Investigadoras de primera línea

Ciencia

A lo largo de la historia, desde los sumerios hasta el siglo XX, el protagonismo de las mujeres en la ciencia ha sido cuestionado, despreciado y negado. Un nuevo libro reivindica la vida y obra de las investigadoras a las que no se les ha hecho suficiente justicia.

MARIE LAVOISIER (1758-1838) Química y ayudante de laboratorio de su marido, Antoine

La llamaron “la mujer más bella del mundo”, pero su vida fue mucho más que sus ojos, sus dotes interpretativas y esos escotes palabra de honor que hicieron historia y abarrotaron cines junto a Clark Gable, Spencer Tracy o James Stewart. Entre los años treinta y finales de los cincuenta fue una estrella rutilante del celuloide. Se llamaba Hedy Lamarr, fue la primera actriz que salió desnuda en la gran pantalla y, tan importante o más, fue una figura clave para que usted esté disfrutando ahora mismo de las ventajas del bluetooth y del sacrosanto wifi.

No, no es que el inventor de la conexión sin cables se inspirara en la figura de la artista austriaca. En realidad, fue la propia Lamarr, que estudió ingeniería antes de ser actriz y poseía conocimientos armamentísticos, la que observó, aprendió, investigó y coinventó junto al compositor Georges Antheil el sistema de retransmisión de ondas por radiofrecuencia, clave para el envío de datos sobre el manejo y lanzamiento de los torpedos de los submarinos aliados en la Segunda Guerra Mundial.

Con la caída de la República, una generación entera de científicas cayó en el olvido: su trabajo fue pasto de la censura o víctima del exilio

La historia de Hedy Lamarr es de película, y de las largas, tan fascinante como desconocida en lo que a sus investigaciones se refiere. Pero no es sorprendente: a lo largo de la historia, desde la cultura sumeria, que brilló 3.500 años antes de Cristo, hasta bien entrado el siglo XX, el papel de la mujer en la ciencia ha sido negado, enterrado, silenciado, apedreado e ignorado casi por completo. Las excepciones a una regla milenaria se cuentan con los dedos de una mano: los de Marie Curie, doble premio Nobel, el más conocido junto al de Rita Levi-Montalcini, neurobióloga que llegó a los 103 años, Nobel de Medicina en 1986, o al de la bioquímica Dorothy Crowfoot Hodgkin, galardonada por la Academia Sueca en 1964.

La historia oficial ha arrinconado durante siglos el nombre de escritoras o pintoras cuya obra ahora se reivindica y exhibe; con las científicas, el grado de olvido o ninguneo ha sido superior. Lo ha documentado Adela Muñoz Páez, en el libro Sabias. La cara oculta de la ciencia, que acaba de publicar Debate, y donde esta catedrática de Química Inorgánica de la Universidad de Sevilla rastrea, recupera y ensalza la huella de mujeres que fueron fundamentales para la evolución y divulgación del saber científico en épocas de la humanidad en las que unos pocos (y sólo hombres) tenían acceso a la cultura.

En el libro emergen varias decenas de figuras que luchan contra todos los elementos por conocer y dar a conocer, algunas reconocidas en vida, otras, la mayoría, reconocidas tras su muerte y no siempre. Algunas, brutalmente asesinadas, como caso de Hipatia de Alejandría (370-415), cuya historia, o lo que se conoce de ella, está bien ilustrada en la película Ágora, protagonizada por Rachel Weisz y dirigida por Alejandro Amenábar. Otras llevan apellidos (Lavoisier, Maeztu) conocidos no por su trabajo sino por el de sus maridos o familiares. A algunas más, como Rosalind Franklin, clave para el descubrimiento de la estructura del ADN, el destino, en un principio, ni siquiera les deparó un agradecimiento y mucho menos el Nobel que sí recibieron su colegas. Muchas, en el caso de las investigadoras españolas, marcharon al exilio durante la Guerra Civil y su trabajo se vio interrumpido o censurado, si decidieron quedarse en España. Todas tuvieron que luchar con denuedo para salir adelante, aunque no todas lo consiguieron en vida. El tiempo ha ido haciendo justicia a algunas, rescatando del olvido a otras y, a la vez, desin­tegrando cualquier prueba de la existencia de muchas otras cuya obra ya no se puede rastrear. Justicia es la primera palabra que pronuncia Adela Muñoz a la hora de explicar por qué ha escrito Sabias. “Durante siglos, a las mujeres del saber, a las científicas, ni se las ha tenido en consideración, así que lo he escrito por justicia y también para que las niñas sepan que se puede ser muchas cosas, no sólo cantantes, famosas o ‘novia de’”.

Mientras en otros campos intelectuales las mujeres se han ido abriendo paso a lo largo de los siglos hasta adquirir una representación y un peso, en teoría, equiparable al de los hombres, con las científicas ha sido todo lo contrario, precisa la autora. “El encuadre de la historia al respecto es el siguiente: no es que las mujeres fueron saliendo y abriendo puertas, sino que a cada paso que daban se les cerraban otras hasta alcanzar el emparedamiento mental. El primer gran encierro –relata Adela Muñoz– empieza en Grecia, cuna de la democracia, pero también paradigma de un sistema político en el que las mujeres no existían y por tanto tenían denegado el acceso a la cultura. Sucedió también en la edad media. En el Renacimiento se las ridiculiza, y cuando llega la Ilustración, hay mujeres que fundan los salones, promueven la cultura y acaban perdiendo ese estatus de promotoras, quedan al margen y se les prohíbe la entrada”. Un ejemplo conocido: Émilie de Breteuil, marquesa de Châtelet, hija del barón Breteuil, miembro de la corte del Rey Sol, fue la traductora al francés del Principia mathematica de Isaac Newton. La versión, que conoció gran éxito y difusión, se publicó diez años después de la muerte de la marquesa, cuya autoría se negó en redondo por los expertos de la época: “Los historiadores consideraron que era imposible que una mujer hubiera realizado la proeza de crear la versión francesa de la obra de Newton”, recuerda Muñoz en el libro.

Capítulo especial en la investigación de la catedrática sevillana merece el grupo de mujeres españolas que intentaron labrarse un camino en la ciencia, no siempre con éxito. “Al principio me costó encontrarlas –confiesa–. Está por ejemplo la figura de María Goyri, antropóloga, investigadora… y no puede ser que no la conozca nadie”.

Goyri fue la primera estudiante de Filosofía y Letras de España e impulsora de los derechos de la mujer, y con su marido, Ramón Menéndez Pidal, clave en el estudio del romancero español. “Feminismo y español parecen conceptos antitéticos, especialmente si nos referimos a épocas anteriores a la década de 1970”, recuerda la autora, que cita nombres de activistas culturales o intelectuales conocidas, como Emilia Pardo Bazán o Concepción Arenal y otras que lo son menos, como la escritora y activista a favor del divorcio Carmen de Burgos (1867-1932); la pedagoga y humanista María de Maeztu (1881-1948), hermana de Ramiro, exiliada a Argentina; Martina Casiano, primera española miembro de la Sociedad Española de Física y Química, de cuya vida después de la Guerra Civil –e incluso de la fecha de su muerte– apenas se conoce nada; Felisa Martín (1898-1979), meteoróloga y primera doctora en Física del país; Dorotea Barnés (1904-2003), pionera de la química en España, doctora exiliada durante la Guerra Civil. Cuando volvió a España, en 1940, fue depurada y apartada de la investigación y la docencia hasta el final de sus días… Algunas de estas figuras rescatadas (en las que también se incluyen la química murciana Piedad de la Cierva o la física sevillana Teresa Salazar, por ejemplo) conforman lo que se ha dado en llamar la edad de plata de la ciencia española, que acabó abruptamente con el conflicto bélico.

“A lo largo de la historia, se han dado muchos pasos atrás en el papel de las mujeres científicas, pero quiero transmitir la idea de que hoy en día vivimos una situación excepcional en la que hay que seguir consolidando esa presencia. Pero al mismo tiempo, y aunque hayamos avanzado en el mundo que nos rodea –advierte Muñoz–, en muchas partes del planeta las mujeres no tienen derecho a mostrar su cara”. Si se observa todos los campos de la ciencia, la cuota femenina alcanza un 33% en Europa y un 38% en España, si bien el número de catedráticas es del 20%, y el ­número de galardonadas por su trabajo, mucho menor. Muñoz recuerda que si entre 1901 y el 2015 sólo 16 mujeres han obtenido un Nobel en ciencias, el número de hombres galardonados es de 357, más de un 95%. “Hemos ganado muchas batallas –concluye la autora de Sabias–, pero la lucha no ha hecho más que empezar”.

MARIA sybilla (1647-1717) Prestigiosa naturalista y entomóloga neerlandesa

ROSALIND FRANKLIN (1920-1958) Química y cristalógrafa que estudió la estructura del ADN

marie curie (1867-1934) Descubridora del radio y el polonio. Dos veces premio Nobel

MARÍA DE MAEZTU (1881-1948) Impulsora de la pedagogía en España. Exiliada en Argentina

rita levi montalcini (1909-2012) Neurobióloga, premio Nobel en 1986

BEATRIZ GALINDO (1465-1534) Latinista y educadora de la corte de Isabel de Castilla

CAROLINE HERSCHEL (1750-1848) Astrónoma alemana, coinventora del telescopio Herschel

ÉMILIE CHÂTELET (1706-1746) Traductora del Principia mathematica de Newton y filósofa

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