Leiden, una ciudad de genios

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Voltaire, Descartes, Einstein... Leiden ha dado a luz o ha cobijado a algunas de las mentes más brillantes de la historia. Ahora se atusa las plumas más si cabe para honrar a su hijo predilecto, el pintor Rembrandt van Rijn, cuando se cumplen 350 años de su muerte.

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El Aalmarkt, avenida central de Leiden, bañada por el Rin, con la antigua casa de pesos a la izquierda

Ciudad de genios, ciudad refugio, ciudad poema. Ciudad que se enamora de sí misma cada vez que se refleja en sus aguas azabaches. En los parques, narcisos y tulipanes. En el cielo, que ya clarea, las farolas del canal Oude Singel se apagan cansadas y casi sin energía. Mientras, los ciclistas pasan con máquinas infernales que tiemblan mucho y frenan echando los pedales hacia atrás. Asediada y golpeada, elevada y hundida, protegida e inundada, peinada por las aspas de los molinos y saciada por el curso perezoso de un Rin rollizo, Leiden rezuma energía y color y también la humildad obligada de quien vive a 40 kilómetros, es decir, a la sombra, de la todopoderosa Amsterdam.

Rembrandt se inició en la pintura en el 89 de la calle Langebrug, y en el viejo botánico, Clusius plantó el primer tulipán del país... llegado de Turquía

Modesta sin falsas modestias, la ciudad presume sólo un poco de haber parido y cobijado a algunos de los más grandes del arte y el pensamiento europeo y mundial. Lo que dijo Voltaire a inicios del siglo XVIII sirve para entonces y para hoy: “Qué delicioso trozo de tierra en este planeta yermo”.

Estos días Leiden se atusa las plumas con más esmero si cabe. Conmemora el 350.º aniversario de la muerte de Rembrandt van Rijn (1606-1669), sin duda el hijo más famoso del molinero Haarmen y la panadera Neeltgen, que vivían a orillas del río que lleva el apellido familiar. De los primeros años del joven Rembrandt quedan unos pocos datos, amistades y rivalidades, recuerdos aún en pie (como su primer taller) o, desgraciadamente, demolidos, como la casa en la que vivió. El pintor, figura máxima de la edad de oro holandesa, se inició a los 14 años bajo la batuta del maestro Jacob van Zwanenburg en una casa de tres pisos, que puede visitarse. Consta de una tienda (lápices de recuerdo, libretas, imanes, posavasos, ya saben…) y una sala audiovisual donde muestran una proyección muy didáctica hecha con la última tecnología. “A los 14 años, los padres de Rembrandt le inscribieron en la universidad, pero no quiso ir. En realidad prefirió empezar a pintar aquí, como discípulo de Van Zwanenburg, artista que había viajado a Italia. Creemos que el estudio estaba situado en la planta superior, adonde llegaba la luz del norte necesaria para pintar. En la planta baja debía haber una tienda donde el maestro vendía sus cuadros”, explica Marike Hoogduin, cartógrafa de la vida de Rembrandt y excelente conocedora de los secretos de Leiden.

En el 89 de la calle Langebrug Rembrandt conoció a su amigo y rival artístico Jan Lievens, con quien compartió estudio antes de trasladarse a Amsterdam. El color cobalto, el yeso, la maestría con el claroscuro, los colores terrosos, el juego de luz y sombra y los arañazos minúsculos en la pintura marca de la casa empezaron a brotar detrás de esta fachada casi imposible de fotografiar entera: siempre hay coches en la puerta. Rembrandt será Rembrandt, pero el aparcamiento en el barrio está jorobado y no hay miramientos que valgan…

Leiden, tolerante, fue refugio de Voltaire, acusado de ateo, y de los puritanos que, huyendo de Inglaterra, zarparían con el ‘Mayflower’

Leiden es una ciudad de genios. Lógico. Alberga la universidad más antigua de los Países Bajos. Se fundó pocos años antes de que Rembrandt naciera, justo después de que la ciudad se liberara del dominio español. Atraídos por el faro de saber en la ciudad enseñaron o aprendieron (o las dos cosas) el fisiólogo Herman Boorhave, el filósofo René Descartes, Carolus Clusius (botánico que plantó el primer tulipán en Holanda llegado de Turquía vía Viena).

También un tal Albert Einstein, que dio clases y del que no consta estatua, pero si una famosa pileta que lleva su nombre y que servía para enjuagarse las manos antes y después de clase (la ciencia puede ser muy sucia). Allí se lavaron eminencias y premios Nobel (incluido Enrico Fermi, la universidad cuenta con 16 laureados). Aunque la historia oficial se escribe en masculino, en esta ciudad de estrellas rutilantes también nació Nina Foch, actriz de gran éxito en Hollywood desde los años cuarenta, era dorada del celuloide. Foch estuvo nominada a un Emmy y a un Oscar en 1954 y tuvo papeles importantes en Un americano en París, Scaramouche, Los diez mandamientos o Espartaco.

Por las mismas calles estrechas de ahora (tan angostas que hacen pensar en una dieta, un milagro o una dieta milagro), paseó Voltaire huyendo de sus quebraderos de cabeza filosóficos y de sus detractores parisinos en pie de guerra porque el escritor había puesto en duda la existencia de Dios. En Leiden, Voltaire buscó refugio, consejo filosófico con Willem Gravesande y ayuda médica con Boerhaave, que tal vez tampoco estaba muy contento con las suposiciones teológicas del autor de Cándido (no hay prueba que lo demuestre), pero entabló con él buena amistad. En Francia decían que Voltaire había ido a Holanda a predicar el ateísmo, pero tampoco. A la ciudad acudieron tejedores de Flandes huyendo de la situación política de la provincia que ayudaron a levantar la potente industria textil que marcaría época. Y en ella también se cobijó un grupo al principio pequeño, luego más numeroso, de puritanos ingleses, separatistas les llamaban, que no quisieron seguir las nuevas normas de credo en Gran Bretaña. Tras un intento fallido de exilio voluntario (les detuvieron), llegaron vía Norwich. El grupo estaba comandado por William Brewster y John Robinson. En Leiden, la congregación pasó privaciones, pero pudieron desarrollar en libertad sus actividades hasta que decidieron que no querían correr el peligro de desnaturalizarse, de dejar de ser británicos. Parte del grupo fletó un barco, el Mayflower, y la historia del mundo, y de Norteamérica, cambió para siempre.

Los puritanos se congregaban en St. Pieterskerk, iglesia cercana al estudio del joven Rembrandt. Como muchos edificios religiosos en los Países Bajos la iglesia neogótica nació católica, se reconvirtió en protestante y hoy en día está desacralizada. Es el signo de los tiempos. Con todo, la iglesia guarda algunos de los tesoros mejor conservados de la edad de oro holandesa, como la sala de los Alcaides, intacta desde hace 300 años. Varios de los episodios de este reportaje desembocan en sus catacumbas. En St. Pieterskerk están enterrados John Robinson, Herman Boerhaave, Carolus Clusius y un cuarteto de pintores monumentales: Pieter de Ring, Frans van Mieris, Jan Steen y, por supuesto, el fabuloso Gerrit Dou

En Leiden hay 13 museos notables: uno está dedicado a los peregrinos del Mayflower. En el museo Boerhaave se puede admirar la pluma con la que Albert Einstein escribió toda su investigación sobre la teoría de la relatividad. Se la había regalado a su amigo Thomas Ehrenfest, su anfitrión en Leiden. Para los amantes de Rembrandt, de momento, se pueden contentar con la monumental exposición del Rijksmuseum de Amsterdam. Es en noviembre, para el cierre del año conmemorativo, cuando el monumental museo De Lakenhal, a orillas del Oude Singel, inaugurará una muestra sobre el hijo pródigo. El museo, que reabrirá en junio, está siendo renovado a fondo para la efeméride.

Leiden ha cambiado poco en 300 años. “Un mapa antiguo sirve todavía para orientarse”, certifica Marike Hoogduin mientras zigzaguea por el casco viejo hasta llegar a De Burcht, una colina artificial rodeada por una muralla circular, que constituye una de sus últimas estructuras defensivas en pie. Lejos y borradas quedan las huellas del asedio de las tropas españolas a la ciudad en 1573 y 1574. “Leiden no quería pertenecer al Reino de España, no quería ser católica. El ejército rebelde se organizó –resume Hoogduin– y el duque de Alba envió tropas. La ciudad estaba amurallada, y las tropas esperaron a que la población se muriera de hambre”. La plaga también hizo estragos.

Tras un primer intento fracasado de liberación de Leiden, llegó la solución acuática. “Un contraataque holandés propició la apertura de los diques para que el mar inundara todo. Con la ciudad liberada se decidió crear la universidad para que allí naciera un ejército de intelectuales protestantes”, explica. Rembrandt nació años después de aquello y que sus padres vivieron bajo dominio español.

Junto al edificio histórico de la universidad, se para por el Carrera, café donde el actual rey de los Países Bajos, Willem-Alexander, hacía su coffee break entre clase y clase. Su madre, Beatriz, y su abuela Juliana también estudiaron en la institución fundada por su antepasado Guillermo de Orange, el líder de la revuelta de finales del siglo XVI.

El paseo se alarga, el día se aguanta. La Leiden de los genios da paso a la de los refugiados y, ésta, a la de los poetas. Neruda nunca estuvo aquí. Ni Shakespeare. Ni la inmensa Marina Tsvetaieva. Y sin embargo su legado luce en los edificios de la ciudad en una iniciativa que empezó hace 20 años y que ha dado alegría… aunque no siempre comprensión, pues los poemas están reproducidos en su idioma y en su alfabeto. Hace falta saber japonés para leer a Basho Matsuo, o creek, una de las lenguas de los nativos americanos, para disfrutar de Louis Oliver, alias Little Coon or Wotkoce Okisce.

El verso de Federico García Lorca De profundis habla de los “enamorados que duermen para siempre bajo la tierra seca”. Igual que él. Filippo Tommaso Marinetti está representado con un poema-collage junto a un cartel que pone “Se alquila”. Pero no el poema, sino un piso contiguo a la medianera. Shakespeare habla del amor y de la muerte en su Soneto XXX. El amor por Leiden enraíza, y el día se muere.

Los ciclistas nunca descansan. Las aguas de los canales están tranquilas. En el Oude Singel, se inicia el ritual de cada noche: las farolas se van encendiendo, una tras otra, con vigor, con ­garbo, pensando que son estrellas lejanas en un cuadro de Van Gogh.

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Rembrandt al cubo: instalación frente a la casa, demolida hace 40 años, donde vivió el artista

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El Koornbeursbrug, puente sobre el nuevo Rin en el que se comerciaba con grano

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El poema de Yeats, uno de los 120 que se pueden leer en edificios de la ciudad

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De Burcht, fortificación sobre una colina artificial que servía de refugio en caso de inundación

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Un hofje, casas con distintos fines sociales desde hace varios siglos

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St. Pieterkerk, primero católica, luego protestante y hoy en día desacralizada

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El museo Lakenhal reabrirá para albergar una gran muestra sobre Rembrandt

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