Japón, de mínimos y máximos

Viajes

El país de todo, lo imaginable y lo que no, lo antiquísimo y lo novísimo, el pasado más tradicional y el futuro que aún no ha llegado. Un inventario de lo que es nuestro planeta estando en otro muy diferente.

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El Robot Restaurant de Tokio supera cualquier espectáculo que haya visto el visitante: una apoteosis abigarrada de neones, luces, sonidos, lásers y bailarines de estetica directamente inclasificable

Japón es el país del todo, una realidad que contrasta con el minimalismo que tradicionalmente ha sido su seña de identidad. O al menos para los que lo miraban desde lejos. Pero todo lo que uno pueda imaginar está ahí, todo lo que uno quiera soñar ya lo han fabricado, todo lo que se quiera comer lo han cocinado, todo lo que se quiera crear lo han diseñado. Todo lo que se quiera vestir, cultivar, idear. Robots, cafés, juegos, máquinas. Todo está allí, incluido el futuro. A Japón acuden los buscadores de tendencias a ins-pirarse, algunos a copiarlo, otros a importarlo. Cocineros y cineastas, youtubers y cantantes, demógrafos y sociólogos, espectáculos y transportes. Todo sucede allí. Y eso apabulla.

A Japón acuden los buscadores de tendencias a inspirarse, algunos a copiarlas, otros a importarlas. Cocineros y cineastas, youtubers y cantantes. Todo sucede allí. Y eso apabulla

Tokio es en sí misma un inventario de lo que nos puede ofrecer la Tierra. Resulta útil alquilar a la llegada al aeropuerto un wifi portátil y un traductor electrónico. El primero ayuda a moverse en el metro, el segundo es lo más parecido hoy por hoy a los dispositivos de ciencia ficción que permiten a lo terrestres comunicarse con los vulcanos. Se está en otro planeta, uno en el que hay estaciones de metro, como la de Shinjuku, por cuyas 51 plataformas y 200 salidas circulan cada día cerca de dos millones de personas. Los tickets se compran con monedas o billetes: en el país de la tecnología, resulta chocante que las tarjetas de crédito no sean aceptadas en multitud de establecimientos: antes de ir a un restaurante, hay que asegurarse de que no tendremos que salir corriendo al 7-Eleven más cercano a buscar cash. Pero los hay por todas partes. Como las máquinas de bebidas. Las jidouhanbaiki. Se encuentran a miles, y cuando se trata de Japón las cifras casi nunca son exageradas. Máquinas y máquinas, una al lado de la otra formando hileras multicolores, encendidas veinticuatro horas 365 días al año. Cafés o aguas con sabores, sodas y colas. También galletas o comidas. Siempre refrigeradas. Es mejor no pensar en el gasto de electricidad en un país que sin embargo recicla. Otro más de sus contrastes.

Cosas, cosas, cosas. Bajo la estación de metro es posible comprar césped artificial o armarios, cajas de comida, bentos, con sus compartimentos que siempre incluyen algo nutritivo y algo irreconocible para un occidental. De plástico o de madera, es lo que uno espera encontrar aquí, el detalle primoroso, la estética intrínsecamente únida a la alimentación e inseparables. Algunas de estas cajas constituyen verdaderas obras de arte. También hay droguerías y puestos de ropa interior. Y siempre konbinis, las tiendas de conveniencia que nunca cierran. A veces estas ciudades subterráneas forman parte de edificios enteros destinados a cualquiera cosa que uno quiera o pueda imaginar. Plantas enteras de grandes almacenes que venden únicamente las clásicas mascarillas con diseños de Hello Kitty o AC/DC o Superman. Hello Kitty está en todas partes, las mascarillas también. El extranjero que comete el error de estornudar en el vagón de metro sin cubrirse la nariz verá cómo se forma un vacío a su alrededor. Aunque esté atestado.

Las medianeras están separados entre sí por si se produce un terremoto. A veces los inmuebles son tan estrechos que sólo hay una escalera mecánica y un ascensor para bajar

Cerca de Shinjuku se encuentran las torres del Ayuntamiento. Desde lo alto en los días claros se distingue el monte Fuji, pero lo normal es ver únicamente un continuo urbano, ciudad y ciudad hasta donde alcanza la vista en todas direcciones. Los transportes son más que buenos y los precios en el centro imposibles. Un salaryman puede dormir en un hotel cápsula, en realidad una litera comprimida y cerrada con espacio para la ropa, a veces un minitelevisor, y el colchón para el cliente. Nada más. Es minimalismo elevado a la enésima potencia, o se trata simplemente de aprovechamiento del espacio. Las paredes medianeras están separadas entre sí aunque sea por unos centímetros para el caso de que se produzca un terremoto. A veces los inmuebles son tan estrechos que sólo hay una escalera mecánica para subir de la amplitud de una persona delgada y un ascensor para bajar. En Akibara, el barrio de la electrónica, los sonidos y las luces, día y noche, aturden al visitante. Aquí reina la cultura otaku (la de la pasión por el manga), los animes cobran vida por la calle y jovencitas, quizás más de aspecto que de DNI, vestidas con uniformes de sirvientas sexys invitan a subir a comer un pastel y tomar un café. Otros establecimientos ofrecen la posibilidad de acariciar un gato o un búho o cualquier otra mascota. Ayuda a relajarse y dicen que hasta baja la tensión arterial. Y aquí hace falta.

Hay muñecos de coleccionista y realidad virtual que a fuerza de conectarse se convierte en la única realidad. Hikikomori es la palabra con la que se designa a los nuevos ermitaños, personas que han decidido abandonar la vida social para confinarse en sus hogares, unidos únicamente al exterior por la televisión y los juegos de ordenador. Se calcula que hay más de medio millón de ellos, la mayoría jóvenes; una reacción extrema, el abandono de todo en una sociedad que no deja nada al azar: desde los saludos a la educación (¡nada de utilizar el móvil en el metro!) al lenguaje corporal. Para un extranjero resulta prácticamente imposible distinguir entre los diferentes tipos de reverencias, un pequeño gesto para saludar a los amigos, eshaku entre iguales, keirei hacia personas de mayor rango, saikeirei para pedir perdón o mostrar respeto y dogeza, muy exagerada y para pedir perdón por un error muy grande.

Para un extranjero resulta casi imposible distinguir entre los diferentes tipos de reverencias, ‘eshaku’ entre iguales, ‘keirei’ hacia personas de mayor rango, ‘saikeirei’ para pedir perdón...

Los kimonos tradicionales conviven con los jóvenes que llevan la ropa que luego se verá en Londres o Nueva York. Vestidos falsamente infantiles con sus transparencias, monos andróginos y plantas enteras en los almacenes Shibuya 109 sólo para niñas donde se visten y maquillan como para una portada de Vogue mientras se fotografían en las purikura o fotomatones; pero si de verdad uno quiere ver lo que en Occidente llamaríamos tribus urbanas y aquí son una tendencia más hay que ir a Harajuku. Si en Shibuya está lo que pronto llegará aquí, lo de Harajuku es lo que veremos en los próximos Star Trek. Resulta curioso verlos en el metro o las calles junto a las parejas con vestidos tradicionales que se dirigen al templo o los salaryman dormitando en su asiento. Lo antiquísimo y lo novisímo juntos, pero ¿llegan a encontrarse?

El viaje en shinkansen permite constatar que Tokio no es Japón, pero sí su quintaesencia. Osaka convierte al visitante en replicante con sus neones pero las ciudades de los Alpes, del interior, ofrecen un atisbo de otra manera de ser, cuando los objetos no se acumulaban en pilas esperando comprador, incluida la comida falsa que nació como reclamo publicitario y ha alcanzado tal sofisticación que dispone hasta de museos. Porque una pregunta que viene inmediatamente a la cabeza es ¿dónde se guardan tantas cosas? Los hoteles tradicionales o ryokans, las casas atisbadas a través de las ventanillas siguen las construcciones tradicionales, el minimalismo en la ornamentación y la distribución, con las puertas correderas que crean y cierran espacios, tatamis que se recogen y convierten las superficies en multiusos antes de que aquí siquiera soñáramos en ello. ¿Qué objeto tienen tantas cosas en unos hogares que no fueron pensaros para albergarlos?

Los baños u ‘onsen’ mantienen su magia y ritual, que es algo más que la mera limpieza. Hombres y mujeres se sumergen desnudos y por separado en aguas purificantes

Los baños u onsen mantienen su magia y ritual, que es algo más que la mera limpieza. Hombres y mujeres se sumergen por separado en aguas purificantes y calzan las zapatillas que se ofrecen a decenas. Pero el WC es otra cosa, aquí la modernidad, la sofisticación ha dado otra vuelta de trueca, con chorros en todas direcciones, botones para secar y otros para enjuagar. A veces es difícil acertar. A veces hay incluso puntos de Instagram para dejar constancia de que aquí hay lo que no se encuentra en ninguna otra parte. Incluso en los monasterios. En Koyasan, centro del budismo Shingon, es posible albergarse en un monasterio y participar de las ceremonias de los monjes al amanecer. La comida es frutal, vegana, difícil para nuestro paladar. Pero los WC del 2020 también han llegado hasta aquí. El contraste es difícilmente asimilable.

Tan difícil que en los últimos años se está produciendo una vuelta atrás, o hacia delante, según se mire: menos vuelve a ser más. Un creciente número de jóvenes empieza a prescindir de las cosas para concentrarse en lo que realmente importa: menos objetos, menos ropa, menos de todo. Un espacio no debe estar lleno para convertirse en un lugar. Ni una vida tampoco. Es lo que viene. De Japón.

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En los hoteles cápsula de apenas un par de metros de largo, uno de ancho y otro de alto, se puede pasar la noche en la ciudad por un precio asequible. Una opción cuando se ha bebido demasiado

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¿Melones cuadrados? Claro, y triangulares y en forma de corazón. Y también sandías geométricas. Y fresas blancas.Se venden en grandes almacenes envueltos para regalo

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Un restaurante virtual en Tokyo, por qué no. Chefs de todo el mundo acuden a Japón para inspirarse. Desde la comida callejera a los mercados de pescado en Tokio, Osaka, Kyoto….

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Dotonbori, en Osaka, fue el barrio inspirador de Blade Runner. Sus rótulos, incluidos cangrejos gigantes en movimiento, siguen aturdiendo a los visitantes. Y si encima llueve, la visión es total

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Shibuya: centros comerciales de moda, estaciones de metro y el monumento al fiel perro Hachiko. Por su cruce, en seis direcciones y con tres pantallas gigantes, transitan miles de personas

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Las pachinko o salas de juego no utilizan dinero, sino bolitas que se cambian por premios. Hay edificios enteros dedicados a esta actividad, frecuentados por público de todas las edades

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Las máquinas expendedoras de bebidas o jidoubankaiki se pueden encontrar en todo el país, incluidos trenes. Algunas tienen formas como Hello Kitty, casetas…

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