Argentina, el norte de los infinitos colores

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Los 150 kilómetros de la Quebrada de Humahuaca, por su valor cultural y natural, fueron declarados patrimonio de la humanidad por la Unesco. Aunque cada año recibe más visitantes, esta zona, en la provincia de Jujuy, sigue siendo la Argentina más desconocida.

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Un autocar trepa por uno de los cerros

Dice Cacho, jujeño de nacimiento, que es culpa de ellos, los jujeños, que no saben promocionarse. Así, normalmente, los turistas aterrizan en el aeropuerto de Salta, la provincia vecina, y desde allá recorren Jujuy, pensando, muchos, que no se han movido de la primera provincia.

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Cacho, con su rostro flaco y arrugado y mientras va mascando hojitas de coca, siguiendo la tradición norteña, se lamenta de que “Jujuy tiene de todo: agricultura, petróleo, agua, la industria del tabaco más grande del país, un lugar que es patrimonio de la humanidad… y, sin embargo, es una de las provincias más pobres de Argentina”. Él vive en San Salvador de Jujuy, la capital de la provincia y punto de arranque de este viaje, durante el cual esta queja de la pobreza se repetirá más de una vez.

La Quebrada de Humahuaca es un puñado de pueblos hilados por la Ruta Nacional 9, anclados en los valles de grandes montañas áridas y con tantos colores que parecen talladas a mano. Son pueblos que apenas conocen el asfalto, llenos de casitas de adobe –el mejor material para climas de altura, dicen, por su carácter térmico– y rara vez de más de dos pisos.

Purmamarca y su cerro

Se considera que la Quebrada empieza en un pueblo llamado el Volcán. Ahí ya se puede observar el cambio de paisaje: de cerros frondosos y matices verdes a majestuosas montañas con la roca de colores y con cardones (grandes cactus) a cada paso. Subiendo por la carretera, el río Grande siempre está al lado, con mucha más anchura de tierra que de agua corriendo.

Un cartel anuncia que, desviándose a la izquierda, se encuentra Purmamarca. Al entrar, como en hasta el más minúsculo pueblo en el norte argentino, se ve la iglesia, en este caso, la de Santa Rosa de Lima, construida en 1648 y que es monumento nacional. Alrededor se formó el pueblo y quedaron en el centro tanto la iglesia como la plaza. Hoy, rebosa de puestos de artesanía donde reina la ropa de lana de llama y alpaca, porque aunque el sol veraniego arrase hasta pelar la cara del viajero, las noches, a más de 2.300 metros de altura, son frías. A las 6 de la tarde, los turistas vuelven de sus excursiones y en las calles se levanta un polvillo, restos de montaña, que lucha con las pestañas. Enfrente está el cerro de los Siete Colores, plantándole cara al pueblo y coloreando los ojos de las gentes del lugar cada día. Es el cerro más famoso y promocionado de la Quebrada, aunque dicen los que saben que más adelante hay otro, más alto, más colorido, menos conocido.

Tilcara, la capital

Se ve desde lejos. Se sabe que se está llegando a Maimará porque antes ya se divisa La Paleta del Pintor. Se trata de un cordón montañoso que, desde kilómetros antes, se impone a su entorno. Son triángulos de roca sobresaliendo del cerro en láminas de colores tierra, amarillo, rojizo.

Este lugar, y toda la Quebrada, hubo un tiempo en que estuvieron bajo el mar, y a este hecho se atribuye el colorido escenario.

Gladys, la mujer de Cacho, tiene una casita en Maimará adonde va algún fin de semana y, sobre todo en febrero, durante los carnavales, los más famosos de Argentina. Durante varias semanas, Jujuy multiplica su población, atrayendo a gente de todo el país y de más allá, con sus fiestas, músicas y bailes.

“Tilcara para mí es lo más lindo, hay mucha vida, pero en los últimos años se llenó de hoteles y de segundas residencias y la gente está muy enojada con esto”, apunta Gladys, seria.

En los últimos años, el pueblo creció extraordinariamente hasta convertirse en la capital turística de la Quebrada. Por su centro pasean cada día de verano centenares de turistas curiosos, que compran recuerdos en las decenas de negocios dedicados al turismo. Aun así, Tilcara mantiene su esencia, el ritmo de vida pausado, sus callecitas de tierra y ripio y los andares de sus habitantes. Se ven mujeres todo el día trabajando de acá para allá, vistiendo su ropa típica (pomposa y colorida), que atrae flashes todo el rato. Delante de sus parrillas asan tortillas norteñas (una masa de pan con grasa) y preparan “humitas en su chala” (una pasta de choclo y queso, la comida típica del lugar).

El sol se apaga, y ellas y ellos, los de siempre, vuelven a sus casas cabizbajos, humildes, dejando apenas ver su rostro tostado por un sol tirante que no perdona ni un solo día.

Humahuaca y sus 14 colores

Unos cien kilómetros más adelante, pasando Huacalera –un lugar orgulloso de que por allá pase el trópico de Capricornio– se llega a Humahuaca, la única reconocida oficialmente como ciudad, aunque no lo parezca. Humahuaca es el lugar que mantiene más fielmente su arquitectura colonial, sobre todo en su centro, todavía con calzadas empedradas y edificios de barro. “Lo intentaron, pero ningún hotel pudo colocar su sucursal acá, siempre que lo intentaron la gente del pueblo lo paró”, presume Marisa, propietaria del pequeño hostal La Antigua.

Desde casi cualquier parte de la ciudad se ve El Indio, que se levanta en la plaza principal, presidiendo una escalinata rodeada de jardines. Todos llaman así a este monumento de bronce coronado por un hombre fuerte, con el puño en alto y pose de victoria, que homenajea a los héroes de la independencia, es decir, al Ejército Argentino del Norte, que dicen que libró en Humahuaca 14 batallas (durante la independencia de la monarquía española, en el siglo XIX).

Humahuaca es la puerta de acceso a la joya escondida de este norte que todavía muchos no conocen. “Es una de las maravillas de la Argentina, junto con el glaciar Perito Moreno o las cataratas de Iguazú, pero no tan reconocida; y mejor así”, dice Carlos, hermano de Marisa y copropietario del hostal. Se refiere al Hornocal, que algunos bautizaron como Cerro de los 14 Colores, aunque si se cuentan sus matices, se encuentran más.

Al Hornocal se puede llegar a pie, caminando ocho horas; en bici (otras tantas) o en camioneta, lo más común. La Ford Ranger trota montaña arriba, por unos caminos que tienen apenas 20 años. Lo explica Benítez, conductor y guía, oriundo de la comunidad del Hornocal, que no llega a ser pueblo y se sitúa en la falda del cerro. Benítez baja cada día a Humahuaca en busca de turistas. Calla más que habla. “Sólo hace tres años que se hacen excursiones al Hornocal, y la entrada que se cobra (6 pesos argentinos, unos 0,40 euros) es para la comunidad”, explica, casi susurrando. Y agrega que lo único que ha cambiado del paisaje son los caminos que permiten circular coches. Antes, en la época de su infancia, era cotidiano para Benítez y otros del pueblo transitar el sendero hasta Humahuaca a pie, ocho horas, para ir a estudiar o a trabajar.

Arriba, enfrente del majestuoso cerro, un cartel de madera informa de algo que ya habían notado los pulmones: la altura es de 4.300 metros. Delante se alza el Hornocal, 5.000 metros de piedras donde no cabe un color más. Parece más ficción que realidad. Aquí el viento sopla fuerte, la altura hace de cada paso un gran esfuerzo. Pero vale la pena para estar, aunque sea sólo por un rato, junto a este regalo de la naturaleza.

Un recorrido armónico con el entorno

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Los patios de Lucí son uno de los mejores lugares de la Quebrada para degustar comida autóctona, como la carne de llama, la humita o el locro (un guiso norteño).

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Excursión al Paseo de los Colorados, un recorrido por un sendero de tres kilómetros por los cerros de alrededor del pueblo que permite explorar el lugar.

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Alojamiento El Reposo del Diablo (Reposodeldiablo.com), un lugar tranquilo y armónico con su entorno, desde donde se puede visitar la Quebrada.

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Una calle de Iruya, en la región, aunque pertenece a la provincia de Salta

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Uno de los ritos del carnaval, toda una fiesta en Jujuy

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El Indio, monumento a los héroes de la independencia argentina, preside Humahuaca

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