Ciencia con mayúsculas

Margarita Salas

Hablar de Margarita Salas (1938) es hablar de ciencia, sí, pero de esa con letras grandes y muy brillantes, de esa que hace historia, aunque ella no cese de restarle importancia: “Yo no he hecho nada extraordinario, salvo trabajar mucho en lo que me gusta. No he sido consciente de abrir el camino a otras mujeres, yo sólo seguí el camino de la ciencia, que me apasiona y si en el trayecto he roto cadenas nunca he sido consciente”, señala esta mujer desde su laboratorio de Biología Molecular de la Universidad Autónoma, donde acude cada día.

Nacida en un pueblo asturiano, a los 16 años se marchó a estudiar Ciencias Químicas en Madrid. “Mi padre, médico de profesión, tenía muy claro que sus hijas iban a estudiar en las mismas condiciones que el hijo”, recuerda. Pronto se sintió fascinada por la bioquímica, un verano conoció al gran Severo Ochoa que le animó a doctorarse y, con el título en la mano, ir a su laboratorio en Nueva York. Fue en ese entorno de la Universidad Complutense cuando conoció al que luego sería su marido, Eladio Viñuelas.

Salas hizo el doctorado bajo la dirección de Alberto Sols, quien, según recuerda Salas, se lo hizo pasar “mal”: Me sentí muy discriminada porque era muy machista”, para él “yo era invisible, no existía. Eladio también estaba haciendo la tesis doctoral con él y cuando nos reuníamos para discutir mi trabajo, Sols sólo se dirigía a mi marido, nunca a mí”.

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De Madrid a Nueva York, aunque antes Margarita contrajo matrimonio. ¿Se hubiera ido sola? “Creo que sí, yo ya tenía claro que quería trabajar con Severo Ochoa, era una gran oportunidad”. La pareja estuvo allí tres años y en 1967 decidieron regresar a abrir el primer laboratorio de biología molecular. Salas y Viñuela trabajaban codo con codo en el laboratorio, aunque fuera de él, todos se dirigían a Eladio. Y entonces, él tomó una decisión más que loable, iniciar un nuevo proyecto y dejar a Margaritas Salas con el suyo: “Mi marido se dio cuenta de que fuera del laboratorio yo era la mujer de Eladio, él tenía el nombre. Eladio que era una persona muy generosa y que quería que yo fuera independiente en mi trabajo decidió en 1970 ir abandonado el trabajo que habíamos iniciado los dos juntos y comenzar otro (virus de la peste porcina africana) dejando el trabajo iniciado juntos bajo mi dirección para que yo pudiera tener nombre propio”.

Al poco tiempo,el equipo de Margaritas Salas consiguió descubri y caracterizar la DNA polimerasa del fago phi29, con múltiples aplicaciones biotecnológicas debido a su alta capacidad de amplificación del ADN. Para entender su valor en un mundo en el que todo se mide en dinero, baste decir que el CSIC ha ingresado cerca de 4 millones de euros en patentes.

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