Ringstrasse de Viena: aventuras de un bulevar

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La Ringstrasse, la avenida circular de Viena, cumple 150 años: un collar inigualable engarzado de palacios, museos y jardines que atestiguan el esplendor de una época imperial que aún se ve, pero que ya no existe.

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El observatorio astronómico Urania, junto al canal del Danubio, es con sus nuevos locales el punto de la Ringstrasse donde confluyen el siglo XIX y el XXI

Bigotes. La de bigotes que se han paseado por este corso. El frondoso y patilludo del emperador Francisco José, el tímido del escritor Stefan Zweig, el temible mostacho de Stalin, el cepillo media luna de Trotski o el bigotito de Hitler. Y barbas. Algunas de las más famosas del mundo. La elegantemente recortada de Sigmund Freud, la salvajemente poblada de Gustav Klimt y la que está más de moda. La de Conchita. La señora Wurst, la intérprete que ganó el pasado festival de Eurovisión, sonríe en un anuncio sito en la Rinsgtrasse, la calle Anular de Viena que cumple 150 años. La yugular de la vieja capital de la Europa de ayer que, panza arriba, se resiste a cambiar.

La cantante barbuda contempla como la avenida se acicala para su cumpleaños. El viejo emperador Francisco José y su esposa, la cinematográfica Sisí, la inauguraron un 1 de mayo de 1865. La Ringstrasse tiene 5,3 kilómetros de largo, nueve nombres distintos, 57 metros de ancho y ocupa el equivalente a 300 campos de fútbol. Y sin embargo, ni es la más larga, ni la más recta, ni la más ancha, ni siquiera la más antigua. ¿Es la más bella? El espejito dice que sí. El anillo más bien parece un collar con todas sus joyas arquitectónicas engarzadas una a una luciendo sin rubor: quince edificios y palacios monumentales, una veintena de palacetes que levantó la aristocracia local y, sobre todo, las pujantes familias judías. “Las nueve décimas partes de lo que el mundo celebraba como cultura vienesa del siglo XIX era una cultura promovida, alimentada e incluso creada por la comunidad judía de Viena”, escribió Zweig en su esplendoroso El mundo de ayer.

Es verdad que Viena ha vivido largos periodos de letargo durante el siglo XX, pero ese no fue el caso en el XIX, que atestiguó un burbujeo social permanente y un vals inacabable de andamios de la construcción para erigir grandes edificios en nombre de un imperio que se iba apagando en favor de Prusia. Robert Musil, el creador de la enciclopédica novela El hombre sin atributos, no pudo describir mejor ese contraste entre el esplendor artístico y el hundimiento político. Para él, la Ringstrasse no era más que un conjunto de “decorados de una época inconsistente”.

No es la calle más ancha, la más larga ni la más vieja, pero sí testigo de una de las grandes revoluciones artísticas europeas

Esa época tranquila y segura pervive en Viena aunque ya no exista. Ya no pasan los coches tirados por caballos (sí los de los turistas), pero ahora como entonces, funciona el tranvía y reina el orden, no como antaño cuando coches, peatones, calesas y ciclistas convivían en pleno caos viario. El primer semáforo de la historia se instaló en Londres en 1868. “Ese es el año en que se completa el primer edificio del Ring, la Ópera; sin embargo, el primer semáforo en Viena, justo delante de ese edificio, no se colocó hasta 1926”, desvela Pablo Rudich, experto en la historia de Viena y en todos sus recovecos.

En Viena las grúas reaparecerían temporalmente tras los bombardeos de la II Guerra Mundial para reconstruir los edificios dañados. “Un 20% de ellos nunca volvió a levantarse”, explica. En la actualidad, sin embargo, no es fácil ver mucha construcción en marcha. La capital se ha preservado tan bien porque, pese a quedar en el lado occidental durante la guerra fría, estaba situada tan cerca de la frontera que, en ciertos aspectos, su evolución quedó congelada. “Bratislava está a poco más de media hora en coche y no fue hasta que cayó el Muro que las cosas también empezaron a moverse aquí. Ahora la ciudad está en una encrucijada”, apunta Rudich.

Es difícil decidir por dónde empezar el paseo por la Ringstrasse, y también por dónde acabarlo. Se podría arrancar, por ejemplo, con un café en el Landtmann, refugio de Freud en su época de profesor de la Universidad de Viena (que cumple 650 años). El Landtmann es uno de los cuatro cafés que sobreviven en el Ring (el Prückel también es especial). Llegó a haber 27. Ocupa los bajos del palacio Lieben-Auspitz (cerca del Parlamento), edificio que albergó una de las tertulias vienesas más míticas. La organizaba Bertha Zuckerkandl y a ella acudían Gustav y Alma Mahler, el dramaturgo Arthur Schnitzler o Gustav Klimt.

Fue el gran pintor vienés que inmortalizó otro edificio singular, el Palais Dumba, del mecenas Nikolaus Dumba y su hijo, Konstantin, último embajador del imperio austro-húngaro ante Estados Unidos. Tal vez el palacete con más solera sea el Ephrussi, familia de banqueros judíos ucranianos cuya caída y auge está novelada por un miembro del clan, el escritor Edmund de Waal, en La liebre con ojos de ámbar. En ella resalta el porte del bulevar: “No hay ningún edificio que domine la nueva calle, lo que hay es un impulso constante y triunfante que lleva de un gran aspecto a otro de la vida civilizada”.

Uno de los palacetes, el Württenberg, sede del hotel Imperial, se puso de gala para homenajear a Hitler en 1938, el mismo Hitler que allí había hecho de recadero décadas antes

“Todos los edificios están proyectados en estilos clásicos, neogótico, neorrenacentista, neobarroco, una muestra de autoridad y de poder de la monarquía de los Habsburgo. Así que cuando se proponía un edificio que se salía de esos cánones, levantaba suspicacias”, ilustra Pablo Rudich. Es lo que sucedió con el edificio de la Secesión, el museo de la cúpula dorada, a la que le tocó estar en tercera fila y no en el Ring por la negativa municipal a lucir un edificio de corte tan rompedor.

El único periodo reciente de incivilidad manifiesta e ininterrumpida que ha vivido la avenida (y la ciudad y el país) fue durante la ocupación nazi. En el Palais Württenberg, sede del hotel Imperial, Hitler fue recibido con todos los honores en 1938 tras anexionarse Austria. El mismo Hitler que había trabajado de chico de los recados en ese mismo establecimiento muchos años antes, cuando era un aspirante a pintor que nunca aceptaron en la academia y que vivía en la miseria. “Los clientes americanos me preguntan si alguna vez vino al café, y yo les explico que Hitler no habría podido permitirse entrar porque tenía poquísimo dinero”, explica Manfred Staub, propietario desde 1968 del histórico Café Sperl, fundado en 1880.

Dar una vuelta entera al Ring puede llevar días si se visitan sus edificios y sus museos. El de Historia Natural –que alberga la diminuta y valiosísima Venus de Willendorf– y el Kuntshistorisches Museum rivalizan, literalmente, cara a cara. El MAK, el de Artes Aplicadas, es uno de los centros artísticos que forman el Quartiermuseum, Museo del Mueble incluido. Si se quiere hacer un maratón, se puede comer en una caseta de salchichas. Ojo con la mostaza, que pica mucho. (Paréntesis curioso: en Viena, la salchicha clásica se llama frankfurt, y en Frankfurt, ­wiener.)

Si uno tiene la necesidad imperiosa de seguir en la avenida aunque toda haya cerrado, siempre se puede reservar mesa en el Kunsthistorisches y cenar bajo su cúpula. Si no, se puede acudir al final de la ruta cuando el Ring se encuentra con el canal del Danubio y respirar una Viena decimonónica y posmoderna, la de los bares a la última en una zona mucho menos monumental y más humana en la que las tapias de grafitis conviven con los edificios clásicos. Tal vez el más rutilante de esa zona sea Urania, un observatorio astronómico de corte art nouveau construido en 1910 y que, entre sus muchas funciones, marcaba la hora central europea. A diario, entre 1911 y 1928, un cañonazo disparado al mediodía avisaba a los vieneses para que pusieran sus relojes a la hora. Es en ese rincón de la ciudad donde el legado y la huella imponente de los Habsburgo deja un hueco y un poco de protagonismo a los jóvenes hipsters de la ciudad, otra monarquía algo más contemporánea, seguramente mucho menos duradera, cuyos miembros también lucen, eso sí, barbas y bigotes.

Lugares destacados

Kussmaul

Cocina de vanguardia.

Spittelberggasse, 12.

www.kussmaul.at

Bitzinger

Puesto de salchichas. Augustinerstrasse, 1.

www.bitzinger.at

K’historischemuseum

Cenas y brunch.

Maria-Theresien-Platz.

www.khm.at

Café Landtmann

El refugio de Freud.

Universitatring, 4.

www.landtmann.at

Café Prückel

Un homenaje a los años setenta.

Stubenring, 24.

www.prueckel.at

Café Sperl

Monumento al buen gusto.

Gumpendorferstrasse, 11.

www.cafesperl.at

Museo Albertina

Grandes maestros.

Albertinaplatz, 1.

www.albertina.at

Museo de Historia Natural

Ideal para ir con niños.

Maria-Theresien-Platz.

www.nhm-wien.ac.at

Secession

Casa del Friso Beethoven de Klimt.

Friedrichstraße, 12.

www.secession.at

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Cafetería restaurante del Kunsthistorisches Museum, que se halla bajo una cúpula

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Cúpula del palacio imperial Hofburg

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Imagen de la colección permanente del Museo del Mueble en el MAK, conjunto de salas integradas en el Quartiermuseum

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Cada barrio y gremio profesional organizan los tradicionales bailes antes, durante y después del Año Nuevo

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Imagen nocturna con la iglesia Votiva

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La archiconocida estatua de Strauss es el original que acabó copiando el dorado de una copia en Japón.

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La decoración del Todesco, uno de los palacetes más elegantes del Ring

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