Islandia, un país distinto a todos

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Tan cerca de Europa como de Estados Unidos hay una isla que fascinó a Julio Verne y Borges, salpicada de volcanes y géiseres. Hace nueve años sufrió la crisis económica más violenta de su historia moderna, de la que salió oficialmente hace poco más de un mes y de un modo muy diferente a las recetas de la UE. Pero ¿está más a salvo que otras naciones?

xavier rodrÍguez El secretario general del consulado español, ejemplo de pluriempleado: hace de guía turístico y tiene agencia de viajes

Llueve. Sale el sol. Nieva. El suelo se ha helado. Todo esto ha sucedido en algo menos de dos horas. ¿Cómo hacen los islandeses para esperar tranquilamente en las diferentes paradas de la estación de autobuses BSI de Reikiavik? Al reportero español, que ya ha resbalado y se ha caído dos veces, le parece que se está hundiendo el mundo mientras ellos, los locales, son capaces de leer el periódico, charlar o tomarse una cerveza –bebida que, por cierto, estuvo aquí prohibida hasta 1989– totalmente ajenos a la meteorología adversa, tapando con la mano el vaso para que no caigan copos de nieve en su interior.

Islandia es una isla a mitad de camino entre EE.UU. y Europa. Está atravesada por la falla que separa las placas tectónicas de América y Euroasia, bien visible en el parque de Thingvellir, donde los turistas juegan a hacerse fotos en las que parezca que tienen un pie en cada continente. “América y Europa se están separando, y sólo Islandia puede mantenerlas unidas”, ríe a carcajadas el escritor –y pintor– Hallgrímur Helgason, autor de Una mujer a 1.000º, la biografía de una abuela que vivía en un garaje con su ordenador portátil y una granada de mano.

El turismo ha batido todos los récords y ha sacado al país de la crisis, pero ha provocado una burbuja inmobiliaria y temor por la preservación del medio ambiente

Islandia declaró, a mediados del pasado mes de marzo, oficialmente acabada la crisis financiera más terrible de su historia reciente, la del 2008. El Gobierno ya ha devuelto el préstamo que pidió al Fondo Monetario Internacional (FMI) y ha eliminado las restricciones a los movimientos de capitales. ¿Qué es lo que ha salvado al país? La respuesta es unánime: el turismo. Crece al ritmo de un 40% anual, y hay dos millones de visitantes cada año, en un país de poco más de 300.000 habitantes. A bastante distancia, le siguen la pesca y el aluminio como exportaciones importantes. “También están buscando petróleo, pero mejor que no lo encuentren”, prefiere Anna, bibliotecaria en un museo.

La catedrática Elvira Méndez cuenta, desde su despacho en la Universidad de Islandia: “Hemos vuelto a una situación similar al 2007, con la diferencia de que esta vez el crecimiento no se basa en el crédito sino en la economía real. El Gobierno aplicó unas recetas brutales, sólo posibles fuera de la zona euro, tomando el control de los tres principales bancos y devaluando la moneda. Pero el turismo es un arma de doble filo: por una parte, distribuye la riqueza, pero, por otra, si se basa en la cantidad y el transporte low-cost, destroza el bien común más apreciado de Islandia: la naturaleza. Ningún gobierno ha podido de momento domar a la fiera”. Para el visitante español, sin embargo, que conoce lugares como Benidorm, el riesgo de deterioro paisajístico parece aún muy lejano.

Los billetes de avión son muy baratos, pero la vida es cara. El mexicano Oswaldo, camarero de un hotel, afirma que su sueldo sobrepasa los 3.200 euros mensuales, pero que el alquiler del apartamento le cuesta 2.000, “con lo que me veo obligado a compartirlo con amigos”. Para el escritor Jordi Pujola, otro veterano residente, “el gran problema de Islandia es la burbuja inmobiliaria, provocada por el auge del turismo. Muchos islandeses ya no se pueden permitir una vivienda en Reikiavik”.

El mito que ve a Islandia como un paraíso político en que se ha puesto en vereda a los bancos tiene, como todos los mitos, una parte cierta y otra falsa. Xavier Rodríguez, secretario general del consulado español, explica que “el gobierno islandés se negó a pagar intereses que rozaban la usura, pero sí rescató a los bancos con dinero público”, mientras que se dejó en manos de la iniciativa privada el rescate de la actividad bancaria en el extranjero. Otro rasgo distintivo es que, para poder pagar servicios sociales, se solicitaron préstamos a países vecinos como Noruega, Canadá o las islas Feroe, “porque el dinero del FMI no podía destinarse a escuelas y hospitales”.

Líf Magneudóttir, concejal del Ayuntamiento de Reikiavik, dice que “somos más pequeños, y eso hace posible cosas que en países como España no se pueden hacer”. Y, como si fueran trofeos de caza, no hay islandés que no presuma ante los visitantes de que “tenemos a algunos banqueros en la cárcel”.

En un país prácticamente sin paro, muchos trabajos son para los extranjeros. “Nos faltan cuidadores sociales, maestros, gente para la construcción, necesitamos que vengan”, clama el alcalde socialdemócrata de Reikiavik, Dagur Bergþóruson Eggertsson. La mayoría de los inmigrantes son polacos, entre 13.000 y 15.000, y se calcula que hay unos 800 españoles. El pluriempleo es habitual. “No están casados con un oficio, y tienen una sorprendente flexibilidad funcional”, dice Rodríguez.

“Lo que más me costó fue adaptarme a la luz: en diciembre vas y vuelves al trabajo de noche, sólo hay entre tres y cuatro horas de luz, y en junio, sol todo el día, 24 horas, eso te acaba afectando”, dice Xavier Rodríguez

Los teatros y los locales con actuaciones musicales en vivo están llenos. No es casualidad que el festival Sónar tenga en Reikiavik una de sus sedes anuales, en el auditorio Harpa, un gigante con paredes de vidrio erigido frente al mar. Por la noche, uno de los lugares más concurridos de la capital es el Húrra, un bar con escenario, en el que se sienta el público mientras los grupos actúan abajo, al lado de las mesas. En un determinado momento de la noche, el cantante, tras erizar el vello del auditorio con un blues sobrecogedor, se pone a recoger vasos y a tomar los pedidos. Es también el camarero y acaba de volver de una gira por varias ciudades de Italia.

A Pujola lo que más le llamó la atención cuando llegó es que “la calefacción es tan barata que, cuando tienes calor, senci­llamente abres la ventana. Y que nadie lleva dinero en la cartera, hasta un pirulí se paga con tarjeta de crédito”. A Rodríguez, en cambio, le costó “adaptarse a ir a trabajar de noche y salir de la oficina, el mismo día, de noche. El 21 de diciembre sólo hay tres horas y 45 minutos de luz. Y, al revés, el 21 de junio tenemos 24 horas de luz, eso te acaba afectando el ánimo, yo creo que es la explicación de que todos los islandeses sean artistas, no hay más que mirar por la calle, está llena de Björks”.

Pero lo peor para este ciudadano islandés (ya nacionalizado) han sido los problemas que le ha planteado su paternidad, por una cuestión aparentemente menor: “Aquí no tienen apellidos, se llaman por el nombre de pila y luego el patronímico, que es el nombre del padre, es decir, ‘Sigurdurson’ no es un apellido, sólo significa ‘hijo de Sigurdur’, y ‘Sigurdurdóttir’ ‘hija de’… Ahora la ley es igualitaria y se puede poner el nombre de la madre, si se prefiere. Yo soy Rodríguez, pero, según las leyes de este país, mis hijos se apellidan Svanlaugarson, el chico, y Svanlaugardóttir, la chica, es decir, ‘hijos de Svanlaugar’, mi esposa. Hasta aquí, todo correcto. Pero es imposible, legalmente, que tengan el mismo apellido en España, porque se deberían llamar Rodríguez Asgeirdóttir, que es el patronímico de mi mujer. Y yo no quiero que mi hijo lleve un apellido que significa ‘hija de Ásgeir’, primero porque es chico y segundo porque no es hijo de su abuelo Ásgeir. He ido a muchos despachos, hablado con funcionarios de todos los lugares, pero no pueden poner el apellido ‘Svanlaugarson’ porque no lo permite el Código Civil español”.

Saliendo de la capital, el coche avanza por un territorio que parece de ciencia ficción, un desierto de nieve en medio de la ventisca en el que no extrañaría ver aparecer a cualquier extraña criatura de La guerra de las galaxias. Hay pueblos de sólo 13 habitantes, casas sueltas que parecen caídas del cielo en la inmensa llanura blanca… Es la ruta que conduce a Hveragerði, punto de encuentro de los turistas que buscan auroras boreales y lugar con varios invernaderos, junto a la estación térmica que todo lo llena de vapor, en uno de cuyos riachuelos calientes se ve padres hirviendo huevos para sus hijos. Al lado, unos niños juegan al fútbol con una pelota fosforescente, para que se vea en condiciones climáticas adversas.

Al hotel Ork llegan autocares repletos de gente que aspira a fotografiar las auroras boreales, ese fenómeno atmosférico producido por la radiación solar y que tiñe el cielo de colores movedizos. Sólo hay que indicar al recepcionista que se quiere activar el servicio de “despertador de aurora”, “y llamamos a la habitación del cliente cuando aparece una, generalmente de madrugada, para que salga al balcón y la vea”, apunta.

Las calles de Hveragerði tienen señales que advierten de patrullas vecinales: el rostro de un caco con antifaz en un círculo de prohibición. “Somos grupos de vigilancia que hacemos la ronda nocturna –explica Pétur, maestro jubilado– porque robaban las carísimas lámparas que mantienen los invernaderos a 23 grados”. ¿Para qué las quieren? “Los jóvenes plantan macetas con marihuana en el sótano de casa”, dice.

Esos invernaderos han sido clave para que el país coma variado tras la crisis, pues las importaciones de verduras y frutas se convirtieron en un lujo. Allí hay minúsculos tomates, pepinos, pimientos, lechugas, escarolas, zanahorias y hasta plátanos. En esta especie de Caribe artificial, Ingi Gudmundsson, el dueño de todas estas huertas asistidas, recuerda que “los pescadores fueron nuestros proveedores de alimentos durante siglos, cuando no se podían conseguir de la tierra. Antes, sólo se comía patatas y pescado”.

La Blue Lagoon, una espectacular laguna de aguas termales que permiten bañarse ­aunque fuera del agua el termómetro esté bajo cero, es una de las principales atracciones turísticas del país, con miles de visitantes anuales. La entrada cuesta 60 euros. Fue idea de unos empresarios que vieron que, espontáneamente, la gente chapoteaba en unas aguas que salían de la central geotérmica vecina. Allí, en bañador, junto a una barra de bar instalada en el agua tibia, la ingeniera Nanna Fridgeisdóttir explica que, pese a la naturaleza volcánica de su país, que inspiró a autores como Julio Verne o Jorge Luis Borges, “nadie tiene sensación de peligro”. “Estamos esperando una erupción volcánica en los próximos años del Katla, que se encuentra bajo un glaciar, y ­sabemos que provocará inundaciones, pero siempre hemos salido adelante”, ­asegura.

En un país en que la gente se encuentra al primer ministro en el supermercado, todo es mucho más próximo. Políticamente, tras la caída del gobierno en el 2009 por la crisis, la población votó, por primera vez en su historia, a las izquierdas, que gobernaron hasta el 2013. Tras un escándalo de corrupción por los papeles de Panamá, que salpicaron al primer ministro, actualmente manda el conservador Partido de la Independencia, en coalición con el centrista Partido Reformista y el radical Futuro Luminoso (anteriormente conocido como El Mejor Partido), combinación posible sólo en países con gran cultura de pacto. Uno puede encontrarse fácilmente por la noche con el ministro de Sanidad, Óttarr Proppé, en algún concierto, pues sigue cantando en Ham, su banda de rock punk.

La criminalidad es tan baja que hasta los autores de novela negra tuvieron una crisis de credibilidad. Cuando Arnaldur Indriðason empezó a publicar historias de asesinos en serie “la crítica me machacaba, lo veían absolutamente irreal, pero al final me leen como literatura fantástica y ya está”, cuenta.

En Reikiavik, se mantiene el edificio de muros negros de la prisión de Hegningarhúsið, con sólo 16 plazas que se usan para condenas muy cortas. Sólo existe un presidio para condenas largas, Litla-Hraun, en Árborg, con 200 presos, entre ellos dos españoles, uno acusado de violar a tres compañeras de ­trabajo, y otro que hizo de mula transportando droga. Ahí están. Encerrados en un país sin apellidos.

Superficie 

103.000 kilómetros cuadrados

Población 

336.000 habitantes

Tasa de paro

2,9%

Salario medio 

63.236 euros al año

Gasto en defensa

0,36% del presupuesto público

Homicidios

0,3 por cada 100.000 habitantes (uno al año)

Esperanza de vida

82,5 años

Media de edad

34,2 años

Religión

94,5% evangélica luterana

Inmigración 

11,28 % de la población (polacos, 28,15%)

1 euro =

118,06 coronas islandesas

IPC anual

1,9%

PIB per cápita

53.958 euros

Deuda

30.954 euros por habitante

ari mattiasSON Actor y hombre de negocios, dirige el Teatro Nacional, combinando clásicos y obras críticas con la sociedad actual

lÍf magneudÓttir Líder de los Verdes en Reikiavik, está en el gobierno municipal, con el reto de mejorar el transporte en un país sin trenes

ÓTTARR PROPPÉ El ministro de Sanidad y Medio Ambiente, del partido Futuro Luminoso, sigue actuando con su grupo de rock Ham

BJÖRK La artista más conocida de Islandia simboliza la pujanza musical de un país donde la música en vivo es una religión

heimir hallgrimsson Exfutbolista y dentista, dirige desde el 2013 la selección de fútbol de su país sin haber abandonado su consultorio dental

jón gnarr Actualmente da clases en Texas (EE.UU.), pero este humorista y clown fue alcalde de Reikiavik por El Mejor Partido

hreiÐar mÁr sigurÐsson Ex consejero delegado de Kaupthing Bank, condenado a cinco años y medio de cárcel, que cumple en la prisión de Kviabryggja

ragnheiÐur tryggvadÓttir Actriz y secretaria de la Asociación de Escritores, la institución que otorga sueldos de hasta dos años a los literatos

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