Sí, aburrirse es malo

Psicología

Aburrirse de vez en cuando es inevitable, pero no es bueno que se convierta en algo habitual, contra lo que dicen algunos que aseguran que el aburrimiento es necesario y favorece la creatividad. La sensación de tedio significa que no se sabe encontrar estímulos en la vida.

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Cuando el paleontólogo Glenn Lowell Jepsen estaba recopilando las teorías más excéntricas sobre el final de los dinosaurios, le llamó la atención una hipótesis. Según algunos científicos, la extinción de aquellas criaturas había sido provocada por… el aburrimiento.

La teoría, denominada Paleoweltschmerz, postula que su desaparición fue una paradójica consecuencia de su éxito evolutivo. No tenían necesidad de esforzarse para sobrevivir porque eran los amos del planeta. Y tampoco tenían una cultura que les proporcionara estimulación cotidiana. Murieron de éxito. El declive progresivo de los dinosaurios sobrevino poco a poco, a partir del weltschmerz, palabra alemana que designa la apatía causada por la mediocridad del mundo.

El ser humano también ha triunfado evolutivamente. Poco a poco, los depredadores y las catástrofes naturales van dejando de ser un peligro para la mayoría de la humanidad. Incluso los demás seres humanos son cada vez menos inquietantes: el psicólogo Steven Pinker ha reunido muchas estadísticas que demuestran el descenso drástico de los homicidios a lo largo de nuestra historia como especie. ¿Puede que el aburrimiento sea nuestro gran enemigo en el futuro?

Hace unos años se publicó uno de esos estudios fáciles de resumir en un titular llamativo: “Se ha demostrado que el aburrimiento mata”. Después de un impactante titular de ese tipo, los medios mencionaban los datos reales de la investigación, llevada a cabo por científicos del University College de Londres.

Los autores del estudio partieron de una encuesta realizada entre funcionarios en la que se medían los niveles de tedio que padecían en el trabajo. Después, averiguaron cuántos estaban vivos una década después. Y llegaron a una sorprendente conclusión: los que se mostraban más aburridos en la encuesta tenían un 37% más de posibilidades de haber fallecido.

El hastío se produce cuando nos arrastramos a través del tiempo, en momentos en que no sabemos en qué ocuparlo y parece estar vacío. Tenemos la sensación de no estar haciendo lo que queremos; de hacer lo que no queremos

Por supuesto, los investigadores no creían –como hacían pensar los titulares amarillistas– que la apatía laboral hubiera asesinado a los funcionarios. Pero sí pensaban que actuaba de forma indirecta al promover malos hábitos de salud: su soporífero trabajo les había hecho abandonarse y perder ganas de vivir.

En una época tan estimulante como la actual, sorprende que el aburrimiento pueda llegar a ser un peligro para tantas personas. La paradoja se explica por nuestra historia evolutiva. El sistema nervioso humano (al igual que el de los dinosaurios o cualquier otro animal) está preparado para activarse únicamente ante estímulos peligrosos. Sólo nos resulta excitante de forma natural aquello que pone en peligro nuestra existencia. Nuestra bioquímica se pone en marcha ante estímulos inquietantes y nuevos, que se presentan con gran fuerza a nuestros sentidos o nos causan incertidumbre porque no sabemos manejar. Mientras estos no llegan, lo natural es aburrirse.

Y ese es el problema del mundo moderno. Durante nuestra vida cotidiana, apenas hay situaciones que estimulen nuestro cerebro por el peligro que suponen. Para que el mundo no nos resulte indiferente, debemos aumentar la sensibilidad de nuestros sentidos y nuestro cerebro a los pequeños acontecimientos. Pero el imaginario colectivo no ha asumido aún esa necesidad de cultivar una estimulación artificial. Un ejemplo: los personajes a los que admiramos y nos sirven de ejemplo vital son deportistas, militares o políticos que han tenido momentos épicos aislados, sin que nos importe la gran cantidad de aburrimiento que han soportado para llegar a esos instantes trascendentes.

Estos restos evolutivos hacen que el hastío goce aún de buena fama entre ciertas personas. Se oye a menudo decir que “los niños deberían aburrirse más” o que “vivimos en una época demasiado estimulante”. Y se escriben libros en los se defiende que la indiferencia forja el carácter. Pero cuando se profundiza en esta posición teórica, es fácil darse cuenta de que es sólo pose intelectual. Todos intentamos evitar el sopor en la medida de lo posible. Y lo peor que nos puede decir alguien es que le aburrimos. Incluso los intelectuales que escriben diatribas contra la falta de tolerancia al aburrimiento en el mundo actual intentan que sus libros sean divertidos.

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En contra de esa tendencia a pensar “en grande” y tomar como modelos vidas puntualmente épicas e íntimamente aburridas emerge, poco a poco, una forma distinta de buscar estimulación, basada más en el día a día y en los estímulos cotidianos. En Noruega, por ejemplo, ha aparecido un nuevo fenómeno: la “televisión lenta”. Son programas en los que, durante horas, los espectadores contemplan a una mujer tejiendo, ven el paisaje que va pasando por la ventanilla de un tren o disfrutan mirando cómo arden los troncos de una chimenea. En Piip-show, el programa que más audiencia ha conseguido (hasta un 40% de share), se puede contemplar cómo interaccionan en una jaula dos pájaros. El programa se emite 14 horas diarias y hasta la princesa Mette-Marit de Noruega se ha declarado adicta a él.

El éxito de este tipo de iniciativas se debe a varios factores. Uno de ellos es la capacidad de los noruegos (un pueblo muy desarrollado al que no acucian los factores de supervivencia) para centrarse en lo pequeño y no esperar más. En psicología se sabe –desde los estudios pioneros de William James– que el aburrimiento sólo sucede cuando estamos esperando algo que creemos que va a ser más estimulante.

Cuando estamos centrados en el presente y en lo que estamos haciendo, no nos aburrimos. Pero esa misma actividad puede resultar tediosa si estamos continuamente esperando otra cosa. El ejemplo es clásico: si estamos leyendo tranquilamente un libro que nos gusta, estamos divirtiéndonos. Si el libro lo hojeamos mientras esperamos el autobús y este tarda más de lo habitual, acabamos por aburrirnos.

La estimulación que no proviene de la lucha por la supervivencia sólo es posible si cultivamos una mejor relación con el tiempo. Las personas que no se aburren parecen “perder el tiempo”, fascinadas por fenómenos o actividades que para los demás no son excitantes. No son estímulos que activen impulsos innatos del ser humano y por eso no resultan universalmente atractivos. Pero esos individuos han conseguido disolver su corriente de pensamiento en ellos, y eso les permite sumergirse en una burbuja, sintiendo el paso del tiempo de forma positiva, sin luchar contra él, sin sentir que les sobre o les falte.

Por el contrario, el hastío se produce cuando nos arrastramos a través del tiempo, en los momentos en que no tenemos una idea clara de qué queremos hacer con nuestra vida. En esos momentos, no sabemos en qué ocupar el tiempo, que parece estar siempre vacío y no fluye con suavidad. Son instantes en los que tenemos la sensación de no estar haciendo lo que queremos y de estar haciendo lo que no queremos.

En los países nórdicos, la búsqueda de estimulación en lo cotidiano ha alumbrado la “tele lenta”: horas y horas de ver dos pájaros en su jaula o a una mujer tejiendo

Aburrirse de vez en cuando es inevitable. De hecho, hacerlo en determinados momentos es síntoma de inteligencia, y por eso muchas personas llegan a fingir apatía ante ciertos temas para parecer inteligentes. Pero es bueno recordar que la función principal del hastío es servir de termómetro de esa falta de aliciente que supone determinada actividad. El filósofo alemán Heidegger afirmaba que aburrirse sirve para tomar conciencia de que se tocó fondo, lo cual supone un buen trampolín para alcanzar la autenticidad.

Pero para usar esas sensaciones como estímulo, hay que transformarlas rápidamente. Si la persona que se aburre no actúa para cambiar una vez que escucha estas señales de alarma, corre el riesgo de hundirse en el hastío. El aburrimiento es un estado psicológico que debe ser efímero (por eso tendemos a olvidarnos de los momentos apáticos de nuestra vida) y sólo sirve para dar lugar a cambios vitales. Si se infiltra en nuestra vida, corremos el riesgo de acostumbrarnos a él. A las personas que se habitúan a la monotonía dejan de apetecerles las distracciones, porque suponen un contraste que les recuerda su inapetencia vital.

El aburrimiento no es un fenómeno moderno. De hecho, la literatura más realista refleja muy bien su papel en otras épocas. Desde La odisea hasta El extranjero, pasando por Don Quijote de la Mancha o Madame Bovary, huir del hastío es la mayor motivación de muchos personajes. Y son famosas las advertencias de los padres de la Iglesia contra la acedía, abulia existencial a la que los monjes medievales eran comprensiblemente más susceptibles. Su vida debía ser tan tediosa que hasta san Jerónimo les conminó: “Bebed, hermanos, bebed, para que el diablo no os halle ociosos”.

Pero no debemos confiarnos: a pesar de que vivimos en un mundo sobreestimulante como el actual, somos tan vulnerables al hastío como siempre. Muchos analistas (como el sociólogo Orrin Klapp) advierten de la dificultad para concentrarse en una sola tarea en un mundo conectado a internet y globalizado. El hastío sobreviene cuando ponemos nuestro deseo en algo que no es lo que está ocurriendo, una sensación muy fácil de sentir, por ejemplo, cuando se están siguiendo hipervínculos en la red. No nos concentramos en lo que estamos leyendo porque esperamos que esa web nos remita a otra más interesante aún.

Por eso hoy en día es más importante que nunca potenciar la capacidad de concentración en lo que estamos viviendo. Si no somos capaces de disfrutar de un mundo tan fascinante como este porque estamos esperando que venga algo mejor, el hastío se colará por todas las rendijas de nuestra vida. Y acabaremos intentando matar el aburrimiento sin darnos cuenta de que puede ser el aburrimiento el que nos mate a nosotros. Como a los dinosaurios y a los funcionarios.

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