El reverso de la inteligencia

Psicología

Qué suerte ser un auténtico 'coquito', ¿no? Niños con un talento especial para las matemáticas o adultos cuya mente funciona a mil por hora en el trabajo. Genial, qué gran ventaja, todo les irá sobre ruedas… Pero a veces, el otro lado de la moneda es un déficit en las habilidades personales, ser tachado de bicho raro, no encajar. Y es que la inteligencia también puede ser una pesada carga.

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Marcos tiene seis años y cuando el resto de los niños salen en estampida al recreo, se queda en clase y dibuja en la pizarra el plano del Metro de Barcelona con una memoria que fascina y asusta a partes iguales. Marcos (el nombre es ficticio) tiene un talento especial y también sufre por ello. Sufre porque sus compañeros le miran como si fuera un bicho raro. No entiende por qué se ríen de él y le tiran tizas sólo porque, en lugar de correr tras un balón en el patio, disfruta jugando con su memoria. Sufre porque quiere encajar con sus compañeros, pero no sabe cómo tender los puentes emocionales que unen a las personas. Tiene asperger, un síndrome que no se ve en una radiografía o analítica, pero que condiciona la vida de quien lo padece.

Este niño cuenta con una memoria portentosa, tiene un talento especial, pero si le cambian una rutina, por pequeña que sea, como la hora de la clase de francés, puede colapsarse. Y aunque se levante en clase para corregir al profesor cuando este se equivoca, no entiende las bromas de los compañeros. Tampoco sabe manejar sus emociones. Incluso su voz delata que su mente funciona de forma diferente. Habla de forma casi telegráfica, robótica, como si faltaran las emociones. Va sobrado de inteligencia visual… pero cojea en inteligencia emocional y social.

“El síndrome de Asperger forma parte del grupo de los trastornos del espectro autista (TEA)”, comenta Ruth Vidriales, psicóloga que pertenece a la Confederación Autismo España. En este grupo se incluye también el autismo, pero una de las diferencias más importantes entre un niño o un adulto que sufre autismo y otro con asperger es que para recibir un diagnóstico de asperger hay que tener una inteligencia normal o superior a la media.

Más del 50% de las personas con sindrome de Asperger tienen estudios universitarios, lo que muestra el elevado rendimiento intelectual que pueden lograr, pero sólo el 8% consigue empleo a tiempo completo

Como explica esta psicóloga, “estas personas presentan intereses muy restringidos, como la historia, las matemáticas o la astronomía; dedican mucho tiempo a sus aficiones y, por tanto, desarrollan muchas competencias en ámbitos muy concretos”. Una mente que funciona a mil por hora en algunos aspectos, pero que renquea en otros. Niños que son brillantes en clase de matemáticas, pero que se sienten perdidos en el recreo. Adultos que son números uno como programadores de software, pero que tienen serios problemas para hacer amigos. Hay quien los llamará frikis, porque saben mucho de lo suyo, pero suspenden en relaciones personales. Pero no son frikis; simplemente, su mente funciona de forma diferente.

A Marcos, su inteligencia le hace pagar un peaje: siente que no encuentra su sitio. Pero quizás llegue a ser un excelente arquitecto o ingeniero gracias a su portentosa memoria o a su inteligencia visoespacial. En este sentido, destacar tanto en determinados ámbitos puede ser una ventaja para las personas que sufren asperger. “Si disfrutas de lo que haces, y además eres muy bueno, claro que ayuda a que te vaya bien en el ámbito laboral”, cuenta Vidriales.

Les puede ayudar a conseguir un título académico o un trabajo, pero “el problema es que para cualquier profesión, la inteligencia práctica, la que tiene que ver con el sentido común y con las relaciones personales, es fundamental, y las personas que sufren este síndrome carecen de ella”, cuenta Ricardo Canal, director del Centro de Atención Integral al Autismo de la Universidad de Salamanca.

En todo caso, con un tratamiento adecuado, pueden ir puliendo sus capacidades sociales. “Pueden aprender a relacionarse mejor con los demás”, señala Canal. Como explica Carmen Sanz Chacón, psicóloga especialista en superdotación y altas capacidades, directora del gabinete psicológico El Mundo del Superdotado y autora del libro La maldición de la inteligencia (Plataforma), “lo importante es que las personas con asperger trabajen las habilidades sociales, y contar con ciertos talentos puede ser un buen punto de partida”.

Por ejemplo, en el caso de un niño con asperger que sea un as de la informática, “puede ayudarle que le coloquen en clases con niños mayores, porque así puede compartir sus intereses, no se siente tan fuera de lugar”. Del mismo modo que los adultos con asperger se pueden ­beneficiar de un tratamiento psicológico. Lo importante es romper la peligrosa dinámica en la que entran muchos de ellos, es decir, encerrarse en su inteligencia, en sus intereses, y olvidarse del mundo social, ya que este les provoca mucha frustración.

Sanz indica que, en general, existe mucho desconocimiento de lo que es la inteligencia. “Es cierto que hay individuos con asperger que tienen talentos concretos, pero hay personas muy inteligentes que, como no encajan, están diagnosticadas erróneamente como casos de asperger”. Niños y adultos que sobresalen en historia o química y que, como tienen tantos problemas para encontrar otras personas con las que compartir sus intereses, “se aíslan, no desarrollan sus habilidad sociales, y se confunden con un caso de asperger”, cuenta Sanz.

El problema, reconoce un superdotado, es que “nuestra forma de ver el mundo es diferente, y ya te tachan como el raro”

También puede ocurrir que se confunda la inteligencia elevada con alguna otra patología. En el caso de los niños, “los que son más inteligentes piensan muy rápido, su mente se activa enseguida”, cuenta Rosa María Ibáñez, psicóloga del Centro Médico Teknon de Barcelona. Pero esta rapidez puede tener la contrapartida “de que es más fácil que caigan en la ansiedad, que sufran por la cantidad de estímulos que procesan”, añade.

Por otro lado, aunque un niño de 10 años tenga el mismo rendimiento escolar que uno de 14, sigue siendo emocionalmente un niño de 10 años. Detecta con facilidad los problemas del entorno, sabe si sus padres están bien o si pasa algo raro, se preocupa por el futuro, por los problemas económicos de la familia, “pero se estresa porque no tiene la capacidad emocional de gestionarlos”, comenta esta psicóloga. Así que es frecuente que se diagnostique ansiedad, depresión o un trastorno obsesivo compulsivo, cuando en realidad lo que ocurre es que el niño está desbordado por su inteligencia o no puede desarrollar sus capacidades. “Por ejemplo, si un niño superdotado no recibe la atención necesaria en clase, se aburrirá, estará nervioso, y no es raro que se confunda esta inquietud con un trastorno por déficit de atención con hiperactividad”, comenta Ibáñez.

Marcos sufre por su falta de habilidades sociales, pero también por ser tan brillante con su memoria. Es “el rarito”. Muchos de estos niños evitan el colegio. Pueden llegar a desarrollar fobia por acudir a la escuela. Del mismo modo que muchos adultos con síndrome de Asperger y talento prefieren trabajar solos. Pero no es sencillo. Canal señala un dato que demuestra las dificultades que tienen las personas con asperger para integrarse en el mundo laboral: “Más del 50% de ellas cuentan con estudios universitarios, lo que demuestra el elevado rendimiento intelectual que pueden lograr, pero sólo el 8% consigue un empleo a ­tiempo completo”, dice este psicólogo.

O logran trabajos de muy baja cualificación. Personas que no son los reyes de la fiesta, pero que son brillantes en tareas que exigen detallismo o memoria, y que podrían desempeñar trabajos de más relevancia, se frustran porque les falta inteligencia social y, además, les ven como bichos raros.

Aunque no es necesario padecer un trastorno del espectro autista para que le hagan sentir a uno que no encaja por ser inteligente. Más o menos, una de cada 50 personas, es decir, el 2% de la población, es superdotada. Por pura estadística, usted conoce a alguien que es muy, pero que muy inteligente. Quizás sea el director general de su empresa, su profesora de estadística, el taxista que le llevará mañana al aeropuerto o el camarero que le sirve el cortado.

Porque hay que desterrar la idea de que todas las personas cuya mente pertenece al exclusivo club del 2% andan por ahí inventando el futuro de la telefonía móvil o definiendo el nuevo paradigma de la física. También fracasan, también tienen problemas para encontrar trabajo, también tropiezan en el camino para lograr el que debería ser el máximo objetivo de la vida: la felicidad. Y, en ocasiones, caen precisamente por ser demasiado inteligentes.

Pero ¿cómo puede ser que la inteligencia pueda ser un problema? “Porque los demás te pueden hacer sentir como un bicho raro”, se lamenta Daniel Patón, profesor de Ecología en la Universidad de Extremadura, y superdotado. “Tengo mucha curiosidad –explica–, aprendo muy deprisa y soy muy creativo. Me interesan tantas cosas, investigo sobre tantos temas –algunos que aparentemente no tienen relación con mi disciplina, como los números primos–..., y mucha gente no lo entiende”.

Quizás sea envidia, quizás sea miedo, pero muchas personas con talento relatan que la inteligencia puede dificultar sus relaciones personales. A juicio de Patón, la clave de los problemas que tienen las personas superdotadas para integrarse está en “que nuestra forma de ver el mundo es diferente, y ya te tachan como el raro”.

Si esos conflictos con los demás no se tratan, se pueden convertir en una bola de nieve que arrasa con la autoestima. “Nos llegan adultos deprimidos –cuenta Carmen Sanz–, con la autoestima por los suelos, que no encajan en el trabajo, que no saben qué hacer con su vida”.

El primer paso para salir del pozo es saber que, simplemente, sucede que son muy inteligentes, que su mente funciona de forma diferente. “Les enseñamos cómo relacionarse con los demás y cómo escoger objetivos y centrarse en ellos”, cuenta Sanz. Ya sea aspirar a dirigir una gran empresa, convertirse en un as del violín o ser el camarero que sirve cortados cada mañana”.

No brillan en la cena de empresa, pero pueden trabajar

En lugar de ver a las personas con un trastorno del espectro autista como un problema, el danés Thorkil Sonne se planteó cómo aprovechar el talento que atesoran muchas de ellas. Sí, quizás el candidato a un puesto de trabajo es demasiado directo en los comentarios que realiza a los demás o no domina el arte de la negociación, pero si es un as de la informática, ¿por qué no aprovecharlo? Cuando el hijo de Sonne fue diagnosticado como autista, este decidió que una etiqueta no iba a boicotear el futuro laboral de su hijo ni de otras personas como él. Así que creó la empresa Specialisterne, que cuenta con oficinas en todo el mundo, como en Sant Cugat del Vallès (Barcelona), y que, como se indica en su página web, “aprovecha las características de las personas con trastornos del espectro del autismo (TEA) como una ventaja competitiva y como un medio para ayudarles a obtener un empleo. La mayoría de los empleados en Specialisterne tiene un diagnóstico dentro del espectro del autismo. Trabajan como consultores en tareas tales como las pruebas de software y el tratamiento de datos y documentos”. Tareas en las que la fijación por los detalles, la memoria y la minuciosidad son requisitos imprescindibles, y las habilidades sociales pasan a un segundo plano.

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