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Más allá de los cocoteros y las playas de arena cegadora, Tahití y sus islas siguen siendo un paraíso desconocido de paisajes alpinos, ritos ancestrales y olores florales que se pegan a la piel y ya no se olvidan.

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Día de fiesta estival en Fare, la capital de la isla de Huahiné, donde atraca el Tahiti Nui, barco gubernamental

Más allá de los cocoteros y las playas de arena blanca de los resorts, hay otras playas cubiertas de fragmentos rotos de coral fosilizado a las que no va nadie. Más allá están el tapiz verde que forman helechos y árboles alpinos, riscos afilados y ríos anónimos que llevan agua ronca. Más allá de las fotos oficiales hay instantáneas más modestas, pero imborrables: pescadores preparando arpones y cañas en el puerto para pescar atún y mahimahi; olores que se pegan a la piel como un tatuaje; sabores cocinados bajo tierra; cantos guerreros, danzas rituales, monumentos a exploradores que con su piragua cruzaron siete, ocho y nueve mares… Más allá del lujo terrenal aparecen las pequeñas roulottes que sirven comida francesa, china o autóctona. Lo que le hayan contado de la Polinesia francesa, de Tahití y sus islas, siempre será poco.

A 16.000 kilómetros de lo que usted está haciendo (15.600 si se encuentra en Zamora, 16.218 si está en Alicante), hay unos niños que se zambullen en el puerto de Fare, capital de Huahiné. Es día de fiesta. Hay mercado semanal y comida popular. Por un lado, puestos de melones y sandías, de judías verdes, plátanos marrones, blancos y verdes, patatas y batatas. Por otro, las mamas, las señoras más venerables de la isla, ofrecen manjares con una sonrisa y una corona de flores en el pelo. Todo es gratis y está buenísimo, pero es imposible saber qué es cada cosa. Suerte que Fréderic Chinfoo, cicerone por los andurriales de Huahiné, pone nombre a los sabores y texturas: “Eso es uru asado, el pan del árbol; esto es fafa poulet, pollo con fafa, muy parecido a las espinacas; y eso de ahí pasta de coco prensada; y aquello cerdo marinado con purau…”. Un respiro, o dos, gracias. Hay plátano frito y asado. Y ñame. Y taro. Y por supuesto poisson cru, pescado crudo marinado que se sirve con pepino y tomate y es la bandera culinaria polinesia por excelencia. Se come con las manos. “Maruru”, exclaman las mamas. No, gracias a ustedes, señoras.

Una hoja ancha o media cáscara de coco sin pulpa sirven de plato. Así, todos los deshechos son orgánicos. Para bajar las delicias tropicales, agua de coco (cómo no) fresca, medio efervescente y un poco picante. Hay tanta que cuesta acabársela toda.En Huahiné la vida transcurre firme e inexorable pero a velocidad moderada y al ritmo que marcan las chancletas al andar.

Los mayores comen a la sombra; los niños prefieren subirse a la maroma del Tahiti Nui y lanzarse al agua. El buque es una ciudad gubernamental flotante que va de isla en isla: hace de autobús, estafeta de correos y hostal. Cuando zarpe al día siguiente se dirigirá a Raiatea, paraíso que confirma el gran verso de Éluard: “Hay otros mundos pero están en éste”.

Ya es el día siguiente. Desde el muelle de Uturoa, la puerta de Raiatea, llega el olor a pollo laqueado y patatas fritas de las roulottes. Es el aperitivo de un manjar paisajístico que va alimentando el alma y las pupilas por la carretera que lleva a Taputapuatea, monumental marae (templo sagrado) reconocido en el 2017 por la Unesco como patrimonio de la humanidad.

Raiatea, Huahiné y Taha’a huyen a nado de la era global: no son la Polinesia salvaje de Gauguin, pero intentan mantener esa alma

Varias plazas cuadradas empedradas y rodeadas por un murete marcan los confines del lugar. En la más grande sobrevive uno de los cientos de tikis que llegaron a adornarlo. Taputapuatea es el centro espiritual de los polinesios, consagrado al dios Oro y lugar no sólo de los sacrificios a los dioses, sino también de la partida de las expediciones que extendieron esta civilización desde Nueva Zelanda (en maorí Aoratearoa), pasando por Hawái (Havaii, es el antiguo nombre de Raiatea) y hasta llegar a la isla de Pascua (Rapa Nui, la Rapa grande), en lo que se conoce como el Triángulo polinesio, a veces representado también con un pulpo, en cuyos tentáculos se puede leer Samoa, Tonga, las islas Cook, Rapa… A cada lugar que llegaban, los exploradores llevaban una piedra del templo para construir otro. Su conocimiento de los mares y su lectura del agua les llevó tan lejos como Vancouver, en la costa suroeste de Canadá. Es difícil saber qué fascina más, si el silencio que abraza el marae, o el mar que la acompaña día y noche: que pasa del azul celeste, al turquesa, al añil, azul marino, gris cobalto, negro azabache.

De regreso al puerto y rumbo a la isla de Taha’a las aguas se llenan de fugaces globos submarinos que corretean como si perdieran aire, peces de todos colores y tamaños que van y vienen y que huyen cuando merodean los tiburones. También se pueden ver delfines danzando a lo lejos o acompañando a la embarcación.

Taha’a huele a vainilla y a pino y la vecina Manihi, donde se asienta uno de los resorts más imponentes del Pacífico, a flor de tiaré, especialmente después de un buen aguacero que impregna todo de una serena tristeza tropical.

Bora Bora no necesita presentación, una isla peñasco rodeada de una corona de coral, un atolón que la abraza, como un foso de un castillo medieval pero al revés, y que sólo deja un acceso de entrada, ni muy ancho ni muy estrecho. El camino a la playa de Matira, con el motor al ralentí, es terapéutico, catártico. Sobrevolar la isla, enjoyada con todos los azules y blancos del agua y los verdes de la montaña, también.

Los souvenirs, los que se quedan para siempre, no el imán de la nevera ni el pareo estampado, inundan los sentidos. La primera verdad sobre el aeropuerto de Faaa, el de Tahití, es que es muy anodino, pero huele tan bien que nada importa. Una tormenta de perfume floral hace levitar al visitante. Se llega de noche, noche húmeda, las coronas de flores de bienvenida aguardan. Es como vivir dentro de un frasco de colonia gigante y vacío que todavía conserva el aroma. Tantas horas de vuelo ya han valido la pena. Más allá de los cocoteros y las playas, en este rincón de los Mares del Sur también embriaga lo que no se ve, lo que no se toca.

A Papeete se le pueden echar pocos piropos. Por eso, desde hace unos años, la ciudad convoca un concurso bianual de grafitis que llenan de color y buen humor las medianeras de muchos edificios. Cuando el pintor Paul Gauguin llegó aquí a finales del siglo XIX buscando “lo salvaje” se encontró con un ciudad colonial de la que huyó veloz con destino a Punnaia y Maiatea. Ya por entonces funcionaba el actual mercado, un espectáculo a primerísima hora del domingo, con los puestos de pescados multicolores, delicias chinas, rollos vietnamitas, cruasanes y pains au chocolat, vainas de vainilla y muchas flores.

Los compradores se llevan la comida el día: pollo asado ya troceado, zumo de caña de azúcar. Hay un vendedor de palomitas de maíz. Le quedan pocas bolsas. ¡Normal! El espectáculo es tal que vale la pena comprar una, sentarse en un rincón y dejar volar el tiempo.

En el mercado de Papeete hay puesto de palomitas. Al señor le quedan pocas bolsas. Lógico, el espectáculo es tal que vale la pena comprar una, sentarse y dejar volar el tiempo

A las ocho de la mañana hay misa en la catedral de la Inmaculada Concepción y un poco más tarde en los templos protestantes o evangélicos. Hombres encorbatados, mujeres con pamelas, niños con chaqueta y camisa blanca. Un coro de guitarras. Mucho abanico. A las diez, una visita al centro cultural Arioi, en Papara, donde el visitante puede comprender un poco mejor los rudimentos de la cultura local, de cómo vivieron los polinesios hasta mediados del siglo XIX antes de que las potencias coloniales intentaran borrar (en muchos casos lo han conseguido) el uso de la lengua autóctona, la tradición de los tatuajes (invento polinesio), la fabricación de tela a partir de las corteza de los árboles (tapa) que se han conservado un poco mejor en las remotas islas Marquesas.

Hinatea Colombani, muy conocida en la isla por su escuela de bailes polinesios, una de las grandes pasiones de estas islas, regenta este centro de divulgación y cultura. Recibe con una corona de hojas de caña e invita a presenciar el inicio de la ceremonia de la ahima’a, una barbacoa polinesia en la que los alimentos se cuecen debajo de la tierra. Instrucciones: en un agujero cuadrado de medio metro de profundidad se hace fuego y con las brasas se calientan una serie de piedras volcánicas redondas, entre ellas se colocan los manjares (pescados entre cestas), pulpa de batata violeta dentro de cañas de bambú selladas... Luego se tapa todo con hojas gigantes y estas, a su vez, se cubren con un poco de tierra. Y a hornear durante cuatro horas. Mientras, el visitante comprende que por mucho que lo intente nunca aprenderá la lengua polinesia, ni bailará desenfadadamente sus danzas por mucho que se ponga unos cocos en el pecho, ni tocará bien los tambores, troncos de árbol huecos, o la flauta que suena con la nariz. “Hemos descubierto nuevas danzas, damos clases de repaso, durante décadas nuestras costumbres estuvieron prohibidas, pero en los últimos años ha habido una revolución cultural”, cuenta Colombani.

Las horas pasan volando, antes de comer hay que tejer platos y bandejas con hojas de palmera. Y pelar plátanos y abrir las cañas de bambú. Huele todo muy bien y sabe mucho mejor. Todo excepto el faa’faru, un pescado fermentado, de sabor fortísimo y olor que se recuerda, como el de las flores, pero al revés. Hay que intentar que ese no sea el último perfume que quede en la cabeza. Sí, el del aroma a coco y a tiaré. De regreso al aeropuerto, las experiencias se amontonan. Despegue. Un suspiro. Es de noche y el agua todavía bracea por seguir siendo azul y no ahogarse. Increíble.

Parada y fonda

VUELOS

Air Tahiti Nui  viaja desde París a Tahití y sus principales islas vía Los Ángeles. Airtahitinui.com

ALOJAMIENTO

Tahití 

Le Meridien Tahití. Tamanu  380595

Lemeridientahiti.com

Huahiné 

Royal Huahiné. Po Box 36 Fare.  98731 Royalpolynesiahotel.com

Taha’a 

Le Taha’a Island Resort & Spa Tahaa Rd, Patio. Letahaa.com

Bora Bora

Bora Bora Pearl Beach Resort

Tevairoa. Vaitape 98730

Boraborapearlbeachresort.com 

CULTURA 

Centro cultural Arioi

Pk 35 Côté Montagne

98712 Papara. Tahití

www.arioi.pf

GASTRONOMÍA 

Moorea Beach Club

Pk6 Côté Mer, Maharepa 98728 Moorea

Mooreabeachcafe.com

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Los puestos de pescado del mercado cubierto de Papeete, un espectáculo sobre todo los domingos

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Taputapuatea, en Raiatea, lugar sagrado para los polinesios y patrimonio de la Unesco desde 2017

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Un paseo subacuático a la entrada de la isla de Bora Bora

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La isla de Moorea es el patio de recreo de la vecina Tahití

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El Valle de Papenoo en Tahití, paisaje salvaje e inesperado

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Un empleado hace el reparto en el Taha’a Resort Hotel & Spa

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Hinatea Colombani, del centro Arioi, prepara dulce con piedras volcánicas junto a la hima’a, barbacoa bajo tierra

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Los grafiti de gran tamaño y de factura impecable le han dado un aire fresco a la vibrante pero poco vistosa Papeete

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