Polonia, historias de convivencia

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En la Polonia que venera al papa Juan Pablo II, cristianos ortodoxos y tártaros musulmanes conviven día a día en paz en pequeños enclaves, compartiendo su legado cultural, el recuerdo de la Polonia judía y del Holocausto.

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Cruces ortodoxas, en la colina sagrada de Grabarka

En esta época convulsa, con el mundo occidental conmocionado por las historias de miles de personas refugiadas que buscan un futuro mejor entre fronteras geográficas e ideológicas, existe un enclave que recuerda cómo la historia da muchas vueltas. La franja oriental de Polonia contiene pequeños reductos, poco conocidos pero aún muy vivos, que mantienen las raíces de sus ancestros. Son los tártaros y los antiguos creyentes ortodoxos.

La región de Podlaquia y su capital, Bialystok, fueron calificadas hace dos años por el ministro del Interior polaco campo de pruebas para la lucha contra el racismo después de una ola de incidentes xenófobos. La región había vivido un incendio provocado en un centro cultural musulmán, varios actos de vandalis­mo en cementerios y monu­mentos judíos, pintadas ofensivas en una mezquita y hasta la destrucción de señales de tráfico escritas en lituano. Todas las partes implicadas intentan recuperar la convivencia pacífica entre etnias y religiones que existía antaño. Cristianos católicos, judíos, cristianos ortodoxos y musulmanes tártaros convivían sin problemas en comunidades agrícolas o urbanas.

Cuando llega el turista, se siente observado. Lo primero que le preguntan los polacos que se acercan es: “¿Cómo habéis llegado hasta aquí?”. Ellos llaman a esta zona “el fin del mundo”, porque, pese a estar a unas tres horas de la capital, es muy diferente del resto de Polonia. Hay visitantes del país –turistas extranjeros, poquísimos– que han venido a pasar unos días de escapada para conocer este rincón apartado, muy desconocido también para ellos.

En los dominios de la Polonia católica, en las puertas de las iglesias casi siempre luce el retrato del venerado papa polaco Karol Wojtyla (Juan Pablo II), pero a medida que se acerca la frontera oriental colindante con Bielorrusia, Lituania, Ucrania y Rusia, aparecen más y más iglesias ortodoxas, con sus características torres acabadas en forma de cebolla y sus cruces de ocho brazos.

Mezclada entre esos templos, en medio de paisajes dominados por los manzanos y los campos de cereales, de repente, aparece la media luna musulmana, uno de los símbolos de la comunidad tártara, calificativo que muchas veces asociamos simplemente a la salsa y al steak que lo llevan.

Enclaves tártaros. Los europeos de la edad media llamaban tártaros a todas las poblaciones nómadas turcas y mongolas que habitaban desde el siglo VIII en Asia Central y que desde Mongolia o Manchuria invadían y atacaban ferozmente a sus vecinos de Occidente.

En la actualidad, la inmensa mayoría de los tártaros están instalados en el sur de Rusia, mientras que en Polonia se mantienen en un par de enclaves minoritarios. Los pequeños pueblos de Kruszyniany y Bohoniki, de apenas 150 habitantes, son los que han mantenido con más ahínco sus raíces tártaras. Es una comunidad minúscula pero activa. Ambas localidades tienen una mezquita construida a la manera tradicional, con madera, y un cementerio musulmán, que han vivido siglos de historia. Según explica el imán de Bohoniki que hace la visita guiada a la mezquita, actualmente en aquel pueblo viven tres familias musulmanas originarias de los tártaros, y en Kruszyniany, tres más. “Y vivimos plenamente integrados con las familias polacas”, asegura.

Después de una ola de incidentes xenófobos, Podlaquia y su capital, Bialystok, se convirtieron en campo de pruebas para la lucha contra el racismo

El cementerio acoge, entre pinos, centenares de tumbas musulmanas al estilo tradicional, rodeadas por tres hileras de piedras, con dos piedras grandes marcando la cabeza y los pies y orientadas a La Meca. Las tumbas más antiguas se remontan al siglo XVI. Las más modernas disponen de lápidas de mármol, al estilo cristiano, muestra de la asimilación cultural constante, pero sigue chocando ver nombres escritos en polaco y en árabe, e incluso en el alfabeto cirílico ruso.

A pesar de ser pequeños núcleos con comunidades todavía más diminutas, estas dos localidades son aún lugares de peregrinación para celebraciones especiales y fiestas de muchos tártaros polacos, como antiguos asentamientos originarios. Son los únicos sitios de Polonia donde se conservan mezquitas de madera y cementerios musulmanes de la comunidad tártara. Musulmanes antiguos de todo el país solicitan ser enterrados en estos cementerios, como recuerdo a sus antepasados.

Historia, arquitectura y gastronomía. En toda Polonia, se calcula que la comunidad tártara asciende a cerca de 5.000 personas, pero la mayoría se fue repartiendo por el territorio y emigrando a las grandes ciudades en los años de posguerra para buscar trabajo. Los tártaros se asentaron en Polonia por primera vez a finales del siglo XIV, cuando el gran duque de Lituania fomentó el asentamiento de inmigrantes en sus terrenos fronterizos poco poblados como protección frente a la expansión de los caballeros teutones. La victoria en la batalla de Grunwald, en 1410, y la victoria sobre los turcos en la batalla de Viena, en 1683, les convirtieron en un pueblo muy valorado por sus dotes guerreras. La entonces Mancomunidad de Polonia y Lituania, que actualmente pertenece a territorios de Polonia, Bielorrusia, Lituania y Ucrania, les ofreció asilo y tierras como agradecimiento por los servicios militares prestados.

Cuando, a finales del siglo XVII, Polonia perdió su independencia al ser repartida entre Prusia, Rusia y Austria, la comunidad tártara se quedó en ­aquella franja. Del mismo modo que pasó con las parroquias ortodoxas que, sucesivamente, iban cambiando de país al bailar las fronteras.

“Para nosotros también es algo muy nuevo, distinto a lo que estamos acostumbrados”. Es una pareja de edad avanzada que ha venido desde Varsovia, donde viven, a pasar unos días y descubrir esta zona, a pocos kilómetros de Bielorrusia y donde es fácil que la policía de fronteras dé el alto para una inspección. Estos pueblos cuentan con una arquitectura diferente, con gastronomía propia… Los restaurantes ofrecen recetas auténticas tártaras, que la pareja de Varsovia come con curiosidad de turista. Sopas, verduras, carne, preparado de una manera distinta. “Tiene otro sabor que nuestras recetas”. En uno de los restaurantes han instalado una yurta mongola, la tienda circular característica, para recordar cómo vivían los tártaros.

Fotógrafo para los ortodoxos. También tiene instalada una yurta en su jardín el fotógrafo polaco Piotr Malczewski. Con numerosos libros de fotografía publicados y exposiciones en el país, decidió restaurar la casa más antigua del minúsculo pueblo de Buda Ruska, a pocos kilómetros de Lituania, para vivir en ella junto a su mujer y sus hijos. “La casa, de más de 100 años, había sido el hogar de una familia ortodoxa influyente en la zona, donde, entre las dos grandes guerras mundiales –explica orgulloso–, habían llegado a vivir más de 100.000 cristianos ortodoxos”. Ahora quedan apenas unos 2.000.

Por el cisma de Oriente y Occidente (año 1054) la Iglesia católica romana y la ortodoxa se separaron. Por los países orientales fueron surgiendo diversas ramificaciones: la Iglesia ortodoxa rusa, la griega, la de Constantinopla, la de Jerusalén… Además, en el siglo XVII, una secta llamada los antiguos creyentes se escindió de la ortodoxa rusa.

A pesar de que Polonia, desde siempre, se ha visto involucrada en contiendas militares desde todos los puntos cardinales; a pesar de que tras el Gran Reparto del siglo XVIII desapareció para formar parte de Prusia, Austria y Rusia; a pesar de que entre la I Guerra Mundial y la II vivió un baile de fronteras y más tarde sucumbió a la invasión soviética, siempre había sido ejemplo de convivencia pacífica entre diferentes comunidades.

Convivencia y exilio. Hay un refrán polaco que dice que “todos los polacos son un poco judíos”, sobre todo considerando que durante siglos y hasta el comienzo de la II Guerra Mundial, Polonia albergó la mayor población judía de Europa. Hay localidades como Suwalki que ejemplifican en su cementerio la riqueza intercultural y religiosa que existía: un cementerio musulmán al lado de uno judío, frente a uno ortodoxo que linda con uno de los antiguos creyentes, delante de uno católico. Todo un ramillete de confesiones y fes en una misma explanada.

Piotr Malczewski tiene en el antiguo granero de su casa una exposición de fotografías y material histórico sobre los antiguos creyentes en la zona. Ha hablado con los ancianos del lugar, ha tomado fotos, y le han explicado cómo, en la época de la invasión soviética, hubo evacuaciones forzosas. “Los ancianos aún recuerdan que en aquella época se llevaron de un pueblo de la zona a 800 personas por ser ortodoxas y todavía nadie sabe dónde están. Los rusos no quieren decir dónde se los llevaron”.

Iglesias y monasterios. Muchos pequeños pueblos de la zona presumen de sus iglesias ortodoxas, la mayoría restauradas con fondos de la Unión Europea. El monasterio de Grabarka, el monte sagrado de esta comunidad, preside una colina repleta de cruces ortodoxas colocadas por los peregrinos. Se calcula que hay unas 10.000. El 19 de agosto coincide con el día de la Transfiguración del Señor según el calendario ortodoxo. En Polonia, la Iglesia ortodoxa mantiene los dos calendarios: en las regiones occidentales utilizan el gregoriano, mientras que en el Este han mantenido el juliano.

Toda la colina que lleva al templo está repleta de fieles rezando entre las cruces, la cabeza de muchas mujeres cubierta con pañuelos blancos. Se lavan ojos, manos y pies en el agua de la fuente de la entrada, a la que se atribuyen valores curativos. Los peregrinos creen que al portar una cruz hasta aquí y clavarla en el suelo de la colina se cumplen los votos y las promesas.

La Iglesia ortodoxa de Polonia cuenta con unos 600.000 fieles, repartidos en 300 parroquias en un país de 40 millones de personas. Según explicaba el arzobispo de Bialystok y Gdansk, Jacob, “en Polonia, los creyentes de la Iglesia ortodoxa pertenecen a diferentes grupos étnicos: polacos, bielorrusos, ucranianos y rusos. Todo esto trae una especificidad especial con la cual tenemos que trabajar. Sin embargo, el principio unificador de todos estos creyentes de distintas nacionalidades es precisamente la fe ortodoxa”.

Vagones, bisontes, cabañas (y no es el Oeste)

Dormir como un zar  

El hotel Carska está situado en la estación a la que llegaba el tren privado del zar de Rusia junto a la reserva de caza de Bialowieza. Ahora las habitaciones se reparten en los vagones en vía muerta, la torre de aguas y las viejas oficinas. Todo decorado al estilo imperial.

WWW.CARSKA.PL

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Bisonte europeo

El parque de Bialowieza posee uno de los pocos bosques primigenios (sin explotación humana) de Europa y es el único hábitat del bisonte europeo en libertad. Está declarado reserva mundial de la biosfera y patrimonio de la humanidad por la Unesco.

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Yurta mongola

En la zona de influencia tártara existen yurtas, algunas para los turistas, otras para reuniones de lugareños que desafían al frío del invierno. Tártaros eran los invasores nómadas que provenían de los turcos y mongoles bajo el mando de Gengis Kan.

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Gastronomía tártara

Más allá de la salsa tártara y el steak tartare, carne cruda picada, acompañada de un huevo y diversas verduras, en Podlaquia muchos restaurantes ofrecen empanadas densas rellenas de carne, cebolla, patatas y especias, sopas agridulces y la omnipresente remolacha.

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Lápidas con la media luna en el cementerio musulmán de Bohoniki

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Mezquita tártara de madera en Kruszyniany

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Iglesia en Grodek

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Construcción tártara

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Un cine en Bialistock, capital de Podlaquia, donde se exhibe una película sobre Juan Pablo II

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