El mundo que soñó Tesla

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Nikola Tesla, el ingeniero e inventor que tuvo un papel principal en la implantación de la electricidad, recibe, décadas después de morir, un reconocimiento negado en vida. Miguel A. Delgado, autor de una novela sobre él que aparece ahora y comisario, junto a María Santoyo, de la mayor muestra dedicada al inventor, explica el mundo alimentado por la electricidad que soñó Tesla.

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La ciudad del futuro. Recreación del aspecto que tendría una ciudad tesliana en la actualidad, extraída del filme My inventions, de Robert Holbrook

Este otoño, al menos en España, va a ser tesliano. No sólo porque se acumulan las novedades editoriales en torno al más famoso genio olvidado de los últimos 150 años (en poco tiempo se habrán publicado una novela, una biografía y un álbum ilustrado), sino también porque el Espacio Fundación Telefónica, en la Gran Vía de Madrid, inaugurará en noviembre Nikola Tesla: suyo es el futuro, la mayor muestra dedicada en todo el mundo al inventor. Ofrecerá, en más de 900 metros cuadrados –que incluirán objetos personales y otros nunca salidos del museo de Belgrado que atesora su legado–, un completo repaso por su figura y sus aportaciones. Unas aportaciones en las que destaca su influencia (expresada en diversas formas), en numerosos creadores actuales (Marina Abramovic, Laurie Anderson, Jean Echenoz, Thomas Pynchon, Jack White, Terry Gilliam, Jim Jarmusch, Christopher Nolan, Amanda Palmer, Neil Gaiman, Paul Auster y una lista interminable de quienes marcan en gran medida la modernidad) y que, en suma, explican por qué, 71 años después de su muerte, Nikola Tesla parece estar más vivo que nunca.

Si a eso se añade que las noticias sobre la recuperación de su laboratorio en Wardenclyffe (Long Island, EE.UU.) se convirtieron en noticia de portada cuando una masa anónima logró reunir en sólo 10 días casi un millón y medio de dólares con donaciones de todo el mundo; que acapara titulares una compañía de moda, Tesla Motors, que está introduciendo modelos deportivos de lujo totalmente eléctricos que amenazan con cambiar las reglas del juego de la industria automovilística –unido al carisma de su propietario, el multimillonario de la era digital Elon Musk–, y que varias empresas, como la norteamericana Witricity, nacida al calor del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), dan pasos que indican que las ideas de Tesla sobre transmisión inalámbrica de la electricidad podrían no ser tan delirantes como se pensó, se tienen algunas razones de por qué el inventor está escalando hasta los puestos de reconocimiento que hasta ahora le estaban vedados.

Quizá lo más sorprendente sea que España se encuentre entre los países donde el interés por el inventor –nacido en Smiljan, en la zona de mayoría serbia de la actual Croacia, en 1856, y fallecido en Nueva York en 1943– alcanza mayores cotas, sólo superadas por Serbia y Estados Unidos, donde se multiplican las iniciativas (muchas, populares) que buscan que el inventor tenga al menos el mismo reconocimiento que sus rivales Edison o Marconi.

Aunque tal vez no sea tan sorprendente el interés: la actual civilización tecnológica, que descansa sobre una electricidad que nos rodea como un líquido amniótico, es ya tan habitual que ni somos conscientes de que, desde que nos levantamos y miramos la hora en el despertador eléctrico o el móvil, estamos utilizando pura tecnología tesliana. Intentemos imaginar un día sin electricidad: es algo imposible. Y fueron el motor polifásico de inducción de Tesla y todo su sistema para generar y distribuir la energía, basado en la corriente alterna y las torres de alta tensión, los que permitieron que la electricidad generada en las centrales pudiese abastecer ciudades y casas. Tesla merecería un reconocimiento unánime sólo por estos hallazgos, que permitieron el advenimiento de la segunda revolución industrial que transformó de raíz el mundo en el paso del siglo XIX al XX. Sin embargo, hubo una segunda línea en sus investigaciones que fue abortada, y que descansaba en el diseño de un sistema planetario de generación y transmisión de energía eléctrica sin cables.

De manera profética, comprendió que la transmisión inalámbrica permitiría envolver al mundo con una tupida red en la que la información fluiría en todos los sentidos

Tesla pertenece a una generación que tenía una inmensa fe en el poder del progreso para mejorar el ser humano, una fe que topó con el hundimiento del ‘Titanic’

Fruto de sus investigaciones fueron las patentes originales de la radio, pirateadas por Marconi para conseguir sus primeras transmisiones (robo reconocido por una sentencia del Tribunal Supremo de Estados Unidos en 1943); el desarrollo del primer vehículo dirigido por control remoto (un pequeño barco que mostró públicamente en el Madison Square Garden en 1898) y, sobre todo, unos incipientes experimentos que buscaban construir un sistema de torres repartido por todo el planeta, el “Sistema Mundial”, que transmitirían a muy bajo coste el suministro eléctrico sin cables, alimentando todos los aparatos.

Esta idea, que utilizaría la corteza terrestre y la ionosfera como canales de transmisión, no pasó de un estado experimental: Tesla hizo las primeras pruebas en Colorado Springs en 1899, y la construcción de la primera torre en Wardenclyffe, que debería haber demostrado al mundo la viabilidad de sus ideas, no llegó a terminarse: la primera transmisión trasatlántica de Marconi, el 12 de diciembre de 1901, llevó al financiero J.P. Morgan a retirar el apoyo a Tesla. La torre cayó en un paulatino abandono que culminó con su derribo en 1917. Sin embargo, Tesla nunca abandonó sus ideas y continuó dejando por escrito lo que sería el futuro si su sistema se implantase.

Imaginar cómo sería nuestro mundo si las ideas de Tesla se hubiesen llevado a cabo es profundamente inspirador. Algunas de ellas no sorprenden, porque se han convertido en nuestra cotidianidad –el mismo Tesla afirmaba que “las maravillas de hoy son los sucesos cotidianos del mañana”–, pero a principios del siglo XX no dejaban de ser visionarias.

Cuando afirmaba que “cualquier persona, en mar o en tierra, con un aparato sencillo y barato que cabe en un bolsillo, podría recibir noticias de cualquier parte del mundo o mensajes particulares destinados sólo al portador”, iba mucho más allá de lo que la tecnología permitía en la década de los veinte. De manera profética, comprendió que la transmisión inalámbrica permitiría envolver al mundo con una tupida red en la que la información fluiría en todos los sentidos, llevando imágenes y sonidos a cualquier lugar, permitiendo, como afirmó en 1929, “asistir a actos –la investidura de un presidente, los partidos del campeonato mundial de algún deporte, los estragos de un terremoto o el horror de una batalla– y otros exactamente como si estuviéramos presentes”. Tesla estaba viendo el futuro: exactamente nuestro presente.

Otras derivaciones de su visión inalámbrica sí que dibujan un panorama muy distinto al actual. En la ciudad tesliana absolutamente todo funcionaría con electricidad. Ya en 1900 Tesla advirtió sobre la finitud de los combustibles fósiles –entonces, el carbón y el incipiente petróleo– y proclamó la necesidad de buscar fuentes alternativas de energía, como la solar, la eólica o la de las mareas. Predijo que las grandes zonas desérticas se convertirían en inmensos generadores de electricidad que aprovecharían la ingente cantidad de rayos solares que bombardean el planeta; la generación de electricidad en grandes centrales hidroeléctricas (su tecnología permitió la construcción de la primera en el Niágara, en 1896) completaría el suministro, que podría ser enviado a cualquier lugar del planeta sin apenas pérdidas.

Como consecuencia, la ciudad tesliana estaría libre de contaminación. Si a eso se suma que el inventor estaba convencido de que la manipulación de la ionosfera permitiría diseñar el tiempo atmosférico a voluntad, tendríamos un clima estable en el que estuvieran reguladas las precipitaciones. Nuestras ciudades, pues, serían mucho más saludables y seguras para vivir.

Otro punto importante sería el transporte. En la década de los veinte, Tesla patentó un diseño de vehículo volador de uso individual que despegaba en vertical y luego se movería de manera horizontal. Estaba convencido de que se convertiría en el medio preferido de transporte, dejando en muy poco tiempo obsoleto al automóvil. En la visión tesliana, el tráfico de la ciudad transcurriría preferentemente por el aire, eliminando los atascos y permitiendo una comunicación más fluida.

El hecho de que, además, sus vehículos no necesitarían transportar combustible ni generadores, pues cogerían la electricidad de forma directa del ambiente, permitiría diseñar aparatos muy ligeros, aerodinámicos y muy funcionales. Como consecuencia, las ciudades podrían ocupar una mayor extensión en la que las casas y el resto de las infraestructuras, al no necesitar carreteras ni calzadas, convivirían de una manera mucho más integrada con superficies arboladas. La ciudad tesliana, pues, sería respetuosa con el medio ambiente y podría combinar sin problemas la expansión urbana con la presencia de la naturaleza.

En la visión de Tesla, además, los autómatas serían presencia habitual en su ciudad. No sólo realizando las labores más pesadas, sino incluso encargándose de la conducción de vehículos voladores, terrestres y de barcos. La tupida e invisible red de energía del Sistema Mundial organizaría todo el tránsito de manera segura y automática, con controles capaces de detectar la presencia de obstáculos para introducir cambios de rumbo.

En la mente tesliana, el mundo sería un lugar ordenado en el que además la prosperidad se extendería, pues el control del clima permitiría hacer fértiles las grandes superficies áridas del planeta. El hambre, simplemente, no existiría, y la conciencia de la necesidad de una alimentación equilibrada ocuparía un lugar preeminente en las agendas políticas de los gobiernos.

El mundo de Tesla es uno en el que la información fluye constantemente, lo que le hizo pensar, parece que de forma errónea, que el mejoramiento de la humanidad, al tener acceso a poderosas herramientas de educación, sería inevitable. Lamentablemente, la experiencia nos ha demostrado que mayores flujo y acceso a la información no se han traducido en un mayor consumo de poesía o literatura, sino que han sido los contenidos más básicos y embrutecedores los que se han llevado la parte del león.

Pero es que Tesla pertenece a una generación que tenía una inmensa fe en el poder del progreso para mejorar al ser humano, una fe que se estrelló contra el aldabonazo que supuso el hundimiento del Titanic en 1912 y, dos años más tarde, la más brutal de las guerras que hubiera conocido el ser humano hasta entonces.

Tesla imaginó también un mundo sin noche. Las lámparas funcionarían sin necesidad de estar enchufadas, lo que traería consigo un ahorro brutal en costes de infraestructura. Una lámpara sujeta en la mano brillaría por sí sola, y lo mismo podría decirse de edificios y farolas. Además, como un marco maravilloso, la descarga de ingentes cantidades de energía eléctrica en la atmósfera haría de las auroras un espectáculo diario que envolvería a las ciudades con un manto luminoso de enorme belleza.

Por supuesto, este mundo tesliano tendría su cara negativa: la manipulación del Sistema Mundial podría facilitar que mucha de esa tecnología se utilizara para fines destructivos. Tesla esbozó en los años treinta la idea de una gran bobina capaz de lanzar un impulso de alta energía que podría destruirlo todo en centenares de kilómetros. Este “rayo de la muerte”, como fue bautizado por la prensa de la época, excitó la imaginación de sus contemporáneos y se convirtió incluso en un icono de la ciencia ficción, variante científico loco.

La manipulación del clima podría utilizarse también para dañar un país o un territorio enviándole sequías o desastrosas inundaciones; asimismo, la tecnología de los osciladores teslianos, elevada a su máxima expresión, podría excitar partes concretas de la corteza terrestre para producir terremotos a voluntad. La idea tesliana de integrar la actividad humana en el esquema eléctrico del globo podía abrir las puertas a terribles métodos de destrucción.

Aunque las investigaciones posteriores han hecho que muchas ideas teslianas sean, como poco, discutibles –por ejemplo, el tiempo atmosférico se ha demostrado como un proceso más complejo de lo que se pensaba en sus tiempos, hasta tal punto de que, aun admitiendo la posibilidad de influir en é, sería imposible predecir en qué se traduciría esa influencia–, en cambio otras han sido retomadas para abrir nuevas vías de investigación. Pero, para muchos de los más jóvenes investigadores, la influencia de Tesla va más allá de sus logros concretos, por muy impresionantes que estos sean.

Para ellos, Tesla es una figura tremendamente inspiradora por su capacidad de cuestionar lo que le rodeaba y de entrever caminos que se alejaban de la estrecha visión de su tiempo. Cuando hoy se habla de la posibilidad de terraformar planetas (alterar sus condiciones para hacerlos habitables), se piensa a una escala global como lo hacía Tesla. Cuando su tecnología estaba revolucionando el mundo con la electrificación, sus investigaciones le abrían nuevas puertas que, según creía, harían obsoleto lo recién nacido. Seguramente le habría costado creer que, un siglo después de sus predicciones, la civilización seguiría dependiendo de una tupida red de cobre, igual que el mundo que dejó el día de su muerte, solo, olvidado y empobrecido, en el hotel New Yorker, el 7 de enero de 1943.

Muchas décadas después, seguimos atados al suelo y soñando con coches voladores. Pero cada vez más gente alberga la esperanza de que el futuro se irá pareciendo a lo que él entrevió. Y es ese impulso poderoso, de confianza infinita en el poder de la mente y el talento humano, el que muy probablemente resuelva los mil y un callejones sin salida que amenazan nuestra pervivencia como especie.

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Tesla y la conspiración de la luz 

Miguel A. Delgado

(Ed. Destino)

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Membrete de la papelería comercial del inventor con sus principales logros, una delicia visual

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Fotografía publicitaria de tesla leyendo entre los rayos de sus bobinas en el laboratorio de Colorado Springs, en 1899

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Retrato de Nikola Tesla con su lámpara inalámbrica, realizada en la década de 1890 por su fotógrafo de cabecera Napoleón Sarony

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