Los ultimísimos de Filipinas

Historia

En febrero de 1945, en plena guerra del Pacífico, la batalla de Manila produjo en un solo mes un total de cien mil muertos, entre ellos 267 españoles. Un año después, Franco repatrió a los supervivientes, que llegaron a Barcelona a bordo del barco 'Plus Ultra'. Ellos fueron los verdaderos últimos de Filipinas, cuyas vidas están contadas en el documental 'De aliados a masacrados'.

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Llegada a puerto del Plus Ultra con los supervivientes de la masacre japonesa

Después de 333 años de presencia española en las islas Filipinas, Estados Unidos se convirtió en el neocolonizador, desde agosto de 1898 hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial, cuando se creó la República de Filipinas. La población española continuó siendo numerosa e influyente en aquella primera mitad del siglo XX, sobre todo gracias a la potencia de la Compañía General de Tabacos de Filipinas. Muchos de los españoles residentes en Manila ocupaban cargos directivos en la que puede considerarse, por su importancia, la primera multinacional española.

Manila era la Perla de Oriente cuando se americanizó como Estado asociado a EE.UU.: tenía incluso senadores, sin derecho a voto, en el Congreso en Washington. Los españoles en Filipinas vivieron aquellos años el auge del país más prospero del Sudeste Asiático.

Sin embargo, el estallido de la Guerra Civil en España dividió la apacible colonia española, cuando aún había gran influencia hispana en Filipinas. En Manila se editaban siete diarios en español, y un 40% de la población manilense se expresaba en español, sobre todo en Intramuros, la zona histórica amurallada, y en los barrios de Ermita y Malate.

Según el historiador Florentino Rodao, autor de Franco y el imperio japonés (Plaza y Janés), “la Guerra Civil reverberó en Filipinas, como si fuera algo vivido en España. Al haber allí mucho dinero, la mayoría de la colonia española en Filipinas apoyó a los franquistas. Andrés Soriano era el español, pero también el filipino, más rico. Llego a tener 56 empresas, una de ellas, la cerveza San Miguel, que se fundó en Filipinas y luego pasó a España. Y, según informes estadounidenses del año 1941 que llegaron al presidente Roosevelt, se decía que la décima parte del dinero recibido por Franco durante la Guerra Civil fue por Soriano”.

“Cuando entraron los japoneses, escapamos con lo que pudimos. Pasamos la guerra medio escondidos, y mi padre fue desguazando el coche para cambiar piezas por comida”, recuerda Beatriz García Crespo

La principal empresa en Filipinas, en esos años, era la Compañía General de Tabacos de Filipinas y era, después del Estado, la que empleaba a más gente. “Estaba implicada en todas las exportaciones de Filipinas y tenía mucho poder. Durante la guerra en España, obligó a sus empleados en Filipinas a afiliarse a Falange”, apunta Rodao.

“Cuando estalló la guerra, el 36 en España, yo tendría entonces 9 años. No sé si fue un tío nuestro, o un amigo de papá, nos metió a todos los hermanos en la Falange. Mis hermanas eran margaritas, y nosotros éramos pelayos, flechas y cadetes. Nos reuníamos en la iglesia de San Agustín, en Intramuros. Yo pertenecía allí a la banda de trompetas. La Manila de entonces se llamaba la Perla de Oriente, y también la Tacita de Plata del Oriente. Yo no recuerdo haberlo pasado mal durante esa época, hasta estallar la guerra japonesa”, cuenta Luis García, nacido en Manila, de padre español y de madre filipina, almorzando una deliciosa paella con chorizo, en su casa en el barrio manilense de Makati.

Beatriz García Crespo, que ahora vive en Madrid, fue testigo directo del desembarco japonés, en el puerto de Aparri, donde su padre era responsable del flete de tabaco de la Compañía General de Tabacos de Filipinas. “Escapamos con lo que pudimos. Pasamos toda la guerra medio escondidos en plantaciones, y mi padre fue desguazando el coche que teníamos para cambiar piezas por comida”.

El entonces trompeta de los pelayos falangistas, Luis García, recuerda la entrada de los japoneses en Manila, dos semanas después del ataque a la base naval estadounidense de Pearl Harbor, en Hawái. “El 24 de diciembre de 1941 ya habían desembarcado los japoneses y se estaban acercando a Manila. Y, entonces, como mi padre era español, decidieron llevarnos al Casino Español, aquí en Manila, que era enorme, y tenía muchos miembros. Cuando entraron los japoneses con aquellos caballos de Manchuria, unos caballos muy peludos, y unos tanques de guerra que eran feísimos, todos mirábamos con miedo aquel espectáculo, y se declaró Manila ciudad abierta. Así le llamaban: open city. Y, a los dos días, los japoneses lanzaron una serie de edictos diciendo que todos se podían ya retirar a sus casas, que la guerra había terminado y todo tenía que volver a la normalidad”.

Eran tiempos en que el gobierno del Generalísimo Francisco Franco era aliado del imperio japonés, tras la rubrica secreta del pacto Antikomitern, en Hendaya, firmado entre Franco y Hitler. Por ello, los españoles en Filipinas evitaron ser internados en el campus de la Universidad de Santo Tomás, la más antigua de Asia, convertida en campo de concentración para los occidentales que vivían en Manila. Eran tiempos de alianza entre Madrid y Tokio.

“Japón entró sin ninguna dificultad. Muchos españoles estaban a favor de los japoneses, hubo un elemento fascista aquí, con la Falange. El cónsul general era falangista, José del Castaño, y, en mi opinión, metió la pata cuando, con la caída de Corregidor, dio la enhorabuena a los japoneses. Esto causó un mal efecto, y más de un español murió en provincias a causa de ello”, recuerda John Rocha, descendiente de una de las estirpes de origen hispano más antiguas de Filipinas, con raíces extremeñas. Tan importantes que, en el siglo XIX, construyeron su mansión de veraneo a orillas del río Pasig, el palacio de Malacañang, que fue residen­cia del gobernador estadounidense y, posteriormente, sede de los presidentes de Filipinas.

El asalto japonés al consulado español fue una matanza, sólo sobrevivió una niña de 6 años, pese a recibir 16 bayonetazos. Hoy vive en Barcelona

El general Douglas MacArthur, máxima autoridad militar del estado asociado de Filipinas a Estados Unidos, abandonó su despacho del hotel Manila y se refugió en la isla de Corregidor, en la bahía de Manila, donde resistió a la invasión japonesa durante unos meses. Al final huyó hacia Australia, donde pronunció su célebre frase: “I shall return” (“Volveré”).

El historiador Benito Legarda, con orígenes familiares en Zubielqui (Navarra), relacionados con el negocio del tabaco, en Filipinas expone que “la ocupación japonesa fue un tiempo de reajustes. No había combustible, y no se podía usar coches privados, así es que teníamos que ir en bicicleta, o en tranvía o en carretelas, o carromatas, como las llamábamos, tiradas por caballos. También perdimos nuestros derechos civiles ,y se nos prohibía escuchar las radios que no fueran de los japoneses. Como España era un país neutral, los españoles no fueron internados. Excepto dos republicanos, porque creo que el cónsul español los delató a los japoneses y los metieron en Santo Tomás”.

“Yo tenía 16 años. Pronto me enteré de que había resistencia guerrillera y me uní a ellos”, explica Miguel Pérez Rubio, nacido en Manila, cuya abuela paterna era tía carnal del novelista Ramón Gómez de la Serna. “¿Cómo me detuvieron? Estaba en Bagio, y un día, dos filipinos, boxeadores, que llevaban armas, me dijeron: el teniente Tekio Tetsuka quiere hablarte solamente por quince minutos. Me llevan cuatro soldados, me atan y me conducen al sitio donde tenían la prisión. Les pregunto: ‘¿Qué me va a pasar?’. Y me hacen así, un gesto con la mano como si me seccionasen el cuello, o sea, que me van a cortar la cabeza. Es la noche triste de Miguel Pérez Rubio… Pero, al día siguiente, a eso de las cinco de la mañana, nos llama otra vez Tetsuka y me dice, bueno, no digáis nada de lo que os ha pasado aquí. No contéis a nadie ni quién está aquí, ni qué os ha pasado. Si contáis algo, volvéis aquí y ya no vais a salir nunca más”. Le salvó el hecho de que su tío era el ministro de Asuntos Exteriores del gobierno fantoche filipino, que los ocupantes japoneses habían creado en lo que debía ser la Esfera de Prosperidad Asiática, bajo el dominio del emperador Hiro Hito.

Hubo también guerrilla en la isla de Negros, donde algunos protagonistas fueron hacendados vascos. “Mi padre –explica Edurne Elordi, mostrando fotos– fue guerrillero con Higinio Uriarte, un vasco que era hacendero. Hay un montón de vascos que lucharon contra los japoneses y colaboraron para facilitar el desembarco de las tropas estadounidenses de ­MacArthur. Y, es más, mi padre –rememora– me dijo que cuando terminó la guerra, los americanos les ofrecieron puestos en el ejército estadounidense”.

Y el general MacArthur cumplió su promesa, al desembarcar en las playas de Leyte, el 20 de octubre de 1944, cuando ya avanzaba el declive de la ocupación militar japonesa en el Pacífico, tras cruentas batallas navales y desalojo, isla a isla, del soñado imperio del Sol ­Naciente.

Pero el camino hacia Manila no iba a ser fácil. Tardaron casi cinco meses. “La resistencia fue feroz”, recuerda el sargento Kenneth Fuller, a sus 92 años y en silla de ruedas, que desembarcó en Leyte con ­MacArthur y actualmente es pastor metodista en la localidad de Bacolod (Negros Oriental), donde muestra con orgullo su gorra militar.

“Hacia el 7 u 8 (de febrero de 1945) los americanos empiezan a bombardear el sur de Manila. Y entonces es cuando el general Yamashita instruye al almirante Ibabuchi, que estaba encargado de las fuerzas japonesas en Manila, para que evacue Manila inmediatamente. Ibabuchi hizo lo contrario. Abrieron todos los almacenes donde tenían todos los alimentos y las bodegas donde tenían cerveza. Y se emborracharon completamente, e Ibabuchi les dijo: ‘A quemar Manila’”, cuenta Luis García.

“Cuando Estados Unidos empezó a bombardear Manila, el almirante Ibabuchi recibió la orden de evacuar a las tropas enseguida, pero hizo lo contrario. Sus instrucciones fueron: ‘A quemar Manila’”, cuenta Luis García

Cristina Castañer de Ponce Enrile, hija de padre barcelonés, que trabajaba en Tabacos de Filipinas, y madre madrileña, recuerda sus vivencias con horror. “Pusieron a todas las mujeres en el hotel Bay View –donde ametrallaban a quienes querían escapar– y todos los hombres en el hotel Manila. A mi hermana la querían violar porque era guapísima. Y mamá –gracias a mamá– les dijo kodomo, kodomo, es muy joven, muy joven, y tiene tibi, tibi, fiebre, fiebre, y como estaba tosiendo y el ojo estaba mal, la soltaron. Pero a mis dos primas las violaron. Lo hemos pasado muy mal. Tiempos muy malos”. Cristina Castañer, esposa de Juan Ponce Enrile, que fue ministro y presidente del Congreso, tenía 14 años durante el baño de sangre en hotel Bay View.

“Mi hermano mayor fue degollado por los japoneses, y el resto de mi familia murió en Vito Cruz. Cuando cogieron a mi familia en nuestra casa los metieron en dos cuartos, bloquearon las puertas y prendieron fuego a la mansión para ahorrar balas. Desgraciadamente, nadie de mi familia sobrevive. Muere mi padre, a la edad de 58 años; mi madre, de 48 años; mi hermano Javier, con 23 años; mi hermana, a los 17 años, y, después, una tía que muere también a bayonetazos, como mi madre”, recuerda de nuevo Miguel Pérez Rubio, que fue jefe de gabinete de la presidenta filipina Cory Aquino tras la caída de la dictadura de Ferdinand Marcos, en febrero de 1986.

“Del Bushido –dice John Rocha, en referencia al libro del código del samurái, traducido por el franquismo al español y firmado por el general Millán Astray–, nada, unos sangrientos, desgraciados. La mayoría, casi todos, murieron en la lucha. A los civiles los llevaron a San Agustín. Y a los filipinos, unos tres mil, los llevaron a Fuerte Santiago. Españoles, portugueses, finlandeses y algunos otros que había aquí los pusieron en un refugio frente al palacio del Gobernador, donde los mataron a todos. Con bombas, gasolina en los túneles de ventilación y bombas de mano”, cita John Rocha –que fue embajador de Filipinas en España durante la presidencia de Cory Aquino – en su despacho del edificio de sus empresas, en Intramuros, a la entrada del Fuerte Santiago.

En aquella orgía de sangre, con los japoneses matando a bayoneta y quemando casas, sin olvidar el efecto destructor de la artillería estadounidense, no existían salvoconductos ni protección oficial. Rocha, que fundó Memorare Manila, por los cien mil muertos que hubo en un solo mes durante la batalla de Manila, recuerda que “el consulado español estaba en Paco. Era neutral, el cónsul había salido para refugiarse en un convento y dejó un staff allí, unos jóvenes, creo que se llamaba las JONS, para defender el consulado. Pasó una patrulla japonesa, y hay diferentes rumores, hay quien dijo que estos jóvenes entusiasmados llevaban unas pistolas, y que al pasar la patrulla japonesa, uno disparó… y no se sabe, porque el único sobreviviente, exactamente, era una niña, Aguilella, que está ahora en Barcelona”.

En efecto, desde su residencia en Barcelona, casi siete décadas después, Anna Maria Aguilella reconstruye aquel día funesto: “Mi padre estaba en Filipinas, Manila, porque era empleado de Tabacalera. Allá llamaban Tabacalera a Tabacos de Filipinas, a la Compañía de Tabacos de Filipinas”, explica. “Fuimos al consulado porque creíamos que estaríamos a salvo. Pero no fue así. Entraron los japoneses, no pusieron a todos en fila, los niños delante y los mayores detrás, y nos bayonetearon a todos. A mí me dieron por muerta, después de 16 heridas, una de ellas, la más grave, en la cabeza. Pero no era mi hora, y sobreviví, tras dos días entre los muertos. De allí no salió nadie. Yo nací dos veces. La primera, el 23 de agosto de 1938, en la ciudad de Cebú, Filipinas. Y la segunda vez fue el 12 de febrero de 1945, hecha una piltrafa, porque así era, yo era una cría de 6 años” recuerda Aguillela, mostrando aún cicatrices de heridas de bayoneta en su cuerpo, junto al certificado médico que la daba por medio muerta. En el consulado fueron asesinadas 67 personas, la mayoría españolas, incluidos los padres y los dos hermanos de Anna Maria.

Con el asalto al consulado de España en Manila, los españoles habían pasado de aliados a masacrados. Al conocer la noticia, y sobre todo al ver la debacle de los que habían sido sus aliados, el Japón imperialista y la Alemania nazi, el general Francisco Franco quiso acercarse a Estados Unidos y el Reino Unido. “Les vino muy bien la masacre de Manila, como ellos mismos dijeron. Fue una excusa para acercarse al bando americano. España intentó declarar la guerra a Japón, proponiendo crear una División Azul naval, para colaborar con los aliados. Pero el cónsul británico en Madrid les dijo: bueno, pues si ustedes quieren declarar la guerra, declárenla, por favor, a Hitler, que está más cerca”, relata el historiador Florentino Rodao.

Un año después de la batalla de Manila, finalizada la Segunda Guerra Mundial y con el general MacArthur como máxima autoridad sobre el Japón ocupado –con otros 200.000 muertos, en Hiroshima y Nagasaki, por las bombas atómicas lanzadas por Estados Unidos–, el general Franco puso dos barcos a disposición de los españoles residentes en Filipinas que quisieran regresar a España.

Con el Plus Ultra llegó Anna María Aguilella a Barcelona, el 6 de junio de 1946, donde fue recibida como una heroína. Ellos fueron los verdaderos últimos de Filipinas.

De la Compañía General de Tabacos de Filipinas, que tanta importancia tuvo en la historia de las relaciones hispano-filipinas, quedan poco más que las cenizas de los excelentes puros que, bajo las vitolas de La Flor de la Isabela, sigue elaborando en Cavite, cerca de Manila, la empresa Tabacalera Inc., propiedad de un multimillonario filipino. Japón es en la actualidad uno de sus principales mercados.

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Beatriz García Crespo, que fue testigo directo del desembarco japonés en Aparri, muestra fotos de su padre, responsable de Tabacos de Filipinas

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Un soldado japonés custodia un fortín, en una foto del archivo del ejército de Estados Unidos

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Entrada de las tropas japonesas en Manila

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El barrio de Intramuros de Manila fue pasto de la guerra; sólo quedó en pie la iglesia de San Agustín, donde está enterrado el fundador de la ciudad, Miguel de Legazpi

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Anna Maria Aguilella

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MacArthur volviendo a las Filipinas

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Anna Maria Aguilella cuando tenía seis años y regresó a España tras ser la única superviviente de la matanza del consulado de Manila

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