Viñas rojas

Economía

El despertar de China a la cultura del vino ha desencadenado una fiebre compradora en Francia de los más exclusivos 'châteaux' de Burdeos y Borgoña. En los últimos seis años, más de un centenar de fincas con denominaciones de prestigio han pasado a manos de magnates del gigante asiático. Es un fenómeno creciente... que amenaza con cruzar los Pirineos.

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Richard Shen Dongjun, presidente de una empresa de joyería, posee el Château Laulan Ducos

Entre los hermosos châteaux que jalonan la ruta de los grandes vinos de la Côte d’Or, en Borgoña, el de Gevrey-Chambertin es uno de los más emblemáticos y no sólo porque se trata de un castillo del siglo XII clasificado monumento histórico. Sus antiguos viñedos producen el que fue el vino favorito de Napoleón Bonaparte. Un caldo potente, de aroma y color intensos. Todo un símbolo del patrimonio vitícola francés, adquirido en el 2012 por… un magnate chino.

“Es como si hubiéramos vendido el alma de nuestros ancestros”, deplora Jean-Michel Guillon, presidente del sindicato de viticultores de Gevrey-Chambertin, una de las denominaciones de origen más famosas de Borgoña. La finca, con su histórico castillo fundado por la orden de Cluny y sus 2,5 hectáreas de viña, que producen entre 10.000 y 12.000 botellas al año, se valoró en 3,5 millones de euros. El sindicato ofreció hasta cinco para preservar la identidad francesa de tan singular propiedad. Sin embargo, ante el cheque de ocho millones que extendió sin pestañear Louis Ng Chi Sing, los herederos se olvidaron de toda veleidad patriótica y aceptaron la oferta del potentado que gestiona la mayor parte de los casinos y los hoteles en Macao.

La llegada del capital chino a Borgoña causó gran alarma por su carga sentimental –no en vano fue Napoleón quien ordenó clasificar los vinos para distinguir la excelencia–, pero es peccata minuta si se compara con el desembarco asiático en el área de Burdeos. “En los últimos seis años, sólo en esta región se han vendido un centenar de bodegas a compradores chinos. La cosa se ha calmado un poco en los últimos tiempos, pero el interés se mantiene. Cada mes, recibo entre dos y tres visitas de estos inversores”, precisa Geoffroy Braichotte, consejero de Vinea, sociedad francesa especializada en transacciones de propiedades vitícolas. ¿Qué buscan estos nuevos ricos? “Hoy se centran en las fincas con buenos inmuebles y poca viña. La mayoría son hombres de negocios para los cuales el vino de burdeos representa el colmo del lujo y de la sofisticación. Compran el estatus de viticultor, en general más por una cuestión de imagen social, de mostrar que han triunfado”, constata.

El magnate Louis Ng Chi Sing compró el ‘château’ Gevrey-Chambertin, que produce el que fue el vino favorito de Napoleón; la mansión valía 3,5 millones, el sindicato local ofreció 5, él puso 8 sobre la mesa

Según el especialista, este perfil convive con otro de vocación más profesional, que busca viñas en una zona con denominación de origen de prestigio como inversión o para hacer negocio en su país, donde cualquier caldo que lleve una etiqueta con resonancia gala se asocia a la calidad. “Un vino de segunda categoría que en Francia se vendería a tres euros, en China se convierte en un preciado néctar que alcanza los 15 e incluso los 100 euros”, ejemplifica Braichotte. El primero en desenfundar su abultada cartera en la región de Burdeos fue el magnate Zuochang Cheng, del grupo inmobiliario Longhai Group. En el 2008 compró 30 hectáreas del domaine Latour-Lagueus, coronado por un magnífico château con torreones, donde su hija Haiyan se ejercita en el arte de la viticultura. Le siguieron otros con viñedos en denominaciones como Lalande Pomerol, Saint Emilion, Cugat, Grand Mouëys, Chenu-Lafitte, Latour-Laguens…

En el 2012, Vicki Zhao Wei, cantante y actriz tan célebre como rica en China, se convirtió en la orgullosa propietaria del Château Monlot, con siete hectáreas de Saint Emilion gran cosecha. Poco después compró el de Patarabet, de nueve hectáreas. Para Richard Shen Dongjun, director del grupo del sector del lujo Tesiro, la adquisición en el 2013 del Château Laulan Ducos rubricó la culminación de su exitosa carrera. Él forma parte del 80% de inversores chinos que, según Geoffroy Braichotte, “se dedican a otras actividades, visitan su dominio dos o tres veces al año y confían la explotación de las viñas a expertos locales”.

En cambio, el propietario del Château de Viaud está lejos de ser un amateur caprichoso en busca de estatus social. Se trata del gigante agroalimentario Cofco, de capital estatal chino y primer productor de vino del país. También para ampliar horizontes, Steve Loo Cheung-Keung, director de Carlico, grupo agroalimentario de Hong Kong especializado en la importación, se hizo en el 2012 con el Château Lagarosse. Similar apuesta ha realizado Jinshan Zhang, magnate del grupo Ningxiahong, con la adquisición del Château Grand Monëys. “El 60% de la producción se vende en China, pero continuamos comercializando en Francia, porque aquí es donde se fabrican la credibilidad y la imagen”, admite el director de la bodega, Yang Cheng.

La pasión por el vino se ha disparado en China. En el 2013, se descorcharon 1,86 billones de botellas, cifra con la que destronó a Francia como mayor consumidor de tinto del mundo. Y es el primer importador de Burdeos, con unos 71 millones de botellas al año.

Esta región reúne todos los requisitos para atraer a los nuevos capitalistas chinos: concentra 8.000 propiedades presididas por majestuosos châteaux con bodegas de fama internacional. Nombres como Lafite o Latour hacen soñar en un país que despierta a la cultura del vino. El documental Red Obsession refleja el aura que rodea la zona, condiciones naturales únicas y una serie de aciertos comerciales. Las altísimas puntuaciones concedidas a los grandes vinos por el prestigioso crítico Robert Parker han tenido mucho que ver en la inflación de unos precios que cíclicamente se disparan hasta el punto de que determinados caldos se vuelven demasiado valiosos para beberlos. En octubre del 2010, tres botellas de Château Lafite-Rothschild Vintage 1869 se subastaron en Hong Kong por 1,8 millones de dólares cada una. ¿Quién puede permitirse semejantes sumas? Tipos dispuestos a pagar por una selecta botella lo que cuesta un jarrón de la dinastía Ming. Como el empresario de juguetes sexuales Peter Steng, propietario de una colección de vinos valorada en 16 millones de dólares, o el industrial George Tong, cuya bodega podría cotizar en bolsa.

“En China la crisis del 2008 apenas se notó. Aquí se cree que el buen vino siempre será un valor al alza. Todo el mundo tiene la fiebre roja”, sentencia, en alusión al tinto, Jeannie Choo Lee, primera mujer asiática en conseguir el título de Master of Wine. Lee defiende la inversión en Borgoña de Chi Sing, de quien elogia su “gran pasión” por el vino. “Es una inversión sentimental, no un golpe financiero”, se justifica el magnate del juego.

El hecho de haber confiado sus cepas a los mejores especialistas de la zona ha calmado un poco los ánimos, pero no el recelo de aquellos que consideran el vino un pilar de la identidad gastronómica del país como lo son el foie o el roquefort. La subida del precio de los terrenos provocada por la irrupción de inversores ajenos a la región también preocupa. “Las descalificaciones utilizadas a raíz de la compra del château de Gevrey-Chambertin se deben al despecho por no haber podido comprarlo. Reflejan la inquietud de los productores locales, que tienen miedo de no poder conservar su patrimonio, puesto que si los precios siguen al alza, sus herederos no podrán hacer frente a los impuestos de sucesión”, cuenta Cecile Ma­thiaud, portavoz del sindicato de viticultores de la zona. Reconoce, sin embargo, que este efecto no se debe únicamente a los inversores extranjeros, sino también a la compra de viñedos por parte de grandes grupos de lujo franceses. En el 2005, François Pinaud (Kering) compró la finca Angela, y el pasado año, Bernard Arnault (LVMH) adquirió Clos Lambre.

En Burdeos este efecto colateral ha alcanzado cotas estratosféricas. Según Braichotte, el precio de la hectárea de viña oscila entre los 15.000-20.000 euros y los tres millones euros en función de la denominación de origen. La de Saint Emilion se cotiza a 80.000 euros, mientras que la de Margaux, Medox o Saint Julien ronda los tres millones. La evolución ha bene­ficiado a algunos de los primeros inversores chinos, que después de modernizar la propiedad y de distribuir el vino en su país revenden a compatriotas ávidos de pedigrí francés. El grupo Haichang (energía, transportes), que posee 20 châteaux en la zona, se dispone a ceder cuatro a hombres de negocios asiáticos. Al parecer, candidatos no faltan.

“Tradicionalmente la región ha atraído a compradores extranjeros, primero fueron británicos y holandeses y luego norteamericanos y japoneses. Ahora es lógico que sean los chinos los que vengan”, relativiza el experto inmobiliario. En su opinión, tampoco hay motivo para rasgarse las vestiduras. “No se llevan los châteaux a China, sino que vienen aquí a aprender”, subraya.

Los millonarios asiáticos ya han cruzado los Pirineos y empezado a interesarse por los viñedos españoles, los visitan y tantean el terreno, pero por el momento no se deciden a dar el paso definitivo

Pero no todo el mundo acepta con este espíritu la invasión de estos forofos del vino llegados del continente asiático. En junio del 2013, un grupo de seis estudiantes chinos de enología fue agredido en la población de Hostens por jóvenes locales en un acto condenado y calificado de “xenófobo” por el Gobierno de François Hollande. “Algunas de las antiguas familias vitícolas de Burdeos aseguran que nunca venderán a un chino”, confía Philippe Couperie-Eiffel, heredero de Gustave Eiffel y gestor de la marca que vela por la utilización del nombre y la conservación de su patrimonio arquitectónico. El padre de la Torre Eiffel legó a sus descendientes un viñedo, el Château Vacquey, cuyo vino se comercializa hoy con su nombre. Aunque esta no sea su principal actividad, Couperie-Eiffel forma parte de la alta sociedad de Burdeos y conoce bien el sector. “Uno no se improvisa viticultor. Los chinos piensan que comprando una propiedad de 10 o 15 millones de euros realizan una inversión extraordinaria. Pero este tipo de fincas de producción limitada no son fáciles de rentabilizar. Se necesita tiempo, dedicación y un savoir faire que no se adquiere de la noche al día”, argumenta. “Un buen burdeos es comparable a un Mercedes, requiere un estándar de fabricación elevado”, apostilla. Está convencido de que “el mundo del vino es muy solidario, y el alma del negocio se queda en Burdeos”. Principalmente, porque “las bodegas que hacen gran lujo cuestan demasiado dinero, ni siquiera los chinos se las pueden permitir”. Estamos hablando de tierras que producen vinos míticos, como Petrus, valoradas entre 1.000 y 2.000 millones de euros si estuvieran en venta, que no es el caso. “No tienen ninguna necesidad, ganan un disparate”, concluye Couperie-Eiffel, para quien es “muy probable” que “la moda” que cunde entre los nuevos ricos chinos llegue a España.

¿Cabe esperar su aterrizaje en bodegas de La Rioja, el Priorat o Ribera del Duero? Para Braichotte, no hay duda de que, una vez hayan educado el paladar, “se fijarán en otros países productores como España o Italia”. De hecho, ya han empezado a cruzar los Pirineos, aunque, por el momento, se han limitado a tantear el terreno.

“Los chinos se han cansado de que los engañen como chinos. El boom del burdeos continúa, pero las ventas han bajado. Ahora ya tienen la bodega llena de grandes cosechas y la fiesta ha parado”, afirma Juan Manuel Bellver, director de Lavinia en España, escéptico ante un posible desembarco de magnates cargados de yenes en las bodegas ibéricas. Por un lado, porque es un mercado muy cerrado, con pocas explotaciones de renombre. Por otro, porque los inmuebles carecen del glamur de los châteaux franceses.

Según varios expertos del sector, el interés existe, las visitas se multiplican, pero luego son menos entusiastas. Estos contactos se desarrollan en medio de una gran discreción, por lo que si hay alguna operación en curso –los chinos tienen fama de ser negociadores imprevisibles–, seguramente sólo se conocerá una vez llegue a buen puerto. “Creo que de momento no reproducirán en España lo que han hecho en Francia”, opina Oriol Guevara, consultor vitivinícola para la producción y comercialización de vinos en todo el mundo. “No tienen cultura del vino, para ellos es una pura cuestión de ostentación, necesitan que alguien les descubra que hay cosas interesantes más allá de la fascinación que ejerce el burdeos”, resume.

De esto ya se están empezando a encargar influyentes creadores de opinión en la sociedad china, como la escritora y enóloga Wu Shuxian. “A mis compatriotas les digo que beber un rioja es como amar a tu marido: puedes beberlo a diario, en casa y cuando quieras, mientras que el tinto de Burdeos es como un amante, muy excitante y muy caro, que sólo puedes saborear de vez en cuando”, defiende en un peculiar ejercicio de diplomacia. A diferencia del burdeos, el rioja depende menos del mercado chino, que ocupa el séptimo lugar en la lista de importaciones de esta DO. De hecho, el principal mercado del vino francés se está convirtiendo en su competidor.

Después de tomar nota en Francia, los enólogos chinos aplican su conocimiento en las bodegas de su país, cada vez más extensas y potentes. La tendencia ha disparado las alarmas hasta el punto de que el grupo LVMH se ha lanzado a comprar su primer viñedo allí donde se encuentra la economía más pujante del planeta. Un gigante cuyo potencial intuyó Napoleón en una premonitoria frase: “Aquí reposa un dragón dormido, dejadle dormir, porque cuando se despierte sorprenderá al mundo”. Aunque, seguramente, jamás pensó que un día el dragón se apropiaría incluso de su vino favorito.

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Shen Dongjun trabajando en sus viñedos de la zona de Burdeos

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El empresario chino Shen Dongjun revisando una botella de su producción

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Alumnos chinos en las clases de la escuela CAFA de Burdeos

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El castillo Gevrey-Chambertin (Borgoña) fue comprado por un magnate chino

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Francois Leclerc, dueño del Domaine Rene Leclerc, en la Borgoña

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