Noruega, en la frontera del círculo polar

Viajar

Contemplar una aurora boreal es sólo el más mediático de los atractivos de la Noruega del norte. En el condado de Nordland, la naturaleza virgen es un reclamo para amantes de las actividades al aire libre. A las puertas del Ártico, este universo en calma también invita a conocer al pueblo sami.

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Más allá de Bergen y su icónica imagen de postal, la Noruega del norte alberga destinos insólitos y menos publicitados que las rutas de los cruceros turísticos. En las regiones de Helgeland y Salten existen lugares remotos que han renacido como negocio de éxito, como Lovund, la isla del salmón, que provee nuestros supermercados. Perviven culturas indígenas como la del milenario pueblo sami, que se resiste a perder su lengua y tradiciones. Atravesar en tren el círculo polar Ártico, esa línea imaginaria en el paralelo 66º 33’ 52” norte, ofrece kilómetros de llanuras nevadas, montañas y lagos helados que, vistos desde el vagón, parecen alejarse a cámara lenta. Hay algo que se transmite al cruzar esa frontera que difumina cielo y tierra en un blanco infinito: una sensación de desaceleración y calma, pura terapia para urbanitas estresados.

El clima ártico ha curtido a los noruegos, apasionados de la vida al aire libre; Nordland es un paraíso para el senderismo, el esquí, la escalada y la caza de auroras

Sumergirse unos días en el modo de vida noruego invita a comprender por qué en el 2017 la ONU lo eligió como el país más feliz del mundo (hoy lo es Finlandia). No sólo por ser uno de los países más ricos y seguros del mundo, con una bajísima densidad de población (5,3 millones de habitantes en 385.200 km2: 13,7 por km2) sino también por una filosofía vital estrechamente ligada a su naturaleza, a ese derroche de fiordos, picos, cascadas y glaciares. Es lo que el dramaturgo noruego Henrik Ibsen denominó el friluftsliv: el bienestar de la vida al aire libre. Y eso incluye el crudo invierno, que sin duda frenaría a los cálidos mediterráneos. Aquí la meteorología, a menudo imprevisible, ha curtido a los noruegos. En sus inviernos gélidos (hasta –30ºC) y escasas horas de sol no es extraño que después de una cena temprana salgan a caminar o esquiar por caminos iluminados. O que, pese a vivir en lugares tranquilos, pasen el fin de semana en una cabaña más solitaria, a veces sin agua corriente o electricidad. Tienen claro que no existe mal tiempo, sino ropa inadecuada.

Antes de llegar al Ártico, la ruta por Helgeland comienza en Mosjøen, pueblo costero de cabañas de pescadores, a cuyo aeropuerto se llega, desde España, después de tres vuelos (Oslo-Trondheim-Mosjøen). Por su calle Sfogata, la más larga de la Noruega del norte (450 metros), se pasea en trineo tirado por perros cuando hay nieve. Una enorme tirolina espera a quien quiera lanzarse por ella, si el tiempo lo permite. Senderos iluminados permiten esquiar o andar con raquetas sin luz solar. Noruega es un paraíso para el senderismo, el esquí, la escalada y las excursiones nocturnas a la caza de las auroras boreales, el objetivo más deseado desde que se desató la fiebre de Instagram.

Apetece calzarse las raquetas y pisar la nieve esta primera noche. En la montaña que rodea el pueblo y a 800 m de altura, la temperatura es de –14 grados. Brilla una luna anaranjada, bella pero poco idónea para contemplar una aurora. Además, el cielo no está raso y aunque una línea verde se insinúa unos minutos, la aurora hoy no se dejará ver. Lástima. En plena montaña, unos vecinos de Mosjøen preparan café en una fogata sobre la nieve. Una taza humeante y tarta de chocolate, en torno a la hoguera, en la fría noche noruega: un momento mágico, antes de regresar al hotel.

Ante la creciente demanda de viajes para avistar las auroras, se han popularizado los northern lights hunters, expertos que predicen los lugares y momentos con más probabilidad de verlas. Es aconsejable consultar antes de preparar la ruta para disfrutar de este fenómeno que se origina cuando una corriente de viento solar choca con el campo magnético de la tierra e ilumina el cielo en un baile de colores.

La isla de Lovund, de sólo 5 km2, acoge una rentable factoría de salmón que ha duplicado y rejuvenecido su población; España es uno de sus mayores clientes

En la costa de Helgeland se bañan nada menos que 6.500 islas e islotes. Uno de los ferris que unen algunas de ellas atraca en Lovund, a dos horas del puerto de Sandnessjoen. Esta minúscula isla de cinco kilómetros cuadrados es la protagonista de una gran historia. En los años setenta, sus habitantes emigraban en busca de oportunidades. Hoy, es un ejemplo de prosperidad económica, su población crece cada año y la media de edad, de 30 años, la más joven de Noruega. ¿El secreto? El empeño de dos jóvenes, Steinar Olaisen y su hermano, que marcharon a estudiar y regresaron a la isla con la idea de frenar aquel éxodo. Steinar se enteró de que en una zona de la costa se criaba pescado y quiso intentarlo en Lovund. Empezó con 2.000 alevines, pero sobrevivieron pocos. “Y pensó: si cometiendo todos los errores hemos salvado algunos, merece la pena seguir”, explica su hija, Aino Olaisen, directora de la empresa Nova Sea, con 280 empleados. “Los alevines viven dos años en las piscifactorías de alta mar, hasta que alcanzan el peso (5 kg) para su venta. “Este año pondremos 13 millones de alevines en el mar”. El éxito ha sido tal que producen 50.000 toneladas de salmón al año. España es uno de los mayores clientes: 2.500 toneladas, 14 millones de raciones al año; Mercadona es uno de sus mayores distribuidores.

Aino dice que el pescado es extraordinario aquí. “La naturaleza ayuda, las condiciones físicas y biológicas de la zona”. Y afirma que el fin sigue siendo, no sólo la rentabilidad, sino repoblar la isla. A su lado, su primo Sivert asiente. Su padre fue quien abrió, en 1988, el único hotel de la isla, un balcón al mar de cuidada gastronomía donde brilla, como no, el salmón: cocido a 45 grados, en ceviche, tartar o sushi. Su mejor momento: 2-3 días después de ser pescado. “Es una excelente fuente de proteínas y un pez generoso: crece rápido y no exige mucho alimento. Si le das un kilo, obtienes un kilo”.

En unas décadas, la población se ha duplicado. Hoy son 500 habitantes, de 12 nacionalidades. “Vienen jóvenes en busca de trabajo y se quedan a formar su familia. Hay 80 alumnos en la escuela y 60 en la guardería. Lo mejor de vivir aquí es la seguridad y la vida pausada. Y si quieren conectarse al mundo global, internet está ahí”.

Hay quienes convierten una visita de paso en una experiencia laboral sin billete de vuelta. Clara Carolina Torres (20 años), de padre barcelonés y madre indonesia, llegó hace ocho meses con su novio. Ella trabaja de camarera del hotel, y él, en la factoría. Viven en una casita de dos pisos (400 €) y su sueldo les permite ahorrar. “Las condiciones de trabajo son buenas y los noruegos, amables, aunque más reservados que nosotros”.

Pero no sólo el salmón sitúa a la isla en el mapa. Una gran colonia de frailecillos acude cada año a su montaña a anidar. Llegan el 14 de abril y se quedan hasta agosto. “Su llegada todos juntos es un espectáculo. Esperamos unos 200 invitados ese día” explica Sivert.

Tras la pequeña isla, visitamos Nesna (1.900 habitantes y una universidad) donde se organizan safaris para avistar águilas pescadoras, y otra ciudad costera, Mo i Rana. Las típicas casas de colores pintan el paisaje, siempre en ocre, azul, verdoso y rojo. La razón es simple, nos explican, la pintura blanca está enriquecida con zinc, lo que la encarece mucho, así que predomina el rojo, el más barato.

El próximo destino abre las puertas a una cultura ancestral, la del pueblo sami. Su nombre significa “gente que está unida” y así se sienten estos indígenas nórdicos. Aunque no hay cifras oficiales, se estima que quedan unos 80.000 en 4 países: Suecia, Noruega, Finlandia y Rusia.

Para cruzar el círculo polar tomamos el tren hacia Bodø, un espectacular trayecto de paisajes nevados. En Lønsdal seguimos por una carretera helada, donde se demuestra la experiencia noruega al volante hasta el hotel Saltfjellet, en el bello parque nacional. Muy cerca vive la familia sami Oskal, con quienes pasaremos la velada.

Sissel Ilstad y Torbjorn Fjelltun regentan el hotel desde hace cinco años. “Es un reto dirigir un hotel en el campo, pero viene mucho turismo en verano, y ha crecido el de invierno”. Hablamos de cómo han percibido el cambio climático. “Ha aumentado la temperatura y con ella la vegetación; ha llovido hasta en enero, cuando ese mes siempre predomina la nieve”.

Tienen amistad con las gentes sami de la zona, en especial con la familia Oskal. Les ayudamos con sus chozas en la montaña y a darse a conocer entre los visitantes”. Las anfitrionas sami esperan a los visitantes en su lavvu (cabaña). Tras superar un camino que es una auténtica pista de hielo, un grupo de renos nos recibe junto a Anna Marguerita (29 años) y su madre (52). Dos generaciones volcadas en preservar sus tradiciones y su curiosa lengua: tiene 100 palabras para hablar de la nieve y unas 50 sobre los renos.

Aunque no sufren los prejuiciosy las políticas de asimilación de otras épocas y tienen Parlamento, muchos indígenas sami han perdido su lengua y viven en la ciudad

Aunque se han reconocido sus derechos, tienen un Parlamento, su lengua se puede estudiar y no sufren los prejuicios y las políticas de asimilación de otras épocas, se calcula que una tercera parte de los sami ha perdido el idioma y vive ya en ciudades. Un centro ubicado en la biblioteca de Bodø divulga su cultura, y hay programas de televisión y literatura sami.

En la cabaña aguarda una cena a base de estofado de reno. Vestida con el tradicional traje bordado en colores, Anna explica que tras estudiar en la ciudad ha decidido regresar. Es curioso cómo en ella convive en armonía su conexión a la tecnología y la vida actual con su modo de vida tradicional. Asegura que aún hay prejuicios hacia ellos. Y ofrece uno de sus cantos típicos, el yoik.

Al día siguiente, la expedición llega a la costera Bodø, un punto estratégico en el norte, ideal para viajar a las hermosas islas Lofoten desde allí. A 30 km se halla el estrecho Saltstraumen, donde se produce la corriente de marea más potente del mundo. Los remolinos se pueden contemplar desde el agua, en zodiac, con guías y equipados con traje y salvavidas.

Para acabar la ruta, tras visitar el Museo de la Aviación, nada como la montaña de Keiservarden (366 m): destino estrella de senderismo. Su cumbre regala una panorámica de 360° y es uno de los mejores miradores para el Sol de medianoche y las luces del norte. Habrá que volver.

Información práctica

CÓMO LLEGAR

En avión: desde España, se puede volar con Norwegian hasta Oslo. Allí, tomar otro vuelo hasta Trondheim y enlazar con la compañía local Wideroe hasta Mosjøen. Para viajes interiores, hay multitud de conexiones aéreas.

Una vez allí, la red de transporte interna es muy completa. En barco, los ferris llegan hasta islas minúsculas. En tren, el Nordland Railway conduce desde Trondheim hasta Bodø. Una ruta pintoresca entre montañas nevadas y bahías de fiordos que pasa por el círculo polar Ártico. Con coche cama y vagón con juegos para niños.

En automóvil: impresiona verles conducir con destreza sobre placas de hielo en la carretera. Mejor confiarles esa tarea; la experiencia es un grado.

DÓNDE ALOJARSE

Hotel Fru Haugans (Mosjøen ). De 1794, con un curioso museo familiar. Hotel Lovund (Lovund).Scandic Havet (Bodø). Chefs españoles y un desayuno espectacular.

Saltfjellet hotell (Lønsdal)

CONSEJOS

Vestirse a conciencia: varias capas de prendas de lana para adaptarse al clima ártico. Si se viaja en invierno, mejor asesorarse para ciertas actividades con un guía local.

DIRECCIONES ÚTILES

Visitnorway.com

naturligehelgeland.no visithelgeland.com

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