Courchevel, cita con estrellas

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Gastronomía y hoteles de altura, refugio de actores y medallistas olímpicos, galerías de arte que son museos y esquí de vértigo... Un slalom especial por las calles y las pistas de esta distinguida estación francesa.

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Anochecer en la cota 1.850, el célebre punto de encuentro de Courchevel

"Mamá, lo conseguí, estoy en la cima del mundo”, grita James Cagney, rodeado por las llamas, en la escena final de Al rojo vivo (Raoul ­Walsh, 1949). Aunque la temperatura sea otra, desde el punto más alto de Courchevel también existe esa sensación de estar flotando, rodeado de cumbres, de llamaradas de nieve que suben y bajan por los riscos, como los esquiadores que se lanzan a tumba abierta pista abajo o como las estrellas, ya de noche, que parecen desplomarse. Es como si a una hora de Chambéry, en plena Saboya, el rey Midas se hubiera calzado unos esquís y hubiera ido dejando su toque en hoteles, restaurantes, galerías de arte, tiendas, automóviles, monumentos históricos y hasta en los fuegos artificiales que se pueden ver hasta bien entrada la primavera.

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Pese al toque dorado y una cierta fama de exclusivo, Cour­che­vel está abierto a todos los públicos y bolsillos, familias buscando buenas pistas, kilómetros y más kilómetros de nieve de calidad e instalaciones de primera que están, literalmente, a la vuelta de la esquina. Ese es, seguramente, el lujo más evidente de este enclave: el de alojarse en medio de las pistas, a las que se accede en menos de un minuto. Hoteles más punteros o más modestos, brasseries de menú del día o restaurantes de postres que valen 40 euros, las tiendas de lujo de las grandes maisons de la moda y la perfumería francesas, todo está pensado para acceder a los remontadores en un santiamén.

Si se aventura por sus pistas más difíciles, es posible que acompañe en la bajada a Anne Sophie Barthet, campeona de Francia de descenso; a Taïna Barioz, campeona en slalom gigante, o a Alexis Pinturault, esquiador francés que se ha criado en Cour­chevel, medallista olímpico, ganador de 17 pruebas de la Copa del Mundo y dos veces campeón mundial en combinada. Su padre, Claude, pionero del turismo en Cour­che­vel, regenta el Annapurna, uno de los hoteles más lujosos de la zona... y hay unos cuantos.

En la estación todo se rige por la exclusividad, desde el hotel más caro hasta la más modesta quesería a la que sólo se puede llegar esquiando

Hay que pensar que en toda Francia, incluida la capital, existen 16 hoteles con la categoría Palace, una etiqueta de exclusividad máxima al alcance de muy pocos, pues se concede si se cumplen una lista de requisitos muy exigente. De esos 16, tres abren sus puertas en Cour­che­vel: Airelles, K2 y Le Cheval Blanc, que pertenece al grupo Louis Vuitton-Moët-Hennesy. Además hay otros 16 de cinco estrellas donde abundan los otros luceros, los que concede la guía Michelin que en su edición del 2017 ha deparado sorpresas agradables.

Hasta ahora, en la estación de esquí se podía comer en tres restaurantes de dos estrellas y en cuatro de una, pero la nueva cosecha ha sido benévola con la localidad y ha concedido por primera vez la máxima categoría a Le 1947, que hasta ahora ostentaba dos y que dirige el prestigioso chef Yannick Alléno. Este ya posee otras tres por su Pavillon Ledoyen en París. Otros dos restaurantes, Le Kintessence (en el hotel K2 Palace) y Le Montgomery (K2 Altitude), obtienen su segunda estrella Michelin y se unen a Le Chabichou y a Les Airelles. Hay otros cuatro con una.

Muchos de estos establecimientos son como museos, con todo lujo de detalles. Otros, como capillas: Le 1947, por ejemplo, sólo tiene cinco mesas. En cambio, otros se parecen más a bares de carretera, modestos en su fachada, arrogantes en su carta. Es el caso de Azimut, un estrella Michelin regentado por el chef François Moreaux, uno de los mejores jóvenes cocineros de Francia, premiado con el Paul Bocuse de Plata en el 2015 y estrellado desde el 2010. El restaurante es muy modesto, muy sencillo, pero los platos que salen de la cocina recuerdan al comensal que sigue estando en la cima y rodeado de cumbres.

Jean Luc Lefrançois, otro artista francés de los fogones, aún no tiene estrella, pero tampoco importa mucho si se atiende a su menú degustación de inspiración japonesa en el Koori, el restaurante bandera del hotel de cinco estrellas Apogée.

De todos modos, no hace falta dejarse el sueldo en los manteles. Por ejemplo, Bernard Chardon, ganadero y quesero, ofrece sus productos en un antiguo establo, la granja albergue Ariondaz, que en verano está en medio de los pastos y en invierno rodeado de nieve. Sólo se puede acceder a él o con motonieve o con los esquís, bajando por la pista de la cota 2.000. Es otro tipo de exclusividad, seguramente más divertida.

En verano es distinto, pero también lo es Courchevel, porque cuando la nieve se retira, la localidad empieza a hibernar. No todos los establecimientos cierran sus puertas hasta el diciembre siguiente, pero sí los de más categoría. Sus equipos enteros, chefs, directores de hotel, camareros... se van a la Costa Azul, donde todos vuelven a trabajar juntos en hoteles y restaurantes que, estos sí, hibernan en los meses más fríos.

En Courchevel todo es posible: cruzarse con estrellas de Hollywood, comprar un Andy Warhol en alguna de las galerías que ofrecen artistas de lo más cotizados o, si no se tiene dinero para ello, tomar un café en algún hotel museo donde siempre se exhiben obras de pintores y diseñadores consagrados como Takashi Murakami o el fotógrafo Andreas Gursky.

Con toda su pompa, la estación nunca se baja de las alturas y hasta se permite tener un aeropuerto muy particular con una pista en forma de tobogán, apta sólo para pilotos muy experimentados de minijets. De hecho, es uno de los más peligrosos del mundo, por eso el 70% del tráfico aéreo es de helicópteros que, cuando despegan, levantan la nieve y elevan la perspectiva un poco más, si cabe.

PLACERES DE ALTURA

para todos los gustos

Azimut, un bar de carretera estrellado (Restaurantazimut.com). Koori, restaurante museo de inspiración nipona en el hotel L’Apogée (Lapogeecourchevel.com). La Cave des Creux (foto), una brasería en medio de la nieve. Granja Ariondaz, modesta quesería en plena montaña.

aeropuerto analógico

En lo alto de la estación, Yves Chappuis, jefe de la torre de control del aeródromo, vigila la ida y venida de helicópteros con mucha atención. El aeropuerto es analógico, y todas las operaciones se hacen con la vista. La pista de aterrizaje tiene forma de tobogán y no apta para vuelos comerciales.

Tres valles, ocho estaciones, 600 km de pistas 

Courchevel forma parte del dominio esquiable más grande del mundo con más de 600 km de pistas junto a otras siete estaciones: La Tania, Bride les Bains, Méribel, Val Thorens, Saint Martin, Les Menuires y Orelle. Lestroisvalees.com

110 años de atracción

El primer hotel en Courchevel fue Le Lac Bleu, se levantó en 1908 y atraía a turistas de Lyon. En los años treinta llegaron los esquiadores, pero el primer remontador no fue instalado hasta 1945, justo acabada la Segunda Guerra Mundial.

hoteles en la cumbre 

Tres hoteles Palace (de los 16 que hay en Francia) y otros 16 de cinco estrellas jalonan el prestigio de Courchevel. Entre los destacados, Le Cheval Blanc y el K2 (Palace), L’Apogée y el Annapurna (5 estrellas) y el White 1921, un cuatro estrellas en el corazón de la cota 1850.

arte y lujo, lujo y arte 

Además de las galerías de arte que se encuentran en la cota 1850 y donde se puede comprar obra de Dubuffet o Tinguely, algunos de los hoteles muestran arte de primer nivel (Andreas Gursky, Takashi Murakami, Karl Lagerfeld) en los escaparates de sus tiendas de lujo o en sus paredes. Más información: Atout-france.fr

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