Mujeres de Afganistán

mundo

La caída del régimen talibán liberó a la sociedad afgana de algunos corsés, pero las mujeres siguen viendo sus derechos vulnerados una y otra vez. Este reportaje forma parte de un proyecto fotográfico y expositivo muy crítico, que recoge la vida cotidiana de las mujeres afganas desde diferentes ángulos y que se presenta el día 28 en Barcelona.

Horizontal

Fahima, de 14 años; Fereshta, de 25, y Shafiqa, de 16, las tres boxeadoras, atienden las explicaciones de su entrenador. Los inicios de la sección femenina de la Federación de Boxeo de Afganistán no fueron fáciles; las chicas recibieron amenazas por practicar este deporte

Una mujer asesinada por adulterio. Una secuencia de un crimen de honor. Otra mujer obligada a casarse con su violador. Una niña de 14 años apaleada por su marido. Una joven mutilada por abandonar el hogar conyugal. Pueden parecer historias de un pasado remoto, pero han ocurrido en los últimos cinco años en Afganistán, un país protegido por decenas de miles de soldados extranjeros y con centenares de proyectos controlados por organizaciones internacionales.

Nadie podrá negar que desde la caída de los talibanes a finales del 2001 ha habido mejoras en la vida de las mujeres y las niñas afganas. Pueden estudiar, trabajar o tener acceso a la salud. Un 27% de los escaños en el Parlamento está ocupado por mujeres. Se han convertido en agentes de la policía o soldados. Incluso hay algunas que juegan al fútbol o boxean. Miles de universitarias pasean por el campus de Kabul y compiten con sus compañeros varones por las mejores notas.

La Constitución del 2004 garantiza la igualdad de derechos entre hombres y mujeres, y la ley del 2009 sobre la eliminación de la violencia contra la mujer reafirma que este es un delito penal. Las mujeres ya no son tratadas como botín de guerra como en el pasado, cuando los señores de la guerra permitían que sus soldados las violasen como una forma de recompensarlos e intimidar a los bandos contrarios. Ni son azotadas en las calles como ocurría durante el brutal régimen talibán por enseñar el tobillo, utilizar zapatos de colores prohibidos o caminar sin acompañamiento masculino. Ni tampoco son ejecutadas en plazas públicas por atreverse a desafiar la moral más retrógrada.

Horizontal

Pero el gobierno afgano, presidido durante la última década por Hamid Karzai, ha sido permisivo con las presiones de los sectores conservadores tantos suníes como chiíes. En el 2009 firmó la ley Shia sobre el estatuto personal que permite al marido retirar la manutención a su esposa si se niega a obedecer sus demandas sexuales, otorga la tutela de los niños exclusivamente a los hombres y exige que las mujeres tengan el permiso de sus maridos para trabajar.

En marzo del 2012 el Consejo de Ulemas emitió normas de comportamiento para las mujeres. Prohibía la práctica tradicional de entregar a una niña a otra familia para resolver una disputa y decía que los matrimonios forzados son ilegales. Pero, al mismo tiempo, prohibía a las mujeres viajar sin el acompañamiento masculino y recomendaba que no se mezclasen con los hombres en los lugares de trabajo o estudio.

En un informe de Human Rights Watch (HRW) se indicaba que “los tribunales envían a las mujeres a la cárcel por delitos dudosos mientras que los verdaderos criminales, que son los abusadores, quedan en libertad”. La investigación de la prestigiosa organización humanitaria aseguraba que “los abusos más horribles sufridos por las mujeres no parecen provocar más que un encogimiento de hombros por parte de los fiscales, a pesar de que las leyes criminalizan la violencia contra la mujer”.

En la actualidad, hay alrededor de 400 mujeres y niñas encarceladas en prisiones o correccionales por “crímenes contra la moral”. En muchos casos estos crímenes son oponerse a los matrimonios forzosos, y no es raro encontrar mujeres y niñas entre rejas por haber sido violadas.

En Afganistán hay 14 refugios para mujeres que huyen de la violencia doméstica. Unas 300 mujeres y niñas acompañadas de sus hijos más pequeños viven en ellos. Las trabajadoras sociales y las abogadas intentan negociar con las familias el divorcio cuando se trata de menores, pero estos procesos son muy complejos y muchas veces tardan años en resolverse. La mujer suele pagar un alto precio: nunca volverá a ver a sus hijos.

Los jueces, los policías, los médicos, los varones en general, e incluso, la mayoría de las mujeres, son cómplices de situaciones que sólo pueden ser descritas como violaciones flagrantes de todos los derechos humanos. El silencio y la indiferencia estimulan a los agresores a continuar tratando a las mujeres como si no tuvieran derechos. La impunidad generalizada y el peso de la tradición ahorcan sus vidas.

Pero lo peor es la prepotencia y la ignorancia con la que actúan los supuestos expertos de la comunidad internacional ante estas situaciones inaceptables. Se suele escuchar de boca de civiles y militares una retahíla de incongruencias que sólo buscan justificar la neutralidad con la que supuestamente hay que actuar ante dramas que forman parte de la vida privada de los afganos. En 13 años de intervención extranjera, han sido incapaces de cambiar comportamientos vinculados a tradiciones ancestrales que convierten a las mujeres en sombras, furtivas, maltratadas y reprimidas para siempre.

Horizontal

Shamsia Hassani, de 26 años, es una de las pocas grafiteras que hay en Kabul. Suele pintar a mujeres con burka en muros de hormigón

Vertical

Shamila, que perdió una pierna por una infección, fue forzada a casarse con apenas 13 años con el viudo Abdul Rasul, de 32 años. Hoy, con 23 años, tiene cuatro niñas. En la fotografía aparece con su marido y tres de sus hijas, Sharara, Bahara y Basira, de nueve, siete y cinco años.

Horizontal

Jamila, de 17 años, casada y embarazada de dos meses, se quemó a lo bonzo y murió un día después (es una forma de suicidio utilizada en Afganistán). Su padre no permitió que la familia de su esposo velara el cuerpo. Las mujeres amortajan el cadáver después de lavarlo y lo preparan para llevarlo al cementerio

Horizontal

Shakila Ibrahim Jil es una de las periodistas más conocidas de Tolo TV, la cadena de televisión con más audiencia en Afganistán. Esta madre de tres hijos enviudó hace unos años y se negó a casarse con otro hombre. Su padre le permitió regresar al hogar y le pidió perdón por forzarla a casarse

Horizontal

Unas adolescentes en una boda, durante la que se cambiarán de vestuario varias veces. El estatus de un casamiento se mide por el dinero que se invierte en él. Es la familia del novio quien corre con todos los gastos, incluida la dote, el dinero que entrega a la familia de la mujer

Horizontal

Un instructor entrena a varias mujeres policía en el uso de un fusil de asalto. Hay unas 1.600 mujeres policía en Afganistán frente a 150.000 hombres. La principal tarea que realizarán después en las comisarías es la de registrar a otras mujeres. Human Rights Watch ha denunciado abusos sexuales contra mujeres policía dentro del propio cuerpo

Vertical

Una treintena de jóvenes, la mayoría menores de 18 años, han practicado el boxeo en los últimos años en Kabul. Una organización humanitaria afgana se encargó de su equipación deportiva, de pagarles el transporte y de darles una pequeña remuneración de un euro y medio diario por acudir a entrenar. Nilofar, estudiante de educación secundaria de 14 años

Vertical

Leila, también en secundaria con 17 años

Vertical

Fruzan, de 18 años y cuyo prometido no sabe que boxea

Vertical

Shafiqa, de 16 años, que quiso aprender cuando vio a otra boxeadora en la televisión

Vertical

Sumaya, de 17 años, que dejó el boxeo tras comprometerse

Vertical

Fauzia, de 13 años, que asegura que no le importa renunciar a casarse para poder seguir estudiando en la universidad.

Horizontal

Decenas de menores están encarceladas en los correccionales de Afganistán por huir de casa para evitar malos tratos o matrimonios forzados. Algunas son acusadas de delitos que han cometido otros miembros de la familia. No es raro encontrar a chicas encarceladas por haber sido violadas o mantener relaciones sexuales sin estar casadas. Amar Gul, de 16 años, encarcelada por huir de casa para evitar un matrimonio forzoso

Horizontal

Rokhashane, de 16 años, que también huyó de casa porque un primo abusaba sexualmente de ella

Horizontal

Setara, de 16 años y cuyo padre la casó con un anciano de 70

Horizontal

Guiti, de 14 años, abandonó el hogar, donde su padre la maltrataba

Horizontal

Qamar, de 14 años, acusada de matar a su prometido, que quería obligarla a huir con él para no pagar la dote

Horizontal

Fatima, de 14 años, detenida junto a su madre, acusadas de secuestrar a otras mujeres

Vertical

La mayoría de las muchachas que juegan al fútbol son estudiantes o pertenecen a familias de clase media o alta. Muchas no podrán hacer deporte en cuanto sus familias las comprometan. En Kabul existen 16 equipos de fútbol, y en el 2013 se celebró la primera liga femenina. La nueva generación de afganas también practica voleibol, baloncesto o atletismo. Nadia, de 21 años, juega de portera y estudia Relaciones Internacionales

Vertical

Fruzan, defensa de 19 años, que quiere cursar Económicas

Vertical

Nuria, portera de 18 años, quiere estudiar Derecho

Vertical

Kausar, centrocampista de 18 años, ha empezado Ciencias Políticas

Vertical

Sara, centrocampista de 14 años, estudia secundaria

Vertical

Yasamin, defensa de 18 años, cuyo padre la animó a jugar

Mostrar comentarios
Cargando siguiente contenido...