Los restos de la burbuja

territorio

A pie de calle, el impacto de la especulación urbanística de los tiempos de la burbuja es bien visible. Pero a vista de satélite, esos efectos alcanzan proporciones espectaculares.

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[[{'type':'media','view_mode':'media_large','fid':'4896','attributes':{'alt':'','class':'media-image','height':'384','style':'width: 100px; height: 80px;','typeof':'foaf:Image','width':'480'}}]] Arroyomolinos, Madrid, multiplicó por cinco su población en tan sólo una década hasta ser de los mayores municipios de la comunidad sin servicio de cercanías. Al sur, la autopista de peaje radial 5, en quiebra @20015 GOOGLE / DIGITAL GLOBE

Una geografía llena de cicatrices urbanas que también alcanzan al medio rural, un compendio de heridas urbanísticas que, en muchos casos, se han quedado abiertas. Urbanizaciones a medio construir. Proyectos terminados y sin habitar. Expansiones que prometían ser un paraíso en la tierra, pero se han convertido en un purgatorio suburbial sin servicios. La explosión de la burbuja inmobiliaria en España no sólo ha dejado, en muchos casos, un panorama económico desolador sino también un paisaje que ha sufrido una metamorfosis profunda. En los últimos dos años, el colectivo Nación Rotonda, formado por tres ingenieros de caminos y un arquitecto, está llevando a cabo un inventario visual de ese impacto, de cómo ha cambiado el territorio español. Al equipo se le ocurrió utilizar imágenes de satélite de antes y después de la debacle del ladrillo para observar el crecimiento de nuestros municipios durante ese periodo. Esperaban recoger unos pocos casos, pero han superado en mucho las previsiones hasta alcanzar 700 ejemplos. En España se ha construido mucho en los últimos 15 años y gran parte se ha quedado a medias o en desuso. A pesar de que es natural que todos los municipios quieran crecer, es sorprendente cómo lo han hecho. ¿Cómo es posible que un nuevo desarrollo en Asturias se parezca tanto a uno en Andalucía? Siendo lugares tan diferentes, ¿acaso las soluciones urbanísticas pueden ser las mismas? Grandes avenidas, rotondas por doquier y los usos residencial, comercial y dotacional segregados y diseminados por el territorio.

Las ciudades han dejado de crecer de forma orgánica para dar paso a unos desarrollos zonificados, estandarizados y muy rentables para algunos. Es más fácil vender una parcela a una gran superficie que negociar con cien pequeños comercios. Por un lado, este tipo de urbanismo acelera el desarrollo y facilita las cosas a inversores, promotores y constructores. Por otro lado, el resultado es un planeamiento de corta y pega que no se ajusta a la diversidad de cada lugar. En estos desarrollos se favorece la implantación de grandes superficies accesibles sólo en coche, mientras se empobrece la calidad de los espacios públicos y las oportunidades para pequeños negocios. La sensación es que no se tienen en cuenta las necesidades de las comunidades locales y que la rentabilidad a corto plazo para unos pocos queda por encima del interés general.

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En estas imágenes también podemos ver cómo infinidad de expectativas de desarrollo se han evaporado para no volver. Un buen ejemplo es Ciudad Valdeluz, en la provincia de Guadalajara. En su página web (activa desde el comienzo de la crisis) prometen un urbanismo ecológico para gente sana, con todo tipo de equipamientos culturales, administrativos y de ocio. La realidad es que de las cuatro fases del proyecto original solamente hay una construida, y la prometida lanzadera del AVE que les iba a conectar con Madrid nunca llegó. Uno de tantos desarrollos en mitad de la nada con una carencia abrumadora de servicios que no parece que se vaya a reactivar.

La rotonda es el leitmotiv visual que se repite en la mayor parte de las fotografías de nuestro catálogo: espacios donde no es posible detenerse, que hemos introducido dentro de las ciudades que habitamos, otorgándoles un lugar central en el espacio público y decorándolos con profusión y en muchos casos hasta el esperpento. Las rotondas han terminado por ser el símbolo de la burbuja, elemento vertebrador del país e icono de una época que hemos de empezar a dejar atrás.

Cuando se habla de la burbuja y de los restos que nos ha dejado hay algo que nunca se menciona, algo no simbolizado que es producto del trauma y un trauma en sí: no tenemos la menor idea de qué hacer con los restos de la burbuja. Nos encontramos con millones de viviendas vacías y solares, diseminados sobre miles de hectáreas de suelo urbanizado por toda nuestra geografía, esperando ser usados por una población y una economía en retroceso. Históricamente hemos sabido cómo crecer y extender los límites de nuestros municipios . En el cambio de paradigma hay que aprender a gestionar la selección y recuperación de los lugares viables, así como el abandono controlado del resto.

Sin embargo, carecemos de las herramientas necesarias. En los restos del naufragio, el mercado cree encontrar todavía signos de vida, repitiendo la tragedia ahora como comedia. Se resucita el modelo precrisis de grandes proyectos en Barcelona World o en las últimas operaciones urbanísticas de Madrid. Planteados en un marco posburbuja, estos proyectos parecen tan valientes como irreflexivos, mostrando falta de ideas y de dimensión del problema. Las constructoras no han querido perderse la fiesta sugiriendo un peaje en toda la red del Estado para reactivar el sector de la construcción. Financiemos de nuevo entre todos a los músicos del Titanic.

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El propio nombre del organismo creado como respuesta al estallido de la burbuja –Sociedad de Gestión de Activos Procedentes de la Reestructuración Bancaria, la famosa Sareb– da una idea del enfoque economicista por el que se ha optado, ignorando la dimensión territorial. Los datos que pueda tener la Sareb han quedado explícitamente excluidos de la ley de Transparencia. Su censo de viviendas, deudas, desarrollos inconclusos y suelos atrapados en la burbuja no puede ser conocido ni por la ciudadanía ni por los técnicos, que los necesitan como punto de partida para un análisis riguroso.

El problema más urgente, por cuestiones de humanidad, son aquellos lugares que se encuentran parcialmente habitados, bien por personas atrapadas en una hipoteca que les ata a vivir en estos sitios, bien por aquellas familias sin recursos que viven informalmente en desarrollos nunca vendidos, lugares en muchos casos separados del entorno urbano consolidado, sin servicios básicos como recogida de basuras o gas. Un nuevo tipo de exclusión social producto de la burbuja. Con independencia de las calidades de la construcción y la anchura de sus avenidas, sólo se pueden calificar de infraviviendas, infrabarrios e infraciudades.

Además de dar respuesta urgente a estas personas hay que articular estrategias para el decrecimiento. Afortunadamente no somos los primeros que tenemos esta necesidad y podemos fijarnos en el extranjero: Detroit está forzosamente aprendiendo a decrecer, y hay ciudades enteras de California que llevan 50 años urbanizadas, esperando que la gente se anime a construir casas. En Irlanda, la demolición de viviendas vacías ya ha sido puesta en práctica. En nuestro caso, las soluciones genéricas al problema no pueden seguir valiendo, el camino será forzosamente el del ensayo y error. Sin perder de vista esa urgencia de la que hablamos, disponemos de un gran stock de campos de prueba, terrenos a medio construir paralizados que así seguirán hasta su total deterioro. En estas circunstancias, todo el abanico de posibles planes B ahora no parece tan descabellado. Si necesitamos de una fantasía que, como en los años del boom, nos inspire, pensemos que en estas ruinas puede estar el tan buscado cambio del modelo productivo. La experiencia rehabilitando estas neorruinas podría hasta exportarse a otros países, que se verán en las mismas pronto. De los restos de la burbuja, como del cerdo, seríamos capaces de aprovechar todo.

El colectivo Nación Rotonda tiene en marcha un crowdfunding para difundir su proyecto a través de un libro

http://www.verkami.com/projects/11624-nacion-rotonda-the-book http://vkm.is/nacionrotonda

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