Obras maestras perdidas

ARTE

El historiador del arte Noah Charney se ha dedicado a documentar las principales obras de arte desaparecidas durante la historia. El resultado: su museo de arte perdido contiene más obras maestras que las existentes en las galerías más importantes del mundo. Las causas de destrucción de este patrimonio son variadas, pero hay un principal responsable: el ser humano.

Horizontal

VAN DER WEYDEN Rogier van der Weyden (1399-1464) está considerado uno de los grandes pintores flamencos. Su obra más célebre fueron cuatro pinturas colosales, dedicadas a la Justicia, en el ayuntamiento de Bruselas. Destruidas en 1695, su recuerdo perdura gracias a testimonios escritos (entre ellos, el de Alberto Durero) y a este tapiz, de 1459, que está en el Museo de Historia de Berna.

Madrid, Nochebuena de 1734. En el Alcázar, residencia del rey Felipe V de Borbón, se desata un incendio que duraría cuatro días. El palacio –en origen una fortaleza musulmana– arde por completo, y con él, 500 obras de arte. Entre ellas, varios cuadros de Diego Velázquez, entre los que destaca La expulsión de los moriscos (1627), obra clave para impulsar su carrera en la corte de los Habsburgo. Gracias a esta pintura Velázquez ganó, con 28 años, el concurso que le valdría su primer cargo en palacio: ujier de cámara. Un año después se convertiría en pintor de cámara, la posición más importante entre los artistas de la corte.

En el incendio también se calcinaron telas de Rubens, Ticiano, Tintoretto, Veronese, El Greco, Leonardo y Rafael. Una catástrofe cultural que, aun así, tuvo un lado positivo: entre las piezas que se salvaron del fuego estaban Las Meninas, una de las obras maestras de la historia de la pintura.

El desastre del Alcázar de Madrid es uno de los ejemplos que el académico Noah Charney aporta en su último libro: The Museum of Lost Art (El museo del arte perdido), que publica la editorial Phaidon. Nacido en Connecticut en 1979 y fascinado desde niño por los tesoros artísticos de Europa, Noah Charney es profesor de Historia del Arte, especializado en delitos contra el patrimonio artístico. “En consecuencia, el arte perdido siempre ha formado parte de mi campo de investigación”, explica desde Eslovenia, donde reside después de haberse ­formado en el Reino Unido.

De hecho, tres de los capítulos de su libro dedicado al arte perdido están relacionados con el crimen: “Uno lo dedico a grandes robos en la historia del arte. Otro, a los saqueos en tiempos de guerra y otro, al vandalismo y la iconoclasia”, desgrana. El autor revela que el robo de arte se ha convertido en la tercera fuente de ingresos de las organizaciones mafiosas, por detrás del tráfico de drogas y la venta de armas. “Cada año se sustraen miles de obras de arte en el mundo. Sólo en Italia se denuncian anualmente la desaparición de entre 20.000 y 30.000 piezas”, enumera. De estos otros robos se sabe poco porque únicamente interesan los grandes golpes, en museos importantes. Como el asalto a la Galería Nacional de Estocolmo, en diciembre del 2000, con un botín que incluyó dos Renoir y un Rembrandt. Y el robo de 118 ­Picasso perpetrado por la mafia corsa en el palacio Papal en Aviñón en 1976, con uso de la violencia contra los guardas. Sin olvidar los numerosos robos cometidos en la década de los setenta por el IRA, el grupo terrorista irlandés, que asoló las casas señoriales de este país, cargadas de tesoros artísticos. Obras, todas ellas, muy difíciles de volver a ver. Charney asegura que es muy poco habitual que el arte robado sea recuperado y los delincuentes, arrestados: “De hecho, en sólo un 1,5% de los robos denunciados se recuperan las piezas y sus autores van a juicio”.

Se cree que sólo el 10% de la dramaturgia de la antigua Grecia ha sobrevivido. Algo similar ha sucedido con las obras de arte, apunta Charney

El autor documenta asimismo el arte perdido por accidentes –como el fuego del Alcázar– y desastres naturales: terremotos, erupciones volcánicas e inundaciones. Mientras que las erupciones, en algunos casos, han ayudado a preservar tesoros como las ciudades de Pompeya y Herculano, los terremotos han sido muy destructivos. En especial, con algunas de las llamadas maravillas del mundo antiguo. Como el coloso de Rodas, que fue derribado durante un terremoto que asoló esta isla griega en el 226 a.C. El mismo destino que sufrió el faro de Alejandría, estructura que se desmoronó completamente después de un temblor, en 1323. Los terremotos también arruinaron el mausoleo de Halicarnaso, en la actual Turquía, cuya base se destruyó en 1404, tras haber sobrevivido hasta al mismísimo Alejandro Magno. Las tumbas del rey persa Mausolo y sus familiares habían sido saqueadas mucho antes por ladrones de tumbas.

Pero la destrucción del arte no siempre es culpa de terceros. En su libro, Charney incluye múltiples ejemplos de obras hechas trizas por sus propios creadores. Miguel Ángel, por ejemplo, ordenó a su asistente incinerar todos los dibujos y esbozos de sus obras tras su muerte –afortunadamente, no le obedecieron por completo–. Otros genios posteriores, como Picasso, no dudaban en pintar nuevos cuadros encima de trabajos que no le satisfacían. Pero, aunque en su mayoría estos actos de destrucción se deben a cierta vanidad o perfeccionismo, emociones tan terrenales como los celos también han sido la causa de alguna destrucción. Charney explica como la segunda esposa de Ingres, autor de La gran odalisca, le obligó a deshacerse del espectacular desnudo que el artista francés poseía de su primera mujer. De la pintura nunca se supo nada más: sólo un daguerrotipo tomado en el estudio del pintor testimonia su existencia.

La destrucción también puede partir de los propietarios: Winston Churchill ordenó a su secretario que quemara el retrato que le hizo el pintor Graham Sutherland: un regalo del Parlamento británico que no le gustó lo más mínimo (“maligno, indecente”, dijo, mientras que su mujer, Clementine, señaló que el parecido era “alarmante”). El cuadro ardió en llamas, como también fueron destruidos los murales que la familia Rockefeller encargó a Diego Rivera para la sede de sus empresas en Nueva York. La ocurrencia del muralista mexicano de darle a Lenin un espacio prominente en el cuadro y de pintar al magnate bebiendo champán con una meretriz no fue cálidamente recibida. Tampoco ha vuelto a verse el Retrato del doctor Gachet, de Van Gogh, desde que un empresario japonés lo adquiriera en 1990 anunciando que le gustaba tanto que, al morir, deseaba ser incinerado junto a él.

Sin embargo, como cuenta Charney, no ha habido periodos más destructivos para el arte que los de la guerra: “Cuando la gente no tiene el tiempo o la voluntad de preservar los objetos como se debería y reinan el pillaje y la confusión”. De entre todas, el profesor destaca la devastación que para el patrimonio artístico del planeta supuso la Segunda Guerra Mundial: “Cuando se estima que alrededor de cinco millones de objetos artísticos y culturales cambiaron de manos de forma inapropiada”. Sin olvidar acontecimientos más lejanos, como los diversos saqueos de la ciudad de Roma.

Con este bagaje, este experto no duda en afirmar que la mayoría de las grandes obras de arte de la humanidad se han perdido. ¿Cómo probarlo, si ya no están? “A través de documentos que hacen referencia a obras que ya no sabemos donde encontrar”, explica. Sin olvidar, añade, que si se analizan las biografías de los grandes maestros de la pintura y de los muchos artistas del mundo antiguo se concluye que han desaparecido muchas más obras que las que han sobrevivido. “Y a menudo, con una gran diferencia. Puedo darle un ejemplo paralelo: se calcula que sólo el diez por ciento de la dramaturgia de la antigua Grecia ha sobrevivido. Ello implica que el 90% se ha perdido. Pues algo similar ha sucedido con las obras de arte”.

De entre tantas piezas perdidas, Charney siente una especial fascinación por el trabajo de Rogier van der Weyden, un pintor flamenco de la primera mitad del siglo XV. “Es muy conocido por El Descendimiento, cuadro que se exhibe en El Prado. Pero mientras vivió su obra más importante fueron las Justicias de Trajano y Herkinbald”. Se trataba de cuatro pinturas monumentales realizadas para el Salón Dorado del Ayuntamiento de Bruselas, con la temática de la justicia. “Por desgracia, fueron destruidas por los franceses cuando bombardearon la ciudad en 1695, por lo que ahora tenemos que concluir que El Descendimiento es la obra maestra que lo representa... Pero si pudiéramos preguntar a sus contemporáneos, nos dirían que, de largo, la serie sobre la justicia era mucho más importante”, puntualiza.

Quizás para no desanimarnos ante la pérdida de tanta belleza, el autor incluye en cada capítulo un ejemplo sobre una pieza artística desaparecida y recuperada, casi milagrosamente. Como el bellísimo Apoxiomeno de Croacia: una estatua de bronce de la antigüedad encontrada en 1996 en aguas del Adriático por un turista que hacía submarinismo. O los tesoros rescatados bajo toneladas de lava solidificada de las ciudades de Pompeya y Herculano, tras la erupción del Vesubio en el 79 d.C. “Creo que el capítulo titulado Enterrados y exhumados es uno de los que más me interesó, porque trata sobre objetos y monumentos ocultos –algunos, como Pompeya, durante varios siglos–, y recuperados de diversas maneras”. No todo el arte rescatado pertenece a la antigüedad. Charney destaca el descubrimiento “no de una sino de otras dos pinturas”, bajo el Cuadrado negro (1915), del ruso Kazimir Malévich”.

Si Charney tuviera que salvar de la destrucción una obra, esta sería Las meninas. “Estuvieron a punto de perderse durante aquel incendio del Alcázar. Pero alguien desesperado por evitar su destrucción las arrojó por la ventana. Fuimos afortunados, porque otros cuadros de Velázquez no corrieron la misma suerte. Sólo por ello deberíamos sentirnos agradecidos cada vez que las contemplamos”.

Horizontal

DESTRUIR/CONSERVAR Las causas naturales han sido grandes destructoras de arte aunque, en ocasiones, han ayudado a preservarlo. Es el caso de las ciudades romanas de Pompeya, Herculano y Oplontis, enterradas durante siglos tras la erupción del Vesubio. En los frescos de la Villa Poppea, de Oplontis, se ratificó el uso de la perspectiva en la pintura mural romana.

Vertical

naufragios Muchas esculturas se perdieron en naufragios pero, irónicamente, fueron preservadas por el mar. Como el Apoxiomeno de Croacia: una copia helenística o romana de un original griego, que fue encontrada en el Adriático en 1996 por un turista practicando submarinismo. Un descubrimiento extraordinario, ya que apenas se conservan estatuas de bronce del mundo antiguo. © Alinari

Horizontal

Incendios El fuego ha sido otro de los grandes destructores de arte en la historia. En 1654 una explosión en un almacén de pólvora arrasó parte de la ciudad de Delft, en Holanda. Murieron cientos de personas. Entre ellas, Carel Fabritius, el discípulo más brillante de Rembrandt. La mayor parte de su obra desapareció en la tragedia. © Egbert van der Poel – Rijksmuseum Amsterdam

Vertical

terremotos Los terremotos acabaron con varias de las siete maravillas del mundo antiguo, como el coloso de Rodas, que aparece en este grabado de 1878 del artista Sidney Barclay. La estatua, de bronce, medía 33 metros. Erigida en la bocana del puerto de la isla griega, se derrumbó durante un terremoto en el 226 a.C. Estuvo en pie menos de medio siglo.

Horizontal

bombardeos La cámara de ámbar del palacio de Catalina, en San Petesburgo, era una habitación forrada con paneles de ese material, como se ve en esta foto pintada, de 1931. Los paneles fueron robados por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial y traslados al castillo de Koenigsberg, hoy Kaliningrado. Fueron destruidos por las bombas aliadas.

Vertical

robos La obra de Picasso no sólo ha desaparecido víctima de los ladrones de arte. En 1954 el artista fue objeto de un documental sobre su persona: Le mystère Picasso, con cinematografía de Claude Renoir. Según Charney, las obras que pintó durante la grabación se destruyeron después de esta. © Succession Picasso/DACS, London 2018.

Horizontal

arte efímerO El arte conceptual, una corriente artística del siglo XX, incluye piezas que no están destinadas a durar indefinidamente. Es el caso de la obra Doll House de la canadiense Heather Benning. Esta artista diseñó una casa de muñecas de tamaño natural que quemaría, intencionadamente, unos años después, documentando el proceso en una serie fotográfica. © Cortesía de Heather Benning

Mostrar comentarios
Cargando siguiente contenido...