Quién está detrás de los refugiados

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Las personas que trabajan en contacto con los refugiados están preparadas para acogerlos en el edificio azul del Fòrum en Barcelona, aunque ya llevan años haciéndolo de las maneras más diversas, ya sea en Madrid, en cualquier otra ciudad, en otros países o continentes y en alta mar. Aquí comparten sus vivencias, tan intensas como conmovedoras.

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David Noguera (médico), Segimon García (antropólogo), Josep Carbonell (Chófer), María Círez (psicóloga) y Bakri Bouchi (intérprete)

Más allá de las decisiones políticas que toma la UE y sus estados miembros ante el mayor flujo de refugiados desde la Segunda Guerra Mundial, hay muchas personas y oenegés que hacen todo lo posible para aliviar el drama de estas miles de personas que huyen de sus países para no morir (aunque algunos encuentran la muerte durante el camino) bien en medio del mar o en cualquier otra parte. Médicos, psicólogos, economistas, abogados, intérpretes, chóferes o sencillamente personas que ayudan, acogen y remiendan lo irremediable están en contacto directo con esta realidad y lo explican en estas páginas. Una realidad que transforma a quienes se acercan a ella.

España ha aceptado acoger a poco más de 17.000 refugiados. Alguna de las personas entrevistadas lo compara con las más de 600.000 personas que acoge Chad, un país donde la mitad de la población sobrevive con un euro diario, o con Líbano, donde hay un millón de refugiados en una población de cuatro millones. Barcelona se prepara para acoger este noviembre a 1.200 refugiados, de los que entre 600 y 800 se quedarán en la ciudad. Serán recibidos inicialmente en el edificio del Fòrum y luego se derivarán a diversos equipamientos. Organizaciones como Accem, Médicos Sin Fronteras, Cruz Roja, la Comisión Española de Ayuda al Refugiado, la Fundació Districte 11 y otras están activadas. De hecho, siempre lo están. Como atestiguan las personas entrevistadas, no paran.

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“En el primer contacto estaba nervioso”

Samir Sayyad 35 años. Responsable del primer contacto con los refugiados en alta mar

“La primera vez recibimos la llamada hacia las 8 o las 9 de la mañana para una embarcación de plástico, hecha a mano. Suelen pincharlas para ser rescatados. Estaba nervioso. Nos acercamos con la lancha. Había cerca de noventa personas. Tienen miedo. No saben quién eres. Piensan que puedes ser la policía o más mafias, aunque también esperan que seas su salvador”, recuerda Samir Sayyad. Esto en el Mediterráneo, a unas cuarenta millas de la costa de Libia, en aguas internacionales. Hasta mayo de este año trabajaba en marketing. Pero su capacidad para mantener la cabeza fría bajo situaciones de gran tensión y a la vez transmitir empatía y tranquilidad, así como su conocimiento de varios idiomas (árabe, hebreo, inglés francés, italiano y castellano) lo convirtieron en candidato ideal para ser la primera persona que habla a las personas que están en la patera en el mar. Por lo demás nunca había estado en un barco. Así que cuando zarparon de Barcelona a mediados de junio en el Dignity I, el barco de Médicos Sin Fronteras para operaciones de búsqueda y rescate en el Mediterráneo, Sayyad no era muy consciente de lo que viviría.

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“Mi pareja está muy orgullosa de mí, y cuando volví a la oficina unos meses después de estar en la mar, los compañeros me aplaudieron. Todo el mundo me admira. Pero a mí me ha costado unas semanas adaptarme otra vez. Mi pareja asegura que me he vuelto más serio, pensativo y reflexivo. Seguramente es así. Tengo otra mirada. El simple hecho darles la mano y subirles y llevarles a Europa me hace sentir más humano, mejor persona”. Una de las escenas que más le impactaron fue rescatar un chico somalí que reconoció porque había trabajado con ellos. “Todos somos personas que buscan vivir. Y todavía queda mucha gente que recoger”.

“Isha me abrazó para consolarme”

Sara Werner 37 años. Empresaria

En las redes sociales Sara Werner difundió a principios de septiembre el siguiente mensaje “#Refugiados Hola a todos! Barcelona ha activado un protocolo para acoger a refugiados en nuestras casas. Tan sólo hay que abrir el corazón, recordar que donde comen 3 comen 4 (…). Yo ya lo he hecho y espero acoger una familia o a quien sea necesario. ¡ACTÚA!”. No es la primera que se ofrece. En 1999 ya tuvo un refugiado viviendo en su casa durante dos años. Se refiere a él llamándole Lulu, quien partió de Guinea Ecuatorial huyendo del régimen dictatorial de Teodoro Obiang. “Me sorprendió porque era una persona muy culta y amable, con una sonrisa difícil de olvidar”. Entre esta experiencia y los meses que Sara Werner estuvo en Srebrenica tres años después de la matanza de 1995 dice que ha aprendido de todas estas personas la determinación para ir hacia delante. Y recuerda cuando Isha la abrazó para consolarla a ella, tras contarle cómo mataron a su bebé, en lugar de ser ella quien la consolara. “Me tocó el alma. Todavía soñamos que las cosas pueden mejorar y que nosotros somos parte activa. Me volví más autónoma, más independiente. La vida no está para pasar de puntillas. Ahora voy a por todas”.

“Me choca la dificultad para llegar a Europa”

Bakri Bouchi 34 años. Intérprete

Tiene doble nacionalidad, española y siria. Creció en España. Hace ocho años decidió montar su propia empresa en Siria, donde ha estado viviendo hasta el 2012, cuando decidió salir con su esposa y dos hijos pequeños por la violencia desatada en aquel país, donde han muerto amigos y desaparecido parientes. Su doble nacionalidad le permitió volver sin problemas, como un turista. Así que le resulta más chocante cuando personas como él han tenido tantas dificultades para pisar Europa. Algunos por Turquía, otros por Líbano y Egipto. “Y llegan aquí sin nada y recelosos. No me extraña. Por eso cuando me escuchan a mí hablar igual que ellos empiezan a tranquilizarse”.

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Hace de intérprete ante la policía, ante las organizaciones no gubernamentales como Accem, ante los servicios sanitarios y jurídicos. Le da rabia lo que está pasando en Siria y no puede evitar conmoverse cuando recuerda a un joven de Damasco que tenía señales de tortura “bestiales, con secuelas de por vida. Han partido el país y se han cargado la clase media. Hay muchos intereses entrecruzados y lo paga la población. Cuando marchan prefieren países como Alemania o Suecia porque los trámites se resuelven en un par de meses. En España pueden tardar como mínimo doce meses, y se alarga fácilmente hasta los 18. Pero la gente de Barcelona es tan solidaria y abierta que no es extraño que también intenten quedarse aquí”.

“Te tienes que seguir enfadando”

Teresa Sancristóval 44 años. Economista, coordinadora de emergencias

Ha estado en Croacia, en Ruanda, en Siria, en Yemen, en Sudán, en Angola y la lista de países se alarga como la experiencia de resolver situaciones en cada uno de los lugares y distribuir recursos y crear infraestructuras. Lleva más de veinte años aguzando el ingenio y la imaginación para que el drama de miles de personas lo sea un poco menos. “No solucionamos lo macro, pero lo que hacemos es útil en lo micro, en el día a día de cada persona. Eso no impide que en ocasiones sientas rabia, porque la indignación sigue ahí”.

Su unidad en Médicos Sin Fronteras está operativa las 24 horas de cada uno de los siete días de la semana. Es un no parar. A Teresa Sancristóval la inquietud le viene de muy joven. Tanto es así que cuando cumplió 18 años, su madre le regaló un billete para viajar a India. Y ya no paró. Así empezó a conocer otras realidades, otras vidas. Y dramas. “Te tienes que seguir enfadando cuando ves la pasividad de la comunidad internacional. Siguen saliendo miles de refugiados de Siria. Es una crisis del sistema cuando esto sucede. Elogia la voluntariedad de las personas. Acaba de venir de Hungría y ha visto cómo llegaban coches de Viena, que está a una hora y media, para ayudar en lo que sea. “Requiere organización para que sea efectivo”. Y tiene que dejar la entrevista porque la esperan para ir inmediatamente a Hamburgo.

“Salvar vidas está radicalmente bien”

David Noguera 41 años. Médico

Lo tiene clarísimo. Ahora y desde hace quince años cuando David Noguera escogió dedicar tiempo a la ayuda humanitaria como médico. “Empecé con un enfoque naif, superficial, fruto del desconocimiento. La realidad te sacude porque todo es mucho más complicado. Las primeras semanas no consigues hacer nada porque te quedas bloqueado. Pasas por un periodo de adaptación. Y la adaptación también viene después, cuando vuelves. El contraste es brutal. Sin duda me ha servido para ampliar las miras y valorar los hechos, no las opiniones”. Y los hechos son objetivos. Tanto que “no cabe duda que salvar la vida de una persona está radicalmente bien”. Ha estado en África unas cincuenta veces, pero ahora quiere conciliar esta función con la paternidad. “Tengo dos hijos de 4 y 1 año y me reclaman, pero sigo dedicándome a la ayuda humanitaria. Me alegra que Barcelona haya dado un paso adelante con el tema de los refugiados. Yo que he estado en campos de refugiados de 80.000 personas, puedo decir que es muy manejable organizar un dispositivo para acoger a 1.200 personas. No podemos hacer ver que las cosas no pasan”.

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“Es inevitable implicarse demasiado”

María Goñi 39 años. Abogada

Trabaja en los servicios jurídicos de Accem en las oficinas de Madrid, donde acompañan en todo el galimatías del papeleo que inician los refugiados para ser reconocidos como tales. Tiene dos niños pequeños y su pareja también está en contacto diario con los refugiados. Desde hace diez años que está inmersa en este mundo. “Por más experiencia que tengas, siempre que alguien te cuenta su situación y lo que ha vivido te impresionas, me sigue impresionando. Y en ocasiones es inevitable implicarse demasiado, como con las mujeres de Somalia que han huido, que por pertenecer a un clan, se exponen a violaciones múltiples y más barbaridades por parte de otros”. María Goñi comenta que una cosa es trabajar con los expedientes en papel, y otra ver las personas plasmadas en estos expedientes, conocerlas y que expliquen sus situaciones. “Hay circunstancias especiales, pero lo especial es cada persona. El contacto directo te hace mucho más sensible”. Comenta que al principio no confían en que vayan a conseguir nada cuando saben que no tienen que pagar al abogado que les va a tutelar en todo su proceso jurídico. “Aunque no tengo el perfil de salvadora del mundo, estableces lazos con algunos de ellos. Son personas que traté y que reaparecen a los cinco años para contarte cómo están y todo lo que han conseguido en este tiempo”. Reconoce que era más idealista cuando era más joven. “Todavía queda mucho por cambiar. Si estuviera en mis manos, haría que los gobiernos se comprometieran a cambiar realmente la situación dramática en los países de origen. Mucha gente, si pudiera, no saldría de su país. Salen para no morir”.

“Escuchar sin juzgar”

María Círez 33 años. Psicóloga, técnica de acogida

Estar en contacto con otras personas, otras culturas, otras circunstancias es como un entrenamiento para el alma. María Círez, que lleva más de ocho años involucrada en la ayuda humanitaria tiene claro que cualquier gesto, por pequeño que sea, puede ser una gran ayuda para otras personas. “He aprendido a escuchar sin juzgar, a no generalizar, que cada persona es un mundo por descubrir, y al mismo tiempo hay tantas cosas en común, que nos unen más que nos separan”. Lo explica rebosante de entusiasmo. Su mirada brilla cada vez que cuenta alguna anécdota sobre las personas que acoge y algunas de sus costumbres. En tres años con Accem ha realizado la primera acogida de unas 300 personas, generalmente jóvenes de entre 18 y 32 años de origen subsahariano. “Cuando hablábamos en ese primer encuentro no miraban a los ojos, y yo al principio creí que realmente no les interesaba demasiado lo que les contaba. Después descubrí que es su manera de mostrar respeto. Y sigo aprendiendo”. Explica que esto le da una visión más global del mundo a partir del trato concreto con cada ser humano.

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“Ahora entiendo lo que pasaron mis padres”

Segimon García 51 años. Antropólogo

Las historias paralelas se repiten para sacudir las conciencias. Ahora se hace más evidente con las familias sirias y las reacciones que produce su acogimiento, como explica Segimon Garcia. “Con 12 o 13 años, mi padre se quedó huérfano al final de la guerra civil española del 36 y pasó penurias y desesperación. Es lo que me comentaba. Yo lo he escuchado siempre. Pero no me hecho cargo de lo que significa la desesperación y la incertidumbre hasta que lo he vivido en mi contacto con los refugiados de Siria y de otros países. Ahora entiendo muchas más cosas de mis padres y de la guerra y de la posguerra”. Para Segimon Garcia es ahora que su formación como antropólogo cobra sentido. “Cuando acabé la carrera, nunca creí que finalmente fuera instrumento importante en mi vida”. Y sí. Le sirve para detectar el lenguaje de las costumbres, esos códigos invisibles que permite acoger y entender mejor las necesidades de las personas refugiadas. “Hago traducciones culturales o de necesidades que a nosotros en general se nos escapan”. En este sentido se siente más útil. Y en cualquier caso le impacta. “Están tan agradecidos que lo poco que tienen lo comparten. No han escogido la guerra, pero sí el sentido de humanidad. Me sigue impresionando”.

“Lo he intentado, lo he hecho”

Josep Carbonell 61 años. Chófer

Todavía recuerda cuando hace unos años veía por televisión la situación de los refugiados en los Balcanes. “Ves noticias, ves la tele, tienes críos y te pasa por delante la posibilidad de ayudar, y la cogí”. Josep Carbonell formó parte del denominado Barcelona Team, que hacía el traslado de ayuda humanitaria desde el puerto de Durres, en Albania, hasta el campo de refugiados con kosovares. Con dos hijos, sintió que aquellas familias también podían ser él con la suya. “Y me involucré para ayudar a todas estas personas durante varios años. La sensación de que he hecho algo, lo he intentado, es una gran satisfacción”. Aunque a veces se ha atragantado. Todavía recuerda cuando llegaba con el camión para hacer el reparto de comida. “Un niño de unos tres años se subía siempre al camión cada vez que venía y no quería bajarse. Esto lo hacen mucho. Pero lo que me tocó es que los padres de este precioso niño querían que me lo llevara. Es difícil explicar con palabras cómo unos padres renuncian a su hijo con la convicción de que así tendrá una vida mejor. Yo, que tengo hijos y ahora nietos, lo veo muy fuerte. Dar tu hijo para que tenga un futuro mejor. Cuando tienes experiencias de este tipo se despiertan otros puntos de vista en relación con la vida. Hay que ayudar. Aquí estamos”.

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“No pude hacer ninguna foto”

Albert González 40 años. Fotoperiodista

“La primera vez me emocioné demasiado y no pude hacer ninguna foto”, exclama Albert González. Revive su primer contacto con personas que habían huido de su hogar e insiste: “Es tan brutal la distancia de sus circunstancias y las mías, que la primera vez no pude comunicar esa otra realidad”. Se quedó bloqueado, intentando digerir ese primer choque. Fue en Darfur (Sudán) hace seis años, y desde entonces ya no ha parado de intentar reflejar esa realidad para que no pase inadvertida y se diluya en la nada. Como el proyecto Nusos, que muestra la historia de cinco personas que han solicitado asilo en Barcelona e intentan sobrevivir durante la espera. Pero también ha hecho documentales multimedia en Bosnia, Etiopía, Egipto, Turquía, Italia, Suecia, España para Save the Children, para la Comissió Catalana d’Ajuda al Refugiat, para la ONU. “Me sigue sorprendiendo cómo en general sobrellevan su situación. No los ves lamentarse. Al principio, cuando eres novato, comparas los dos mundos pero es injusto para ellos y para mí. Con el tiempo aprendes a analizar la realidad por sí misma, no por comparación”.

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