Museos sin fronteras

cultura

Las grandes pinacotecas se han lanzado a una carrera frenética por abrir franquicias siguiendo la estela exitosa del Guggenheim de Bilbao. Ahora, Málaga abre dos de golpe, el más difícil todavía de un fenómeno más propio de las marcas comerciales que aúna filantropía cultural, prestigio político y negocios redondos y multimillonarios.

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HERMITAGE AMSTERDAM inaugurado en el 2009. acuerdo de renovación hasta el 2020. CORDON

Málaga inaugurará esta próxima semana no uno sino dos museos de bandera, una nueva vuelta de tuerca en la conquista que las marcas del arte mundial han emprendido sin disimulo en Europa y Oriente Medio. He aquí una carrera que tuvo su pistoletazo con el Guggenheim de Bilbao y en la que compiten codo a codo (y algún codazo) rusos y americanos y sus ecos de la guerra fría, y también los franceses con su marchamo napoleónico. El Hermitage, el Museo del Estado Ruso, el Louvre, el Pompidou y por supuesto el Guggenheim han desplegado sus estandartes culturales y se han puesto a jugar al Risk con su prestigio, sus cuadros y esculturas. Todos han empezado a colocar sus fichas en forma de sucursales, franquicias y satélites en un escenario en el que se saludan la divulgación cultural, la filantropía, el prestigio nacional y el negocio.

En pocos años, el tablero se ha ido llenando de colores. En el 2009, el Hermitage desembarcó en el Amstel de Amsterdam. El Pompidou de París tuvo antes un hermanito en Metz, y en Lens, el Louvre amplió la familia en 2012. Ahora, el Museo del Estado Ruso, con sede en San Petersburgo, abre este miércoles su subsede en el edificio de la antigua tabacalera malacitana. Tres días más tarde será el turno del primer Pompidou fuera de Francia en un espacio conocido como El Cubo y surgido de la ampliación del puerto. También estaba previsto que este año se inaugurara el Hermitage de Barcelona, pero la falta de acuerdo para concretar qué edificio albergará la filial de la pinacoteca rusa retrasa el proyecto al menos hasta el 2016. El 2017, por su parte, debería ser el año de Abu Dabi con la apertura de dos colosos imponentes que vivirán casi puerta con puerta: un Louvre proyectado por Jean Nouvel y un Guggenheim ideado por Frank Gehry. Para más adelante, acaso el 2019, queda otro proyecto, el Guggenheim Helsinki. En las próximas semanas se decidirá qué equipo de arquitectos se lleva el gato al agua para construir un nuevo edificio en el puerto de la capital finlandesa. De un total de 1.715 proyectos presentados –ecos de la fiebre del oro– han quedado seis equipos finalistas... entre ellos, un equipo de arquitectos españoles que están afincados en una ciudad perdida de Australia. ¿Camina el mundo museístico por el mismo camino que las grandes marcas de ropa, calzado, comida, telefonía, electrónica, ocio? ¿Las mismas que todo el mundo tiene en mente y que se hallan en cualquier eje comercial de cualquier ciudad? ¿O es el mundo cultural un poco más caleidoscópico y una excepción a ese proceso de globalización? Si alguien puede tener alguna respuesta fiable, ese es Richard Armstrong, uno de los grandes nombres en la estrategia y la gestión del arte internacional. El director de la fundación Solomon R. Guggenheim no habla en ningún momento del término “multinacional”, pero los grandes museos tienen que funcionar como tales si quieren que su expansión en otros países tenga éxito y alimente el prestigio propio y de la ciudad en cuestión. “¿Estamos inmersos en una carrera? No lo sé, tal vez haya algo de razón en todo ello, pero lo que creo que es positivo es que el público de otros lugares tenga acceso a una mayor y mejor oferta cultural. A lo mejor no es tanto una carrera entre nosotros como una necesidad de ceder fondos y de exponerlos en otros lugares como Abu Dabi”, expone Armstrong al otro lado del teléfono, en Nueva York.

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“¿Una carrera entre museos? Tal vez, pero también una necesidad de dar a otros públicos más oferta cultural”, dice el presidente del Guggenheim

“Hay museos –interviene Jorge Wagensberg, al frente del proyecto del Hermitage en Barcelona– que tienen un patrimonio inmenso, mucho más grande del que pueden exhibir, así hacen circular su obra de manera que promueven su marca por el mundo. Eso sí –advierte–, tienen que elegir bien, y las exposiciones deben atesorar calidad, porque cualquiera de estas instituciones depende de su prestigio”. Wagensberg, que en su longeva carrera ha demostrado cómo se marida el arte, su exhibición y la divulgación de la ciencia, sí percibe que en esta carrera mundial de purasangres museísticos “hay una parte de negocio y de competencia, pero eso –indica– es positivo en tanto que el negocio no va en contra de la cultura. La competencia entre museos –aclara quien fue máximo responsable del Museu de la Ciència de Barcelona y luego de Cosmocaixa– no es lo mismo que entre empresas”.

De hecho, en ocasiones, las grandes marcas del arte también se han aliado. “Lo hemos hecho alguna vez con el Pompidou, y con el Hermitage abrimos el Guggenheim de Las Vegas”, recuerda Richard Armstrong. Si ese museo en la ciudad del pecado acabó cerrando no fue por desavenencias entre rusos y americanos. “Ni mucho menos, la unión fue de lo más feliz, pero, para ser sinceros, el proyecto no cumplió las expectativas, estaba dentro de un casino…”. Tal vez la gente creyó que las obras expuestas formaban parte del decorado infinito que es la ciudad de Nevada. “¡Es posible!”, bromea Armstrong.

Las alianzas concretas no quitan que ahí fuera, en los polos emergentes del mundo del arte, en los paraísos de los petrodólares, existe una avidez por rodearse de las mejores marcas, incluidas las museísticas. Las autoridades de Abu Dabi han pagado, literalmente, una milmillonada (unos 1.000 millones de euros) por asociarse con la marca Louvre y por las cesiones de obra por un periodo de 30 años en un acuerdo empresarial que deja muy claro que las actividades del nuevo museo son independientes de las de la sede parisina. En este caso se trata de una operación en la que lo económico tiene un peso extra respecto a la divulgación artística. En otros casos, las nuevas sedes el Hermitage o el Pompidou son ramas (más o menos dependientes) del tronco central, que pueden ser podadas cuando los contratos expiran y no se renuevan.

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El Hermitage de Amsterdam está de enhorabuena: inaugurado en el 2009, acaba de renovar hasta el 2020 su relación con la sede central de San Petersburgo. Ocupa un edificio imponente restaurado por fuera y renovado a fondo por dentro que durante siglos y hasta hace diez años fue una casa de acogida a mujeres necesitadas. El acuerdo implica que la casa madre, con una colección de tres millones de obras de arte y objetos de valor, presenta dos exposiciones anuales en su sede holandesa. Sobre el qué se presenta no suele haber disputas. Otra cosa es el cómo se exponen las piezas, y ese, curiosamente, puede llegar a ser un punto de fricción entre sede central y sucursal.

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Mientras hace de cicerone por el museo, uno de sus responsables, Martjin van Schieveen, asegura que la relación con San Petersburgo es “óptima” y que el acuerdo artístico-comercial beneficia a las dos partes. ¿Y no hay efectos secundarios? ¿No hay roces? “Al principio –confiesa– hubo desacuerdos y largas discusiones a la hora de exponer las obras, ellos tienen una idea más clásica y nosotros queríamos proponer algo más creativo, hay que vender entradas para cubrir gastos”. Por lo que se ve en las últimas exposiciones, adornadas de atrezzos atrevidos e impactantes, los creativos se han impuesto, pues, en los tiempos que corren y con la competencia que hay en cualquier ciudad (y más en Amsterdam con el Rijksmuseum, Museo Van Gogh, Museo Appel…), el escaparate de una muestra es tan importante como su contenido.

“Nosotros no vamos a ser una franquicia, tenemos un discurso propio y seremos un museo con contenido que fusionará arte y ciencia”, explica Jorge Wagensberg, a la espera de “una toma de decisión” para que haya una fecha definitiva de apertura del proyecto del Hermitage Barcelona. “Supongo que llegará muy pronto, y mientras, estamos trabajando los contenidos”, asegura. El proyecto de Barcelona podría ver la luz el año que viene después de que se descartara una primera sede (unos edificios del puerto) y ahora esté en cuestión una segunda (el edificio de aduanas).

Arranca una nueva era del negocio: Abu Dabi abrirá en el 2017 una franquicia del Louvre con una concesión de mil millones y 30 años

Otros proyectos se han gestado más rápidamente y sin apenas contratiempos. El ejemplo de Málaga es poco habitual: no se inauguran dos museos de categoría en una misma semana todos los días. Ha coincidido que ambos proyectos estaban maduros y que la acumulación de elecciones (las andaluzas y las municipales) obliga a los alcaldes a que todas sus inauguraciones se hagan esta próxima semana. Así, la ciudad será trending topic artístico estos días. Su alcalde, Francisco de la Torre, está, como decía el entrenador de fútbol Luis Aragonés, contento sin presumir. En realidad, el origen del Pompidou de Málaga, que se inaugura este sábado, se remonta a un amistoso España-Francia de inicios del 2008 en el estadio de La Rosaleda. El alcalde se sentó junto al entonces embajador de Francia en España. “Yo había leído que el Louvre estaba interesado en abrir nuevas sedes, pero al contactar con ellos vi que estaban centrados en el proyecto de Lens. Cuando le hice la petición al embajador de que queríamos un museo así en Málaga se quedó chocado, le dejé un poco en fuera de juego, pero en el buen sentido”, recuerda De la Torre. La petición no fructificó inmediatamente, luego las cosas fueron rodadas. El de la Costa del Sol será el primer Pompidou fuera de Francia y ocupará un espacio de 6.000 m2 junto al puerto. Luego, casi por magnetismo, llegó la oferta del Museo Estatal Ruso, que compensaba un proyecto malogrado que había emprendido el Consistorio. El Russki se inaugura este miércoles en la antigua sede de la Tabacalera con una exposición de arte ruso, desde los iconos hasta Malevich. “El Pompidou le cuesta a la ciudad un millón de euros anuales por el acuerdo de cesión de obra y otro en gastos, el museo ruso, menos, 400.000 euros”, explica De la Torre, que ha recibido críticas de la oposición por los gastos de los dos proyectos. Sin embargo, él ha presentado ya hasta seis patrocinadores y da la inversión por bien empleada si ayuda a cimentar una oferta cultural que se completa con las ya existentes museos Picasso y Thyssen. En Málaga, el porcentaje de turistas alojados en hotel ha aumentado un 127% en la última década. El año pasado superó el millón de visitantes. De la Torre asegura que no busca lograr un efecto Bilbao en Málaga, sino “incrementar el que ya vive la ciudad”.

Un estudio español, entre los finalistas del proyecto Guggenheim Helsinki en un concurso con récord de propuestas: 1.715

El impacto del proyecto del Guggenheim en la ciudad vasca ha marcado época y todo el mundo quiere emular a Bilbao, ese bólido que se puso de cero a cien en poco tiempo. A la sede de Nueva York han llegado centenares de peticiones. Richard Armstrong, presidente de la Fundación Guggenheim, dibuja una curva interesante: “Durante años y antes del 2008 recibíamos al menos una petición a la semana para abrir un nuevo museo, luego, con la crisis, las solicitudes son menores, una cada mes, y últimamente, una cada tres meses”. Aun así, la cifra es mareante. De Bilbao y su museo se pueden extraer muchas lecciones, el efecto turístico y urbanístico que ha tenido en la ciudad es de libro. Aunque, según muchas voces, su impacto en las industrias culturales vascas ha sido más desigual y limitado. “A mí el Guggenheim no me ha comprado nada, ni una obra”, asegura Sol Panera, directora de la Galería Aritza, una de las más reputadas y con más trayectoria de la capital vizcaína desde su apertura en 1973. Panera reconoce que al principio ella era una “incrédula” sobre si el museo aportaría beneficios a la ciudad y no le caen los anillos por aplaudir a los políticos que llevaron el proyecto adelante, pero tiene dudas sobre los efectos de este “arte espectáculo”, que a su juicio llevan a cabo el Guggenheim bilbaíno y otros museos. “Los galeristas tenemos relación con el museo, pero todo a fuerza de lucha. Hay que ser realista: una galería de arte contemporáneo en provincias, ná de ná. Cada cinco años hay que revisar todo y hacer cuentas. Desde la posguerra civil, la vida media de una galería en el País Vasco es de cinco años”. Ella lleva 42.

En cuestión de días, Málaga tendrá un póquer de ases del arte mundial: al Picasso y al Thyssen se le unen el Pompidou y el Museo Estatal Ruso

Desde Lens, segunda ciudad del departamento francés de Nord-Pas de Calais (la capital es Lille), miran de reojo a Bilbao con la esperanza de que a su Louvre le vaya igual de bien. Inaugurado en diciembre del 2012, el nuevo museo está llamado a ser el elemento que devuelva el latido a una ciudad que lo perdió tras el cierre de toda la industria minera, que dejó un panorama desolador. La ciudad, de apenas 35.000 habitantes, ha albergado hasta hace poco el cuadro bandera de Delacroix, La libertad guiando al pueblo, ya de vuelta a París tras sufrir una agresión de un visitante. Aparentemente a Lens le ha tocado la lotería con el Louvre, pero su director, Xavier Dectot, no quiere lanzar las campanas al vuelo: “Cara al futuro soy muy optimista, porque Lens ha adquirido ya una cierta notoriedad y todo el mundo habla de la ciudad y el museo, pero creo –matiza– que todavía es un poco pronto para hablar de éxito, aunque ya se nos vuelva a ver en el mapa”. En realidad, las primeras cifras de visitantes son halagüeñas, 2.000.000 en dos años, gracias en parte a su situación fronteriza con Bélgica y cercana a Holanda y Alemania. Dectot cree que la buena marcha del museo también dependerá, como sucedió en Bilbao, de que se le unan otras infraestructuras e iniciativas urbanísticas y turísticas: “Tendremos que esperar, pero algunas ya están en marcha”. De momento, la presencia en medio del casco urbano del edificio del Louvre, una estructura de diversos rectángulos transparentes que se conectan entre sí, ya ha logrado su impacto, obra de Sanaa, el prestigioso equipo de arquitectos japoneses.

De las muchas cosas que el efecto Bilbao ha legado es que un nuevo museo tiene que ser bello por dentro y también por fuera. Así, no hay proyecto que se precie que no intente cortejar a interioristas o arquitectos de primerísima fila. Además de los proyectos de Frank Gehry y Jean Nouvel en Abu Dabi, el equipo formado por Herzog y De Meuron no sólo está detrás del museo M+ de Hong Kong, apertura en el 2018, sino también de la ampliación de la Tate Modern, en Londres. El más reciente concurso, el del Guggenheim de Helsinki, ha batido todos los récords: 1.715 proyectos, de los que han quedado seis finalistas. El equipo ganador se conocerá en junio. Entre los candidatos figuran SMAR, nombre tras el cual figuran los arquitectos españoles Fernando Jerez y Belén Pérez de Juan, afincados en Crawley, Australia, donde trabajan y enseñan en la universidad. “La noticia de que estábamos entre los seis elegidos nos llegó con suspense –explica Jerez al teléfono–, a lo Hitchcock: una semana antes de la confirmación oficial nuestra web empezó a recibir mas visitas de las habituales, pasamos de 30 a 300 al día y de ahí a recibir 35.000 en un solo día… eso nos hizo sospechar”, recuerda.

El arquitecto, ni ninguno de los arquitectos finalistas, no tiene permitido hablar de las características y los detalles de su proyecto en concreto, ni siquiera identificarlo (normas del concurso), pero sí asegura que la idea del futuro centro de Helsinki huye del show por el show. “Creo que se está buscando un nuevo paradigma. Bajo nuestro punto de vista, la era de la espectacularidad está trasnochada, la sensación de abrir una revista y ver todo ese ejercicio de halterofilia arquitectónica es agotador para cualquiera”.

¿Cuál es el límite de esta carrera sin freno en la que las filiales de los museos van enraizando, a veces con éxito, otras no tanto? Richard Armstrong, contemporizador, no lo pone, prefiere ir paso a paso. “El proyecto de Abu Dabi llegará pronto. ¿Helsinki? Primero veamos el concurso”, avisa. En realidad, el límite no se ve en el horizonte, pero el modelo de expansión puede variar con los años. Es muy improbable que las firmas occidentales aterricen en China, Japón o Corea con sus nombres, pero sí empieza a emerger otro tipo de colaboración (Richard Armstrong lo llama un “acercamiento más suave”) con instituciones museísticas de aquel continente, que está llevando a cabo una auténtica revolución recuperando su arte a lo largo y ancho del mundo e impulsando nuevos centros culturales. En eso, los gigantes asiáticos están despertando. Cuando se desperecen del todo, el juego expansionista, del arte más apreciado, del poder y del dinero, será distinto. El Risk será más emocionante.

proyectos recientes, presentes y futuros

2012 

Inaugurado el Louvre Lens, edificio del equipo japonés Sanaa en una pequeña ciudad fronteriza de capa caída que aspira a remontar el vuelo

2013 

Tras una exitosa etapa, cierra el Deutsche Guggenheim, una pequeña sala de exposiciones en Berlín. Reabierta meses más tarde por el Deutsche Bank

2015 

Málaga inaugura esta semana el Centre Pompidou, el primero fuera de Francia, y una sede del Museo Estatal Ruso, que

se unen al Picasso y al Thyssen

2016 

Prevista la apertura del Hermitage de Barcelona en un edificio aún por determinar. Herzog y De Meuron ampliarán la Tate Modern de Londres

2017

Inauguraciones del Louvre (Jean Nouvel) y el Guggenheim (Frank Gehry)en Abu Dabi. Ampliación de la Tate St. Yves (Inglaterra) 

2018 

Inauguración del Museo M+ en la isla de Kowloon, Hong Kong. El proyecto también es obra de Herzog y De Meuron

2019 

Posible apertura del Guggenheim de Helsinki, cuyo proyecto ganador, de los seis finalistas, se sabrá antes del verano

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Perro de presa (1650-52), obra maestra de Paulus Potter, que se exhibe en el Hermitage de Amsterdam (abajo el edificio) en la muestra Alexander, Napoléon & Josephine. hermitage

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Retrato de una emperatriz (1801), de François Gérard. HERMITAGE

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Una de las salas del museo. CONTACTO

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