El último día de mi vida: "Cuando uno se muere, todo se resuelve"

Miguel Ángel Muñoz

Conectar con el niño que lleva dentro. Ese que es noble, puro, juega, se divierte, es curioso y espontáneo. Este es el mejor recuerdo de Miguel Ángel Muñoz (Madrid, 1983), que empezó a ser actor con 10 años (El palomo cojo) y saltó a la fama con 17 (interpretando a Rober en la serie Un paso adelante). Hace 13 años que, a base de seminarios y terapias, descubrió su “futuro en la vida, el alma, y seguí investigando”. Y se percató de que verbalizar lo positivo le hacía más feliz, aptitud que mantiene contra viento y marea. “Si sonríes le mandas un pensamiento positivo al cerebro y se activa algo que te hace sentir mejor. Es difícil que si a alguien le dedicas una sonrisa no te la devuelva, aunque esté enfadado”, aconseja. Para las tristezas y enfados, dice, tiene la suerte de que la interpretación le “permite sacar de una forma muy terapeútica toda la rabia y malestar a través de todos los personajes que interpreto”.

Ahora encarna en El crack cero, la película dirigida por José Luis Garci que pone fin a la trilogía de El crack, a El Moro, uno de los investigadores de la agencia de detectives de Germán Areta, el personaje que en su día marcó un hito en la carrera de Alfredo Landa. El filme, explica, nos sitúa en el Madrid de 1975 con Franco recién muerto y un futuro incierto. En ese marco Areta y El Moro investigan el suicidio de un famoso sastre.

–El Moro ha sido un regalo inmenso, es un bombón de personaje. Vive la vida en una incertidumbre abismal. Areta le saca de los billares, le pide que se afeite, se quite el pendiente de la cara y cuide sus modales. Su, en ocasiones, desconocimiento e incultura, hace que sea extremadamente divertido. Aporta un respiro dentro de ese cine negro que hace que el espectador empatice con él enseguida. Transmite mucha ternura, pero cuando se tiene que poner serio, saca al chico de la calle que viene de lugares oscuros; pero dentro de esa oscuridad hay una luz especial.

Ganó MasterChef e hizo famosa a su Tata, la hermana de su bisabuela que este año cumple 95 años y ha estado siempre a su lado, porque sus padres trabajaban, aunque han estado y están muy presente en su vida.

Cree que el amor es eterno, es vida y va mucho más allá que el amor de pareja. “Si nos mirásemos todos con más amor, el mundo sería mejor”, sentencia. Se le hiela la sonrisa por las tremendas desigualdades que hay en el mundo, por ello se implica con las oenegés que las combaten. Y pasa casi un minuto pensando antes de contestar si ha tenido alguna experiencia personal con la muerte:

–Físicamente no, pero sí en sueños y en algún retiro terapeútico, donde he tenido la oportunidad en alguna visualización de imaginarme esos momentos.

–¿Qué imaginó?

–Descanso, estar en paz y lo que aconsejo a los que se quedan, que una vez uno llega allí ya nada importa y uno hace las paces con todo el mundo. He aprendido que merece la pena hacer las paces en vida.

No tiene miedo a la muerte y está convencido de que hay algo más allá.

–No sé el qué, pero me parece que la vida es tan mágica y perfecta que no puede acabar una vez se paren el corazón y las constantes vitales. No sé decir el qué hay, pero sí que el alma nunca muere.

Miguel Ángel, como el niño interior que es, disfruta de la vida y de su magia, ríe y sonríe.

1. Si supiera que mañana es el último día de su vida, ¿qué haría? ¿Cómo lo pasaría?

Reuniría a mi familia y a mis amigos e intentaría celebrar la vida con ellos. No sé exactamente lo que haría pero lo más importante sería estar juntos y despedirnos con alegría.

2. ¿Qué le hubiera gustado hacer y ya no podrá porque no tendrá tiempo?

Hablar cinco idiomas a la perfección.

3. ¿Qué aconsejaría a los que se quedan?

Que le resten importancia a la vida, que se diviertan, que sonrían, que intenten ser felices dándose el permiso de serlo sin intentar buscar la felicidad en algo externo. Que hay que pasarlo bien. Que los conflictos y los enfados son tiempo perdido en la vida y cuando uno se muere todo se resuelve y nadie tiene rencor ni rabia por nadie.

4. ¿Cómo diría que fue su vida?

Muy intensa, con mucho esfuerzo, cansada pero a la vez inquietante, con muchas emociones diferentes, rica en cuanto a emociones compartidas con diferentes personas y contento por la gente de la que me he rodeado.

5. ¿De qué está más orgulloso?

De mi familia, de mis padres, de mi Tata y de mis amigos. Les admiro a todos ellos, he aprendido mucho durante la vida y me siento muy orgulloso del amor que ha habido.

6. ¿Se arrepiente de algo?

De ser demasiado exigente conmigo mismo y las personas que tengo alrededor.

7. ¿El mejor recuerdo de su vida?

Cuando he conectado con mi niño interior en las diferentes terapias que he hecho a lo largo de la vida.

8. ¿Cuál sería el menú de su última cena?

Para empezar lo cocinaría yo con mi amigo Jerónimo, que es mi mentor en la cocina y quien me lo enseñó todo. En esa mesa estarían mis amigos y repetiría el menú que me hizo ganar en MasterChef: diferentes tipos de pescados y mariscos cocinados en diferentes texturas sobre un fondo de fumet de pescado; un magret de pato con una reducción de los huesos del pato y calvados, una teja de mostaza antigua y de postre, unas milhojas de cheesecake tropical.

9. ¿Se iría a dormir?

No. Me encantaría que terminase en ese estado de vigilia cuando uno está muy cansado, pero de habérselo pasado muy bien, y estás como medio despierto medio soñando y es un poco como un trance.

10. ¿Cuál sería su epitafio?

Hay una frase que me escribió un amigo en un momento muy especial de mi vida. Les pedí a mis personas importantes que me dedicasen unos segunditos y me dijesen una frase y él escribió una que me llegó mucho: Soñador de utopías posibles.

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