Una universidad para el futuro

educación

Internet ya permite acceder a un curso de Harvard desde el pueblo más remoto del planeta. Y eso lo cambia todo. La revolución digital transformará por completo un sistema universitario que ahora ya arrastra problemas. Las facultades acogerán a estudiantes de diferentes edades y nacionalidades mientras que la educación virtual ganará terreno. La competencia será global. Y será feroz.

Vertical

La profesora Núria Massó da clase de Anatomía en la facultad de Ciencias de la Salud de la Universitat Ramon Llull (URL) en Barcelona con una tableta gigante que reproduce el cuerpo humano

Los padres de Google, Larry Page y Serguei Brin, se formaron entre los muros de la prestigiosa Universidad de Stanford. El fundador de Microsoft, Bill Gates, y el creador de Facebook, Mark Zuckerberg, frecuentaron el mítico campus de Harvard. Paradójicamente, la revolución digital que tanto ha cambiado nuestra sociedad ha tenido un impacto relativo en las instituciones donde se gestó. En esencia, el sistema de enseñanza no dista mucho del que practicaba Sócrates 2.500 años atrás: un profesor que imparte sus conocimientos o dialoga con un grupo de alumnos. Pero la irrupción de los MOOC (cursos on line masivos y gratuitos), la proliferación de másters y posgrados, la creciente movilidad de los estudiantes, la presión de los países emergentes, la financiación en un contexto de crisis y la globalización están alterando los esquemas. No hay marcha atrás. El dinosaurio académico se encuentra en plena mutación.

¿Cómo será la universidad del futuro? ¿Se impondrá el modelo virtual frente a las clases presenciales? ¿Se democratizará o será cada vez más elitista y superespecializada? ¿El sistema público es económicamente sostenible? ¿Cuál será la influencia del mercado? ¿Se mantendrá la tradicional relación entre enseñanza e investigación? ¿Cómo afectarán los cambios demográficos? En el universo académico hay confluencia en la necesidad de repensar la educación superior, pero las respuestas a estos interrogantes aún están lejos de generar consenso.

El fenómeno que ha precipitado el debate suena a claxon antiguo, pero también remite al sonido de una alarma, la señal que alerta de la llegada de un movimiento sísmico en todos los campus. Los MOOC se han extendido por la red como una madreselva. Existen sobre casi todo; desde técnicas para hablar en público hasta física cuántica, desde programación en HTML5 hasta el estudio de los grandes enigmas del universo.

“Miles de personas cursan uno o dos MOOC al año, muchos de ellos ofrecidos por centros universitarios líderes en el mundo, por lo que sería erróneo despreciarlos. No reemplazan una graduación, pero tampoco lo pretenden. En cambio, constituyen una vía práctica para las universidades de ofrecer oportunidades para el aprendizaje global a lo largo de la vida”, analiza la doctora Hellen Carasso, especialista en educación superior de la Universidad de Oxford, donde se forman las élites del Reino Unido y parte del extranjero.

Los MOOC, que permiten obtener una formación con un sello de prestigio desde casa, aunque sin titulación, seducen a millones de personas

La tentación de obtener una titulación que lleve el prestigioso sello de Oxford, Yale o Harvard desde el ordenador de casa y en pocas semanas o meses ha seducido a millones de personas. Se calcula que la mitad de los que logran finalizar la primera semana acaban el curso, pero eso no parece desvalorizar el invento. Ahí están Coursera, plataforma que aglutina la oferta de cursos on line de 800 universidades de todo el mundo, con más de siete millones de usuarios; edX, promovida por Google, con 2,7 millones de usuarios; Alison, con tres millones, o Udacity, con 1,6 millones. Unas cifras astronómicas para tratarse de una oferta que despegó en el 2012.

En España el fenómeno ha prendido con un entusiasmo digno de una milagrosa pócima anticrisis. Llegó de la mano de la Universidad Politécnica de Madrid y ya cuenta con plataformas como MiríadaX, que reúne cursos de una treintena de instituciones y 800.000 usuarios, o UniMooc, con 40.000, dirigido a emprendedores. La Comisión Europea cifra en 253 los programas MOOC en España, tantos como en el Reino Unido y Alemania juntos. Francia, más escéptica, ofrece 88.

“Es un fenómeno interesante pero pasajero. La mayoría de los MOOC consisten en digitalizar los contenidos y ponerlos en línea, pero el nivel de acompañamiento es bajo. Tienen un gran impacto externo, pero como modelo educativo no son una alternativa”, sentencia Carles Sigalés, vicerrector de docencia y aprendizaje de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC), pionera de la enseñanza en línea en España.

En su blog, el rector de la Universidad Complutense de Madrid, José Carrillo Menéndez, defiende el llamado movimiento open access (acceso abierto), por considerar que los ciudadanos “financian la investigación con sus impuestos”, por lo que “no es legítimo” que tengan que pagar por conocer los resultados.

Los MOOC y otros cursos en línea vienen como anillo al dedo a la llamada generación millenial, que necesita engrosar su currículum para estar en condiciones de competir en el escuálido mercado laboral. Pero hay otros factores que explican la formidable demanda. “El gran cambio es que la gente se forma a lo largo de toda la vida”, destaca Sigalés, a lo que suma un mercado nuevo: “El déficit de formación de los países emergentes –conocidos como los Brics– también entre los adultos”. De hecho, la expansión de la UOC, dice, se debe en parte al interés que suscita en muchos países de habla hispana.

A falta de trabajo, los jóvenes –y sus familias– invierten en educación, lo que ha favorecido una eclosión de másters y posgrados. Los centros han encontrado en esta oferta el filón para tratar de compensar una clamorosa falta de recursos, el otro gran caballo de batalla en el que se contraponen dos sistemas: el privado y el público, el anglosajón y el de países como España, Francia o Italia.

En Estados Unidos hay que ser de buena familia o endeudarse hasta las cejas para estudiar en una universidad de primera línea. El propio presidente, Barack Obama, alumno de Derecho en Harvard, acabó de devolver su crédito hace tan sólo ocho años. También se endeudan –aunque en unas condiciones especiales que sólo obligan a devolver el préstamo cuando se accede a un empleo medianamente remunerado– los estudiantes del Reino Unido, donde, a pesar de ser pública, la universidad tiene un coste elevado. Hace tres años, para afrontar la crisis, el Gobierno de David Cameron tomó la impopular decisión de triplicar las tasas. Mientras en España una matrícula cuesta 1.105 euros, al otro lado del canal de la Mancha alcanza los 11.200. Y el precio se dispara todavía más para los ciudadanos que no pertenecen a la Unión Europea.

La doctora Carasso ha participado en un estudio titulado Tasas más elevadas, ¿expectativas más elevadas? que concluye que el aumento de las matrículas no sólo no ha descorazonado a los aspirantes sino que los ha vuelto “más responsables y selectivos”. “Tienen más en cuenta el factor empleo”, destaca el estudio, que observa otro efecto positivo: la reducción de los niveles de abandono. En España, con 1,4 millones de universitarios, el porcentaje de bajas en el primer curso alcanza el 19% y entre los estudiantes becados, presumiblemente más motivados, se sitúa en el 13,5%, según los datos oficiales.

“Habrá un papel para las universidades públicas en el futuro, pero, en la mayoría de los países, sus ingresos no vendrán del gobierno. Se producirán cambios en la forma de compartir los costes entre estudiantes y Estado en las tasas de matriculación. Al mismo tiempo, nuevos modelos de universidades privadas y proveedores de cursos entrarán en juego, a menudo focalizados en competir por atraer a los estudiantes con titulaciones que podrán ofrecer, a un coste más bajo, buenas perspectivas de empleo”, previene Carasso.

¿Se avecina la universidad low cost? Esta idea aparece en el estudio de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) Educación superior en el horizonte 2030. De los cuatro supuestos que dibuja, tres plantean una “jerarquía más marcada entre establecimientos”. Es decir, aumentará la diferencia entre los centros de élite, que “atraerán más financiación, ofrecerán mejores condiciones de trabajo y prestigio y establecerán alianzas con universidades del mismo rango”, y el resto. La investigación se reservará a los primeros centros, mientras que los segundos deberán conformarse con la transmisión del conocimiento. Vaticina también el estudio una “liberalización de las tasas” y una competencia “feroz” entre las universidades “superestrellas”, que abrirán sucursales en el extranjero en régimen de “franquicias” y externalizarán parte de su investigación a países como India o Tailandia.

“Entrarán en juego nuevos modelos de universidades privadas y de proveedores de cursos, a menudo focalizados en competir por atraer a los estudiantes con titulaciones que podrán ofrecer, a un coste más bajo, buenas perspectivas de empleo”, vaticina Hellen Carasso, de la Universidad de Oxford

No está clara la forma que adoptará la Ryanair de la educación superior –¿edificios prefabricados donde se pagará hasta por tomar asiento o campus virtuales?–, pero la UOC se pone en guardia. “La enseñanza on line no significa de bajo coste”, advierte Sigalés. En cualquier caso, incluso en los centros presenciales, las aulas dejarán de ser el escenario principal de la transmisión de conocimiento. Las lecciones magistrales en un anfiteatro ante medio centenar de alumnos pasarán a la historia.

“La información que se puede adquirir por la vía digital llegará a los alumnos por este canal”, augura Andreu Ibarz, director general de Blanquerna-Universitat Ramon Llull (URL), el mayor centro privado de España. En su opinión, las clases presenciales sólo tienen sentido en “grupos reducidos y con contenidos prácticos”. Y si se puede utilizar tecnología punta, como la tableta interactiva gigante que ha estrenado este curso la facultad de Ciencias de la Salud de la URL para enseñar anatomía, mejor. El profesor deja de ejercer de oráculo para convertirse en un guía, función que ejerce a menudo a través de internet.

“Uno de los mayores retos es la movilidad de profesores y alumnos. Significa que las universidades compiten con otras de todo el mundo para atraer a los mejores. Es también una oportunidad, se abren posibilidades de colaborar en investigación con socios internacionales”, analiza Carasso. La competencia, la internacionalización y la investigación están en el corazón de un debate en el que vuelven a chocar dos modelos: el anglosajón, que funciona con criterios de rentabilidad social y económica promoviendo la inversión privada, y el de países latinos, donde prima el acceso masivo a una universidad “históricamente alérgica al mundo empresarial”, en palabras del doctor Ibarz.

El desprecio hacia lo que los franceses denominan peyorativamente “la Universidad Coca-Cola” –en alusión a la capacidad de influencia de las grandes corporaciones que financian proyectos universitarios– permite mantener la pureza académica, pero no resulta muy útil a la hora de costear una investigación cada vez más onerosa en tiempos de vacas flacas. “Mientras España ha apostado por compensar los recortes a base de aumentar el número de estudiantes y proponer más cursos de posgrado y másters, Estados Unidos ha optado por duplicar la inversión en investigación para producir más patentes que generen beneficios después”, ejemplifica Xavier Caseras, doctor en Psicología en la Universidad de Cardiff, uno de los establecimientos punteros de Gran Bretaña en psicología clínica y biomedicina.

“Uno de los problemas de la universidad pública en España es que quiere llegar a todo. ¿Qué calidad se puede ofrecer cuando tienes 87.000 estudiantes, como la Complutense?”, plantea Ibarz, cuyo establecimiento –la URL– engloba una constelación de centros, entre ellos la escuela de negocios Esade, y que apuesta por la “excelencia” y la “especialización” para poder competir con las universidades europeas. La misma filosofía sigue la Universitat Pompeu Fabra (esta, pública), cuyos estudios de economía y biomedicina gozan de prestigio mundial.

La tesis del exceso de oferta es rebatida con números por el rector de la Complutense: “En Estados Unidos hay 309 millones de habitantes y 3.277 universidades, es decir, una universidad por cada 94.000 habitantes; en el Reino Unido hay 61 millones de habitantes y 241 universidades, una por cada 253.000 habitantes. En España somos 47 millones y tenemos 79 universidades, es decir, una por cada 582.000 habitantes. ¿Dónde está la sobredimensión?”.

“El futuro de la educación superior pasa por realizar una investigación útil, que permita retornar a la sociedad la inversión que ha realizado. En España, esta cultura aún está pendiente” sostiene Jordi Llabrés, vicerrector de innovación y transferencia de la Universitat de les Illes Balears (UIB)

Jordi Llabrés, vicerrector de la Universitat de les Illes Balears (UIB), la primera de España en contar con un vicerrectorado de innovación, defiende un modelo híbrido. “El futuro pasa por realizar una investigación útil, que permita retornar a la sociedad la inversión que ha realizado. En España esta cultura está pendiente”, opina Llabrés, que lidera un programa de cooperación con empresas.

Su visión entronca con las tesis de Carasso: “La universidad será cada vez más el hogar de los blue skies (expresión que define la investigación básica, que no tiene un objetivo práctico aparente) y tendrá el potencial para comercializar sus hallazgos, a través de patentes y de la creación de spin-outs (compañías que permiten a las universidades comercializar el resultado de sus investigaciones). Las instituciones deberán salir a buscar ingresos en fondos filantrópicos, en la línea del modelo norteamericano”.

Para Caseras, “la universidad del futuro no puede ser una escuela de niños grandes, sino un lugar donde se fabrica conocimiento y se transmite”. A su juicio, el planteamiento anglosajón es más “racional”. “En Gran Bretaña el Gobierno evalúa los centros de investigación de acuerdo con lo que aportan a la sociedad y les renueva la financiación en función de los resultados”, explica el doctor en Psicología, que dejó la Universitat Autònoma de Barcelona para poder consagrarse a la investigación. En su departamento en Cardiff hay media docena de españoles. “Invertir en formar a unos estudiantes para que después los que destacan se vayan al extranjero es un fiasco”, lamenta.

En el terreno de la internacionalización, la universidad anglosajona cuenta con la mejor arma: el inglés, el idioma franco del mundo global. En España cada vez más cursos se realizan en la lengua de Shakespeare, pero aún queda camino por recorrer.

La obsesión por aparecer en lo alto de los rankings también se encuentra en plena revisión. “Cada universidad tiene su propia misión y prioridades. Los palmarés ponen nota sobre la base de un modelo de calidad, ignorando otras definiciones legítimas de calidad”, cuestiona Carasso. “Harvard ostenta el récord de premios Nobel, pero en el futuro se tendrán en cuenta otros parámetros, como el número de alumnos que encuentran trabajo”, corrobora Ibarz.

Todo indica que las universidades que sobrevivirán al proceso de reestructuración acogerán a alumnos de diferentes edades y nacionalidades conviviendo en un espacio cada vez más virtual. Especialización y conexión con la demanda social serán claves para seguir en la carrera. La mutación puede ser espectacular, pero algunos valores seguirán vigentes. Lo dijo Nelson Mandela: “La educación es el arma más poderosa que puedes usar para cambiar el mundo”.

Vertical

Un grupo de estudiantes prepara un proyecto sobre gestión de relaciones públicas en la cafetería de la facultad de Comunicación de la URL

Vertical

Estudiantes a punto de entrar en un examen de final de trimestre en el edificio Jaume I de la Universitat Pompeu Fabra, en Barcelona

Vertical

Un aula llena de alumnos en pleno examen y otra vacía en la Pompeu Fabra

Mostrar comentarios
Cargando siguiente contenido...