Islas Shetland, remotas pero prósperas

viajar

El rincón con renta per cápita más alta del Reino Unido son estas islas que forman parte de Escocia, pero ni se sienten escocesas ni británicas ni escandinavas.

Horizontal

Dos elementos definitorios de las Shetland: a la izquierda, ovejas y la refinería petrolífera de Sullon Voe y, a la derecha, el puerto de Lerwick, la capital

Un lugar de paisaje idílico y clima moderado, con servicios de primera categoría, sueldos altos y pleno empleo, piscinas y polideportivos en todos los pueblos, hospitales modernísimos y escuelas que en algunos casos sólo tienen un par de estudiantes o tres. Parece una descripción del paraíso y en cierto modo lo es. Sólo que un paraíso sui géneris, húmedo y ventoso, con noches eternas en invierno, apropiado únicamente para quienes no le tienen alergia a la lluvia. Son las islas Shetland.

Culturalmente mitad anglosajonas y mitad escandinavas, con una enorme influencia noruega (de cuya corona formaron parte hasta el siglo XV), las Shetland –“el paraíso del Norte”– forman parte de Escocia, aunque sus 23.000 habitantes no se sienten en realidad escoceses (en el referéndum de hace un par de años votaron en contra de la independencia). Y mucho menos ingleses. Tampoco británicos o nórdicos. Se consideran un poco de todo, o simplemente setelandeses.

“Muchos jóvenes nos vamos a conocer mundo, pero casi todo el mundo vuelve porque aquí no hay paro y se gana uno muy bien la vida”, dice una veinteañera

El descubrimiento de importantes yacimientos de petróleo (los mayores de Europa) hace medio siglo convirtió unas islas inhóspitas y remotas en el rincón con renta per cápita más alta de todo el Reino Unido. El proceso de despoblación que afecta a territorios parecidos –como las Hébridas– se detuvo en seco. El acuerdo con Londres para quedarse y administrar el 2,5% de los beneficios del crudo fue criticado en su día como un mal negocio, pero en la práctica ha resultado una mina de oro que ha permitido la creación de un fondo energético que no es tan rico como el de Noruega, pero tiene invertidos en los mercados internacionales casi 300 millones de euros. A cada setelandés, por el mero hecho de serlo, le tocan 12.000 euros.

El sueldo de un conductor de autobús es de 50.000 euros al año, y el de un operador de ferry ronda los 55.000 (son fundamentales para mantener el archipiélago comunicado y que puedan acudir a trabajar los empleados de la refinería de Sullom Voe, en el norte de la isla principal). “Muchos jóvenes nos vamos a conocer mundo después de acabar el colegio o la universidad, a pasar unos meses o unos años en Londres, Edimburgo o Australia, pero casi todo el mundo vuelve, porque aquí no hay paro y se gana uno muy bien la vida”, explica Jolene Garriock, una veinteañera que hace de camarera en el hotel Scalloway –el favorito de los ejecutivos del petróleo y también del ex primer ministro David Cameron y los integrantes de la familia real cuando visitan las islas–.

La prosperidad es palpable en todos los rincones del archipiélago. Se ve en las carreteras impecablemente asfaltadas, siempre como nuevas, que llevan hasta las comunidades más apartadas. En que los aparcamientos públicos son gratuitos. En los servicios con ducha que hay en el puerto de Lerwick, la capital, más limpios y lujosos que los de muchos hoteles. En las boutiques de antigüedades, donde se venden cuadros, muebles y esculturas a precios similares a los del barrio londinense de Mayfair. En el confort de las casas, perfectamente acondicionadas para las inclemencias del tiempo. En las piscinas climatizadas y centros deportivos en localidades de dos o tres centenares de habitantes. En la cantidad de aeropuertos...

“He estado por lo menos una docena de veces en Barcelona, y soy asiduo al Camp Nou. Casi todos los fines de semana me voy a ver fútbol. La mayoría de las veces a Aberdeen (a una hora en avión) o Edimburgo (hora y media), pero también a Londres, a París, a Milán, a Madrid… Los inviernos se hacen pesaditos y hay que gastar en algo el dinero”, explica Martin, trabajador de una planta de congelación de pescados para la exportación.

El puerto de Lerwick parece el de Barcelona o Palma de Mallorca, con varios cruceros anclados siempre. Unos –sobre todo en verano, cuando las noches son blancas– traen turistas escandinavos que vienen a pasar el día, a buscar sus raíces o ir de compras por la High Street; otros sirven de alojamiento para los empleados de la refinería y quienes trabajan en las plataformas petrolíferas.

Tanto los auténticos jerséis de lana de las Shetland como los ositos de Burra son piezas de coleccionista, con una demanda mucho mayor que la oferta, y hay clientes de Japón, Australia o Estados Unidos que esperan años y pagan una fortuna por conseguirlos.

La agricultura es prácticamente inexistente; el turismo y las energías renovables son fuentes de riqueza cada vez más importantes

Los pulóver y cárdigans más cotizados son los de Fair Isle, la isla más remota de toda Gran Bretaña, entre las Shetland (de las que forma parte administrativamente) y las Orcadas, con tan sólo 70 habitantes que quedan incomunicados con frecuencia, cuando los vientos y las tormentas hacen imposible que aterrice la avioneta de ocho plazas que realiza el recorrido varias veces por semana, y el ferry queda anclado a la espera de que escampe el tiempo.

En el cementerio, con vistas al mar y montado sobre los espeluznantes acantilados de la costa este, una placa y una cruz recuerdan a los marineros que murieron en el hundimiento de El Gran Grifón, buque insignia de la Armada Invencible que, huyendo de los ingleses y perseguido por las tormentas, se estrelló contra las rocas en agosto de 1588. En todo el archipiélago hay la creencia de que las personas de tez oscura descienden de los supervivientes de aquel naufragio.

En Fair Isle no hay hospital ni médico, tan sólo una enfermera, y quienes sufren una dolencia o accidente grave han de ser trasladados en helicóptero (si las condiciones meteorológicas lo permiten) al hospital de Lerwick. Los lugareños (y visitantes) tampoco pueden disfrutar de un pub, aunque sí de una oficina de correos, una pequeña tienda y dos iglesias, ambas protestantes, de distintas denominaciones (Iglesia de Escocia e Iglesia Libre de Escocia). Es tradición que los domingos la gente vaya a misa en ambas, para no ofender a nadie y porque tampoco hay mucho más que hacer… “Nada de eso –aclara Mary, una señora de 60 años que ha pasado aquí toda su existencia–. Tenemos una vida social que con frecuencia es abrumadora, cuando no son cenas en casa de unos son meriendas en casa de otros, fiestas de cumpleaños, bailes… El que se aburre es porque quiere, yo preferi­ría un poco más de tranquilidad”.

Una docena de tejedoras cosen modelos que tienen siempre diseños distintos, con tintes naturales que les dan un colorido único, y envían a almacenes de lujo como Harrods, o los hacen a medida para clientes de Tokio y Nueva York.

Lo mismo ocurre con los exclusivos ositos de Burra, que fabrica una mujer en el taller de su casa –con un ventanal con vistas panorámicas a una fabulosa bahía– y tres costureras part time. “Todo comenzó porque la gente tenía apego sentimental a los pulóveres ya viejos y desgastados, que era imposible seguir llevando, o que habían pertenecido a sus padres y abuelos –explica la industriosa Wendy Inkster–. Se me ocurrió reciclarlos utilizando los retales mejor conservados para darles la forma de osos, y el resto para rellenarlos. La verdad es que no doy abasto. Recibo por internet encargos de todas partes del mundo, y con frecuencia tardo años en hacer las entregas”.

Las Shetland, un archipiélago de 15 islas habitadas –y muchas más sin habitar– 280 kilómetros al sudeste de las islas Feroe, no serían parte de Gran Bretaña de no ser porque en 1469 el rey Christian I de Noruega y Dinamarca se las empeñó a Jacobo III de Escocia como garantía del pago de la dote de su hija Margarita. En vista de que hubo boda pero el dinero prometido nunca fue entregado, la conexión escocesa quedó sellada de manera permanente. Los setelandeses mantuvieron sin embargo durante mucho tiempo fuertes vínculos con los países nórdicos y también con la Liga Hanseática, a través de la cual comerciaban y exportaban madera, lana, mantequilla y pescado salado.

La agricultura es prácticamente inexistente en una tierra sin árboles, donde el verde de las praderas y el azul del mar omnipresente se combinan para dibujar un paisaje romántico y en cierto modo melancólico y perturbador. El turismo es una fuente de riqueza cada vez más importante, lo mismo que las energías renovables y sin olvidar el bacalao y el arenque. Pero sin el petróleo, estas islas no serían “el paraíso del Norte”.

Horizontal

Neil Thompson, conductor del ferry de Yell. Este transporte es vital para las islas

Horizontal

El puerto de Lerwick, con gran actividad comercial y de cruceros

Horizontal

Dorota Rychlik, galerista. En Lerwick se venden antigüedades a precios de Londres

Horizontal

El director del Scalloway, ante su hotel, el más selecto del archipiélago

Horizontal

Pescadores vendiendo (bacalao y arenque sobre todo) en la lonja

Horizontal

Exterior de la lonja; la pesca es un motor económico de las islas

Mostrar comentarios
Cargando siguiente contenido...