Y además... horteras

¿Se puede decir algo más a propósito de la corrupción y los corruptos, algo nuevo y distinto de lo que hemos venido oyendo o leyendo estos últimos meses? Se puede.

Veamos. Empecemos por el asunto de esas tarjetas de las que hicieron uso los consejeros y directivos de Bankia, antes Caja Madrid, pertenecientes, como es sabido, a políticos de todo el espectro, representantes de las oligarquías financieras y empresariales o militantes sindicalistas, socialistas y comunistas. Gracias a que todo está informatizado podemos conocer incluso cuándo, dónde y cómo fueron utilizadas estas tarjetas de crédito, es decir, en qué se empleó el dinero que se obtuvo con ellas, a veces en abultadísimas cantidades: lencería fina, vinos de miles de euros la botella, restaurantes exclusivos, coches de lujo, vacaciones en el Caribe, joyerías... No se ha dado el caso, hasta donde sepamos, de nadie que haya empleado ese dinero en, no sé, la compra de unos aguafuertes de Goya, de una primera edición rara, de un abono a la ópera de Salzburgo, incluso de Bayreuth, de un piano. Ni siquiera en algo como un tratamiento médico fuera de España o en los estudios de un hijo en una universidad extranjera... Cabría incluso la posibilidad de que, tratándose de políticos, alguno hubiese necesitado ese dinero para llevar a cabo alguna obra que remediara deficiencias o tardanzas de la administración y mirando al bien común: unas becas para licenciados en paro, la restauración de cierta iglesia románica, un comedor social, la dotación de un laboratorio de i+d... De haber sucedido algo así, nuestra indignación no sería acaso tan furibunda y sostenida.

Tanto como la implacable y patética rapiña del dinero público descorazona ver en qué lo emplean

Pues, al fin y al cabo, tanto como la implacable y patética rapiña del dinero público abruma y descorazona ver en qué lo emplean. Y se deprime uno aún más, si cabe, porque ve que todos esos tipejos sin escrúpulos, barcinos, erésicos o pujolos, que tratan de incorporarse aceleradamente al mundo de los ricos, en realidad no están haciendo nada que no haga la inmensa mayoría de estos, comprarse sus mismos coches, la lencería y las joyas que ellos regalan en secreto, cazar nuestros elefantes y viajar a los mismos hoteles de lujo saudí donde se imparten cursos acelerados para destruir lo poco decente que le queda todavía a este mundo... Es decir, que tan tóxica como su ética, nos resulta esa estética suya de horteras irredentos.

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