Mujeres bajo el velo

Mundo

Muchas mujeres abrazaron la revolución islámica que acabó con el régimen del sha en 1979. Muy pronto descubrieron que el nuevo Irán las sometía a los hombres y les negaba derechos básicos que ahora intentan recuperar de modo cada vez menos silencioso.

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Una joven iraní juega a enterrar su cabello en la arena del desierto, mientras un amigo graba en vídeo la secuencia a cámara lenta. Las excursiones a zonas abiertas y alejadas de la ciudad dan un espacio de libertad a las mujeres con relación a la obligación de llevar el chador que debe cubrir sus cabezas

El gran desencuentro de Nilufar Teherani con la visión del mundo que empezó a regir en Irán después de la victoria de la revolución en 1979 no fue el uso obligatorio del hiyab. Se opuso a su imposición y se peleó muchas veces en las calles cuando durante los primeros años de la república islámica alguna persona la detenía para recordarle que tenía que ir cubierta, pero aun así el verdadero choque llegó años más tarde, cuando se divorció de su marido. Entonces se enfrentó con las leyes de la república islámica que, según llevan denunciando las activistas desde hace años, son el principal obstáculo para las mujeres en Irán. Estas además deben enfrentarse al sistema patriarcal y a las tradiciones familiares, que siguen teniendo una gran influencia en la sociedad.

El modelo que se originó de la revolución islámica fue un experimento en el que la religión, en este caso el islam chií, buscó moldear una sociedad hoy de ochenta millones de habitantes bajo los cánones estéticos, de comportamiento e ideología que sus líderes profesan. La mayoría hombres y todos religiosos. “En mi caso no fue difícil que mi marido firmara el divorcio, pero posteriormente nadie pudo obligarlo a hacer las cosas a las que se comprometió. Así funciona la ley”, cuenta. Nilufar Teherani se refiere a las modificaciones que se hicieron en la legislación iraní después de 1979 y que determinaron que los hombres y las mujeres no tienen los mismos derechos en casos de divorcio, herencias, asesinatos y tantos otros.

La vida de la mujer no sólo pasó a valer la mitad que la de un hombre, sino que la destinaba a permanecer bajo el patronato del mundo masculino. Y si bien una mujer puede especificar sus derechos a la hora de contraer matrimonio, si el hombre se niega es casi imposible obligarlo a que cumpla lo pactado. “No creo que la gente que salió a la calle a luchar por la revolución estuviera allí para buscar imponer el uso del hiyab o forzar a las mujeres a actuar de una manera especial, como sucedió después. Esto nos sorprendió a todos”, explica Teherani, que tenía 19 años cuando formó parte de ese inmenso movimiento que lucho para derrocar la monarquía del sha Ali Reza-Pahlevi.

Cuarenta años después de aquella revolución, las leyes no han cambiado, pero la sociedad sí lo ha hecho considerablemente. Irán es actualmente un país en medio de un proceso de transformación que rompe con todos los conceptos de aquella república islámica teñida de negro con la que se le identificó durante las primeras décadas, cuando las mujeres además de tener que ir con velo estaban obligadas a cubrirse con gabardinas de colores neutros, como el negro o el azul oscuro. Por entonces, el esmalte de uñas o el maquillaje quedaron prohibidos con el pretexto de que eran instrumentos occidentales para utilizar a la mujer como objeto de consumo.

Irán es el segundo país de Oriente Medio donde más maquillaje se vende y sólo aquellas mujeres que siguen los valores islámicos a rajatabla mantienen la cara lavada

Irán es el segundo país de Oriente Medio donde más maquillaje se vende, y sólo aquellas mujeres que siguen a rajatabla los valores de la república islámica siguen manteniendo sólo su cara lavada. “Usted no lo nota, pero no todas las mujeres que nos cubrimos con chador somos iguales. Yo soy más estricta porque voy tapada de negro incluso alrededor de mi cara, pero hay muchas de mis compañeras de estudios islámicos que llevan pañoletas de colores debajo del chador y aceptan tomar cafés con hombres. Eso yo nunca lo haría”, cuenta Maedé, de 18 años, que después de haber querido ser actriz de teatro se sintió atraída por la religión y actualmente estudia en un seminario.

“Para ser una buena mujer tenemos que seguir las enseñanzas de Fátima –la hija del profeta Mahoma, considerada como el símbolo de la mujer islámica– y eso significa ser paciente, ser una buena ama de casa, permanecer siempre al lado de los esposos y seguir los asuntos políticos de estos tiempos”, explica Maedé, que deja claro que ella es mucho más religiosa que su madre y su hermana, que si bien lleva chador también usa maquillaje. “Yo no fui a la universidad porque, entre otras cosas, no quería mezclarme con los hombres. Llevo años preparándome para ser ante todo una buena esposa y madre”, concluye esta joven que no acepta que le hagan fotos para el reportaje.

Maedé es sólo una cara de la sociedad iraní. El acceso masivo de las mujeres a la universidad –representan aproxi­madamente el 55% de los estudiantes– y su participación en el campo laboral ha llevado a que cada vez más mujeres se sientan con el poder de decidir su destino. Según el Ministerio de Educación, el número de matrimonios se ha reducido entre un cinco y un siete por ciento en la última década, al tiempo que el número de matrimonios blancos, como se conoce localmente a las parejas que viven juntas sin casarse, es cada vez mayor.

“No descarto la idea de formar una pareja, pero en cuanto a hijos no estoy segura. Primero quiero viajar, tocar mi música en otros países y hacer muchas cosas en mi vida”, explica Sara Imani, de 26 años, que es una de tantas jóvenes que se atrevieron a romper los tabúes en la sociedad y hoy trabaja como música callejera en Teherán. Imani, que creció en Hamedan, al occidente del país, llegó a Teherán hace más de seis años para estudiar música en la universidad, pero desde los primeros meses tuvo la idea de que quería tocar en la calle a pesar de que es una actividad que no está bien vista por un sector de la sociedad. “Debo reconocer que he logrado hacer esto gracias a mi familia, especialmente a mi padre, que si bien es religioso también es amante de la música y fue el que me dijo que lo hiciera, que yo tenía que demostrar de lo que era capaz”, revela.

La participación de la mujer en la sociedad aumentó como consecuencia de que el sector más religioso y tradicional, que antes de la revolución veía con recelo que las mujeres se fueran a la calle, permitió que sus hijas asistieran a las universidades y que en muchos casos viajaran a otras ciudades a cursar sus estudios. Pero también son las mujeres las más afectadas por la crisis económica y las sanciones que han azotado a Irán en los últimos años.

Su participación en el campo laboral se ha reducido en un 12,6% en la última década, algo así como un millón de puestos de trabajo menos, y la tasa de desempleo entre los universitarios es casi el doble entre las mujeres. Estas circunstancias han llevado a las nuevas generaciones a buscar alternativas. Este es el ejemplo de Sara Sadeghi, una joven proveniente de una familia tradicional del sur de Teherán, que después de haber sido extremadamente religiosa en su infancia, cambió su visión del mundo cuando salió de casa para estudiar la carrera de traducción en una población cercana a Teherán. El primer trabajo como traductora la llevó a descubrir el yoga, que se ha convertido en su ­sustento.

Hoy tiene su propio estudio y viaja con frecuencia a India a continuar sus estudios. Y si bien le gustaría casarse y tener hijos, está dispuesta a esperar a encontrar la pareja correcta. “Mi familia considera que yo tengo que decidir por mí misma y que seré yo la que encuentre mi pareja. Ellos no están de acuerdo con los matrimonios concertados pues consideran que sólo llevan al fracaso”, cuenta Sadeghi, de 30 años, que forma parte de ese colectivo cada vez mayor de jóvenes empresarias que se abren camino como ­autónomas.

Este fenómeno es aún más visible en el mundo de las redes sociales como Instagram o Telegram que muchas utilizan como plataformas. Mona Allahverdi, 32 años, ya lleva tiempo dedicada al turismo, pero los salarios que pagan en las agencias de viaje no le alcanzan para sobrevivir. Por esta razón buscó la manera de crear su propia empresa y actualmente, además de llevar grupos de turistas a Europa, está en el proceso de lanzar una página de Instagram en la que ofrece servicios de reservas y asesorías para turistas que tienen planeado visitar Irán.

Las dificultades para permitir que las mujeres entren en los estadios o para aprobar la ley contra la violencia doméstica son una muestra del peso de los clérigos

Las dificultades para levantar la prohibición a las mujeres para entrar en los estadios de fútbol o para aprobar la ley contra la violencia doméstica, que lleva tiempo discutiéndose, son una muestra de cómo los clé­rigos más conservadores siguen imponiendo su opinión a la hora de decidir sobre el cuerpo o el bienestar de las mujeres. A pesar del silencio que impera sobre los casos de violencia familiar, algunos estudios independientes aseguran que al menos el 32% de mujeres urbanas, y el 62% de las que viven en el campo, han sido víctimas de este tipo de vio­lencia.

Este es el caso de Marcia (el nombre es ficticio) y su madre, a quienes su padre pega desde que ella tiene memoria. Esta joven que hoy tiene 36 años y es una exitosa empresaria en Teherán creció en una población del norte de Irán junto al mar Caspio. Su padre, un hombre al que ella describe como bipolar, recurría a los golpes cada vez que estaba de mal genio. “A mí me pegaba porque no me quedaba callada y a mi madre por cualquier cosa, por ejemplo que no le había gustado el desayuno. Todavía recuerdo ver el colchón de su cama lleno de sangre. Por eso trato de no regresar jamás a esa casa”, dice. Pero su madre se ha negado a denunciarlo o abandonarlo por temor a ser juzgada por la sociedad. Marcia, después de haber pasado años difíciles como consecuencia del infierno que vivió al lado del hombre con el que la presionaron a casarse a los 19 años y que abusó de ella desde la noche de boda, ha logrado salir adelante gracias a su resistencia. Pero las marcas de aquellos años siguen presentes. “No creo que nunca pueda perdonar a mi padre”, dice Marcia.

Al menos tres millones de mujeres sostienen a sus familias ante la incapacidad de los maridos, con problemas de adicción a las drogas, una crisis nacional

Casos como estos son bastante frecuentes en Irán, donde al menos tres millones de mujeres son las encargadas de sostener a sus familias ante la incapacidad de los hombres de mantener sus hogares, muchas veces como consecuencia de problemas de adicción a las drogas, que se han convertido en un tema de salud pública. Se calcula que alrededor de seis millones de iraníes son adictos a las drogas. Un gran ejemplo está en el metro de Teherán, donde cientos de mujeres cabezas de hogar, muchas de ellas provenientes de familias con problemas de droga, se las ingenian para vender todo tipo de productos y así lograr sostener a sus hijos.

Las activistas que han impulsado proyectos para educar a las mujeres en sus derechos han sido altamente perseguidas en estas últimas décadas, hasta el punto de que muchas de sus líderes han terminado en la cárcel y otras tuvieron que exiliarse. Movimientos como el de un millón de firmas que surgió en la década de los noventa con el objetivo de llamar la atención sobre los derechos de las mujeres prácticamente desaparecieron. Meses atrás, tres activistas fueron encarceladas por trabajar en proyectos para educar a las mujeres en sus derechos. Se sumaban a la abogada Nasrine Soutedeh, considerada uno de los símbolos de la defensa de la mujer y los niños. Soutudeh, que ya había pasado un periodo en la cárcel, fue detenida de nuevo en junio del 2018 después de que se convirtiera en la defensora de algunas de las jóvenes que un año atrás decidieron izar su velo en señal de protesta en las calles de Teherán, especialmente en la mítica avenida Enqelab o Revolución. Lo paradójico es que después de que se llevaran a cabo aquellos actos de protesta ha sido mucho más frecuente ver a mujeres en Teherán caminando con el velo caído por las calles, muchas veces en las cercanías de las autoridades, que con mayor frecuencia hacen la vista gorda frente a este fenómeno.

Si hay algo que caracteriza a la mayoría de las mujeres iraníes es su fortaleza y su determinación. A muchas no les tiembla la voz para enfrentarse ni a las autoridades ni a sus familias. Son ellas las que con su presión han liderado los múltiples cambios que ha protagonizado la república islámica en estas cuatro décadas. La si­tuación está lejos de ser ideal, la ley continúa estando en su contra y la ideología más radical sigue luchando por excluirlas de ciertos sectores, pero ellas se resisten.

Como explica Ali Rafii, uno de los directores de teatro más importante en Irán que actualmente presenta en Teherán una adaptación de La casa de Bernarda Alba de Federico García Lorca, una obra que años atrás posiblemente no hubiera recibido permiso para ser representada en Irán. “El sector con más coraje en la sociedad iraní son las mujeres”, dice Rafiei, que señala que la obra de García Lorca representa como pocas el pulso que libran las mujeres iraníes actualmente.

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Nilufar Tehran en su casa del centro de la capital iraní. Es arquitecta y pertenece al grupo de mujeres intelectuales que en su momento apoyaron la revolución islámica que luego se volvió en su contra

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Sara baila en la cocina de la casa de Hamed. Ha empezado a salir con él hace pocas semanas y su familia todavía no lo sabe. Eso le dificulta poder irse un fin de semana juntos solos porque la madre y los hermanos la controlan, a pesar de tener 37 años y haber estado casada antes

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Nazamin, de 21 años, estudiante de Ingeniería de energía. Gran parte de las nuevas generaciones de mujeres que no son religiosas desafían con frecuencia la obligación de cubrirse la cabeza en público

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Retrato de un grupo de mujeres practicantes del islam en la plaza del Teatro en Teherán mostrando una frase de uno de los poetas más importantes de la tradición persa: “Eres lo que buscas”

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Un colegio de niñas de primaria visita la plaza de la Libertad en Teherán, lugar emblemático de la ciudad

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Una joven iraní posa junto a unas alas pintadas en una pared, mientras una amiga le toma unas fotografías. Las redes sociales y sobre todo Instagram hacen furor entre los jóvenes iraníes

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