La aflicción de un hombre

Acababa uno el artículo de la semana anterior con una cita de Voltaire (“La duda no es un estado demasiado agradable, pero la certeza es un estado ridículo”). Estaba tomada del último libro de Fernando Savater, Voltaire contra los fanáticos, dedicado al semanario Charlie Hebdo.

Hemos sentido y sentimos una gran admiración por Savater. Nos gusta hasta cuando no estamos de acuerdo con él. Lo digo en plural no por la “mayéstica”, como el papa, sino por creer que lo hace uno en nombre de muchos. Incluso cuando no se está de acuerdo con él, acaso sea mejor, por ser Savater de esa clase de intelectuales (Unamuno, Ortega) que tiene la cortesía de hacerte creer, cuando se le discute algo, que eres más inteligente de lo que en realidad eres. Sin embargo puede llegar a sacar de quicio a sus enemigos (no confundir con adversarios), pues hace que estos se descubran su propia estupidez casi sin darse cuenta, lo cual es muy peligroso. Los tontos declinados en el carlismo (ya sabéis, “Dios, patria y fueros”) no perdonan: por su culpa Savater ha tenido que llevar escolta media vida y dejar de mostrarse en público en según qué lugares para no cabrear a la jauría.

savater tiene la cortesía de hacerte creer que eres más inteligente de lo que en realidad eres

Hace unas semanas se publicaba en el diario El País una entrevista. Es una entrevista de recortar y guardar. Se la hace el poeta y periodista Javier Rodríguez Marcos. Cuando los poetas hablan con los filósofos podemos esperar “la más aguda nota en el viejo diapasón del mundo”. Habla el filósofo de una pérdida terrible, que lo tiene postrado desde hace tres meses como a Job y puesto al borde de la desesperación. Sin dejar de ser epicúreo ha de recurrir, sin embargo, al estoicismo. Le pregunta el poeta si la filosofía no es capaz de consolarle de la muerte de un ser tan querido y responde el filósofo que no, que “la razón no detiene el dolor. La aflicción es más fuerte que la razón”. Y añade que él, con su mujer, compartía todo, libros, películas: “Ahora todo me parece plano, sin eco”. Y ese hombre que habla de sí sin afectación (“una cosa son los grandes filósofos y otra los que acercamos las ideas de los grandes a la gente corriente”) parece buscar en vano algún consuelo. Y ante la posibilidad de que ese hombre decidiera guardar silencio, advertimos asustados (vuelvo al plural) lo necesario que nos es alguien hablando de todo un poco (como Ortega) y, sobre todo, “contra esto y aquello” (como Unamuno).

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