El reducido club de las mujeres con poder

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Pese a la visibilidad de Angela Merkel o Cristina Fernández, sólo hay ocho jefas de Estado en el mundo y un 8,3% de primeras ministras. Se las escucha como a hombres y se las mira como a mujeres, con detalle. El ascenso de la mujer al poder político se ha estancado, y la opción de las cuotas tiene efectos limitados.

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Park Geun Hye. La presidenta de Corea del Sur ha situado la igualdad entre sus prioridades, algo lógico en una sociedad muy masculina. Es hija del general Park, el dictador que impulsó el desarrollismo surcoreano de los años setenta, hasta su asesinato en 1979. FOTO: Song Kyung-Seok / GETTY

Algo que he comentado con mujeres que han ocupado puestos políticos importantes es que a las mujeres que mandamos se nos mira, pero no se nos escucha”. Laura Chinchilla, 54 años, ocupó la presidencia de Costa Rica desde el 2010 hasta el pasado 8 de mayo, cuando perdió la reelección, derrota que atribuyó en parte a la importancia excesiva que dio la prensa a su “agenda light”, según propia definición en una entrevista póstuma a La Nación, el gran diario costarricense. Aun así, América Latina se ha convertido en la región emergente en cuanto a liderazgo femenino, al modo de la otra gran –y consolidada– cantera geográfica de la igualdad, los países bálticos y escandinavos. Hay 19 estados en el mundo cuyas jefaturas de Estado o de Gobierno son desempeñadas por mujeres, y tres de los más importantes son latinoamericanos (Argentina, Brasil y Chile), a los que cabe añadir los modestos Trinidad y Tobago y Jamaica o la flamante primera ministra de Perú, Ana Jara.

¿Se está normalizando la presencia de mujeres al frente de los gobiernos? No a buen ritmo. Hay ocho mujeres jefas de Estado –monarcas aparte– entre 152, o una mujer por cada 19, y en lo referido a jefaturas de gobierno suponen un 8,3%, según los datos actualizados del Mapa de Mujeres en la Política 2014, elaborado por la ONU. En el plano de los parlamentos, los países nórdicos lideran el escalafón con un 42,1%; América (del Norte y del Sur) tiene un 25,2%, y Europa sin los estados nórdicos suma el 23,5%. En el Parlamento Europeo ocupan un 36% de los escaños , el doble de las que había en 1979. “Más mujeres están ahora en la política e influyen en la agenda política en los niveles altos. Eso está claro. Pero no en el nivel más alto”, estima Anders B. Johnsson, secretario general de la Unión Interparlamentaria (UIP), una suerte de brazo parlamentario de las Naciones Unidas.

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Los expertos no se ponen de acuerdo en si la botella está medio llena o medio vacía. “En lo que respecta a Europa, avanzar, avanzamos, pero digamos que los últimos avances son pequeños. Los últimos pasitos han costado mucho. Fíjese en las dificultades halladas para encontrar nueve comisarias para la Comisión, y claramente no es un problema de que en Europa no haya nueve mujeres competentes”, describe Sonia Piedrafita, investigadora del European Policy Institutes Networking (EPIN), un think tank de Bruselas muy activo en las llamadas “políticas de género”.

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Los factores ambientales debilitan algunas percepciones objetivas. El caso de América Latina es ilustrativo. Mientras que tres de los países más desarrollados de la región –Chile, Argentina y Brasil– están gobernados por mujeres, el continente lidera en el mundo los índices de asesinatos machistas –la llamada violencia de género– y registra la mayor tasa de adolescentes que mueren en abortos clandestinos, atribuibles en parte a un panorama legal condicionado por la religión y la moral que ninguna de las tres dirigentes ha conseguido cambiar. Así, Dilma Rousseff dio marcha atrás en su voluntad de legalizar el aborto –que consideraba una pura cuestión de “salud pública”– tras la ruidosa respuesta de católicos y evangelistas. Sólo Cuba, Puerto Rico y Ciudad de México admiten la interrupción voluntaria del embarazo sin condiciones. Ni siquiera un perfil tan progresista y atento a lo social como el de Michelle Bachelet –que ya gobernó entre el 2006 y el 2010– ha impulsado la legalización en Chile del aborto, la primera causa de mortalidad materna, un asunto que figura entre las prioridades de su segundo mandato, al que ha llegado, por cierto, después del interregno de la Secretaría de la Mujer de la ONU, una estructura potente y paralela al organismo encaminado a impulsar la igualdad de género.

Para el sociólogo chileno Manuel Antonio Garretón, el “fenómeno” Bachelet-Fernández-Rousseff “no responde a una demanda de la sociedad desde abajo. Se trata de la consecuencia de un mismo fenómeno político: tres movimientos muy exitosos (la Concertación chilena, el kirch­ne­ris­mo o la revolución de Lula) se estaban agotando y ya no tenían capacidad de regeneración tradicional. La renovación de estos movimientos exitosos, claramente masculinos, pasaba por la elección de un líder diferente. Podía ser de una etnia minoritaria, alguien muy joven… o una mujer. En el caso chileno, se buscaba un líder mapuche, un líder regional –pero si una región lo presenta, las otras la imitarían– o el retorno de Bachelet a La Moneda. Además, es un liderazgo renovador y diferente: nunca habrá visto a Bachelet enojada o destemplada, a diferencia de sus prede­cesores”.

Europa ha hecho de la igualdad uno de sus grandes objetivos en el siglo XXI, alcanzadas ya la mayoría de las reivindicaciones sociales tradicionales del siglo XX. La figura de Angela Merkel puede dar apariencia de normalidad, pero, a la vez, maquilla el desequilibrio de género de la primera economía europea. Manda en Berlín una mujer –muy poco amante, por cierto, de impulsar desde la administración la llamada “causa femenina”–, pero en el resto de la sociedad los datos son contundentes: el 98% de los directores de diarios son hombres, al igual que el 96% de los presidentes de empresas que cotizan en bolsa e incluso ocho de cada diez profesores universitarios, según datos del diario berlinés Die Tageszeitung.

Merkel es una matchfrau –una mujer poderosa– que ha construido su carrera desde un cierto desapego por la igualdad. Según un perfil de la canciller publicado por el Financial Times, su mentor, Helmut Kohl, la llamaba “das Mädchen”, la chica, sin que Merkel viera nada sexista siendo ya ministra. En una ocasión, la canciller confesó a un amigo que “esperaba que no le ofrecieran ese espantoso empleo para mujeres”. Se refería al Ministerio de la Juventud y la Mujer, que terminó dirigiendo entre 1991 y 1994. “No le hizo ninguna gracia”, ha señalado uno de sus biógrafos, el profesor Gerd Langguth. El rotativo apunta a que la falta de “concienciación” puede obedecer al hecho de que en “su” República Democrática Alemana (RDA) un 89% de las mujeres trabajaba en los años ochenta, frente al 55% de la República Federal Alemana.

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Incluso en el ámbito privado, Merkel se protege más allá de lo que hacen la mayoría de los dirigentes alemanes. ¿Y qué decir de su apellido? Con 23 años, en 1977, contrajo matrimonio con un compañero de universidad llamado Ulrich Merkel de quien se divorció seis años más tarde. Volvió a casarse, en 1984, con el químico Joachim Sauer, pese a lo que mantuvo el apellido Merkel que le había dado el primer esposo. Es curioso como una práctica que se antoja anacrónica –adoptar el apellido del marido– se da en Alemania y no, por ejemplo, en España, o Italia, supuestos bastiones de la tradición machista.

“Es indudable que Hillary Clinton o Angela Merkel figuran entre los líderes políticos más poderosos del mundo. Pero siguen siendo excepciones, y la realidad es que las mujeres son una minoría en el liderazgo del mundo”, estima Karel Lannoo, directora ejecutiva del bruselense Centre for European Policy Studies (CEPS).

Aun en el caso de Angela Merkel, prototipo de austeridad indumentaria, sobriedad sentimental y cero en estridencias –algo que no concurre en la francesa Ségolène Royal, por ejemplo, candidata al Elíseo en el 2007 tras derrotar en las primarias socialistas a dos pesos pesados como Strauss-Kahn y Fabius–, cualquier gesto inusual da pie a una mirada masculina un tanto discriminatoria. El pasado 9 de septiembre, Merkel se presentó en el debate sobre los presupuestos en el Bundestag con un bolso rojo, al parecer de la casa Longchamp. Nada más sentarse, empezó a rebuscar en el bolso hasta encontrar un documento. Al día siguiente, la secuencia –“tan femenina”– fue portada en la mayoría de los diarios de Europa. ¿Tiene razón la expresidenta Chinchilla cuando dice que “se nos mira” más que a los hombres? Lo que no cabe duda es que en el caso de Angela Merkel se la escucha y con gran atención.

Los que creen que hay una ralentización en el avance de la cuota femenina de poder político tienen un argumento adicional: las mujeres heredan a menudo el poder, bien de sus padres o de sus maridos. Hay un vínculo claro en el caso de la presidenta Cristina Fernández, reelegida en el 2011 con el impulso adicional de la simpatía popular por su esposo, Néstor Kirchner, fallecido el año anterior. La presidenta se convirtió en la primera mujer en la historia de América, de Terranova al cabo de ­Hornos, que ganaba un segundo mandato en las urnas y quiso dejar patente este vínculo en el juramento de su toma de posesión ­cuando, vestida de luto, agregó al texto que si incumplía sus obligaciones “que Dios, la patria y él (Néstor Kirchner), me lo demanden”.

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Asia es una región muy atrasada en cuanto a la participación de mujeres en los gobiernos a pesar de dos pioneras notables como Indira Gandhi y Benazir Bhutto, de grandes paralelismos y un mismo final trágico. La primera mujer que asumió los destinos de India era hija, precisamente, de uno de los padres de la independencia, Pandit Nehru, y ejerció dos mandatos (de 1966 a 1977 y de 1980 a 1984).

En contra del tópico de que las mujeres son menos proclives al uso de la fuerza cuando gobiernan, Indira Gandhi ordenó el asalto a sangre y fuego del templo Dorado de Amritsar, el San Pedro de la religión sij, en el Punjab indio. Indira Gandhi fue asesinada a tiros por sus guardaespaldas, sijs, en su residencia de Nueva Delhi en 1984, a modo de venganza. El magnicidio desencadenó una cruel venganza popular contra la minoría sij, con centenares de muertos en las calles. Fueron días en los que India estuvo al borde del precipicio, a merced de una violencia descontrolada sin precedentes desde la partición de India y Pakistán.

Benazir Bhutto fue también la primera musulmana que dirigió un país, Pakistán, entre 1988-1990 y 1993-1996, dando una apariencia de normalidad que no se corresponde con el irrelevante papel de las mujeres en los gobiernos de los países musulmanes. De nuevo, hay un nexo familiar decisivo en su ascenso político: era la hija de Zulfiqar Ali Bhutto, un dirigente ahorcado por los militares. Benazir Bhutto también fue asesinada. Con Gandhi maquillaron la situación de atraso y discriminación que vivían las compatriotas de su tiempo.

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Pese al despegue económico de Asia, sólo hay una jefa de Estado en el continente y, como Indira Gandhi o Benazir Bhutto, es hija de un hombre decisivo en la historia de su país, Corea del Sur. El padre de la presidenta Park fue un dictador decisivo en el desarrollismo surcoreano de los años setemta, asesinado en un atentado. La elección de Park Geun Hye enmascara de nuevo la baja representatividad femenina de Asia. Si nos fijamos en el porcentaje de ministras, el 8,7% sitúa a Asia sólo por delante de los estados árabes (8,3%) cuando los países nórdicos europeos alcanzan el 48,9% y África registra un 20,4%, según datos de este año de la ONU. “Si hay pocas mujeres que gobiernen en Asia se debe en parte a que aún existe una discriminación laboral, ahí es donde empieza todo –junto a la educación–”, estima James B. Wood, profesor emérito de la Universidad de Hong Kong.

La ralentización en el ascenso de la mujer a los puestos de máxima responsabilidad política abre el debate: ¿cuotas de discriminación positiva sí o no? Los expertos ven esta opción como el último recurso, que empieza a cobrar fuerza a medida que el progreso se ha desacelerado. El problema es que ni siquiera es sencillo implantar las medidas de discriminación positiva.

La Unión Europea ha exhibido todas las contradicciones de la discriminación positiva en los últimos meses. La vicepresidenta saliente de la Comisión, Viviane Reding, impulsó una cuota del 40% de mujeres en los consejos de administración de las empresas que cotizaban en bolsa, medida que las empresas públicas deberán adoptar a partir del 2018, y el resto, el 2020. Precisamente Alemania se había mostrado reacia y todo el mundo daba por hecho que sin el respaldo del socio más decisivo la directiva podía quedar en papel mojado. Y ya hay toneladas de recomendaciones, objetivos incumplidos y declaraciones desatendidas en la historia de la igualdad de género impulsados por organismos internacionales, comenzando por la propia ONU, que inició oficialmente la lucha por la igualdad en 1975, el primer año internacional de la Mujer.

Sólo la formación de una coalición con los socialdemócratas ha modificado la postura de la canciller Merkel, reacia a imponer obligaciones por cuota en el sector privado y partidaria del diálogo con la dirección de las empresas. El giro dado por Alemania, mérito del vicecanciller Sigmar Gabriel, legitima y da consistencia a la UE. Berlín está en vías de aprobar una ley que da de plazo hasta el 2016 a las grandes compañías para que tengan un 30% de los puestos en los consejos de administración ocupados por mujeres.

¿Dossier resuelto en el seno de la UE? La composición de la comisión Juncker, el nuevo presidente, revela la gran distancia que media entre deseos y realidad. O entre grandes ideales europeos y la realidad política de los estados miembro. El exprimer ministro luxemburgués anunció este ­verano que deseaba formar un gobierno con “ni una mujer más ni una menos que en la comisión Barroso”. Es decir: nueve comisa­rias (un 33% de las carteras). Semanas después, Jean Claude Juncker hizo saltar las alarmas al informar que sólo tres de los 28 estados habían presentado candidaturas de mujeres para integrar su ejecutivo. Uno de los seis grandes estados presentó una candidata mujer, y cinco, no (Alemania, Francia, Reino Unido, España y Polonia).

“Ha sido una contradicción muy significativa. Por un lado, la UE impulsa cuotas para las empresas, y por otro, tiene problemas para alcanzar objetivos iguales o incluso inferiores a los que exige al sector privado”, remarca Sonia Piedrafita. El bochornoso desequilibrio hizo que Juncker lanzara una oferta para animar a los estados: puestos claves para los estados que postulasen candidatas, de ahí que se haya alcanzado la cifra de tres vicepresidentas (el 42%) en la Comisión, pendiente de ratificación del Parlamento Europeo.

“Conseguir nueve mujeres ha sido toda una lucha. Me he pasado el mes de agosto llamando por teléfono”, ha admitido el conservador Juncker. “Para que haya muchas candidatas a comisarias tiene que haber una cantera local en los estados miembro. Si esta falla o es escasa, no llegan las propuestas a Bruselas. Si no empleamos medios legislativos para impulsar la igualdad, dentro de diez años estaremos hablando de la misma situación de hoy”, estima Karel Lannoo, del CEPS.

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Angela Merkel. La pujanza de Alemania y su figura maquillan la realidad: la mujer europea está lejos de ser habitual en el poder, salvo en estados escandinavos y bálticos. FOTO: Guido Bergmann / GETTY

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Dalia Grybauskaite. Preside Lituania desde el 2009, colofón a una carrera muy exterior (fue la primera canciller del país tras separarse de la URSS y comisaria en Bruselas). No milita en ningún partido. FOTO: PETRAS MALUKAS

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Cristina Fernández. Símbolo de la líder heredera. Fue reelegida presidenta de Argentina en el 2011, meses después de la muerte de su marido, en cuyo nombre juró acatar las obligaciones. FOTO: JUAN MABROMATA / GETTY

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Catherine Samba-Panza. Aunque nació en Chad hace 60 años, la presidenta interina de la República Centroafricana está tratado de convocar unas elecciones que zanjen la inestabilidad. FOTO: STEPHANE DE SAKUTIN / GETTY

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Michelle Bachelet. Volvió al palacio de la Moneda chileno tras ocupar la Secretaría de la Mujer de la ONU: la igualdad de género es el reto planetario del siglo XXI (y de Chile). FOTO: Mark Garten

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Laimdota Straujuma. Investigadora de profesión, es la decimotercera persona que dirige el gobierno de Letonia y la primera mujer. Fue elegida por el Parlamento tras la dimisión del primer ministro en enero. FOTO: THIERRY CHARLIER / Getty

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Ellen Johnson-Sirleaf. Nobel de la Paz en el 2011, ha logrado estabilizar Liberia, país convulso, y hacer buena la apuesta de Washington y de sus conciudadanos que la prefirieron al exfutbolista George Weah. FOTO: Michael Sohn / GETTY

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Marina Silva. La senadora y ecologista ha entrado de rebote en la liza por presidir Brasil tras la muerte del candidato socialista en accidente de aviación. FOTO: Sebastião Moreira

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Dilma Rousseff. Ha sido la cuarta jefa de Estado en la historia de América Latina y sucedió a Lula como forma de renovar el gobierno brasileño del Partido de los Trabajadores. FOTO: Andrew Burton / GETTY

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Laura Chinchilla. Perdió la reelección a la presidencia de Costa Rica en mayo y dejó una reflexión: los ciudadanos se fijaban más en su “agenda light” que en las decisiones relevantes. FOTO: ADALBERTO ROQUE / GETTY

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Erna Solberg. Es la segunda mujer que gobierna el reino de Noruega. Líder conservadora, tiene un estilo contundente y sin temor a polémicas que recuerda al de Margaret Thatcher. FOTO: ERLEND AAS / GETTY

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