha contra la mirada del otro y las dudas sobre los límites de la acogida que se plantea continuamente Europa. “Una crisis de refugiados… ¿oportunidad o amenaza? Para mí es una oportunidad para ayudar a la gente y hacer un mundo mejor usando mi talento”, firma Helene. Junto a los testimonios, una carta de agradecimiento del Ministerio de Digitalización por el trabajo formativo del hotel.

Jumana Jeetaira, toda timidez, tiene 21 años y es recepcionista del Magdas. Busca su lugar después de tener que huir no una, sino dos veces. Nacida en Iraq, con apenas 8 años tuvo que dejar su país acompañada de la familia, dejando atrás la guerra y los ataques terroristas. Su segundo éxodo tuvo lugar en el 2013, con la erupción de la guerra civil siria. “No, yo no he venido a pie a Europa, vine en avión –afirma, esbozando una sonrisa–, mi padre llegó primero y preparó el terreno”. Jumana aún espera los papeles definitivos, sin los que, en teoría no podría trabajar. Sin embargo, en Austria se permite la formación pagada para la integración de refugiados y exrefugiados. “Hay una nueva ley que permite contratar un tiempo a aprendices incluso sin papeles definitivos”, confirma. Así, la pescadilla de “sin papeles no hay trabajo” deja de morderse la cola. En la actualidad hay ocho becarios con sueldo trabajando en el hotel gracias al programa gubernamental.

Mirando alrededor, este rincón de Viena es lo más pacífico y calmado que ha vivido esta chica. Aunque su nueva vida vienesa no haya sido hasta ahora un camino de rosas. Jumana ha tenido más suerte que miles de personas que quisieron llegar a Europa y se quedaron por el camino. Con todo, sus primeros meses en Viena “fueron muy difíciles. Soy muy tímida –confiesa– y casi no hablaba”. Incluso hoy en día busca su lugar. “No puedo decir que encaje en Viena. Aún tengo pocos amigos”, se sincera en un inglés igual o más solvente que su alemán.

Jumana recoge el vaso del que ha bebido durante la entrevista y lo deja sobre la barra. Su turno empieza en un minuto. Suena el teléfono. “Magdas hotel, buenas tardes, ¿en qué puedo servirle?”.

Horizontal

La recepcionista Jumana Jetaaria y una de las 88 habitaciones del hotel

Horizontal

Gigi, jefa de la brigada de limpieza

Horizontal

El patio del hotel junto al Práter

Horizontal

Una de las 88 habitaciones del hotel

Mostrar comentarios
Cargando siguiente contenido...