NY, capital de los escritores

Literatura

Nueva York es la meca literaria, la que inmortalizaron Scott Fitzgerald o Dorothy Parker, la que han consagrado Philip Roth o Toni Morrison y también el escenario, a veces paraíso y a veces jungla infernal, en el que cientos de novelistas aspiran a la gloria nadando en sus ríos de tinta.

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Paul Auster, que vive en Brooklyn, y que está visto como uno de los escritores neoyorquinos por excelencia Francesc Peiron

Historias de Nueva York. Las hay a millares. En el cine, la televisión, las canciones… y por supuesto en los libros. La que, para muchos, aún es la ciudad más literaria del mundo sigue acogiendo a un buen número de escritores procedentes de los más diversos recodos del planeta, escritores que han reinventado la manera de referirse a esta megalópoli, ya envuelta para siempre en la mística de los relatos de autores como Herman Melville, Henry James, F. Scott Fitzgerald, J.D. Salinger, Dorothy Parker o Truman Capote.

En Nueva York están las sedes centrales de las principales editoriales y agencias literarias del mundo globalizado. Por ejemplo, la del grupo Penguin Random House, en la calle Broadway, entre la 55 y la 56. Allí, su consejero delegado, el alemán Markus Dohle, es el máximo responsable de crear esos best sellers globales, como John Green o las 50 sombras… de E.L. James. “Una parte de mi trabajo es compartir mis contenidos de Estados Unidos con todo el mundo”, admite, y se explica: “Penguin Random House es una editorial multidoméstica. Queremos desarrollar el talento local, los autores locales, y, por supuesto, compartirlo. Yo soy el consejero delegado en EE.UU. y al mismo tiempo el responsable mundial. Esa es la mejor forma de organizarnos, porque permite que muchas de las tendencias que se desarrollan en el mercado del libro estadounidense luego lleguen a otros territorios. Y yo soy responsable de que eso suceda así”.

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A sólo una calle de distancia, se encuentra la agencia Wylie, cuyo propietario y gestor, Andrew Wylie –apodado el Chacal por su dureza negociadora– hace gala de mantener una filosofía que va más allá de lo crematístico: “Dan Brown no es alguien con quien me interesaría charlar –empieza diciendo–. Desde 1980, decidí apostar por la calidad y combatir las obras puramente comerciales, como las suyas, las de Stephen King o Danielle Steel, cuyas pilas en las librerías taponan las estanterías donde se esconden Borges o Calvino. Hay mucha gente que se mete en el negocio del libro de buena fe, para editar buenos libros, pero acaban absorbidos por la maquinaria. Yo cambié algunas cosas: convencí a los editores de que pagar mucho dinero por autores como Martin Amis, Saul Bellow o Salman Rushdie les convenía porque se seguirían vendiendo dentro de cien años, no eran una moda. Hemos luchado contra ese entorno comercial, y estoy orgulloso de ello”.

Vargas Llosa se mudó hace poco de casa, pero sin dejar Central Park, que es donde va Jonathan Franzen a avistar pájaros o también Philip Roth, aficionado a los paseos diarios

Al piso de Philip Roth se puede llegar a pie. Es un luminoso apartamento cercano a Central Park, con unas vistas espectaculares de los rascacielos. En la pared, hay un gran plano de la cercana Newark –su ciudad– del año 1933, el de su nacimiento. Sus días en Manhattan son monótonos: “Desayuno y me voy a la piscina, a un gimnasio que hay aquí en la calle 59. Nado por la mañana, al menos cinco días a la semana. Salgo de la piscina, me seco, me visto, y a las diez y media ya estoy de vuelta en casa”. Ahora la salud le ha obligado a dejar la escritura, pero, hasta hace poco, “escribía un par de horas, hasta la hora de comer, y luego un par de horas más tras el café”. Lo que más le gusta es pasear, “y luego miro las noticias en la televisión durante una hora. Y por las noches salgo con amigos, me voy al cine, a cenar o a un concierto, pero siempre paso al menos tres noches a la semana en casa, sin salir. ¿Qué más? Duermo muy bien y veo béisbol, me encanta ver los partidos de béisbol por la tele. Todo esto cambia radicalmente cuando estoy viviendo en mi casa de campo, a la que me traslado cada mes de mayo, con la llegada del calor, y que abandono en octubre para volver aquí a Nueva York”.

Roth tiene vecinos ilustres. El más cercano es un premio Nobel. Mario Vargas Llosa pasa aquí al menos un trimestre, para impartir clases de Literatura Hispanoamericana en la Universidad de Princeton, a la que le gusta acudir en tren, mezclado entre los estudiantes. En su apartamento con vistas a Central Park le dieron la noticia, en octubre del 2010, de que acababa de ganar el premio de la Academia Sueca. Ahora, además, acaba de comprarse –junto a su pareja, Isabel Preysler– un piso más grande al otro lado del parque. El acoso de los paparazzi le impide a veces cumplir con su ritual paseo matinal entre las ardillas y los árboles de ese mítico espacio al aire libre. Un espacio por el que podría encontrarse con Jonathan Franzen, que lleva siempre con él sus prismáticos para avistar pájaros, su gran afición. “Soy capaz de observar aves durante doce horas seguidas –asegura, en su apartamento de la calle 81, que conserva para venir de vez en cuando, aunque se haya mudado a otro estado–, es algo que no me cansa, me sume en un estado de felicidad. Empecé a hacerlo en 1999, tras la muerte de mi madre. Poco después, me enamoré de Kathy, que está loca por los animales, y, de hecho, fueron su hermana y su cuñado, ornitólogos, los que me aficionaron en serio, me llevaron a Central Park en primavera y allí vimos un tordo y toda una serie de especies migratorias que parecían joyas de colores en medio de la jungla urbana. Los pájaros me hacen feliz como nada al aire libre me lo ha hecho. Tal vez porque no tengo hijos... Es difícil superar el esplendor de un guacamayo”.

Las familias o matrimonios de escritores son capítulo especial: Paul Auster-Siri Hustvedt, Valeria Luiselli-Álvaro Enrigue, Javier Calvo-Mara Faye Lethem...

La colonia de escritores hispanos es notable aunque está lejos de sus mejores épocas. La mayoría de los autores llegan a la Gran Manzana cobijados por alguna institución universitaria, que los contrata para dar clases o impartir talleres de escritura. Nueva York es, de hecho, la ciudad con más talleres de escritura del mundo, ya sean oficiales –programas en la universidad– o en asociaciones o empresas. Entre los profesores más recientes, además del desaparecido E.L. Doctorow, se cuentan nombres como el argentino Sergio Chejfec, la chilena Lina Meruane, estrellas como Zadie Smith, el poeta John Ashbery, Jonathan Safran Foer, Martin Amis, Rick Moody, la sevillana Marina Perezagua y muchos otros de menos relumbrón mediático. Los cursos más recomendables tal vez sean los de la Universidad de Nueva York, porque los que se dan en Princeton –a poco más de una hora en tren desde Penn Station–, con profesores como Toni Morrison, Ricardo Piglia, Alberto Manguel o el propio Vargas Llosa, ya pertenecen a otro municipio.

Las familias o matrimonios de escritores son otro apartado llamativo. En la cima de la popularidad se encuentran Paul Auster –divorciado a su vez de otra escritora, Lydia Davis– y Siri Hustvedt, que, junto a su hija, la cantante Sophie Auster, conforman algo así como la familia real del Brooklyn literario. Pero hay muchos otros matrimonios, como el de los mexicanos Valeria Luiselli y Álvaro Enrigue, que viven en el barrio de Hamilton Heights, en Harlem. El de Antonio Muñoz Molina –que dirigió el Instituto Cervantes entre el 2004 y el 2006– y Elvira Lindo. O el del catalán Javier Calvo y la norteamericana Mara Faye Lethem, activos brooklynianos.

Valeria Luiselli dice que ella y su marido “compartimos estudio desde que nos mudamos a Nueva York, menos por amor que por falta de espacio. Aunque tal vez la falta de espacio nos ha enseñado una forma del amor, una forma a la vez encimosa y respetuosa. Entre su escritorio y el mío media casi siempre un sacro pacto de silencio. A Álvaro toda la gente del barrio le saluda por el nombre, salvo los árabes de la esquina, que simplemente le dicen my brother. Parece que esta ciudad es óptima para que él desarrolle dos de sus aficiones que no comparto: la ópera y el béisbol. Nunca hemos ido juntos ni a una ni al otro, para mí son dos formas extremas y bizarras de la cultura occidental”.

Algunas de las últimas narraciones sobre la ciudad, esas que construyen la nueva Nueva York, lejos del imaginario histórico, se pueden encontrar en el volumen colectivo Historias de dos ciudades, recién publicado por la editorial Nórdica, con textos de Zadie Smith, Junot Díaz, Lydia Davis, Teju Cole, Valeria Luiselli, David Byrne o Jonathan Safran Foer.

El prologuista de ese volumen, Antonio Muñoz Molina, llegó a la ciudad por primera vez en 1990. “Fui volviendo en años sucesivos –explica–, cada vez con más frecuencia, siempre en compañía de mi mujer. En el 2001 y el 2002 di clases de Literatura en la City University. Elvira y yo alternamos largas temporadas en Madrid con largas temporadas en Nueva York. Llevamos con nosotros la oficina y el archivo cada uno en nuestro portátil, y en las dos ciudades trabajamos en estudios contiguos. En Madrid tiendo más a quedarme en casa, pero en Nueva York me tienta con más fuerza la atracción de la calle”. Muñoz Molina ve la ciudad como un componente esencial del “sueño americano”, “esa promesa de que si uno se desvive trabajando y cumple las normas, conseguirá una vida mejor para él mismo y para su familia y sus herederos”. Sin embargo, cree que todo ha cambiado: “De traficar con mercancías y fabricarlas en los años setenta y ochenta, Nueva York ha pasado a fabricar espejismos y traficar desvergonzadamente con ellos. La ciudad promete mucho y da bastante poco a cambio. Vive de la especulación financiera y de las fantasías prefabricadas del turismo. Los turistas llegan a Nueva York en oleadas tan ansiosas como antes los emigrantes, deseosos de confirmar lo que han propalado periódicos, series y películas. Pero esta es una ciudad de gente interesada y nerviosa que no pone mucho interés en cuidar al turista y le saca el dinero hasta un grado de extorsión a cambio de muy poco: la mayor parte de los hoteles son caros y malos, la comida turística tiende a ser tóxica, y el tiempo, una gran parte del año, es hostil o directamente infame”.

A los escritores “les dicen que Nueva York es el lugar donde hay que estar, pero es difícilísimo abrirse paso”, dice Antonio Muñoz Molina, que vivió en la ciudad hace unos años con su mujer, Elvira Lindo

Para Muñoz Molina, si Nueva York atrae a tantos escritores, como a otro tipo de artistas, es porque “les han dicho que es allí donde hay que estar” y ciertamente, desde el punto de vista del espectador, “puede disfrutarse en grado máximo de lo mejor en casi todas las artes”. La otra cara de la moneda es que “es dificilísimo abrirse paso en cualquiera de ellas: es mucha la competencia, y las condiciones, durísimas”; pero, “en nombre del espejismo, el artista está dispuesto a aceptar condiciones de vida y de trabajo que le parecerían insufribles en su país de origen. Alguno llega a algo, con mucho esfuerzo y mucha suerte, al cabo de mucho tiempo. La mayor parte se queda en nada”. Son esos jóvenes escritores españoles o latinoamericanos de clase media que “gastan las mejores energías de su juventud en trabajos agotadores, mal retribuidos y sin seguro médico, y pagan alquileres desorbitantes para compartir viviendas en mal estado cuyos dueños no gastan nada en acondicionarlas”. Hubo una época, recuerda, en que la ciudad era más barata y uno de sus reclamos a los jóvenes eran los alquileres bajos. “Hoy hasta ser un artista pobre cuesta muchísimo dinero”, lamenta.

Hay dos ciudades, opina el autor de Beltenebros: la de la riqueza y la de la pobreza, y advierte que ambas crecen. A esa dualidad se refiere el coordinador de Historias de dos ciudades, John Freeman, exeditor de la revista Granta y profesor en The New School y en la Universidad de Columbia, quien revela que un hermano suyo, Tim, ha llegado a dormir en la calle: “Para él, mudarse a Nueva York fue un mal negocio. Tenía una licenciatura y publicaba en la prensa, pero no le sirvió de nada, aquí es muy difícil encontrar trabajo. Le quiero, pero durante todo el tiempo que estuvo sin casa jamás le invité a entrar en la mía. Yo tenía novia, trabajaba en una revista cool, y la sensación de culpa pesó menos que el miedo a arriesgar mi relación de pareja. Lo veía un par de veces por semana, le daba algo de dinero… Ahora es feliz en Dallas, donde tiene coche y ocupaciones. Cuento esta historia porque la desigualdad ya no es un tema entre ellos y nosotros, ricos y pobres, a menudo se da en una misma familia. Creo que el actual alcalde, Bill de Blasio, salió elegido porque se dio cuenta de que, como dijo, ‘el problema fundamental de nuestra época’ es que esa brecha entre poseedores y desposeídos ha crecido hasta límites insostenibles”.

Freeman ha pedido a treinta escritores actuales que ofrezcan sus retratos de la Nueva York de hoy. Y destina los derechos del libro a la Housing Works Bookstore Cafe, una cadena de librerías de segunda mano que dedican sus beneficios a ayudar a los neoyorquinos sin hogar. Uno de esos treinta textos, el del irlandés Colum McCann, profesor en el Hunter College, muestra la realidad de los sintecho. “El proceso de documentación de una novela –explica– me llevó a conocer a varias personas que vivían en los túneles, miles de personas habitan bajo la ciudad: en la estación Broadway-Lafayette, en la Segunda Avenida, en los pasajes subterráneos de Chinatown… los llaman el pueblo topo, las criaturas del subsuelo. Cuanto más descendía, más misteriosa se volvía la gente, había fugitivos, veteranos de Vietnam y hasta conocí a un exjugador de fútbol americano enganchado al crack”.

Para el músico David Byrne, cantante del grupo Talking Heads, “otras ciudades serán más limpias, más eficaces o más cómodas, pero Nueva York tiene algo especial, desprende un olor característico y atractivo, como el sexo”. Él llegó a mediados de los setenta, “porque era un centro de vitalidad cultural, sobre todo en las artes visuales. Nueva York era donde pasaba todo, y había alquileres baratos en lofts sin calefacción ni agua caliente. Lo que sucede es que, cuando uno se va haciendo mayor, esas dificultades dejan de ser algo romántico. La pobreza puede soportarse de joven, pero inevitablemente acaba por agotar”. Él cree, como el alcalde Di Blasio, que “Manhattan y grandes zonas de Brooklyn se han convertido en una comunidad vallada para el asueto de los ricos –entre los que me incluyo–, pero eso hace que no haya sitio para la nueva creatividad, porque desaparece la clase media, y nadie impulsa la literatura, el arte, la música, la danza, el periodismo o las nuevas empresas. Esta ciudad ya no crea nada. Los más brillantes fueron atraídos por el mundo de las finanzas. Desde mi ventana veo las galerías de arte de Chelsea y pisos vacíos que ha comprado gente que ni siquiera está aquí. El 1% debe implicarse en reflotar la creatividad o estaremos perdidos. Los hipsters han huido al norte del estado, al valle del Hudson”.

¿Hay futuro? Una de las escritoras más jóvenes de la ciudad es Chaasadahyah Jackson, quien con sólo 15 años ha contribuido con su trabajo al libro colectivo sobre Nueva York. Ella es de Brooklyn y estudia en Manhattan. “Lo que más me harta son las ideas preconcebidas sobre las zonas, en el instituto creen que soy rica porque vivo en el barrio de Park Slope, y no lo soy; otros creen que allí sólo viven blancos. Me hacen sentir como una extraña en mi propio barrio. ¿Que qué quiero hacer de mayor? Quiero alistarme en las fuerzas aéreas y también ir a la universidad”.

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La sevillana Marina Perezagua, que vive en Queens y enseña en la Stony Brook University

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El novelista Philip Roth, un asiduo paseante de Central Park, cercano a su apartamento de Manhattan. Julian Hibbard / GETTY

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Tom Wolfe, referente del nuevo periodismo, en su piso del Upper East-Side. david corio

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La prestigiosa novelista Siri Hustvedt, que vive en Brooklyn y es pareja de Paul Auster. Ana Jimenez

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Mario Vargas Llosa, sin dejar Manhattan, se ha mudado hace poco a un piso más amplio que el que tenía. Àlex Garcia

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Peter Carey, uno de los tres escritores que han ganado dos veces el premio Booker. Mathieu Bourgois

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Jonathan Franzen , que vive cerca de Central Park, donde va a avistar pájaros. LISBETH SALAS

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Toni Morrison, profesora y premio Nobel de literatura. archivo

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