"No soy una muñeca"

Inma Cuesta

Desde que protagonizó el musical sobre Mecano, en el 2005, Inma Cuesta (València, 1980) ha transitado con éxito por el drama, la comedia y el thriller en la gran y la pequeña pantallas. La actriz, combativa en asuntos como el machismo o el uso inapropiado del Photoshop, se vuelca ahora en el medio televisivo, con el estreno de Criminal y el rodaje de El desorden que dejas.

Vertical

Aunque nació en València y se crió en Arquillos (Jaén) no es difícil encontrarse a Inma Cuesta paseando con su perro por alguno de los parques del Madrid de los Austrias, que se ha convertido en su centro de operaciones desde que hace tres lustros protagonizara el musical sobre Mecano Hoy no me puedo levantar. Nacida en 1980, de pequeña estatura, afilados rasgos y una almendrada e intensa mirada, ha construido una carrera cinematográfica muy solvente en la que se mezclan los dramas de altura a las órdenes de María Ripoll, en la reciente Vivir dos veces, de Almodóvar, Asghar Farhadi o Benito Zambrano –por La voz dormida fue candidata al Goya–, comedias como Tres bodas de más y thrillers como Grupo 7 de Alberto Rodríguez. Le debe gran parte de su popularidad a series como Águila roja o Arde Madrid, que demuestran su comodidad en televisión donde ahora presenta Criminal, un proyecto de Netflix coproducido por varios países, en el que cada uno aporta varios episodios autoconclusivos que muestran el desarrollo de un asesinato a través de un exhaustivo interrogatorio al sospechoso principal, que ha dirigido Mariano Barroso. Y se incorpora al rodaje del serial El desorden que dejas, basado en la novela de Carlos Montero, que se planteó producir ella misma, pero otros tenían los derechos y que ahora, por casualidades de la vida “o que soy un poco brujilla, la verdad”, le han ofrecido protagonizar. En ella encarna a una maestra rural que investiga el extraño suicidio de su predecesora. Empuje no le falta.

Al final va a ser verdad que últimamente el talento se concentra en la televisión…

Al menos en mi caso así es. Y creo que incluso todavía más en el caso de los papeles femeninos. Arde Madrid no nos ha dado más que alegrías y a mí me ha permitido explorar territorio virgen gracias a esa sirvienta coja y malcarada que de puro seca hacía gracia. Y rodar Criminal en un único espacio, la sala de interrogatorios, es una bendición para un actor, porque no tienes nada a lo que agarrarte salvo tus propios recursos y la complicidad de quienes interactúan contigo. Pero claro, tener a Emma Suárez delante con ese nivel de verdad en la mirada, lo hace todo más fácil.

“No entiendo el empeño en negar la evidencia sobre el maltrato y dejar desprotegidas a las mujeres. Que nos están matando. Que no hay otra manera de verlo, ni de decirlo”

¿La televisión permite experimentar con más facilidad?

Sin duda. A los canales digitales o de pago, que ahora producen mucho, parece que les gustan los proyectos originales o novedosos. Criminal se filmó sin salir de un pequeño plató, en una semana, y haciendo al día 13 páginas de guion de un tirón y en orden cronológico. Bueno, Carmen Machi un día se hizo como 30, pero es que ella es tremenda. Es de las cosas más complejas y a la vez interesantes que he tenido que hacer.

Encarna a una mujer que sufre maltrato continuo. Hace unas semanas cada día había una asesinada por violencia machista. ¿Qué está pasando?

A veces pienso que esto se parece cada vez más a un manicomio. Es una locura que sólo se puede atajar desde la educación, pero como en eso tampoco se ponen de acuerdo los políticos entre ellos…

Algunos partidos niegan claramente que exista ese tipo de violencia específica.

Y no se les cae la cara de vergüenza. Incluso a mujeres hemos visto diciendo eso en las noticias. Encubrirlo es una aberración, además de una mentira, porque los números hablan solos pero se intenta tapar un problema terrible que hay que visibilizar cuanto más mejor. No sé a qué viene ese empeño en negar la evidencia y en dejar desprotegidas a las mujeres. Que nos están matando. Que no hay otra manera ni de verlo, ni de decirlo.

La educación es la solución a largo plazo. ¿Y a corto?

Pues desgraciadamente habría que endurecer las penas. Como en la mayoría de las cosas que no parece que haya forma de erradicar es lo único que funciona, donde la concienciación falla. Es una pena que para que no nos maten o para que alguien no tire basuras que ponen en riesgo el equilibrio de la tierra haya que amenazar y sancionar. No sé cómo es posible no entender que hay mujeres que conviven con los que serán sus asesinos. Mire, es muy difícil salir a la calle de noche y que tengas que ir mirando para atrás todo el rato pendiente de si se acerca alguien que te pueda agredir o violar. Cualquier mujer desde adolescente lo hace, estamos acostumbradas; tenemos el radar conectado desde que salimos a la calle. Un hombre no; un hombre sale tranquilo. Es una gran diferencia.

¿Le satisface el momento de reivindicación y empoderamiento femenino actual?

No del todo. Estaré satisfecha cuando dejemos de preguntarnos cuántas cineastas mujeres hay trabajando o si hay directoras de fotografía en los equipos o cuántos papeles femeninos de relevancia se escriben al año. Estamos en el camino porque ahora somos mucho más conscientes de esto que hace diez años pero queda muchísimo por recorrer.

“Como personaje público soy responsable de lo que digo y hago. No quiero que una adolescente se fije en una imagen mía retocada y con proporciones falsas. Soy una mujer real con mis maravillosas imperfecciones”

Usted se enfadó porque en una publicación le aplicaron el photoshop a sus fotos…

Es que no soy una muñeca, ni un robot. Soy una mujer que quiere mostrar una única imagen que es la mía; de la que me siento orgullosa. Me quiero como soy y no consiento que alteren mis proporciones, que fue lo que pasó. A mí me apasiona la fotografía y el photoshop es una herramienta muy válida para manejar la luz o el contraste de una instantánea o borrar una arruga feísima de un vestido pero no para alterar las medidas de una mujer. Vamos, las mías, desde luego, no. Pero, ojo, respeto y no critico a quien lo quiera hacer, aunque considero que como personaje público no debo ofrecer una imagen que no sea real y coherente. Soy responsable de lo que digo y hago y no quiero que una chica de 15 años cuyo cuerpo está formándose se fije en proporciones que no son ciertas. Puedes aparecer maquillada y vestida mona, pero hasta ahí. A veces se da una imagen distorsionada de nosotros. Entiendo que el cine debe tener su glamur, su magia, pero sin mentiras. Soy una mujer real con mis maravillosas imperfecciones.

¿Cree, como algunos psicólogos o pensadores, que intentar ser perfectos todo el rato nos mata lentamente?

Pues probablemente, pero la sociedad en este momento impone esa perfección. Parece que necesitemos ser los mejores o las mejores: las mejores madres, las mejores hijas, las mejores parejas, las mejores amigas… Eso genera un estrés y una frustración tremenda porque la realidad es que nadie lo es; nadie puede ser así. Yo no, ni quiero serlo, pero es verdad que se han puesto las cosas de una manera en la que tienes que ser número 1 en todo; todo se cuantifica, va como por puntos, como las notas del colegio.

¿La belleza ha jugado a favor o en contra en su carrera?

No lo he pensado mucho, la verdad. Lo de la belleza es muy relativo. Habrá gente a la que le parezca que soy guapa y otra a la que no. He tenido la suerte de hacer muchos personajes que no se veían definidos por su atractivo. Me ha ayudado mi esfuerzo, mi perseverancia y el amor y la pasión con que hago las cosas. Hombre, de modelo nórdica, va a ser que no puedo hacer.

¿Esquiva los personajes de mujer florero?

Sí. Creo que el feminismo se demuestra en las elecciones del día a día pero también en los pasos que das en tu trabajo. Intento predicar con el ejemplo. Los papeles de mera acompañante del personaje masculino no me gustan.

¿Cómo se relaciona con sus personajes?

No soy nada de volverme loca, ponerme dramática y pasarlo fatal. Al acabar la jornada procuro sacudírmelos, aunque unos, como el de Criminal, por ejemplo, te acompañan más que otros. En algunas pieles te tienes que meter a fondo y sueles salir escocido. Pero me ducho, me tomo un vino por Madrid o doy un paseo y se me pasa. Claro, es una gozada salir de rodar una comedia con una sonrisa, pero un poquito de oscuridad tampoco viene mal. Lo que sí llevo es una libretita donde apunto cosas que se me ocurren sobre cómo fue la vida del personaje antes de lo que se cuenta en el guion, para entenderlo mejor.

“Solemos hacer lo que se espera de nosotros. Eso es lo fácil. Lo difícil es escucharse, entenderse, ser honesto y no pasar por la vida de puntillas”

¿Cine comprometido o cine para pasar el rato?

Todo tiene su momento. De reivindicar, como en La voz dormida, de interpretar a Lorca, al que yo recitaba de niña, como en La novia y para simplemente relajarse, que es muy importante y más ahora tal y como están las cosas. Hay que reivindicar la capacidad de reírse de uno mismo y de las situaciones tan rocambolescas que estamos viviendo. Lo encuentro muy necesario; vital. Pero lo importante es tener algo que contar.

¿Atiende a la política?

Sí. Me gusta estar informada y que inciten a reflexionar sobre lo que está pasando en el país y en el mundo en que vivo, siempre que lo hagan con rigor y sin intentos de manipulación ideológica por medio. Quiero saber y así poder formar mi propia opinión.

En su última película, Vivir dos veces, se habla de otros grandes discriminados a los que se les presta muy poca atención: los mayores.

Pero se hace desde un punto de vista positivo: de vivir las segundas oportunidades que la vida te da, porque nunca hay que dar nada por hecho. De que para cambiar lo que no te gusta no te puedes escudar en la edad. Pero es verdad que son invisibles y eso que vivimos en un país con muchísimas personas mayores. Yo vengo de un pueblo muy chico y allí se les respeta, se les ayuda y se les escucha porque tienen justo lo que a los jóvenes les falta: experiencia. Pero en las grandes ciudades eso no es así. Los nietos deberían dejar un rato el móvil y hablar un rato con los abuelos. No les vendría mal.

Lleva trabajando desde hace más de 15 años. ¿Se parece a aquella chica que fue elegida en el casting del musical Hoy no me puedo levantar?

La ilusión y las ganas son las mismas que cuando llegue a Madrid, me puse a trabajar en una tienda de ropa y empecé a ir a pruebas. Entonces eran muy pocas las que había y menos para musicales, que era mi sueño, pero no tenía prisa; si no era ese, otro sería. Y fui como soy: con cara, con desparpajo. Ni me ponía nerviosa antes ni ahora porque no siento que deba llegar a ningún lado. Pero claro el día que subió el telón sí estaba muy inquieta y eso que como soy miope no avistaba al público. El día que me puse las lentillas y vi las caras de todos perfectamente me quedé aterrada. Luego te acostumbras.

¿Qué se siente al cumplir un sueño?

Felicidad, emoción, te sientes privilegiado. Lo mejor de estos años ha sido el viaje: la gente maravillosa que he conocido y me ha enseñado tanto. Claro que ha habido decepciones pero creo que forma parte del aprendizaje también. Tengo claro que quiero seguir currándomelo y buscando. Soy un poco insaciable en ese sentido.

¿Piensa qué ocurriría si un día el teléfono deja de sonar?

Jamás. No; no voy a caer en eso. Por supuesto me disgustaría pero mi vida no gira solo en torno a mi trabajo. En realidad, todavía no sé qué quiero ser de mayor. Hay otras muchas cosas que me hacen feliz. Desde cocinar para los amigos a pasear con mi perro o acabar ese libro con mis pensamientos, mis poemas, fotos, dibujos y collages que voy elaborando poco a poco.

¿Lo publicaría?

Bueno, me lo han pedido algunas editoriales. No lo sé; igual cuando lo termine tiro unos ejemplares para los amigos o me da por publicarlo…

¿No teme exponerse tan íntimamente en estos tiempos en los que arden las redes sociales por cualquier cosa?

Es cierto que hay que ser muy cuidadoso porque hay personas que se escudan en el anonimato para hacer mucho daño, pero a mí me han tratado con corrección de momento y, si se hace así, es perfecto. No tenemos obligación de estar de acuerdo, pero sí de respetarnos. Pero vamos, no soy de andar midiendo mis palabras, aunque tampoco tengo incontinencia verbal. Creo que las redes nos enmascaran un poco más que de costumbre. Ya de por sí solemos hacer lo que se espera de nosotros. Eso es lo fácil. Lo difícil es escucharse, entenderse, ser honesto y no pasar por la vida de puntillas.

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