En busca de faraones negros en Sudán

Viajes

Sudán arrastra una historia convulsa que lo ha llevado a copar titulares poco agradables en el pasado. Sin embargo, hoy en día, las pirámides y templos del norte se visitan con total seguridad y sin masificaciones

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Las llanuras desérticas de Sudán tan pronto evocan aquellos cuadros de Dalí, donde todo fuga hacia el horizonte, como recuerdan los grabados del siglo XIX cuando una hilera de pirámides irrumpe en el paisaje. Bilad-as-Sudan, el país de los negros, comprendía en el pasado toda aquella parte de África que se extiende al sur del Sahara, entre el Atlántico y el Mar Rojo. El tiempo y las guerras han acabado por reducirlo a una extensión de tierras áridas por donde transita el Nilo y la historia con mayúsculas. Ha perdido territorio, pero sigue siendo la tierra de los faraones negros que llegaron a gobernar todo Egipto.

Cuesta intuir el brillo de aquel gran imperio en las calles de Jartum, la capital, asediadas por vehículos que hacen cola en las gasolineras durante días. Desde la escisión de Sudán del Sur, los pozos de petróleo quedaron del otro lado de la frontera, pero los oleoductos y la salida al mar siguen en el norte. El oro negro pasa sin detenerse: todo el beneficio de la venta hay que dedicarlo a la importación. Sudán no produce casi nada. Un país pobre, pero digno: por ejemplo, está prohibido fotografiar mercados, ya que allí siempre hay suciedad y da una mala imagen en el extranjero. Pero son irresistibles sus puestos de café improvisados en cualquier esquina, atendidos por baristas de movimientos precisos. O los montones de hojas de hibisco, con las que se prepara el kerkedé, la bebida inevitable. Y aún más los tenderetes de carne de camello, aunque retratarlos cueste algún disgusto.

Más relajados con la fotografía son los derviches que, cada viernes por la tarde, se reúnen en medio del cementerio del barrio de Omburman a la sombra de la tumba del jeque Hamed el Nil para entrar en trance místico. Estos hombres santos sufíes visten túnicas de colores cargadas de flecos y cuentas y, con la ayuda de un canto repetitivo y algo de química, giran sobre sí mismos, mientras la multitud proclama la grandeza de Alá. Se diría que hacen teatro, pero para consumo local: el turismo es un bien escaso en Sudán. El país se rige por la sharia, la ley islámica, pero sus gentes son muy acogedoras. Hasta los guardianes de la tumba del Mahdi, el mesías, piden salir en la foto. Mohamed Ahmed, el Mahdi, fue un líder carismático que consiguió aglutinar el descontento contra el dominio otomano y la injerencia inglesa en el siglo XIX. Sus derviches derrotaron y mataron al general Charles Gordon tras tomar Jartum, película homónima de 1966 en la que Charlton Heston interpreta a Gordon. En la tumba no hay nada, ya que cuando los británicos se tomaron la revancha, tiraron los restos del Mahdi más o menos donde el Nilo Blanco y el Azul se unen hoy junto a un parque de atracciones en ruinas. A partir de Jartum, el Nilo es sólo uno, y así consigue atravesar las arenas y llegar al Mediterráneo.

Recorrer los tres desiertos de Sudán, desde desde Jartum hasta la frontera egipcia, equivale a viajar hacia atrás en el tiempo, de la historia reciente a la más remota

Sudán tiene tres desiertos: el Occidental, el Bayuda y el Nubio, y recorrerlos desde Jartum hasta la frontera egipcia equivale a viajar hacia atrás en el tiempo, de la historia reciente a la más remota. Turmosis III, el célebre faraón egipcio, logró superar las cataratas del Nilo gracias a los caballos que consiguió tras vencer a los hicsos. Así llegó hasta Karima, en el reino de Kush –como se conocía al Sudán entonces– y lo convirtió en colonia. Con los años, serían los faraones negros de Karima los que avanzarían hacia Egipto y reconstruirían el imperio, pero derrotados por los asirios, buscarían refugio más al sur, en Meroe. Los restos de aquella civilización no distan mucho de Jartum. Basta superar un mar de polvo para tropezarse con un templo intacto dedicado al dios león, Apedemak, propio de esta cultura. Se alza en Musawwarat es Sufra, y por los bajorrelieves también desfilan viejos conocidos como Horus, así como reyes de evidentes rasgos nubios, una historia de faraones contada desde el sur. Más allá, un gran recinto con columnatas guarda otro tesoro: la única escena erótica de esta civilización, el grabado que representa un beso.

La vecina Nagaa deslumbra de nuevo con el templo a Amón, erigido por el faraón Natakamani. La avenida de entrada la custodian carneros, representación del dios sol, y recuerda de inmediato el templo egipcio de Karnak. El conjunto atesora otro santuario del león, donde Natakamani y la kandake o reina Amanitore tienen la misma altura: la paridad existía en el reino de Kush. Enfrente del templo, el quiosco de Nagaa exhibe, en cambio, su mestizaje romano: los faraones nubios los conocían y proveían de oro, esclavos y fieras para el circo.

Los artífices de Nagga están enterrados en la necrópolis de Meroe. Uno se acerca a pie y casi puede sentir la emoción de los primeros exploradores que vieron estas pirámides en 1821, Frédéric Cailliaud y Pierre-Constant Letorzec. Éste las dibujó además de dejar su nombre escrito en una de ellas. Hoy se considera historia, pero que no deja de ser una gamberrada. Peor fue el aventurero Giuseppe Ferlini, que voló seis pirámides en busca de tesoros. Al fin, encontró el oro que buscaba en la tumba de Amanishakete y lo llevó a Europa. Sin embargo, las consideraron falsas, porque no se conocía otra cultura que la egipcia clásica. Hoy se exponen en el museo Egipcio de Berlín.

El sol puede ser el artista más delicado al atardecer, dorando las arenas junto a las pirámides, o el asesino más despiadado al mediodía, cuando se cruza el desierto blanco de Bayuda. Está atrapado en la curva del Nilo y debe su nombre al suelo de cuarzo. De vez en cuando asoma una acacia solitaria, sombra escasa para los nómadas bisharin que lo habitan y que conocen la posición de los pozos. Lejos quedan los ferris con los que hay que atravesar el gran río: aquí el agua se obtiene con esfuerzo, en odres de piel atados a sogas de las que tiran camellos o asnos. Sus tiendas, precarias, se ordenan al detalle, con todos los enseres sujetos del techo para evitar escorpiones. Las mujeres insistirán en que aceptemos un té.

Tras la hospitalidad del desierto, Karima recibe al visitante con el frescor de los palmerales del Nilo y la silueta de la pirámide de Taharka, en la necrópolis de Nuri. Sus ángulos engañan, erosionados por el viento, porque fue la mayor pirámide de todo el reino. Se construyó de modo que el río pasara por debajo, para simbolizar que el faraón controlaba las crecidas del Nilo. No obstante, fue él quien perdió en la guerra contra los asirios, forzando el traslado de la capital de Karima –entonces Napata– a Meroe. Se cree que la pirámide trazaba una línea imaginaria con el pináculo labrado en forma de cobra. A sus pies, varios templos, entre los cuales el de Mut, decorado en su interior con figuras polícromas entre las que destaca la escena de un parto. Es tan espectacular como el de las vecinas tumbas de El Kurru, pero hay que seguir viaje, ahora por el desierto Occidental, el mismo que exploró el conde húngaro Laszlo Almásy, el protagonista de El paciente inglés. Pequeños núcleos de población nubia, con casas de adobe donde toda decoración se concentra en la puerta o en algunos dibujos naive del interior, puntúan el camino hacia Old Dongola.

Los nubios son la población autóctona de la región y en su día abrazaron el cristianismo monofisita, que asegura que Jesús sólo era divino, no humano. Old Dongola, antes Makuria, es el mejor ejemplo copto del siglo VI en Sudán, después de que Faras, frente a Abu Simbel, quedará anegada por el lago Nasser.

El suelo está sembrado de pedazos de cerámica, de restos de basílicas y catedrales. Domina el conjunto un antiguo monasterio que parece un castillo medieval, junto al que se alzan varias qubba, tumbas de santones musulmanes con cúpula. Una auténtica ciudad muerta. La imagen fascina, pero no es nada si se la compara con la luna sobre las dunas que asaltan la carretera, en el viaje de regreso a Jartum.

Guía práctica

Cómo llegar

Turkish Airlines sigue empeñada en demostrar que es la compañía que vuela a más destinos del mundo. En el aeropuerto de Jartum es el referente, frecuencias de un vuelo diario  Turkishairlines.com.

Dormir

El alojamiento y el transporte en Sudán pueden ser complejos o inexistentes. En amplias zonas del desierto la única opción es acampar, mientras que en otros lugares sólo hay unos pocos hoteles decentes, que se llenan enseguida. Lo mejor es contar con un experto en el país como Viatges Tuareg. Tuareg.com

Normas sociales

Como país musulmán observante, no se encuentran bebidas alcohólicas de ningún tipo. Sin embargo, las mujeres no tienen que cubrirse la cabeza obligatoriamente como en otros lugares, aunque es buena idea evitar los pantalones cortos.

Clima

Primavera y otoño son los mejores momentos para viajar al país, ya que sólo a finales de abril o mayo ya se alcanzan los 52º al mediodía con facilidad. Se aguanta bien por ser un clima muy seco, pero hay que ingerir líquidos continuamente.

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