¿Qué fue de las estrellas?

Medio ambiente

Dos de cada tres habitantes de Europa o Estados Unidos ni siquiera pueden ver la Vía Láctea en el cielo nocturno por la elevada contaminación lumínica. El resultado de una mala gestión de la iluminación artificial tiene muchos efectos negativos, pero sería relativamente fácil de corregir si hubiera una mayor concienciación

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Cielo estrellado sobre la laguna Chungará, en Chile, a 4.500 metros de altura

En 1897 el periódico estadounidense Meriden Weekly Republican publicaba una carta de un lector que expresaba intranquilidad por la disminución de aves cantoras en las zonas a las que había llegado la luz eléctrica. Se preguntaba si podrían desaparecer si un día esta tecnología llegara a todas partes. Han pasado 121 años y las aves siguen sufriendo las consecuencias de la iluminación inadecuada. Según el Servicio de Pesca y Vida Silvestre de EE.UU., cada año mueren entre cinco y 50 millones de pájaros por este motivo sólo en América del Norte. La afectación se debe a que muchas especies son de migración nocturna y se orientan mediante las diferencias de luz de las partes del cielo durante los crepúsculos, algo difícil de percibir si hay excesiva iluminación artificial.

La contaminación lumínica es la alteración de los niveles de luz natural causada por fuentes de luz artificial. Es, sobre todo, consecuencia de un mal diseño de los sistemas de iluminación, que hacen que la luz se pierda en dirección al cielo en lugar de dirigirse exclusivamente hacia lo que se pretende iluminar. Pese a que es uno de los tipos de contaminación más fáciles de solucionar y cuya reparación supondría un ahorro, casi no existe conciencia social del problema. El motivo principal es el desconocimiento de sus efectos negativos.

Uno de los colectivos más perjudicados por la contaminación lumínica es el de los astrónomos. Antiguamente, los mayores observatorios estaban situados en las afueras de las grandes ciudades. Existen litografías del siglo XIX que muestran la Vía Láctea sobre la ciudad de París, justo antes de convertirse en la Ville Lumière. Durante la primera mitad del siglo XX, en los históricos observatorios de Monte Wilson y Monte Palomar, ambos cerca de Los Ángeles, se produjeron algunos de los más importantes descubrimientos, como la detección de la expansión del universo por Edwin Hubble en 1929. Hoy, los grandes observatorios deben situarse en la oscuridad de los desiertos del norte de Chile o en las cimas de islas volcánicas como las Canarias o Hawái.

Incluso en esos lugares los gobiernos deben crear leyes para la protección del cielo nocturno. Una de las primeras se aprobó en 1958 en la ciudad estadounidense de Flagstaff, en Arizona. La ley pretendía proteger el observatorio Lowell, donde años antes se había descubierto el planeta enano Plutón. En España, la ley sobre Protección de la Calidad Astronómica de los Observatorios del Instituto de Astrofísica de Canarias, aprobada en 1988 a propuesta del Parlamento de las islas, supuso un hito histórico en la protección de los cielos estrellados del país.

Hasta hace poco no existía una cuantificación de la afectación global del problema. En el 2001 los astrónomos italianos Pierantonio Cinzano y Fabio Falchi, del Instituto di Scienza e Tecnologia dell’Inquinamento Luminoso (Instituto de Ciencia y Tecnología de la Contaminación Lumínica), crearon el primer mapa mundial de contaminación lumínica. Una nueva edición de este mapa se publicó en el 2016, por los mismos investigadores, a partir de nuevos datos satelitales y medidas hechas desde diferentes partes del planeta por una legión de astrónomos voluntarios. Entre ellos destaca, según Falchi, el grupo del Parc Astronòmic del Montsec (Lleida), dirigido por Salvador Ribas, astrónomo autor de la única tesis doctoral sobre contaminación lumínica de la Universitat de Barcelona.

El estudio de Falchi, publicado en la revista Science Advances, aporta datos como que el 83% de los habitantes del planeta y más del 99% de los de los países desarrollados viven bajo cielos contaminados lumínicamente. En Europa, la contaminación es tan elevada que el 60% de su población ni siquiera puede ver la Vía Láctea. En Estados Unidos este porcentaje es del 78%.

En el caso de España, el estudio indica que es el tercer país de Europa en porcentaje de habitantes afectados. Menos del 4% de la población vive en zonas de baja contaminación. Únicamente los griegos y los malteses se encuentran en peores circunstancias en el continente.

Otro estudio publicado en noviembre pasado también en Science Advances compara imágenes satelitales del planeta durante la noche realizadas en el 2012 y el 2016. Los autores –entre ellos, Alejandro Sánchez de Miguel, investigador del Instituto de Astrofísica de Andalucía– indican que la superficie iluminada del planeta ha aumentado a un ritmo del 2,2% cada año. Y las áreas que ya estaban iluminadas han aumentado también su brillo a igual ritmo. Los investigadores advierten que el aumento real ha sido mucho mayor que el medido, ya que el sensor del satélite no capta parte del espectro que emiten las luces LED, cada vez más comunes.

La tecnología LED podrían reducir el problema, pero si es de luz azul lo agrava

Sin embargo, existen medidas para disminuir el problema. En ello trabaja la International Dark-Sky Association, organización estadounidense sin ánimo de lucro, o en España, la asociación Cel Fosc. Las medidas son sencillas. Se trata de utilizar luminarias que concentren la luz hacia abajo, sólo durante las horas necesarias y nunca con mayor intensidad de la adecuada para una correcta visión. Estas actuaciones permiten además ahorrar rápidamente, ya que el consumo se reduce de forma drástica.

En los últimos años, la tecnología LED ha entrado con mucha fuerza en los sistemas de iluminación públicos. La reducción del consumo y la facilidad para controlar las fugas de luz en direcciones no deseadas son dos de sus ventajas. Aunque esto debería permitir reducir la contaminación lumínica, a la práctica esta tecnología está agravando el problema. Se debe a que en la mayoría de casos se instala luz blanco-azulada, cuya corta frecuencia resulta en un alcance mucho mayor en su propagación, haciendo que la contaminación se perciba a muchos más kilómetros de distancia. Afortunadamente, se ha desarrollado un tipo de LED color ámbar y con emisión espectral de banda estrecha que imita las luminarias de vapor de sodio de baja presión, hasta ahora las mejores para limitar los efectos de la contaminación lumínica.

Salvador Ribas cuenta que por ejemplo los municipios cercanos a la zona del Montsec “están haciendo una buena labor” respecto al uso de iluminación respetuosa. Mayormente utilizan luces de vapor de sodio de baja presión y los municipios que se pasan al LED, los ámbar. Aparte del perjuicio a las aves, otros animales sufren la contaminación lumínica. Michele Thums, investigadora del Instituto Australiano de Ciencias Marinas, publicó en el 2016 en la revista de la Royal Society un estudio que mostraba que cuando los huevos de las tortugas marinas eclosionan en la playa, las crías encuentran el mar caminando en sentido contrario a la oscuridad de la arena y la vegetación que tienen detrás. Thums constató que si cerca de la playa hay un pueblo o ciudad son muchas las crías que se desorientan y caminan en sentido contrario al mar.

La contaminación lumínica tiene consecuencias bastante predecibles, como la desaparición paulatina de las luciérnagas, y otras nada obvias, como la disminución de la calidad del agua de los lagos. En este caso, un estudio de Marianne V. Moore, especialista en ecología del agua del Wellesley College de Massachusetts, demostró que los lagos de zonas con contaminación lumínica contienen menos zooplancton en su superficie, causando una proliferación de algas superior a la normal.

Menos del 4% de la población en España vive en zonas de baja contaminación lumínica; sólo los griegos y malteses se encuentran en peor situación en Europa

También la salud humana se ve afectada. Según la Asociación Médica Estadounidense, el poder de superar artificialmente el ciclo natural de luz y oscuridad representa un experimento sobre nuestra especie. Al separarnos de los ambientes naturales nos introducimos en un mundo para el que no hemos evolucionado. El experimento no parece dar resultados demasiado positivos. Como ejemplo, la alteración de los ritmos circadianos (el reloj que ajusta el organismo a los ciclos día/noche) en las personas que trabajan en turno de noche a menudo causa insomnio y fatiga.

Un estudio del neurólogo estadounidense George Brainard en colaboración con la NASA, analizó el efecto del color de la luz en astronautas. Vio que la luz azulada es la que más desajuste causa en la producción de melatonina, la hormona que controla la fisiología para preparar al organismo para el sueño. O, cuando están en la Estación Espacial Internacional, los astronautas experimentan un ciclo día/noche cada 90 minutos. La correlación entre el desajuste circadiano y diferentes tipos de cáncer se ha encontrado en muchos estudios. Investigadores de la Universidad de Harvard han relacionando el aumento de cáncer de mama con la contaminación lumínica.

En los últimos 100 años, los habitantes de los países desarrollados han pasado de una iluminación nocturna consistente en, como máximo, velas, candiles o farolillos de gas a que el cielo estrellado ya no forme parte de la experiencia cotidiana. Gran parte de las nuevas generaciones nunca ha visto la Vía Láctea: tras el apagón que siguió al terremoto de Los Ángeles de 1994 varias personas llamaron a un observatorio preguntando qué podía ser esa franja de luz que cruzaba el cielo. No muchas personas saben que la galaxia Andrómeda, formada por cerca de medio billón de estrellas puede verse a simple vista en un cielo oscuro.

Más allá de la salud de nuestra especie y de otros organismos con quien compartimos el planeta y de la belleza del cielo estrellado, este ha provocado el pensamiento filosófico desde tiempos inmemoriales y es un recordatorio del lugar que ocupamos en el cosmos. En nuestro camino evolutivo célebremente representado por la imagen conocida como la Marcha del Progreso (el desfile de figuras desde el primate hasta el ser humano) debemos decidir si la siguiente figura humana levantará la mirada hacia el cielo.

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La Via Láctea sobre el nevado Huandoy (6.395 metros de altura) en la Cordillera Blanca peruana

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El cielo sobre Tierra del Fuego, en Argentina

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Vía láctea vista desde la costa de la Patagonia argentina

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El cielo sobre la isla de La Palma disfruta de los beneficios de la Ley de Protección del Cielo que limita de forma notable la contaminación lumínica.

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Vía láctea en el Prepirineo catalán: la luz que se ve es del pequeño municipio de Prats de Lluçanès.

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La vía láctea es invisible en el cielo contaminado de Barcelona

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El altiplano de Bolivia, muy poco habitado, es uno de los mejores lugares para observar el cielo

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El mapamundi de la contaminación lumínica del 2016 de Fabio Falchi y otros autores, del trabajo The new world atlas of artificial night sky brightness

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