Ligar en tiempos del #MeToo

Sociedad

El movimiento #MeToo ha provocado millones de denuncias de acoso y abuso sexual de mujeres en todo el mundo. Se considera un punto de inflexión en la sociedad, aunque algunas voces lo tildan de exagerado. Son también muchos los hombres que se declaran temerosos de tratar de seducir ahora. Hay un cambio de paradigma en la forma de relacionarse. Y los más jóvenes están tomando nota.

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"No tiene pase”. Así definió el comportamiento de uno de sus invitados la anfitriona de una fiesta de 50 aniversario, celebrada esta primavera en Mallorca. Aquel amigo, al que no veía desde hacía décadas, estaba “desatado”. Tanto, que en la pista de baile no dudó en tocarles el culo a la anfitriona, a las amigas de la anfitriona y a cualquier fémina que se le pusiera delante. La actitud de aquel hombre, profesional de éxito y divorciado resultaba, como mínimo, chocante. “¡Este no se ha enterado de que existe el #MeToo!”, sentenció una de las invitadas, tras zafarse de él.

Se refería al movimiento surgido en Estados Unidos el pasado otoño, que ha animado a las mujeres de todo el mundo a denunciar el acoso y el abuso sexual. Lo desencadenaron las acusaciones de varias actrices de Hollywood contra el otrora poderoso productor Harvey Weinstein: un depredador de albornoz blanco, quien durante años combinó los Oscars con el acoso y derribo a toda mujer que se le pusiera por delante. A partir del escándalo Weinstein y bajo el hashtag #MeToo (Yo también), se inició una campaña que instaba a las mujeres a contar las agresiones machistas que habían sufrido.

El resultado fue espectacular: como un inmenso dominó virtual, Twitter y otras plataformas se inundaron de testimonios de acoso, abuso y violación. Millones. En todos los idiomas y de toda índole: desde un toqueteo en el culo en una fiesta como el descrito antes a una violación en el ámbito familiar. Desde un comentario inapropiado de un colega a un chantaje sexual en el trabajo. Desde una ristra de soeces en la calle a la visión de la masturbación de un desconocido en un autobús.

La ola creada bajo el #MeToo creció de forma imparable para ratificar un dato alarmante: la mayoría de las mujeres han sufrido a lo largo de su vida algún tipo de agresión machista. Pero el #MeToo también ha supuesto un punto de inflexión: las mujeres se han hartado de silenciar agresiones pasadas y de tolerar de nuevas. Y las nuevas generaciones, se han apuntado.

Las más jóvenes son las primeras que reivindican el “¡ya basta!” “Nadie tiene derecho a tocarme, me vista como me vista, ni a comentar nada sobre mi cuerpo”, dice, rotunda, Vera, de 13 años. “A mí nadie, nadie, me toca el culo”, reitera Luisa, de 15. Natalia, de 18, tiene clarísimo que “los límites los pongo yo y han de ser respetados”. Mar, una enfermera de 24 años, ya ha experimentado el acoso: “En las discotecas es un clásico”, explica. Pero no tiene miedo a decir “¡déjame!”: “Al principio era más educada; ahora soy tajante. Siento que tengo argumentos para decir ‘no’. Además, con todo lo que ha pasado en la lucha feminista, sé que mis amigas me apoyan. Nos motivamos”.

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El tsunami del #MeToo ha sacado al feminismo del armario, que cada vez es más transversal. Hoy se definen como feministas desde una joven enfermera como Mar hasta Ana Botín, presidenta del Banco Santander. Para Juana Gallego, directora del Observatorio para la Igualdad de la Universitat Autònoma de Barcelona esta normalización es consecuencia del propio feminismo: “Que tras décadas de hacer su trabajo, ha pasado de ser minoritario, con una imagen social incluso peyorativa, a convertirse en corriente principal”. Las razones, explica, son que sus demandas son “tan sensatas” que nadie con dos dedos de frente puede oponerse a ellas.

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Pese a las reivindicaciones de igualdad, las mujeres siguen sufriendo acoso. Y es generalizado, asegura Juana Gallego, que dirige el Observatorio para la Igualdad de la Universitat Autònoma de Barcelona

“La base es que las mujeres tengan los mismos derechos legales y formales, las mismas posibilidades de desarrollo humano que los hombres. ¿Quién no puede compartirla?”, argumenta. Lo que ocurre, puntualiza, es que pese a las reivindicaciones, “las mujeres siguen teniendo los mismos problemas y las más jóvenes se han dado cuenta; de ahí el gran empujón que ha supuesto el #MeToo”.

Dentro de esos problemas está el acoso, que no sólo se da en Hollywood. “Es generalizado. Como directora del Observatorio para la Igualdad de la universidad recibo denuncias de chicas que están como becarias en un hospital y el médico que las tutela pues… ¡les toca el culo!”, afirma Gallego, indignada. En su opinión, este querencia a tocar sin permiso el cuerpo de la mujer, de imponerse, se debe a una especie de derecho de pernada masculino. Un sentido de posesión que hasta hace relativamente poco se soportaba en silencio.

Acoso y abuso sexual no son lo mismo. El Código Penal español los diferencia de forma clara: “El acoso se constituye cuando en el ámbito de una relación laboral, docente o de prestación de servicios, una persona solicita a otra favores de índole sexual intimidando, hostigando o humillando a la víctima. El delito implica simplemente la solicitud”, explica la abogada Sara Antúnez, especializada en delitos de este tipo. Esta penalista madrileña define a su vez el abuso sexual como: “Los actos que lesionan la libertad sexual de una persona sin su consentimiento pero sin emplear violencia ni intimidación. Si la violencia existe, nos encontraríamos ante una violación”, puntualiza.

Así, la diferencia entre el abuso y el acoso sexual “es que el primero implica una relación sexual con contacto físico, mientras que el acoso es la simple solicitud de la misma”, resume Antúnez. Y es ahí, en el concepto “la simple solicitud de la relación”, donde han aparecido las críticas al movimiento #MeToo y, también, la confusión entre muchos hombres, que no son depredadores como Harvey Weinstein y viven con desconcierto este momento.

Uno de los efectos del #MeToo es que está condicionando los comportamientos masculinos: a algunos hombres les está empezando a dar miedo seducir. Por lo menos, en el entorno laboral, donde ya existen estadísticas. En abril de este año, una encuesta del Centro Pew de Investigación, de Estados Unidos, concluyó que el clamor del #MeToo y su foco en el acoso laboral suponen “nuevos retos para los hombres a la hora de relacionarse con sus compañeras de trabajo”. De hecho, más de la mitad de los entrevistados consideraron que los recientes acontecimientos hacen “más complicado” entablar estas relaciones, por miedo a malentendidos. El mismo estudio desveló que un 58% de mujeres –frente al 27% de hombres– aseguró haber sufrido acoso físico y verbal tanto en el trabajo como fuera de él.

“Yo no creo que el #MeToo sea exagerado: cifras como estas son indicadores claros de que el problema existe: aquí, en Estados Unidos y en China. Hay mucho depredador suelto”. Quien habla no es una mujer, sino Juan, un divorciado de 55 años con una hija de 20 a la que educó con una premisa clara en las relaciones: que nunca se sintiera obligada a hacer nada que no quisiera hacer. “Para mí, en la cuestión del ligue, es la mujer siempre la que tiene la última palabra”, asegura.

Luis, barcelonés de 44 años y soltero impenitente, asegura que no ha notado muchos cambios debido al #MeToo. “Pero es que yo soy muy cauto y si me dicen ‘no’, vuelvo a casa cabizbajo y punto”, dice. Con todo, admite que no todos son como él: “Tengo un amigo que siempre me dice que, aunque la mujer me diga ‘no’, tengo que insistir, que al final caerá. Pero yo tengo claro que no es no”, reitera. “De todas maneras –añade– me da la impresión que todos nos hemos vuelto un poquito locos, con esto del #MeToo”.

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No es el único algo desconcertado. Pablo, un abogado barcelonés soltero y de 24 años, se describe como “muy respetuoso”. Pero, “ahora has de ir con pies de plomo”, explica. Las cosas han cambiado, dice, empezando por el ambiente nocturno: “Hay mucha concienciación e información sobre el tema, tanto en festivales de música como en locales de moda”. Se refiere a la campaña “¡No callamos!”, impulsada por el Ayuntamiento de Barcelona y que busca “visibilizar y dar respuesta a cualquier tipo de agresión sexual en espacios privados de ocio nocturno”.

Pablo y Luis no son los únicos hombres confundidos ante el flirteo hoy en día. Tras el estallido del #MeToo, el diario inglés The Guardian abrió un consultorio (Dating after #MeToo), donde respondía a preguntas como “¿Tengo que pedir permiso a una mujer antes de besarla?”; “¿cómo puedo decirle a una colega del trabajo que me gusta, sin acosarla?”; “cómo puedo acercarme a una desconocida sin ofenderla? o “¿cuáles son mis obligaciones si alguien viene a mi apartamento en una primera cita?”.

“¿Debo pedirle permiso antes de besarla?” “¿Cómo decirle a una colega que me gusta sin acosarla?”, preguntaban los hombres en un consultorio de ‘The Guardian’”

En enero, una encuesta de la cadena estadounidense MTV entre jóvenes de 18 a 25 años reflejó que a uno de cada tres hombres “les preocupaba que algo que habían hecho pudiera ser percibido como acoso sexual”.

El tiempo verbal no es gratuito. El grueso de las acusaciones del #MeToo se remonta al pasado. La mayoría son muy graves: en especial, las que implican abusos sufridos en la niñez. Otras, sin embargo, no parecen equiparables y están dando pie a que se cuestione el movimiento. Un caso ilustrativo lo han protagonizado los escritores estadounidenses Zinzi Clemmons y Junot Díaz, ganador del Pulitzer en el 2008. Díaz fue acusado por Clemmons de “forzarla a besarlo” en un taller de literatura en la Universidad de Columbia. Cuando ella, como tuiteó, “era una inocente chica de 26 años y él se aprovechó de mí, arrinconándome en una esquina”.

Hay dudas de si su comportamiento puede calificarse de agresión sexual, como informó la prensa, pero Díaz dimitió como presidente del Premio Pulitzer. Renunciaba, dijo, porque considera que el #MeToo “es importante y debe continuar”. Unas semanas antes había contado en The New Yorker las violaciones que sufrió con ocho años por un adulto.

“La violación es un crimen. Pero la seducción insistente o torpe no es un delito, ni la galantería una agresión machista”. Así comenzaba el polémico manifiesto que un centenar de actrices e intelectuales francesas –Catherine Deneuve entre ellas– publicaron en el diario Le Monde tras la irrupción del #MeToo, denunciando “totalitarismo” en el movimiento. La misiva alertaba del peligro de convertir la “protesta legítima” por la violencia sexual en una “caza de brujas” orquestada por el puritanismo anglosajón. De poner al mismo nivel que violadores y delincuentes sexuales a “personas que no lo merecen”, sin darles la oportunidad de defenderse.

No son las únicas que consideran que el #MeToo corre el peligro de crear un ambiente de paranoia en detrimento de los casos de abuso que inicialmente denunciaba. En la BBC, la histórica feminista Germaine Greer lo calificó de “exagerado y publicitario”. Condoleezza Rice, ex secretaria de Estado de Estados Unidos, aseguró a la CNN que aunque lo consideraba un movimiento muy positivo, la gente debería ser “cuidadosa” y no convertir a las mujeres “en copos de nieve”.

Consentimiento e igualdad deben ser las bases de la relación; los jóvenes lo tienen claro: “Cuando alguien dice no, es no”, afirma Diego, de 17 años

¿Estamos exagerando? ¿Se banaliza una cosa tan seria como es el abuso sexual? ¿Se está confundiendo el flirteo con el acoso? “No estoy en contra de la seducción, pero la seducción es cosa de dos: debería ser en un intercambio igualitario”, responde Juana Gallego. Y, como demuestran los millones de testimonios del #MeToo, partimos de una situación que es desigual. “De un contexto en que el hombre cree que tiene privilegios para acercarse a una mujer en contra, incluso, de su voluntad. Entonces, no estamos hablando de seducción, estamos cruzando la línea roja”, concluye esta experta en género y comunicación.

Como Gallego, son muchas las mujeres que consideran que, vista la tremenda carga que se arrastra, es mejor pecar por exceso que por defecto en este asunto. Y aunque muchos hombres estén algo perdidos ante cómo proceder, la solución no es complicada. Reside en dos conceptos: el consentimiento y la igualdad. En un nuevo pacto social en el que ambos sexos se respeten y se traten de igual a igual. “Esa es la clave, sin duda”, coincide la abogada Sara Antúnez. Y para conseguirlo, añade, hace falta educar a la sociedad. “Pero no mediante técnicas de paridad, ni con feminismo exacerbado, sino con igualdad y empatía”, dice.

Por fortuna, ya hay jóvenes, como Diego, que lo tienen muy claro. A sus 17 años sabe muy bien “que hay que tratar a las mujeres con el mismo nivel de respeto que a los hombres”. Algunos lo harán “por miedo” o porque no les queda otro remedio, pero él entiende perfectamente que está mal acosar a una mujer. “Y que cuando alguien dice ‘no’, es ‘no’”, afirma. Se lo enseñaron en casa, desde que era pequeñito, y ha tomado nota.

NOCHE Y ALCOHOL,

DOS AGRAVANTES   

Aunque las agresiones machistas pueden darse en muchos contextos, el de la noche es un entorno muy proclive. La psicóloga Ruth Arrazola lo sabe muy bien, ya que ha atendido a muchas chicas que han sufrido  agresión sexual en alguna salida. “Puede darse tanto en la discoteca como en la casa donde siguen la fiesta. Eso hace que la víctima, que suele ser muy joven, se confunda”, cuenta. De hecho, hay pacientes que ni se consideran víctimas. “Creen –señala– que la agresión sólo se produce si ha habido una penetración o si ha sido un desconocido. Pero si lo conocía y ella ha empezado con el ji-ji-ja-ja y han ido a la fiesta juntos y los dos estaban bebiendo… pues no saben si se puede considerar como tal”. En más de una ocasión, esta terapeuta les ha ayudado a entender “que no ha de haber específicamente una penetración vaginal para poner en peligro su libertad sexual”.

Casi siempre, continúa Arrazola, en estos casos suelen haber drogas y alcohol de por medio. “El hospital Clínic de Barcelona informó que casi el 70% de las víctimas de agresión sexual habían consumido alcohol”, agrega. También proliferan las llamadas “drogas de sumisión química”, fármacos que anulan la voluntad y la capacidad de recuerdo de la víctima. En ningún caso, recalca la abogada Sara Antúnez, el estar bajo los efectos del alcohol o de otras sustancias resulta un agravante para la víctima. “Sí lo es para el agresor, puesto que la víctima ve alteradas sus capacidades cognitivas y por tanto su voluntad”, dice. Sin embargo, añade esta experta, “la mayor parte de los delitos se ven atenuados si la comisión de los hechos se ha realizado bajo los efectos de alcohol o drogas, es decir, la pena del acosador o agresor se verá atenuada si se puede probar que actuó bajo los efectos”.

INTERNET:

ACOSO Y LÍMITES

Pese a haber impulsado el movimiento #MeToo, las redes sociales son un lugar donde el acoso (parapetado en el anonimato) es aún más descarado. Lo sabe muy bien la empresaria Whitney Wolfe, cofundadora de Tinder, la célebre aplicación para ligar. Tras sufrir acoso en esta empresa, Wolfe la abandonó y fundó Bumble, una red social para cambiar las reglas en las citas en internet. “La red es un lugar sin ley, donde campa a sus anchas la misoginia,  tema del cual no se hablaba porque se veía como algo normal”, explica Wolfe. Ella consideró “urgente cambiar las normas y diseñar unos límites para que las mujeres se sientan cómodas en este  medio”. Por ello, en su web sólo ellas pueden dar el primer paso para iniciar una conversación y, si algo les molesta, tienen medios para cortarla de inmediato, sin que su interlocutor pueda insistir.

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