La cerámica de siempre de Horezu

Patrimonio europeo vivo

La cerámica de Horezu, en Rumanía, se considera un producto excepcional, con una manera de hacer que los alfareros han transmitido de generación en generación y que aún mantienen algunas familias. Sus vasijas y cuencos forman parte de la identidad de los habitantes de esta región.

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Joana y Dimutru Mischiu, en su taller de cerámica en la aldea de Olari, donde la elaboración no ha cambiado nada durante siglos

Desde el siglo XVI, el gallo de Horezu, símbolo del pueblo situado en los Cárpatos Orientales, da la bienvenida, cada amanecer, a sus habitantes. La tradición alfarera de Rumanía todavía es más antigua; nació hace más de 4.000 años, en el seno de la cultura Cucuteni, con una cerámica decorada con dibujos sorprendentes, que hoy se puede encontrar en una impresionante muestra permanente en el Museo de Historia de Bucarest.

La calle principal de Horezu alberga numerosos talleres y tiendas con hornos de cocción que muestran a todo visitante interesado. Una casa llama la atención por su forma y el cuidado de lo expuesto: una gigantesca olla redonda, que conserva, dentro, copias de piezas de la época Cucuteni, junto a piezas más modernas.

Varias familias mantienen viva en esta localidad la tradición alfarera sin apenas cambios durante generaciones. La familia de Nicoletta Pietraru es la más numerosa en esta tradición. Tíos, abuelos, padres, hijos…, todos se dedican a la cerámica y tienen puestos de venta y exposición. Nicoletta decora platos, vasos y vasijas con muchísimo esmero, utilizando técnicas ancestrales, un cuerno de buey y una pluma de ganso como herramientas y tintes naturales. El dibujo de tela de araña lo elabora con pelo de jabalí. Reconoce que el ceramista refleja su estado de ánimo en cada obra y pinta estrellas que, según el día, pueden llorar o reír.

El marrón, el marfil y el azul son los tres tintes naturales más utilizados, extraídos de la tierra y la vegetación. Un motivo ornamental común son los gallos, que representan la victoria de la luz del sol contra la noche y que despiertan al campesino para ir al campo. Se dibujan, además, serpientes (la protectora de la casa); árboles (representan la vida), espirales (el camino que seguir)...

En la aldea de Olari, al lado de Horezu, el tiempo se ha parado. Tambrea Gheorche y Carmiha tienen un taller y un horno de leña que permanecen intactos desde el pasado. Aprendieron el oficio de sus padres. Durante una época lo dejaron hasta que los despidieron de la mina y volvieron al oficio que habían aprendido en su niñez. Como los Mischiu, también en su taller.

La tradición señala que los hombres van a buscar la arcilla en las montañas, la extraen a dos metros de profundidad para que sea de calidad, la amasan y moldean las piezas. Y después, las mujeres las decoran. La primera cocción será de 11 horas y la segunda, ya con el esmalte, de 11 más, a 1.200 grados de temperatura.

Sorix Giubega es el profesor ceramista de la escuela y resalta el valor patrimonial de las técnicas ancestrales para decorar. Ahora, con 60 alumnos, considera que el futuro está asegurado, pero a la nueva generación, acostumbrada al ordenador, le cuesta aprender este oficio artesano.

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El horno de leña de la familia de Tambrea Gheorche está como lo dejaron sus padres. El hombre volvió a fabricar cerámica después de que lo despidieran de la mina donde trabajaba.

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El decorado de las piezas se hace con cuerno de buey, pluma de ganso y pelo de jabalí, con una técnica tan delicada como el modelado

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