“La experiencia no es un valor en alza”

Peter Bogdanovich

Actor, historiador, cineasta, Peter Bogdanovich (Nueva York, 1939) fue uno de los realizadores estrella en los años setenta, autor de filmes que le convirtieron en un clásico. Tras una década profesional algo apagada, afectada por su vida personal y dedicada a la televisión, vuelve al cine con "Lío en Broadway".

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La voz de Peter Bogdanovich (Kingston, 1939) suena alegre y animada al teléfono desde el que responde a la llamada de Mg Magazine. Se encuentra en Los Ángeles ultimando su participación en varios proyectos, aprovechando esa vuelta a primera línea del cine internacional, a los 75 años cumplidos, que se produce estos días y que lo tiene feliz. “Es una maravilla volver a la gran pantalla tras más de diez años en los que me he mantenido ocupado trabajando en documentales y para la televisión. Para mí, el cine es el cine. Es el lugar donde comencé mi carrera como director hace más de 50 años”, explica.

El género elegido para el retorno debía ser la comedia, donde ha llevado a cabo sus trabajos más destacados, “aunque no tengo tan claro que sea mi territorio natural, como todo el mundo cree”, dice. “Me encanta hacer comedias y que la gente ría y escucharles hacerlo. Para mí es el ámbito más difícil, pero no aseguro que sea donde mejor me expreso. Estoy más a gusto en la comedia dramática, como es el caso de Todos rieron (1981), que tiene un regusto agridulce; ese sí es el estilo que mejor me sienta”. En ella, contó la historia de un avispado detective neoyorquino (Ben Gazzara) –en el que la crítica encontró trazas autobiográficas del director–, al que se le encarga que observe los movimientos de una esposa presuntamente infiel. Se siente atraído por su aura de fragilidad y tristeza y acaba explicándole quién es y enamorándose de ella.

“Espero que el público se canse de tantos superhéroes y de efectos especiales y vuelva a profundizar enel interior del ser humano, con el talento necesario para interesar a muchos espectadores”

Fue el último papel protagonista de Audrey Hepburn: “De algún modo lo vi venir; ella no parecía muy feliz en aquella época de su vida. Ante la cámara era maravillosa, extraordinaria, pero tuve el presentimiento de que no iba a trabajar mucho más; no le gustaba lo que le ofrecían, parecía algo cansada de las películas. Fui muy afortunado por trabajar con ella, una actriz fantástica, natural, siempre fresca. Se despidió del cine poco después, en una aparición especial interpretando a un ángel. Fue una auténtica estrella del cine como he visto pocas”.

En Lío en Broadway, su nuevo filme, se sitúa en los aledaños de la comedia con perfume clásico, con moderno envoltorio y le añade esos diálogos llenos de dobles sentidos que son la marca de la casa. En ella, un director teatral que prepara su nueva obra ve como la casualidad hace que coincidan en escena su esposa, una reputada estrella, y su última amante, que, además de actriz, ejerce de chica de compañía. Alrededor del trío vienen y van un galán maduro, un libretista enamoradizo y una psiquiatra muy necesitada de tomar algo de lo que receta. Dos taquilleras estrellas del género, Jennifer Aniston y Owen Wilson, encabezan el cartel.

“Yo no diría que los actores de comedia actuales son peores o mejores que los de la época dorada de Hollywood que tanto me gusta –reflexiona el director–. Simplemente son muy diferentes, pero los hay realmente buenos; con mucho talento. Entonces estaban Buster Keaton y Harold Lloyd. Y, por supuesto, Cary Grant, imposible de igualar. Yo amo a los actores. He comentado alguna vez que me gustan incluso los que no me gustan. Al final, lo importante es lograr de todos una buena interpretación que se adecúe a lo que quieres contar”.

Su respeto por el trabajo de los intérpretes es tal que considera que todos los directores deberían ponerse ante las cámaras al menos una vez “para que se sepan valorar la delicadeza de lo que tienen que hacer; manejan material sensible”.

Para Bogdanovich fue, además, su primera vocación y la ha ejercido de vez en cuando hasta hace un par de años: “Toda mi familia daba por hecho que sería actor. Durante años me han recordado que durante un largo viaje en tren en 1944 para instalarnos en Nueva York, con varios de ellos que habían emigrado de Europa huyendo de los nazis, estuve todo el trayecto simulando una conversación entre Churchill, Roosevelt y Stalin con un teléfono rojo de juguete que acababan de regalarme. Luego fui actor de forma intermitente durante un tiempo, pero no he sido constante. Disfruté muchísimo, por ejemplo, interpretando al Dr. Kupferberg en Los Soprano, pero lo he abandonado prácticamente. Creo que me equivoqué, pero todos cometemos errores”, apunta.

“Creo que, más allá de los acontecimientos que han marcado mi vida, he pagado el precio de no hacer siempre lo quela industria esperaba de mí”

Y eso que a los 15 años, el afamado director hacía pellas en el instituto para acudir a clases de teatro en la academia de Stella Adler, a la que asistió durante cuatro años. Un año después debutó en los escenarios de forma profesional y con veintipocos ya dirigía y producía funciones, aunque para entonces “ya se había cruzado en mi vida Ciudadano Kane y comenzaba a escribir críticas sobre películas en varias revistas”. “Hubo un tiempo –añade– en que mi amor por el teatro y mi pasión por el cine fueron de la mano. Me decanté por lo segundo, pero creo que he situado tantas historias en el teatro –¡Qué ruina de función!, la propia Lío en Broadway–, para revivir en imágenes parte de la magia que encierra el escenario y cuanto lo rodea, donde, a menudo, no se sabe dónde termina la realidad y comienza la ficción”

En este último título, además, como si no pudiese resistirse a homenajear a los clásicos que tanto admira, el detonante del enredo es una frase sobre nueces y ardillas, tomada de uno de los títulos legendarios del elegante director de comedias Ernst Lubistch, en concreto de El pecado de Cluny Brown.

“Fue en aquella época, en la que ejercía como crítico en los sesenta, cuando me enamoré de las películas de Hitchcock, Howard Hawks, John Ford o de Lubistch y mi admiración sigue intacta desde entonces. Alguna vez he explicado medio en broma que me hice crítico para ver películas gratis; más de 400 al año. Pero si lo pienso ahora, creo que no fui muy bueno. Sólo escribía sobre lo que me gustaba y pasaba de lo que no. Eso sí, rompo la regla que dice que los críticos son directores frustrados. Yo no lo he sido”, añade divertido.

Le hace menos gracia pensar en lo poco que conocen los jóvenes de su país la obra de los grandes cineastas: “Hay auténticos tesoros que ni saben que existen. En Europa es otra cosa; sí está establecida una cultura del cine. Aquí no se conocen bien los títulos imprescindibles de nuestra mayor aportación a la cultura popular”.

En su opinión, el arte que más ama no atraviesa su mejor momento, “como le ocurre a la mayoría de las manifestaciones artísticas en general, y a la música también, en particular”. “El arte –continúa– no se valora; parece que da vergüenza mostrar que uno es culto, que tiene aficiones interesantes y sabe de ellas. El cine es mi vida; es mi trabajo. Me gustan las películas pero no tanto como solían hacerlo. Espero que el público se canse de tantos superhéroes de colorines y de efectos especiales y vuelva a profundizar en el interior del ser humano, con el talento necesario como para interesar a un número notable de espectadores”.

A su juicio, Hollywood es hoy totalmente diferente a aquel en el que dio sus primeros pasos, en un grupo de oro donde figuran leyendas como Coppola, Scorsese o Kubrik, artesanos de mano firme como Mike Nichols o William Friedkin y algún nadador a contracorriente como Robert Altman. “Trabajé varios años como hombre para todo a las órdenes de Roger Corman –cineasta de serie B, famoso por sus películas de terror– a cambio de que me financiara mi primer filme, El héroe anda suelto. Fue un policiaco en el que pude contar con Boris Karloff un par de semanas. El actor, ya muy mayor, se las debía a Corman porque un filme anterior para el que había sido contratado acabó antes de tiempo. No todo el mundo puede presumir de haber debutado de la mano de aquel hombre tan agradable, que había regalado al mundo la imagen icónica de Frankenstein. Lo interpretó en 1932 y nadie lo ha podido superar. Era un profesional enorme y un hombre muy listo, al que no le costaba andar y hablar a la vez”, bromea.

Poco después el éxito de la dramática La última película, que retrataba en maravilloso blanco y negro la falta de futuro de la juventud en la América rural, le convirtió en el director promesa con el que las estrellas querían trabajar. Barbra Streisand, ya leyenda entonces, que acababa de ganar un Oscar por Funny Girl, impulsó un proyecto con él al frente, en las antípodas del anterior: un filme inspirado en La fiera de mi niña de Howard Hawks, con ella y Ryan O’Neal, el “rubio de oro” del momento tras el bombazo de Love Story.

“Y fue un rodaje movidito –recuerda– pero lo pasamos bien. Barbra, que yo creo que ya llevaba dentro la semilla de la futura directora que sería, cometió el error de decirme que, aunque había trabajado con grandes como Vincente Minnelli o William Wyler, nunca se había sentido dirigida. Yo le advertí que eso no le iba a pasar conmigo. Y desde el primer día del rodaje no le pasé ni una; la interrumpía todo el tiempo pidiendo una nueva toma. Ella se molestaba y me decía: ‘Pero ¿qué haces?’ y yo le contestaba: ‘Dirigirte, Barbra, dirigirte’. Y claro, se tenía que callar. En cuanto a Ryan, uno de esos actores que no me gustaban porque me parecía un guapito y poco más, estaba completamente equivocado y hemos trabajado juntos varias veces más. Estaba maravilloso en Luna de papel, con su hija Tatum, que a los 10 años ganó el Oscar, haciendo de timadores en pequeña escala en los años de la Depresión”.

Otro de esos intérpretes que le deben a Bogdanovich lo mejor de su carrera es Cybill Shepherd, que, tras años olvidada, forma parte del elenco de secundarios de Lío en Broadway. La protagonista de la legendaria Luz de luna debutó a sus órdenes en La última película. Tras el rodaje, ella abandonó una prometedora carrera como modelo y él a su esposa. Establecidos como pareja en el trabajo y en la vida, protagonizó varios filmes a sus órdenes, incluido un musical situado en los años treinta, que tuvieron en común lo rotundo de su fracaso y que la joven fuera considerada “veneno para la taquilla”. “Hicimos cuatro películas juntos y ha formado y forma parte de todo esto que me rodea desde siempre. Ha sido muy divertido trabajar con ella, como siempre. Pese a nuestra separación, no hemos perdido contacto y seguimos siendo amigos”, dice el director.

En cualquier caso, la estrella de ambos fue tan vertiginosa al caer, como lo fue al ascender. “Fue terrible –admite–. Con poco más de 30 años tenía seguridad financiera, dos candidaturas al Oscar y mi futuro parecía asegurado. Diez años después todo eso se había derrumbado, y en 1980 mi carrera estaba arruinada y mi vida personal también”. Lo peor estaba por llegar. Contrató para un papel secundario a la que fue “conejita del año” de Playboy, Dorothy Stratten. Una belleza veinteañera de la que se enamoró y que le correspondió. Al poco de finalizar el rodaje, fue brutalmente asesinada por su marido, loco de celos, que, acto seguido, se quitó la vida.

El terrible suceso conmocionó a Hollywood y mantuvo al director fuera de juego durante más de cinco años. Y aunque su siguiente filme, Máscara, gozó del apoyo de la crítica y del público y permitió a Cher realizar una de sus mejores interpretaciones, como madre motera de un hijo que nació con el cráneo deformado por una terrible enfermedad, nada volvió a ser lo mismo. Ni siquiera a pesar de títulos tan estimables como Esa cosa llamada amor, el último filme protagonizado por el malogrado River Phoenix y una joven Sandra Bullock.

“Creo que, más allá de los acontecimientos que han marcado mi vida, he pagado el precio que supone no hacer siempre lo que la industria esperaba de mí. Tampoco la experiencia es un valor en alza en general, y mucho menos en Hollywood, un lugar en el que un montón de chavales muy talentosos hacen películas para críos. Todos estos años he estado ahí, trabajando en televisión, que es ahora donde están los proyectos adultos y más interesantes, y haciendo comedias, que es lo mejor para los malos tiempos, los que he vivido yo y los que vivimos todos, porque la risa eleva el espíritu. Y si, como ahora, necesitamos escapar de un mundo en crisis, tienen un valor incalculable”, señala.

Más allá de esto, Bogdanovich no admite, ni admitirá, explica, que se le considere acabado: “Ahora preparo una comedia de género fantástico que se rodará en cuatro países, en la que aparecen seis fantasmas y que habla de la pérdida, y también del valor de la esperanza y del optimismo, tan necesarios ambos”. Y aún sabe reconocer, cuando la ve, una de esas películas que vivirán para siempre: “Esas que tienen una buena historia, universal pero no alejada del momento actual, con lo bueno y lo malo de nuestro día a día y con ese algo imprescindible: que nos ayude a vivir”, define.

TÍTULOS DE ÉXITO

El héroe anda suelto. 1968. Su primer filme de notoriedad

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La última película (The Last Picture Show). 1971. Obtuvo ocho candidaturas al Oscar, entre ellas la de mejor director

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¿Qué me pasa, doctor? 1972. Barbra Streisand protagonizó esta comedia junto a Ryan O’Neal

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Todos rieron. 1981. La comedia en la que conoció a Dorothy Stratten, víctima de uno de los episodios más tristes de su vida

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Qué ruina de función. 1992. Una divertida comedia, con Michael Caine encabezando el reparto

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Lío en Broadway. 2014. Su vuelta al cine, después de doce años de su último largo. Comedia de corte clásico, protagonizada, entre otros, por Jennifer Aniston

y Owen Wilson

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