Memoria del Tetuán de las tres culturas

Maria Dueñas

María Dueñas regresa con Magazine a la ciudad donde ambientó su primera novela y gran éxito editorial, El tiempo entre costuras. Una obra que reivindica el pasado español, árabe y sefardí de la que fue capital del Protectorado español en Marruecos y donde vivió toda su familia materna

Vertical

María Dueñas posa en una de las terrazas del que fue el taller del artista Mariano Bertuchi

Quizá vivamos en una sociedad demasiado acomplejada y hablar del Protectorado sea aún un tabú, pero no podemos permitirnos que se pierda la memoria de varias generaciones de españoles y marroquíes, cristianos, musulmanes y judíos, que consiguieron convivir en armonía”. María Dueñas habla con tanto orgullo como desazón de un mundo que se le escapa entre los dedos. El del Tetuán que noveló en su primer gran éxito editorial, El tiempo entre costuras, la historia de una modistilla madrileña a quien el destino y la guerra civil llevaron a la capital del Protectorado Español de Marruecos antes de acabar como espía británica en pleno auge del nazismo.

La escritora reconoce sin ambages que lo que en realidad pretendía era desentrañar la fascinante historia de dos personajes reales, el coronel Juan Luis Beigbeder, máxima autoridad española en el Protectorado antes de la guerra y ministro de Exteriores anglófilo acabada la contienda, y sobre todo de su amante inglesa, Rosalinda Fox, quien tras estar también al servicio de su Graciosa Majestad decidió instalarse en la bahía de Algeciras y acabar sus días en el anonimato contemplando la costa africana. El caso es que la ficción acabó devorando a la historia y la novela acabó convirtiéndose en la mejor evocación de un mundo que tras haber sobrevivido a la monarquía de Alfonso XIII, la dictadura de Primo de Rivera, los gobiernos de la República y el régimen franquista se deshizo como azucarillo tras el reconocimiento de la independencia de Marruecos en 1956.

“Quizá vivamos en una sociedad demasiado acomplejada y hablar del Protectorado sea aún un tabú, pero no podemos permitirnos que se pierda la memoria de varias generaciones”

Diez años después de que su primera novela irrumpiese con fuerza en el panorama de la literatura española –las 70 ediciones y más de cinco millones de lectores la convierten en el gran longseller español de los últimos años–, la autora vuelve a un Tetuán que se ha convertido en su segundo hogar desde que lo descubrió hace tres décadas y que forma también parte de su historia personal. No en vano allí nacieron su madre y sus tías, quienes la educaron con la añoranza de ese pasado perdido, un desarraigo silenciado al que ella ha conseguido dar voz.

“Tuvieron que irse, como quien dice, de un día para otro. Porque España negoció una madrugada las condiciones de su repliegue y a la mañana siguiente los diarios ya publicaban el reconocimiento de la independencia”. explica la autora esgrimiento la prensa del 7 de abril de 1956. “Mi madre había nacido allí, tenía 17 años en el momento de la repatriación y lo último que quería era cambiar de vida en aquel momento”, prosigue. La familia había llegado allí en 1926, cuando el abuelo de María Dueñas, un joven e ilusionado topógrafo, no dudó en acudir a la convocatoria de plazas que realizó el Ministerio de Fomento para llevar a cabo el primer Plan General de Desarrollo del Protectorado y hacer realidad la construcción del Ensanche español. Un proyecto urbanístico que acabó siendo el más integrador que se realizó en todas las ciudades del Marruecos colonial.

La ciudad de hoy en día tiene poco que ver con aquella Paloma Blanca –como se la sigue conociendo por el color de sus antiguas murallas– que dejaron los 40.000 españoles que llegaron a habitarla. El único que puede aún dar fe allí mismo de otros tiempos es Ricardo Barceló, uno de los escasos tetuaníes españoles que decidió quedarse en casa cuando el gobierno español repatrió a la Península a la población española y quien a sus 80 años sigue viviendo allí. Él es, junto a la Asociación La Medina, el principal difusor de un pasado del que pronto puede no quedar memoria. Estos días se afana en organizar una exposición de postales del Protectorado en la Casa Árabe de Madrid y en buscar quién le ayude a montar otra más ambiciosa con objetos que ha conseguido de la nieta del jalifa, máxima autoridad civil local de la época.

Tampoco queda apenas rastro de los 15.000 judíos sefardíes a quienes la República otorgó la nacionalidad española y que fueron quienes financiaron la constrcción del Ensanche español junto a la medina andalusí, declarada patrimonio de la humanidad por la Unesco en 1997. La arabización forzada de todo el Protectorado en la década de los sesenta y setenta del siglo pasado apenas si dejó reductos de la cultura rifeña, asimilada por el islam.

Sin embargo, el rastro de ese pasado español aún puede reseguirse fácilmente gracias a los establecimientos que aún conservan sus antiguas denominaciones. Allí siguen el cine Español, el hotel Bilbao, el Casino La Unión o las pensiones Iberia, Esperanza o Camas, donde María Dueñas sitúa la pensión de La Luneta que acogió a la protagonista de su obra. Otras veces es la simple dejadez la que aún permite pasear por la calle del General Sanjurjo, como indica un viejo rótulo olvidado. De la misma forma, la plaza donde se levanta la iglesia de Nuestra Señora de la Victoria sigue siendo para los locales como plaza Primo, sin que los transeuntes habituales tengan noticia de un tal Miguel Primo de Rivera.

“Miles de personas tuvieron que irse, como quien dice, de un día para otro. España negoció con Marruecos su repliegue una madrugada y la mañana siguiente reconocía la independencia”

Otros vestigios de la presencia española permanecen en una ajada Casa de España cuyo principal reclamo es ser uno de los escasos establecimientos de la ciudad donde se sirve cerveza; en el antiguo edificio de La Unión y el Fénix, reconocible por la gran escultura de Ganímedes sobre el ave Fénix hoy pintada de un llamativo verde –el color de la ciudad y del islam–, y en los antiguos casinos españoles, en cuyas paredes aún lucen los lienzos de Mariano Bertuchi, el pintor del Protectorado que fue el autor de casi todos los carteles turísticos y sellos de correos que reflejaban esa otra España de un exotismo oriental.

Su taller forma hoy parte de una escuela de artes y oficios donde los jóvenes tetuaníes aprenden los oficios de la artesanía local a la vez que algunas expresiones en español, una lengua que apenas hablan ya los comerciantes del zoco y los vecinos ya con una edad. Aunque la presencia del colegio español Jacinto Benavente, de los institutos de formación profesional Juan de la Cierva y de secundaria y bachillerato Nuestra Señola del Pilar y de una delegación del Instituto Cervantes –instalado en la antigua delegación de Fomento, uno de los primeros edificio construido por los españoles– viene alentando la recuperación de la lengua. En buena medida por el deseo declarado de todos los jóvenes que se acercan a los escasos visitantes españoles de la ciudad de emigrar a la Península y por los constantes intercambios comerciales, a todas las escalas, que la ciudad mantiene con la cercana Ceuta.

Si la principal prioridad de Marruecos una vez reconocida su independencia por España de la noche al día fue desmantelar el ferrocarril que unía Tetuán con la hoy ciudad autónoma española, el continuo trasiego entre ambas ciudades forzó a los dos países a firmar un acuerdo que facilita a todos los marroquíes empadronados en Tetuán su circulación a uno y otro lado de la frontera ceutí. La actividad del consulado español, de hecho, es frenética. Aunque básicamente para satisfacer los requerimientos de los ciudadanos de allí, porque el interés de los españoles por la antigua capital del Protectorado sigue siendo escaso. El gobierno marroquí nunca ha estado interesado en promover un turismo español a una zona, por otra parte, a la que Hasán II siempre había girado la espalda. Su principal intervención en la ciudad pasó por convertir la Alta Comisaría española en uno de sus palacios reales cerrando las vistas al jardín y el viejo edificio tradicional con un majestuoso pórtico y arrasando la plaza morisca con pérgolas y mosaicos de motivos arabescos para dejarla en un gran espacio diáfano que hoy lleva su nombre. En su interior queda, fuera de la vista y de cualquier circuito turístico, la misión franciscana que se instaló en la ciudad en el siglo XIX, así como las antiguas dependencias oficiales.

Las instituciones españolas, por su parte, tampoco han reivindicado ese pasado español de Tetuán ni de las otras ciudades del Protectorado desde la restauración de la democracia. Quién sabe si por esos complejos a los que hace alusión la propia Dueñas o por simple desinterés. Hasta el punto de que la ruta literaria de El tiempo entre costuras y de la serie inspirada en la obra que protagonizó Adriana Ugarte sean a día de hoy el principal reclamo turístico para los pocos visitantes españoles que deciden visitar la ciudad a la espera de que cuaje una ruta cervantina creada hace apenas un año a partir de las citas que el ator del Quijote hace de la ciudad. Tampoco los hay de otros países, y Tetuán no pasa de ser en la mayoría de circuitos por el norte de Marruecos una breve extensión de la visita a Tánger.

Los escasos alojamientos que hay en la ciudad –varios de ellos, paradójicamente, regentados por españoles sin vínculos con el Protectorado– viven fundamentalmente de las visitas de los propios marroquíes y los escasos souvenirs que se pueden encontrar en la medina reflejan el nombre de la ciudad en su transliteración francesa, Tétouan. Eso sí, es fácil encontrar carteles informativos en árabe, francés y español que las autoridades locales han instalado en los edificios históricos.

La escritora toma un té moruno en los cafetines del antiguo Feddán que han sobrevivido a la reurbanización de la ahora plaza Hasán II y pasea por la otrora calle de la Constitución y del Generalísimo, hoy de Mohamed V, arteria principal del Ensanche. Allí muestra con orgullo los balcones que fueron de su familia y adonde imagina asomada a su madre antes de tener que abandonar sus anhelos de juventud.

Vertical

Una mujer local con sombrero rifeño deambula por una de las callejas de la medina

Vertical

El edificio en el que vivió la familia de María Dueñas, en el Ensanche español

Vertical

Un joven tetuaní, aplicado en el taller de cerámica tradicional de la escuela de artes y oficios

Horizontal

Una imagen del zoco de Tetuán, en el corazón de la medina, libre del turismo habitual en otras ciudades marroquíes

Horizontal

La tradicional escultura de La Unión y el Fénix que corona la antigua sed de la compañía, pintada de verde

Vertical

Sobre estas líneas, la entrada al hotel Bilbao, de tiempos del Protectorado, en caracteres arábigos, bereberes y latinos

Vertical

El rótulo de la pensión Camas, que Dueñas convirtió en la pensión de La Luneta en El tiempo entre costuras

Horizontal

Cartel de una de las relojerías españolas que abrieron durante la época del Protectorado

Mostrar comentarios
Cargando siguiente contenido...