Tasmania, la niña mimada de Australia

Viajes

Maravilla tan protegida como amenazada, la célebre isla austral es un escaparate del mundo antediluviano que apenas existe en el resto del planeta: tierras y cielos que son un espectáculo mayúsculo.

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Cuando se viaja a lo largo y ancho de Tasmania viene a la cabeza que este podría ser uno de los mejores lugares del mundo en los que vivir. Grandes extensiones de tierras cultivadas y frescos pastos para el ganado, playas solitarias y limpias, montañas primigenias y bosques cargados con la esencia de la naturaleza que auguran un paraíso en las antípodas, un jardín del edén austral. Pequeñas y tranquilas aldeas más propias de la campiña inglesa que de los Mares del Sur, como Swansea, Stanley o Richmond. Ciudades afables y limpias como Lauceston, Devonport o Burnie, donde la gente habita de forma apacible con una buena calidad de vida. En el barrio de Salamanca de Hobart, la capital, abundan los mercadillos, las galerías de arte y los relajados y modernos cafés donde conversar en persona o chatear por internet. Además, cerca se halla un museo de referencia en el país, el MONA (Museum of Old and New Art). Barrios residenciales de la capital, como el de Battery Point, donde se vive en condiciones envidiables. Una ciudad con aire limpio y calles impolutas asomada a la inmensidad del mar. Y esto no es todo, el verdadero interés de la isla reside, en esencia, más allá de sus coquetas ciudades.

Los bosques de la ínsula poseen una vegetación extravagante y de aspecto tropical pero que crece en las frías montañas del interior

Los bosques de la ínsula poseen una vegetación extravagante y antediluviana, como los pandanis de Tasmania (una planta angiosperma de la familia de las ericáceas), de aspecto tropical pero que crece en las frías montañas del interior y que recuerda que no hace tanto tiempo de la existencia del supercontinente Gondwana y su lenta escisión durante el jurásico y el cretácico, dando lugar a la formación de los actuales continentes. Tampoco hace tanto de la desaparición de la Tierra de Sahul, la masa de tierra austral emergida antaño (de la cual forma parte Tasmania) hasta la crecida de los océanos por el deshielo de la última glaciación, hace ahora unos 10.000 años. Al menos no tanto tiempo si se mide tomando como referencia la edad geológica del planeta. Casi se podría decir que un ­instante.

Las tierras que conforman el parque nacional Cradle Mountain y Lago Saint Claire, donde se pueden contemplar los pandanis antes mencionados, son la extensión mejor preservada de aquella tierra prístina y primigenia que era toda una y que hoy se separa en Australia, Nueva Guinea y Tasmania. Dos grandes islas las primeras y una pequeña perla al sur, la tercera, en forma de manzana dicen algunos, aunque también parece un corazón.

PROTECCIÓN NATURAL

El aislamiento de Tasmania ha dejado una flora y una fauna endémica alucinantes, únicas, una auténtica huella de la prehistoria. Una riqueza que los tasmanos han querido preservar (un 80% del territorio de la isla está protegido) tras una época en la que reinaron la devastación y la sobreexplotación sin control.

Algunos reductos de bosques húmedos alpinos como el de Weindorfers, con los sobrecogedores pinos King Bill y cubierto de helechos, o las frondosidades junto a las cataratas de Pencil Pine o a las de Kenyvet, con su manto de musgo, son auténticas joyas prehistóricas para los pragmáticos científicos y hogar de hadas y trolls para los románticos aventureros. En realidad hoy son el hogar de especies más reales e igualmente extrañas, como el wombat, el equidna, el ornitorrinco, el pademelon o lo fueron de especies como el ya extinto tigre de Tasmania (también llamado lobo marsupial), aniquilado por los colonos durante el siglo XIX y cuyo último ejemplar murió abandonado y hambriento en el zoo de Hobart, capital de la isla, hace ya 81 años. De él sólo quedan la leyenda y el mito de que aún existe, oculto en los rincones más inaccesibles de la isla.

Del célebre demonio de Tasmania (Sarcophilus harrisii) hay que tener en cuenta que está en peligro. Esta especie marsupial es la última carnívora del planeta y sólo habita algunos bosques de la isla. Su ferocidad, su desagradable olor y su inquietante grito son los motivos por los que recibió su poco favorecedor nombre común. Desde los noventa, sufren el azote de un misterioso y devastador cáncer facial que los está exterminando. Aun así, un reciente estudio realizado por la Universidad de Washington arroja esperanza: los demonios podrían estar evolucionando para resistir la enfermedad de una forma asombrosamente rápida: entre cuatro y seis generaciones. La vida vuelve a abrirse camino.

Condenados en el paraíso

La historia de Tasmania es la historia de Australia pero con más drama si cabe. En sus inicios, se calcula que los primeros asentamientos aborígenes de la isla se pueden datar en unos 35.000 años. Mucho más tarde, el primer europeo en avistar sus costas fue el explorador holandés Abel Tasman, en 1642. Tuvieron que transcurrir 135 años desde aquel primer contacto para que el célebre marino británico James Cook llegara a la zona. Hasta 1803 no se estableció la primera colonia británica en la entonces llamada Tierra de Van Diemen. Aquel momento supuso un giro oscuro para la isla y sus habitantes: el principio del fin para los aborígenes tasmanos.

Pese que el 80% de su territorio está protegido, el cambio climático también pasa factura con aumentos de temperatura de hasta tres grados de media en verano

Al igual que en el resto de Australia, los primeros colonos fueron convictos británicos y los integrantes de los destacamentos militares del imperio que los vigilaban. Una de aquellas colonias-prisiones es hoy una de las principales visitas históricas de la isla: Port Arthur. Los edificios, algunos mejor conservados que otros, evocan con detalle la época en que 12.500 convictos cumplieron allí condena entre 1830 y 1877. Resultó ser un lugar ideal y aislado, en la península de Tasman, al sur de Hobart, para evitar las fugas. Sólo un estrecho paso separaba la península del resto de la isla y estaba custodiado por toda una línea de perros que disuadían a los presos.

Por otro lado, los colonos libres necesitaban tierras donde vivir y cultivar, y el enfrentamiento entre estos y los aborígenes autóctonos no se hizo esperar. La aplicación de una serie de leyes (entre 1828 y 1832) contra la población aborigen y a favor de los colonos dio lugar a la llamada guerra Negra. Un genocidio en toda regla que sólo finalizó con la muerte del último habitante nativo hombre en 1860 (poco después murió la última mujer) tras una serie de matanzas y atrocidades entre las que se encontraban la esclavitud, la caza legal de seres humanos y la venta y exhibición de sus pieles como trofeos.

Maravilla amenazada

La isla y el mar que la envuelve en gran parte, el de Tasmania, son una maravilla natural única. Un clima oceánico templado que propicia tierras de cultivo y pastos que alimentan los mejores viñedos de Australia y los mejores corderos y terneras del país. Tierras cubiertas por cielos australes de una luz irreal, decorados con nubes de una bella plasticidad moldeadas por los vientos que recorren la isla, como los llamados rugientes cuarenta, aquellos que soplan al noroeste. Costas que alternan las mansas playas con feroces acantilados y un interior de colinas suaves traspasado por altos y escarpados rangos montañosos. Paisajes modelados por la mano del hombre que contrastan con territorios salvajes. Un paraíso que está amenazado.

En el verano del 2017 un estudio científico australiano publicado por la revista Nature Communications alertaba que lo que ya es una realidad en todo el planeta había golpeado también Tasmania: el calentamiento global provocado por la acción de la humanidad. La ya conocida como la ola de calor del mar de Tasmania del 2017 duró 251 días (la más larga registrada en la historia) y elevó la temperatura del agua en hasta casi tres grados. Un aumento provocado casi con total seguridad (en un 99%, según afirman los científicos) por el cambio climático, que afectó muy negativamente a una gigantesca área marina en torno a la isla, perjudicando a gran cantidad de especies animales y a su ecosistema.

Tasmania afronta grandes retos futuros y notables obstáculos provocados por la acción humana. Una maravilla amenazada por la que no hay que perder la esperanza.

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