Ojos que no parpadean nunca

sociedad

Como si de repente nos hubiéramos convertido en famosos, cada día somos seguidos por multitud de cámaras que graban fragmentos de nuestras vidas. El principal objetivo de estos dispositivos es garantizar la seguridad ciudadana, pero también conocer sus hábitos.

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Desde que salimos a la calle, somos protagonistas de una extraña película rodada con pequeños trozos de nuestro día a día.

Cientos de ojos electrónicos examinan nuestros movimientos. Basta alzar la vista para darse cuenta de que estamos rodeados por cámaras de todo tipo: con aspecto de hongo, redondas como el ojo de un cíclope o con cuatro brazos orientados a norte, sur, este y oeste. Desde que salimos a la calle, somos protagonistas de una extraña película rodada con pequeños trozos de nuestro día a día: el momento de bajar al parking a por el coche o la irrupción en el metro a primera hora, la llegada al trabajo, la cola que se forma en el banco a media mañana… Las miles de cámaras que nos miran también ofrecen imágenes de entradas y salidas de los restaurantes, graban cuando accedemos al gimnasio y dan fe de nuestro paso por hospitales, gasolineras, joyerías, taxis, puertos, aeropuertos, carreteras, grandes superficies, polígonos industriales, fábricas, urbanizaciones, discotecas, farmacias, campos de fútbol, casinos, comisarías e iglesias, entre otros lugares.

La instalación de cámaras de videovigilancia ha sido una constante desde la década de los setenta. “Las primeras cámaras se utilizaron para supervisar y monitorizar sin presencia humana industrias y fábricas, pero su verdadero despegue se produjo hacia 1980 con el auge de los centros comerciales”, explica Julio Pérez, secretario de la Asociación Española de Empresas de Seguridad.

En concreto, uno de los primeros usos del circuito cerrado de televisión data de los años cuarenta, cuando el ejército norteamericano se valió de esta tecnología para controlar las armas atómicas desde un perímetro seguro. Sin embargo, no fue hasta los cincuenta cuando fue posible almacenar las imágenes en una cinta de vídeo.

Nadie sabe cuántas cámaras de vigilancia hay en España: cuando una empresa solicita poder grabar se la identifica, pero no el número de cámaras que instala

Desde entonces, las cámaras de seguridad se han expandido con la misma voracidad que el mejillón cebra y otras especies invasoras, tomando acomodo en paredes, postes, semáforos y repisas. Curiosamente, cuando el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) ha querido saber si la ciudadanía está a favor o en contra de su utilización, la respuesta ha sido concluyente y más de un 65% de los encuestados se ha mostrado partidario de tener el máximo de seguridad aunque suponga una pérdida de privacidad.

Hoy por hoy, nadie sabe cuántas cámaras de videovigilancia hay en España. A juicio de Pérez, “podríamos estar hablando de unos tres millones o de una cifra de este orden, ya que hay muchísimas sin registrar”. Pero no es fácil aventurar un número, pues cuando una empresa solicita permiso para poder grabar imágenes, la Agencia Española de Protección de Datos (AEPD) procede a abrir un fichero que acredita la existencia de, al menos, una cámara, aunque en la práctica sean cinco, diez o veinte. Es decir, pese a que en junio del 2015 la AEPD contabilizó 229.674 ficheros en el Estado español, nadie sabe con exactitud el número de cámaras que suman.

Con independencia de la cifra, las cámaras no han dejado de multiplicarse en los últimos años. En muchas ciudades españolas, los conductores de los autobuses metropolitanos –es el caso de Madrid– pisan en caso de necesidad un botón que permite que los agentes del centro de control vean en cada momento lo que sucede en el interior del vehículo. Hace unos años hubiese sido difícil imaginar ser grabado dentro de un autobús, pero ahora es harto frecuente. Y en el metro lo mismo: por todas partes hay cámaras. En total, se estima que solamente en Madrid hay alrededor de 8.000 dispositivos electrónicos en los autobuses y una cifra todavía superior en el metro. En Barcelona, la situación es similar, con la salvedad de que no hay cámaras en los autobuses, tras descartase su uso en el 2007 después de una prueba piloto. En cambio, según fuentes de Transports Metropolitans de Barcelona, en el metro hay 7.022 cámaras. De ellas, 4.416 están en las estaciones, 2.288 en los trenes, 285 en talleres y apartaderos y 33 en otras dependencias. Gracias a estas cámaras, “el año pasado se entregaron a los cuerpos de seguridad 1.500 grabaciones”, cuyas imágenes fueron “aceptadas como pruebas en gran número de juicios, no solamente sobre hechos acaecidos en la red de transportes, sino también sobre otros asuntos ocurridos en otros puntos de la ciudad”, indican estas mismas fuentes. Y lo mismo en Madrid, donde los jueces han dictado órdenes de alejamiento tanto a carteristas como a grafiteros basándose en estas grabaciones.

“Salvo que exista delito, ver el contenido de estas cámaras no tiene sentido”, corrobora el inspector jefe de seguridad ciudadana de la Policía Nacional

También hay cámaras que cuando detectan algo que les resulta extraño, como por ejemplo, muchas personas corriendo, hacen saltar una alarma y avisan a la policía. Incluso películas como Faceless (Sin rostro) usaron secuencias obtenidas de las cámaras de vigilancia londinenses.

De hecho, internet está lleno de curiosidades acerca de estas cámaras. Por ejemplo, en algunas páginas se muestran figuras fantasmales y misteriosas luces que, aparentemente, han captado algunas cámaras de seguridad, propiciando la aparición de leyendas urbanas muy del gusto de los adolescentes.

Pero los estudiantes tienen otras preocupaciones. En Badalona (Barcelona), el instituto Enric Borràs dispone desde el 2012 de un sistema de reconocimiento facial que manda a los padres un SMS o un correo electrónico cuando sus hijos hacen novillos. Según Oriol Martí, director técnico de Xip Solucions, la empresa responsable del software, “el programa lee en 3D el cuadrado formado desde las cejas hasta debajo del labio”. Así, en un minuto, el dispositivo puede reconocer hasta 50 alumnos. “Los estudiantes entran a clase a las 8.30, por ejemplo, y a las 8.45 –prosigue Martí– los padres reciben un SMS o un correo electrónico donde se les informa de que su hijo ha faltado a clase. Antes, en cambio, un conserje debía ir clase por clase y pasar los datos a un Excel, con lo que transcurría una hora y media hasta que se enteraban. Ahora hay un motivo más para ir a clase, como demuestra que la asistencia haya aumentado”.

Con todo, Martí no cree que estemos en la edad de oro de las cámaras, aunque admite que cada vez tienen más usos. Su empresa, por ejemplo, mantiene conversaciones para instalar cámaras en comedores escolares y conocer cuánto tiempo dedican los jóvenes a la comida, para prevenir posibles trastornos alimentarios como la anorexia. Asimismo, cita que diversos municipios turísticos disponen de cámaras en la entrada y la salida de algunas localidades que detectan rapidísimamente la matrícula de un vehículo cuando se ha visto implicado en un robo o ha sido sustraído e inmediatamente emiten un aviso a las dependencias policiales. Como resultado, los ladrones evitan estos lugares. “Los pueblos que han introducido este sistema han logrado que bajen los robos a la mitad en cosa de un mes”, señala.

Pese a ello, España no es el país que más videocontrola a sus ciudadanos. A diferencia del Reino Unido, Estados Unidos, China o los Emiratos Árabes, donde el debate entre privacidad y seguridad tiene desde hace tiempo un claro triunfador, “en España sólo las fuerzas y cuerpos de seguridad pueden realizar vigilancia en zonas públicas”, recuerda Rodríguez, exdirector de la AEPD, lo que no quita para que las denuncias relacionadas con la videovigilancia hayan aumentado en los últimos años. Los españoles se quejan, sobre todo, de ser grabados en la vía pública por particulares o empresas, de que algunas comunidades de propietarios capten imágenes, así como de la utilización de cámaras en el ámbito laboral.

Las cámaras suelen tener efecto disuasorio cuando la delincuencia es premeditada, no así cuando es irreflexiva

No obstante, buena parte del material que captan las cámaras de videovigilancia acaba corriendo la misma suerte que El Quijote de Orson Welles y de tantas otras películas que nunca llegaron a estrenarse y que dejaron tras de sí miles de metros de celuloide inconexo. A la hora de la verdad, explica Rodríguez, el ingente volumen de imágenes que recogen estas cámaras lleva a que gran parte de su contenido sea irrelevante salvo cuando queda inmortalizada alguna infracción. De no ser así, las imágenes se eliminan, “como máximo, un mes después de su captación”, detalla el exdirector de la AEPD. Asimismo, “cuando el volumen de grabaciones que maneja una empresa alcanza cierta envergadura, se realiza una auditoría externa cada dos años para verificar que la legislación se cumple”, añade este profesor de Derecho Constitucional en respuesta a quién vigila al vigilante. Al respecto, la ley prevé sanciones de hasta 600.000 euros para las faltas muy graves, como difundir imágenes por un medio de comunicación sin permiso de las personas grabadas, aunque la inmensa mayoría de las infracciones son leves y suelen saldarse con un simple apercibimiento.

“Salvo que exista delito, ver el contenido de estas cámaras no tiene sentido”, corrobora Antonio Urrutia, inspector jefe de seguridad ciudadana de la Policía Nacional. “Si se ha cometido un atraco callejero, por decir algo, lo que hacemos es inspeccionar la zona y ver si hay alguna cámara en las inmediaciones pues, aunque no esté en el lugar de los hechos, puede servir para detectar la vía de huida de alguna persona sospechosa. Si hay algo válido para la ­investigación, se solicitan las imágenes de tal hora y de tal día y la cinta se judicializa. Y si no hay nada especial, pues simplemente se devuelven las imágenes y punto”, apostilla.

Tras dejar claro que la policía tiene muy pocas cámaras propias, por lo general, “situadas en el perímetro de los edificios públicos a los que damos protección”, Urrutia admite que a la hora de cometerse un delito todas las cámaras existentes pasan a estar a disposición de la policía, cuyas imágenes, llegado el caso, se ceden a Europol o Interpol para facilitar las operaciones contra la delincuencia europea y mundial.

Hoy otros realizan parte del trabajo de las cámaras: móviles y navegadores mantienen localizadas a personas

Algún estudio ha intentado cuantificar el impacto de las cámaras de seguridad en la mente del potencial malhechor para llegar a la conclusión de que cuando la delincuencia es premeditada, “se tiende a producir un ligero desplazamiento a barrios menos vigilados”, por el efecto disuasorio de los dispositivos digitales, desvela José R. Agustina, abogado penalista en Molins & Silva. En cambio, “cuando la delincuencia es irreflexiva, las cámaras de videovigilancia no tienen ningún impacto”, añade este abogado que fue nombrado experto para el proyecto de investigación europeo Living in Surveillance Societies, dedicado a analizar el impacto de la videovigilancia en la vida cotidiana desde un punto de vista sociológico y jurídico.

Agustina realizó su tesis doctoral entre Estados Unidos y España investigando los límites en el control de la empresa sobre los trabajadores: uso de cámaras ocultas, investigaciones internas, utilización de detectives privados y, sobre todo, intromisiones en el correo electrónico laboral. En su opinión, la intimidad está en claro retroceso. “Nos estamos americanizando a marchas forzadas, por mucho que algunos documentos de la Unión Europea recojan que no se puede forzar al trabajador a colgar su derecho a la intimidad a la entrada del trabajo, como quien cuelga su abrigo”, apunta.

Aunque se desconozca, el Estatuto de los Trabajadores faculta al empresario para adoptar las medidas de vigilancia que estime más oportunas para verificar el cumplimiento por el empleado de sus obligaciones laborales. Por ejemplo, mediante cámaras de videovigilancia que memorizan el número de operaciones efectuadas, los errores cometidos, el tiempo empleado para cada prestación, la cantidad total de trabajo e incluso la duración de las interrupciones de cada asalariado. A diferencia de antaño, cuando las empresas disponían de un capataz que apremiaba a los trabajadores para que aumentaran su rendimiento, ahora son las máquinas quienes realizan el trabajo sucio.

Chema Alonso, responsable del área de desarrollo de producto en seguridad en Telefónica, empresa a la que llegó tras convertirse en un hacker de renombre mundial, se refiere, por ejemplo, a un programa “muy sencillo y económico”, dice, que permite grabar las teclas que un trabajador pulsa en su ordenador a lo largo de la jornada laboral.

A modo de curiosidad, Alonso tapa con esparadrapo la pequeña cámara de su ordenador. “Recomiendo tapar la webcam o… sentarse arreglado delante de ella”, bromea. “Hay muchos troyanos (un tipo de software malicioso que, al ejecutarlo, brinda al atacante el acceso remoto al equipo infectado) que pueden ser activados por chavales de 16 años siguiendo un simple tutorial de internet”, alerta este informático que dedicó su tesis doctoral a la seguridad. “Te pueden grabar dos cosas: lo que estás viendo por la pantalla de tu ordenador o lo que se observa desde tu webcam”, especifica el autor del blog Un informático en el lado del mal.

Sin embargo, las cámaras de videoseguridad han cedido el protagonismo a otros dispositivos mucho más eficaces para seguir a las personas. Por ejemplo, a los teléfonos móviles, que indican permanentemente dónde se encuentra una persona, salvo que desactive el geolocalizador. También a los navegadores de internet. Y, por supuesto, al llamado internet de las cosas, epígrafe en el que cabe incluir desde inocentes muñecas Barbies conectadas a la red, hasta lavadoras, cerraduras, termostatos y otros enseres domésticos que hasta ahora habían permanecido desconectados y que en la actualidad se conectan a internet para enviar información y recibirla.

“Vamos hacia un mundo repleto de sensores donde los objetos domésticos y el mobiliario urbano facilitarán muchísima información. En mi opinión, la primera barrera para preservar la intimidad será la propia conducta”, pronostica Rodríguez, director hasta el pasado julio de la AEPD.

Paradójicamente, el éxito del programa televisivo Gran Hermano, cuyo estreno en la pequeña pantalla se produjo en el año 2000, ha resultado ser vanguardista en esta exhibición de la intimidad, con decenas de cámaras escrutando a los concursantes las 24 horas del día. “La última mercancía de la que se ha apropiado el capitalismo ha sido la intimidad, que está siendo explotada masivamente”, opina el filósofo y escritor Rafael Argullol al pedírsele opinión sobre la proliferación de ojos que todo lo ven. “Nosotros mismos somos una cámara y nos autoseguimos y ofrecemos esta mercancía. El ojo del Gran Hermano lo llevamos en el bolsillo”, alerta Argullol. O lo que es lo mismo: el peligro puede que ya no sea la aparición de ese Gran Hermano totalitario y omnipresente sobre el que teorizó George Orwell en su libro 1984, sino que todos nosotros nos convirtamos en “pequeños hermanos” y demos toda clase de facilidades para que nos miren por el ojo de la cerradura.

Las cámaras colonizan nuevos lugares

Cada día que pasa, las cámaras tienen nuevos usos. En Rusia, por ejemplo, miles de vehículos disponen en el salpicadero de una cámara para determinar las causas de un posible siniestro. Al parecer, los rusos intentan protegerse con las dash cams (unas pequeñas cámaras que se publicitan como “el testigo que jamás parpadea”) de percances acaecidos como consecuencia del mal estado de las carreteras, de patrullas corruptas o hasta de personas que se lanzan contra el parabrisas para decir que fueron atropelladas y demandar a los chóferes. En otro país, Ecuador, el Gobierno autorizó a principios del 2015 a extender la videovigilancia a los moteles y burdeles. Finalmente, en Hernani (Euskadi) el Consistorio aprobó en febrero controlar con cámaras la forma en que los vecinos usan los contenedores de reciclaje. Una iniciativa que ya adoptó en el 2007 el municipio de Ealing, un barrio al oeste de Londres, cuando los concejales conservadores decidieron camuflar cámaras en latas de judías y otros lugares insólitos para pillar in fraganti a quienes infringían las normas de recogida de basuras. Ahora, el último grito son los drones. Estos artefactos llevan incorporada una cámara de grabación que comienza a ser utilizada para controlar incendios, luchar contra la caza y la pesca furtiva o ahuyentar a los depredadores de las cosechas, apartado en el que cabe incluir, además de gaviotas y conejos, a bandas organizadas que roban las frutas y verduras cuando están a punto de ser recogidas.

Cámaras para todos los gustos

La tipología de las cámaras de vigilancia es amplísima; algunas se hacen muy evidentes y otras están diseñadas para pasar inadvertidas.

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Cámara espía oculta en un espejo 

Acostumbra a camuflarse en un espejo panorámico para vigilar lo que sucede en el interior de un negocio. Pesa 450 gramos y rinde bien a entre –10°C y 50°C.

Cámara de movimiento de infrarrojos

Diseñada para el exterior, antichoque, resistente al agua, con una dura carcasa y que puede soportar temperaturas de –35°C. Tiene una maniobrabilidad de 360°, rotación continua y un ángulo de elevación de 180°.

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Cámara eclipse 

Muy usada para vigilar garajes, almacenes, solares, zonas comunitarias y polígonos industriales. Su carcasa de aluminio estanco la protege del polvo y la lluvia. Un sensor de alta resolución proporciona imágenes en color durante el día y en blanco y negro en la oscuridad.

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Cámara antivandálica

Permite una visión nocturna de 30 metros gracias a una antorcha con 36 leds infrarrojos. Su carcasa es a prueba de vándalos y, así, es ideal para lugares conflictivos. Permite variar el ángulo de visión entre 81° y 23°.

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Cámara para empotrar

Su lente de dos milímetros de diámetro le permite pasar desapercibida y ser virtualmente indetectable, sobre todo si se coloca en una superficie oscura. Ideal para lugares públicos donde no interesa que se vean cables y cámara.

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Cámara eclipse infrarrojos

Gracias a sus 42 leds infrarrojos graba incluso en total oscuridad a una distancia de 40 metros tanto a personas como objetos. Permite acercar o alejar la imagen manualmente y seleccionar una zona especialmente conflictiva o vulnerable. Con la función eclipse evita el efecto ceguera que provocan las fuentes directas de luz, como los faros de un coche.

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Cámara oculta en detector de humo

Apropiada para controlar pasillos, ya que su doble cámara permite apreciar lo que ocurre a un lado y otro. Se suele utilizar también en los vestíbulos de hoteles y en zonas de acceso a los ascensores. Puede disimularse dentro de un detector de humo sin levantar sospechas.

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Cámara y sonido 

Esta minicámara tiene un gran ángulo de apertura, idóneo para vigilar tiendas, comercios, oficinas y, en general, lugares con iluminación artificial. Pesa 110 gramos. Lleva un micrófono en la base, por lo que, además de imágenes, también graba sonidos.

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Cámara exterior con zoom

Alcance de más de 100 metros y 360° de rotación continua. Soporta hasta –35°C, por lo que se utiliza en lugares como estaciones de esquí. Puede instalarse también en un coche de vigilancia. Se suele usar para vigilar el perímetro de urbanizaciones, puertos, aeropuertos o bases militares. Puede rotar enfocando la entrada principal, una secundaria, el aparcamiento...

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