Birmania, una nueva luz

Viajar

Los años de letargo y represión bajo la dictadura militar se van evaporando. Ahora Birmania ha abierto puertas y ventanas para ofrecer sus mundos legendarios, sus pagodas, monasterios y una burbujeante vida urbana.

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Una librería repleta hasta los topes en Bagán; la restricción y prohibición de libros ha sido una constante durante la dictadura

¿Planchar billetes de cien dólares en la habitación de un hotel en Rangún? Alisar con cuidado la cara de Benjamin Franklin se convierte en el único pasaporte para moverse por la última joya asiática que acaba de despertar al mundo. “Los billetes tienen que estar sin marcas, sin huellas y sin ni siquiera un rasguño”, advierten unos amigos birmanos antes de partir para su país. ¿Quién iba a tomarlo tan en serio? Ahora, la colada monetaria se convierte en una obligación para después apelar a la amabilidad del banquero y rogar que los acepte en una capital donde los cajeros son seres de otro planeta. Birmania se despereza de un eterno letargo provocado por una de las dictaduras más férreas de todos los tiempos. No es que los militares se hayan marchado después de 60 años en el poder, ni mucho menos, pero sí que han decidido comenzar a abrir el país. El turismo ha respondido fervoroso a la llamada que la líder espiritual de Birmania, la premio Nobel Aung San Suu Kyi, hizo en el 2011 al pedir el fin del boicot turístico que solicitó en 1992. Desde ese día, el peregrinaje de viajeros desde todos los rincones ha sido constante. Hoy el país parece haber comenzado a florecer.

En Birmania, hasta hace apenas unos años, los 65 millones de almas que lo habitan tan sólo disfrutaban de desfiles militares en la televisión y de conciertos tradicionales; ahora todo un mundo de teleseries enlatadas y shows han conquistado sus corazones. Flowers and Butterflies es la serie de moda que tiene atrapados a los jóvenes ante el televisor, igual que una especie de remake de la célebre Betty la Fea con monjes y reencarnaciones. Birmania es un diamante en bruto, y la conquista occidental no tiene fronteras: centros comerciales, anuncios de moda y hasta concursos de belleza inundan las calles de la capital.

“Los jóvenes tratan de aunar tradición y nuevos tiempos: ellos llevan chaquetas a la última sobre el tradicional longyi; ellas, las mejillas cubiertas con terracota y un bolso de marca al hombro”

Hoy es el festival de la Luna Llena en Birmania, y las velas inundan la pagoda de Shwedagon, en el centro de Rangún. Su cúpula dorada, visible desde cualquier rincón de la ciudad, se dice que contiene más oro que todas las reservas del Banco de Inglaterra. Con la puesta de sol, los rayos restallan contra el oro de sus 93 metros de altura impregnando la ciudad de una calidez y una belleza deslumbrantes. Hay infinidad de velas y de gente que colman cada centímetro cuadrado del recinto custodiado por decenas de inmensas estatuas de Buda. Sorprende que la mayoría de los devotos no tenga más de 20 años. Los jóvenes de la nueva Birmania tratan de unificar la tradición con los nuevos tiempos, tan sólo hay que fijarse en su vestimenta. Ellos llevan chaquetas a la última sobre el tradicional longyi, mientras que ellas aún llevan las mejillas cubiertas con tanaka –tradicional terracota que las protege del sol– y un bolso de marca al ­hombro.

El hervidero que puebla la pagoda sólo tiene ojos ahora mismo para el monje que acaba de dar la orden de comenzar el ritual. Prácticamente toda la ciudad enciende las velas al unísono en un silencioso y alegre compás. Mriy, una chica de unos 19 años, se acerca tímida a unos extranjeros cercanos. “¿Cómo es vivir en Europa?”, les pregunta. Ella es la joven del grupo de amigas que mejor habla inglés en un país en el que, a pesar del ostracismo de estas décadas de dictadura, el alma curiosa de los birmanos es inagotable. Leían a escondidas los libros prohibidos por el régimen, y cuando la universidad fue cerrada, los jóvenes decidieron llevar el conocimiento a la calle. Montones de viejos volúmenes se mezclan desde esos días con pósters de cascadas o imágenes de Buda. A ritmo de fotocopia y clandesti­nidad, los birmanos se han formado en numerosas disciplinas.

El avión anuncia el aterrizaje en uno de los parajes más hermosos del mundo: los templos de Bagán. Tras la ventanilla comienzan a sucederse las 2.200 pagodas que se extienden hasta el infinito en la planicie de lo que fue el primer imperio birmano, creado en el 1057 por el rey Anawratha. La mirada se colma de una belleza sobrecogedora. “Es como si hubieran colocado todas las iglesias góticas del mundo en un solo lugar”, decía Donald Stadtner, autor del libro Los lugares sagrados de Birmania. Aunque aún no está declarado patrimonio histórico de la humanidad debido al bloqueo de la Unesco como medida de presión a la dictadura, este es uno de los lugares más espectaculares de Asia.

La antigua capital, que una vez fue un magnífico reino con unas 13.000 pagodas, se extendía a lo largo de 104 km2. Sus templos se convirtieron en un centro cosmopolita de referencia en Asia donde estudiar religión, medicina, astrología o gramática.

A lomos de una destartalada bicicleta de alquiler se puede llegar pedaleando a los templos para ver amanecer en la planicie del antiguo reino de Bagán. Desde lo alto de una de las pagodas, la de Shwe Sandaw, el silencio es monumental. Nadie parece respirar, todos mantienen los sentidos aguzados mientras el sol empieza a entreverse en el horizonte. Lentamente la planicie se colma de luz y la figura de las más de 2.000 pagodas que todavía están en pie comienza a dibujarse lentamente ante los atónitos ojos. Respirar, sentir y dejarse sorprender por la belleza es lo que susurran allá abajo los más de mil años de historia.

Amanece en la planicie del antiguo reino de Bagán y, en medio de un silencio total, el sol ilumina las más de 2.200 pagodas que aún quedan en pie

Para adentrase en el corazón del país hay que navegar el que aquí llaman el río de la Fe, el Irrawaddy, de la mano del singular Road to Mandalay, un hermoso barco de principios de siglo, perfectamente remodelado, que se desliza lentamente por las aguas de color chocolate hasta el alma del reino colonial que fue Mandalay. El amable Irrawaddy (o Ayeyawady), vertebra el país.

Amanece, y el leve susurro del agua al rozar la cubierta del barco despierta a los viajeros, porque el Road to Mandalay no sólo es un medio de transporte sino también una forma de viajar. Recorre 1.200 kilómetros, se deleita en saborear sus rincones y ofrece tiempo para aprender de una tierra que regala sus colores más auténticos desde la cubierta. Estas son las aguas que inspiraron a tantos escritores y traen el recuerdo de George Orwell, que tanto amó y odió estas tierras.

Los días se van difuminando al ritmo de los pastores con sus ovejas junto al río, las cabañas y el paso de los pequeños botes de pescadores hasta que de pronto el barco pasa uno de los nuevos puentes de hierro que anuncian la entrada en Mandalay. Los evocadores versos de Rudyard Kipling en su poema Road to Mandalay dan la bienvenida al último de los enclaves reales de Birmania. Las palabras del poeta inglés se cuelan en cubierta evocando los nombres de aquellos lugares que la Junta Militar volatilizó al llegar al poder. Los militares comenzaron su gobierno cambiando los nombres a casi todo lo existente, de ahí la confusión entre Myanmar, el nuevo nombre oficial, y Birmania, el que muchos birmanos prefieren mantener como protesta ante la falta de libertad. Como dice Smith, el protagonista de 1984, de Orwell: “No queremos perder los nombres, son nuestra memoria”. Ellos siguen llamando a su país Burma, y al río, Irrawady, y su sonrisa sigue habitando en sus rostros al pronunciar estas palabras porque hasta ahora eran su secreta lucha contra el régimen. Hoy ya pueden pronunciarlo en alto sin el temor de ir a la cárcel.

Una tierra legendaria

►El lago inle

Un pequeño paraíso donde reencontrase con la naturaleza. Sorprende la imagen del pescador que con una increíble habilidad maneja el timón con un pie mientras pesca con unos cónicos gigantes. El lago también ofrece santuarios naturales con infinidad de especies de pájaros, pequeñas cabañas de palafitos (clavadas con pilares sobre el agua) y templos budistas. En el embarcadero de Nyaung-schwe se alquilan embarcaciones.

►Un balcón sobre las aguas

El río Irrawaddy ha inspirado a decenas de escritores. No hay nada como dejarse deslizar dejando la vida birmana pasar alrededor desde la cubierta de uno de los barcos con más historia que recorren sus aguas: el Road to Mandalay, una institución. www.belmond.com.

►Libros macizos  

En la pagoda Kuthodaw, situada en Mandalay, se encuentra el libro más grande y pesado del mundo. Las enseñanzas de Buda aparecen grabadas en páginas de mármol de gigantescas dimensiones. Son 729 losas de 152 cm de alto, 106 cm de ancho y 12 cm de grosor. Cada página aparece situada bajo una pequeña pagoda blanca, creando un campo visual espectacular.

►Ciudad de los monjes

Al amanecer, a 11 km de Mandalay, en Amarapura, hay que acudir al monasterio de Mahagandayon, donde unos mil monjes se dan cita para recibir las donaciones que serán su alimento. El monasterio es una auténtica ciudad para los monjes, con escuelas, habitaciones, comedores y centros de estudios.

►Salir en globo

Ver amanecer en la planicie de pagodas de Bagán es impresionante, pero si se hace desde un globo aerostático, las sensaciones se multiplican. Hay numerosas compañías que realizan el sobrevuelo sobre los más de 2.200 templos.

►Palacios Hoteles

Algunos palacios señoriales corren el riesgo de ser derruidos por el elevado coste que supone rehabilitarlos. Cadenas hoteleras han rescatado varias de estas joyas para convertirlas en oasis como el hotel Belmond Governor’s Residence, una hermosa mansión colonial construida en madera de teca que fue residencia del gobernador de los estados del sur en 1920.

GUÍA PRÁCTICA

En avión Iberia ofrece vuelos a Bangkok desde 445 € ida y vuelta. www.iberia.com

Desde Bangkok, Jetstar vuela directo a Rangún desde 175 € ida y vuelta. www.jetstar.com

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Rangún: una chica con minifalda, un policía y un joven con el longyi, una metáfora de la Birmania que intenta respirar tras décadas de dictadura

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Una fumadora de pipa tradicional en Bagán

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Los pescadores del lago Inle practican una técnica tradicional, con un brazo reman y con el otro pescan

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Fotos de Aung San Suu Kyi y su padre, héroe de la independencia birmana, en el monasterio Nga Hpe Kyaung

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