Márkaris en el laberinto ateniense

Literatura

El escritor Petros Márkaris ha sabido contar mejor que nadie la taquicardia social y económica que sufre Grecia desde hace años. Crónica de un paseo por la empobrecida Atenas con el padre del perspicaz comisario Jaritos.

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Márkaris ha sido un cronista de los vaivenes de Atenas desde hace años; arriba, en la plaza Syntagma

Hace algo más de dos décadas Petros Márkaris creó al comisario Kostas Jaritos para tomar el pulso a Atenas y su gente. En un momento de convulsión política y de crisis migratoria, y coincidiendo con la salida de su último libro, La mirada de Ulises (Tusquets), Magazine recorre con él algunos de los escenarios que han definido su vida y su obra.

El símbolo. Son las 7.25 de la mañana del martes 1 de marzo cuando una frase distorsionada sale en bucle de un megáfono para ser repetida por un coro enfurecido. Varias decenas de personas se desgañitan y sostienen pancartas frente a un nutrido cordón policial. Bienvenidos a Atenas. Sin embargo, la presunción de una ciudad levantada en armas se desvanece en menos de tres horas, cuando la vecina y desangelada plaza Syntagma –sede del Parlamento griego y corazón de las protestas que han convulsionado la ciudad desde las elecciones de junio del 2015– respira placidez bajo un sol de justicia. “Aquí no pasa nada”, resume Petros Márkaris (Estambul, 1937) entre turistas, escolares, vendedores de refrescos y palomas. Si hay alguien que sabe lo que pasa o no pasa en Atenas, ese es el escritor que desde principios de los noventa ha recurrido al género negro para tomarle el pulso, asistir a sus transformaciones, testimoniar sus desengaños y luchas a través de los ojos de Kostas Jaritos, un comisario de policía campechano y astuto que trabaja en el departamento de homicidios.

“Mi labor como escritor es formular preguntas adecuadas; con lo temperamental que soy, ¿se imaginan la que armaría en las sesiones parlamentarias?”

Pero la figura de Márkaris va más allá de la del responsable de un exitoso ciclo policiaco sustentado en un retrato social de perfil crítico y en las esencias mediterráneas –la familia y la cocina como ingredientes fundamentales–, puesto que lleva años ejerciendo de intelectual comprometido por medio de artículos, ensayos, charlas y entrevistas. Aunque nació en Estambul de padre armenio y ha estudiado y trabajado en países de habla germánica, el hecho de llevar medio siglo viviendo en Grecia y ser una de sus contadas glorias literarias le ha revestido de autoridad para hurgar en los asuntos públicos. La tentación de verlo como a un oráculo ha resultado irresistible. “Pamplinas. Me limito a prestar mucha atención a lo que ocurre a mi alrededor”, asegura quien irónicamente perdió un ojo con ocho años de resultas de una negligencia médica, episodio que asegura que no le creó trauma alguno. Quizás presintiendo que la visita tiene el mismo motivo que el de los antepasados, que peregrinaban a las pitonisas del santuario de Delfos, Dódona o Cresos, el escritor no tarda en exclamar: “Estoy harto de dar mi opinión acerca de Grecia. En especial que me pregunten por Varufakis, ¡si ya nos lo hemos sacado de encima!”.

Con el transcurso de la mañana, esta reticencia se demostrará menos taxativa de lo que aparentaba –pese a su talante amable, el escritor habla con vehemencia, alzando la voz y esgrimiendo su inseparable pipa para subrayar las frases clave–, y apenas se ha alejado de Syntagma ya ha ofrecido un dictamen: “No hay síntomas de recuperación por ninguna parte”. Con todo, antes de intentar exprimir al Márkaris que asegura haber declinado tres ofertas para entrar en política de tres partidos distintos –“mi labor como escritor es formular las preguntas adecuadas. Además, con lo temperamental que soy, ¿te imaginas la que armaría en las sesiones parlamentarias?–, la prudencia llama a abordar al Márkaris literario.

El refugio. No hay mejor lugar para ello que un edificio de tres plantas que se levanta muy cerca de Monastiraki –la plaza del Sol de Atenas–, el cual en sus orígenes (1860) fue el domicilio de un oficial bávaro y hoy ejerce de polivalente centro de Gavrielides, la modesta editorial que publica sus obras. La planta de abajo funciona como cafetería/librería que lleva por nombre Poems n’Crimes por el género que vende. Márkaris acude cada mañana y cada tarde a leer y a charlar con su editor Samir, al que le unen 30 años de amistad. Tanto en la terraza exterior como en el salón interior, cuenta con su mesa favorita, y el desaprensivo cliente que la ocupe será amablemente invitado a abandonarla en cuanto la desgarbada estampa del autor que sostiene el negocio asome por la puerta. En la segunda planta se encuentran las oficinas, y la últi­ma acoge una imprenta.

Frente a un expreso y entre bocanada y bocanada a su pipa –en Atenas, la ley antitabaco, como la prohibición de circular en moto sin casco, se antoja un crimen perfecto, pues entre todos la mataron–, Márkaris echa la vista atrás. “Fue mi padre quien me empujó a estudiar economía y con tal propósito me envió a Viena. Ciudad en la que, por cierto, adopté la lengua de mi madre, el griego, para escribir, pese a dominar mejor el turco y el alemán, porque ya se sabe que la soledad nos empuja de vuelta al seno materno. En vez de satisfacer a mi padre me dediqué a mi mayor pasión por aquel entonces: el teatro. Recorrí Europa en tren para asistir a representaciones y escribir mis primeras obras. Hablar diversos idiomas me abrió las puertas de dos empresas, una en Stuttgart y otra en Atenas, donde trabajé en el departamento de exportaciones. Cuando me ofrecieron un cargo de responsabilidad en la segunda, presenté mi dimisión porque lo que deseaba era escribir. Durante un tiempo me gané la vida traduciendo obras de teatro alemanas y, a raíz de mis guiones cinematográficos para Theo Angelopoulos, fui contratado por la productora de la serie televisiva Anatomía de un crimen, para la que escribí unos 70 capítulos en tres años. Ganaba una pasta, pero me harté y lo dejé, y ahí estaba Jaritos torturándome”.

“El problema de los griegos es creer en soluciones fáciles, de aquí el voto masivo a Syriza. Ahora todos están desengañados con un falso partido de izquierdas”

Márkaris ha explicado hasta la saciedad la posesión de la que fue objeto; que su personaje se le apareció un buen día de la nada; que intentó sacárselo de la cabeza porque ya no podía más de perfilar a individuos de clase media; que acabó rindiéndose y que, tan pronto averiguó que se trataba de un policía (su otra intuición era que podía tratarse de un dentista), la primera novela salió sola. Ocho libros después (nueve contando los dos relatos que protagoniza el comisario en La muerte de Ulises), el espíritu con que nació sigue incólume. “Desde el primer día he querido hablar de la sociedad griega, de mi país y de Atenas desde una perspectiva crítica y comprometida políticamente, una tradición que viene de la novela burguesa francesa del XIX, si bien de quien más aprendí fue del Pepe Carvalho, de Vázquez Montalbán. La trama negra es un mero pretexto, me importa un pimiento si el lector descubre el asesino en un santiamén. Escribo siempre con familiaridad, todos mis personajes están basados en gente real. Jaritos y su esposa, Adrianí, proceden de una región que en los años cincuenta y los sesenta era la más pobre de mi país. De aquí que sepan bien dos cosas: técnicas de supervivencia y técnicas de dignidad. El ciclo también es una respuesta local al modelo nórdico. Detesto a esos detectives metiéndose pizzas y cerveza todo el día, ¡hay mejores formas de alimentarse, por el amor de Dios!”.

El oasis. A un tiro de piedra de la editorial-cafetería se encuentra el mercado central de Atenas. Ubicado en un edificio neoclásico de 1875, a los puestos de carne y pescado, quesos y encurtidos, se suman pequeñas tiendas adyacentes donde se venden remedios naturales e infusiones, ropa y productos electrónicos. De camino a la entrada principal de la calle Athenis, Márkaris comenta que lleva visitándolo desde hace décadas y aprecia que se haya conservado incólume, igual que la mayor parte del casco viejo, librándose de la barbarie modernizadora que ha arrasado con los suburbios. Una vez en el dédalo que conforman los abarrotados y vocingleros pasillos con los puestos con género fresco –los corderos despellejados desafían a los espíritus sensibles–, recuerda la figura a la que el escritor ha acudido de forma recurrente cuando se le pregunta por la encrucijada griega. ¿Sigue su país en el laberinto de Creta, acechado por un Minotauro llamado troika, igual que Teseo antes de dar con el hilo salvador? “Ahora estamos mucho más dentro del laberinto de la eurozona –asegura enfurecido Márkaris–. El problema, claro, fue entrar sin haber realizado antes las reformas pertinentes, por duras e impopulares que fueran. El euro aniquiló las frágiles bases de la pequeña y mediana empresa, y una cascada de impuestos ha destruido todo el tejido económico-social. El actual Gobierno no es el responsable de la crisis, pero, desde su llegada al poder, ¡a partir de la delirante promesa de que el país asfixiado por las deudas iba a cambiar la Unión Europea!, ha cometido error tras error. Lo del referéndum fue de juzgado de guardia. ¿De verdad pensaban que irían a Bruselas con un no del pueblo y esta se amilanaría? El problema de los griegos es creer que hay soluciones fáciles, de aquí el voto masivo por Syriza. Ahora todo el mundo está desengañado con un partido falsamente de izquierdas”.

La guarida. De camino en taxi al domicilio del autor, situado en el barrio de Kypseli, el tema de los refugiados toma el volante. Kypseli era antes un coto de clase media y hoy acoge a una enorme comunidad de inmigrantes, sobre todo de Senegal y Costa de Marfil. “¿Cómo pueden sonreír tanto? –dice Petros Márkaris que se preguntaba a diario–. Hasta que abordé por la calle a un vecino y me contestó: ‘Tendría que haber visto cómo eran nuestras condiciones de vida antes de llegar aquí’”. Cruzamos por delante de la plaza Victoria, punto de encuentro de refugiados, si bien este mediodía aparece vacía al haber sido desalojada por la policía. Su fugaz aparición, con todo, permite al escritor redimir a los griegos. “En plazas como esta, al igual que en las islas, se presentan muchos locales para compartir su escasa comida. Llevan la solidaridad y la compasión en las venas. Grecia es una nación de refugiados, la mayoría de las familias procede de Asia Menor y del mar Negro, o la diáspora los ha llevado a lugares tan remotos como Canadá o Australia. Saben lo que es atravesar por un sufrimiento así. Los alemanes, que nos tildaban de perezosos, nos admiran por el recibimiento que les hemos dado. Es vergonzoso cómo la UE ha gestionado el problema. La cultura y los valores europeos llevan mucho tiempo de vacaciones, tumbados a la bartola”.

El piso de Márkaris, espacioso, luminoso, austero y decorado con clasicismo, es a medias un testimonio mudo de sus éxitos –diplomas, medallas, galardones, carteles de obras de teatro y películas– y un santuario a su difunta mujer, con fotos y recuerdos de viajes. Mientras posa para las últimas fotos, el escritor comenta que su mito favorito es el de Hefesto, el dios del fuego, quien en el Fausto de Goethe se postula como creador del mundo con los terremotos que causaba en su fragua bajo tierra. Del yunque de Márkaris, un ordenador de generosas dimensiones, salen las novelas de Jaritos, un individuo decente entregado a apagar pequeños fuegos.

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Ante un mendigo, una estampa de la nueva pobreza griega

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Márkaris posa ante uno de los carniceros del mercado central de Atenas

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Regando las plantas de su modesto apartamento

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